sábado, 4 de junio de 2016

El puente del Corpus en La Rioja Alta y La Rioja Alavesa

Jueves, 26 de mayo de 2016


Desde que a Mariano le dijeron que iba a hacer las prácticas de cocina en el restaurante del Marqués de Riscal, en El Ciego ( Álava), no tuve ninguna duda de que iríamos a hacerle una visita. Por muy poco no he ido a Italia, que era donde iba a ir de Erasmus; otra vez será.



Las combinaciones en tren o en autobús eran muy complicadas, así que empecé a barajar la opción de ir en coche hasta allí. El problema era que necesitábamos un buen coche, ya que había que hacer unos 1500 kilómetros.

Isa y José Manuel, que son dos amigos de Chari y Mariano, querían también ir a verlo. Como les habíamos prometido que algún día haríamos un viaje juntos, y sabiendo que ellos sí que tenían un buen carro, podían ser los compañeros perfectos, y así ahorrar un poco en el transporte.

Se complicó todo los últimos días, ya que estos querían comprase un coche nuevo y no sabían si se lo entregarían para el día 26. Ya todo estaba planeado, así que no había marcha atrás. Aunque fuera, iríamos con mi Volvo. Lo llevé al taller y le pregunté al mecánico si creía que llegaría hasta Logroño con él. Me dio el visto bueno, y por la mañana temprano nos dirigimos a Linares a recoger a estos. Mi sorpresa fue mayúscula cuando al ir a recoger a José Manuel e Isa, vimos un coche nuevo esperándonos. Se trataba de un Kia Óptima de último modelo con todos los extras habidos y por haber.



Cargamos el equipaje y a las diez y cuarto empezó el periplo. Como yo ya llevaba casi dos horas conduciendo, la primera parte del viaje la hizo Chari al volante. Tengo que reconocer que conducía de maravilla, y que pronto me relajé y empecé a decir polladas para que el viaje no se nos hiciera tan largo. Aparte de nosotros cinco, iba la tiílla del GPS, que por lo visto procedía de una familia rica, ya que a la fuerza nos quería meter por la autopista de peaje. Tuve que mandarla a la mierda bastantes veces, pero ella, erre que erre. Menos mal que había preparado la ruta impresa y me sabía de memoria el recorrido.

Hicimos una primera parada para tomar café, y ya vi que a estas les iba a tener que enseñar algunas normas básicas de comportamiento. Justo cuando decíamos de reanudar la marcha, querían ir al servicio. En la primera parada me callé, pero en la segunda, me puse en modo militar y con un ejemplo ilustrativo se lo hice saber. Les conté que en la escuela, a la hora del recreo, les tengo dicho a los alumnos que una vez que toca la sirena ya no se puede ir al servicio, hay que estar meaícos y cagaícos antes de que esto ocurra. Lo entendieron a la perfección, y nos reímos un montón. Paramos a almorzar pasada Guadalajara, y ya sí que yo cogí el coche hasta el final del destino. ¡Qué cabrones los ricos! Con un coche así hasta yo soy un buen conductor.



A las seis y veinte, y después de ocho horas, llegábamos a Fuenmayor (La Rioja), que era donde nos íbamos a alojar durante estos tres días. El pueblo, muy bonito y monumental por cierto. Está en la misma frontera con el País Vasco y había más oferta de alojamiento que en el pueblo donde trabaja Mariano. La señora del piso nos estaba esperando en la puerta, y amablemente nos enseñó la vivienda; un piso de tres dormitorios totalmente nuevo, muy coqueto y con todo tipo de electrodomésticos, al lado de la plaza principal del pueblo.



Descargamos el equipaje y sorteamos los dormitorios. Había uno enorme con cuarto de baño dentro, así que era el más apetecible. En el sorteo, a Isa le tocó el mejor, a nosotros el otro con cama de matrimonio y a Chari el de dos camas (¡qué putada!), pero estos, les cedieron gustosamente el suyo; todo un detalle de amigos, ya que llevaban sin verse dos meses.



Bajamos a la Plaza a tomarnos unas cervezas y a esperar a Mariano que, nada más pedir, apareció con su amplia y sonora risa. Alegría, abrazos y alguna lágrima.



Después de saborear la cerveza y un vino, subimos al apartamento, y estos desaparecieron durante dos horas. Fuimos a hacer algunas compras; pan, tomate, leche, agua, una botella de wisky... y nos pusimos a preparar la cena. Pusimos el jamón, que había traído de Gójar en la tabla, y observé la maestría de José Manuel en el corte.



Tiene problemas de vista, pero en las distancias cortas es un lince. Preparamos dos platacos de jamón, una buena ensalada, así como embutidos y queso que estos habían traído (aunque habiendo jamón, que le den por culo a lo demás), y pusimos la mesa con las copas y la botella de vino que la señora nos había regalado. Fue una cena divertida, sabrosa y llena de comentarios. Ya tocaba relajarse entre cubatas y risas. Solté la lengua y no paré de decir polladas en toda la noche. Después pasé el plato, pero estos creían que era gratis la animación, así que no cobré nada y eso que les dije que les iba a hacer un precio especial. Mariano los aleccionó de cómo tenían que comportarse, que lo que dijera el tito Carmelo iba a misa para que no hubiera malentendidos.  A la una de la mañana nos fuimos todos a la cama.




Viernes, 27 de mayo de 2016


A pesar de ser un lugar tranquilo y muy silencioso, a las seis y media de la mañana, y pensando que era una hora más, me desperté y, sin hacer ruido, me di una ducha y me preparé un café. Fabi se levantó al ratillo y al preguntarme por la hora, me di cuenta del error. Bajé a dar una vuelta por el pueblo, en el que aún no habían puesto ni las calles, y descubrí el camino que lleva al río Ebro. Le pregunté a Fabi que si le apetecía acompañarme, ya que no había pasado muy buena noche, pero viendo que hasta las diez no habíamos quedado para salir, decidió venirse conmigo.




Era un paseo muy agradable entre viñedos y bodegas de unos tres kilómetros, y antes de darnos cuenta ya estábamos cruzando un puente sobre el Ebro, y por tanto, en el País Vasco. El camino de vuelta fue un poco penoso porque a Fabi le dolía mucho la tripa, pero entre las vistas y que no paraba de contarle cosas, se hizo muy corto.



Cuando llegamos, estos ya estaban levantados y desayunando. Les metí prisa y Mariano, cuadrándose y en primer tiempo de saludo, dio las órdenes oportunas para que me hicieran caso. A las diez y cuarto ya estábamos camino de la Rioja Alavesa. Íbamos en dos coches; Mariano y Chari en uno, y nosotros cuatro, conmigo al volante, en el otro.

Llegamos a Laguardia en quince minutos y aparcamos en las afueras, ya que no se permiten los vehículos dentro del pueblo porque está horadado por las bodegas. Está enclavado en una colina y para acceder a él dispone de un ascensor muy moderno que te sube en pocos segundos.



Está considerado uno de los pueblos más bonitos de España; pudimos comprobar que es cierto. Es un pueblo monumental amurallado y que se conserva tal y como era en la Edad Media. No sabías hacia dónde dirigir la vista, ya que cada rincón era aún más bonito.





Aunque pillamos un plano en la oficina de turismo, decidimos perdernos por sus callejuelas. Dimos con un parque de ensueño con unas vistas espectaculares a los viñedos, a las bodegas (una de ellas diseñada por Calatrava) y a la Sierra de Cantabria, que es la que permite este clima ideal para el vino y la uva.



Nos sentamos y respiramos profundamente para tener un momento Zen (de los cojones). Ahí les demostré a estos qué es la "malafollá granaína" e intenté hacérselo comprender con ejemplos.



Al final del parque hay un busto de uno de sus personajes más famosos del lugar; el fabulista Félix María Samaniego. Continuamos con el paseo haciendo hora para asistir a una de sus atracciones. A las doce, del reloj de carrillón del ayuntamiento, salen unos personajes ataviados con el traje típico bailando al compás de la música. La plaza estaba llena de turistas para grabar el espectáculo. Dimos una última vuelta por el precioso pueblo y fuimos en busca de los coches otra vez tomando el ascensor.



Desde aquí tomamos camino hacia El ciego, a unos cinco kilómetros entre más viñedos y viñedos. Nos dirigimos directos al Hotel del Marqués de Riscal, un hotel de gran lujo con un restaurante de una estrella michelín. Este hotel fue diseñado por Frank Gehry, el mismo del Guggeheim, y ya desde lejos impresiona.



Entraron Mariano y Chari a pedir permiso para poder visitarlo ( la visita del hotel por fuera, las bodegas y los alrededores vale 14 euros) y al rato aparecieron diciendo que podíamos pasar gratis. No creo que deje a nadie indiferente la visita; es otra historia, y te quedas embobado.





Paseamos por sus jardines, por la viña con césped en las calles y los rosales sembrados en cada una de ellas para detectar posibles enfermedades de las vides, por los alrededores del hotel y entramos en la bodega. Por último vimos el alojamiento de las personas que trabajan allí de prácticas como Mariano.



Tomamos un camino que llevaba a una ermita en lo alto de una colina, porque desde allí se observan las mejores vistas del pueblo y del hotel, y como ya era la una, y el mono estaba ya arañando demandando una cerveza, nos dirigimos, después de las fotos, al pueblo. Dejamos el coche en la parte baja, y por una cuesta de cuidado subimos por sus bonitas calles hasta la plaza donde se encuentra la casa de la cultura, que era donde íbamos a almorzar. Nos sentamos en la terraza y nos tomamos una pinta de cerveza y unos pinchos para abrir boca. El bar lo lleva una pareja joven muy simpática y muy viva, con una atención y una cocina de diez.



Los lugareños estaban tomando vino, buenísimo y a un precio irrisorio; setenta céntimos la copa. Pedimos el menú del día y nos dejamos recomendar por el camarero; todo un acierto. Un primero, un segundo, postre, un botella de vino rioja y una botella de agua a once euros por cabeza. Mariano ya tenía que dejarnos hasta la noche porque su turno de trabajo empezaba a la tres. Nos despedimos, y dimos buena cuenta de los manjares.



Con la barriga llena y algo soñolientos nos fuimos al piso, que estaba a apenas veinte minutos. Después de una buena siesta, tomamos rumbo a Haro, otro de los pueblos famosos por sus bodegas en la Rioja Alta. Por este pueblo pasa el Río Oja que es el que da nombre a la comunidad. Dimos un paseo por sus calles, aunque empezó a llover y tuvimos que resguardarnos más de una vez. Sus balcones blancos le daban un encanto especial. Después, en coche, fuimos a ver sus bodegas que se encuentran todas reunidas en las afueras del pueblo.





Tomamos la carretera que va a Santo Domingo de la Calzada y dejamos el coche en las cercanías del parador. Este pueblo es una de las paradas obligatorias del Camino de Santiago, de hecho nos cruzamos con muchos peregrinos. Hay un paseo repleto de terrazas, y ya a esas horas estaba lleno de gente. Nosotros primero queríamos visitar el pueblo y nos llegamos hasta la Catedral, que es una de las tres con las que cuenta La Rioja.



El centro histórico es precioso y está lleno de monumentos. Nos cruzamos con cientos de estudiantes madrileños que estaba de viaje por allí, por lo que salimos huyendo, ya que a mí me dan alergia los niños cuando no estoy en la escuela. Me ponen nerviosísimo, y me da por llamarles la atención. Era hora de la cervecilla, así que deshaciendo el camino, y después de comprar algo de fruta y verdura para la cena, nos sentamos en una terraza. Justo cuando lo hicimos, empezó a llover de forma torrencial.



No había problema, porque estaban preparados para este tiempo y todas las terrazas están cubiertas. Nos pedimos unos pinchos, y cuando dejó de caer agua, nos fuimos a buscar el coche. Camino de la casa seguimos descubriendo pueblos de esta región tan rica en caldos; Nájera y Navarrete entre otros.



Llegamos a más de las diez de la noche y preparamos la cena; una ensalada completa, unos platos de jamón, queso, y fruta de postre, todo regado con una buena botella de vino  de la tierra. Pensamos esperar a Mariano, pero viendo que eran las once y no daba señales de vida, comenzamos sin él,  y menos mal, porque ya venía cenado. Llegó sobre las doce menos cuarto, cuando ya estábamos con el cubatilla de rigor. Otra velada de risas, de anécdotas, y a la una, a la cama, que mañana sería otro día.


Sábado, 28 de mayo de 2016


Otra vez estaba de punta a las siete y media, y mira que la cama era cómoda y que no se escuchaba ni un alma, pero mi despertador interno sonaba solo. Me duché y, como Fabi también se había levantado, nos fuimos a descubrir el pueblo y a enterarnos de dónde paraban los autobuses, y los horarios. Tomamos café en una terraza cerca de la parada. Al comprobar que los autobuses pasaban cada hora, y que aún faltaba mucho rato para que dieran las diez, que era la hora a la que habíamos quedado con estos, nos adentramos en la parte antigua del pueblo.



Fuenmayor es una villa de palacios y casas señoriales fruto de su riqueza pasada y presente, basada en la producción de uva y vino. De hecho es una de las poblaciones con mayor producción de vino de toda la Rioja. Aquí se fundó La Real Junta de Cosecheros, embrión del actual Consejo Regulador de la Denominación. Recorrimos sus monumentos más importantes, aunque cabe decir que algunos no se encuentran en el mejor de los estados. Visitamos La Iglesia de Santa María, la Puente de los Siete Caños, el Palacio de Fernández-Bazán, el Palacio de los Marqueses de Terán, la Casa de la Cultura y la Ermita del Santo Cristo.



Eran las diez menos diez, así que fuimos en busca de estos, que ya estaban casi preparados. Les eché un poco de bronca a Chari y a Isa ( más que nada por dar por culo), para decirles acto seguido que aún teníamos tiempo, ya que el autobús no salía hasta las diez y media.

Logroño, (¡tócate el coño!), está a nueve kilómetros, pero aparcar en el centro dos coches iba a ser tarea casi imposible, así que habíamos decidido ir en bus, que te dejaba en el mismo centro y tardaba lo mismo que ir en tu vehículo, ya que era directo. En media hora ya estábamos allí, y en un agradable paseo por el Parque del Espolón nos fuimos directos al mercado de abastos, que es la mejor forma de conocer la vida de una ciudad.



Se trata de un mercado muy bonito con muchos puestos de fruta, verdura, carnicerías y charcuterías. Después de pasear por los olores y colores de las tiendas. hicimos una primera incursión de inspección por la famosa calle El Laurel, la más famosa de pinchos de toda la ciudad. Ya estaban preparando los locales y las tapas.



Desde aquí fuimos a visitar La Concatedral, porque la entrada era gratuita. En la oficina de turismo pregunté el porqué de ese nombre, y me contestaron que es debido a que comparte el rango con la de Santo Domingo de la Calzada y con la de La Calahorra. Recorrimos la calle de Los Soportales con la animación de sus tiendas y terrazas.



De camino a la Calle Laurel, para tomar el aperitivo, dimos con el Museo de La Rioja; un museo arqueológico, que también era gratuito, así que dimos un paseo por la historia de la región. Me acordé mucho de mis alumnos, ya que estamos estudiando precisamente ese tema en sociales (¡qué buena clase podría haber dado allí!). Las cuatro salas del museo fueron para nosotros solos, y lo disfrutamos mucho, pero ya se acercaba la hora de la cerveza, y nos habían dicho que si no íbamos pronto, no encontraríamos sitio.



Ya se estaban llenando todos cuando llegamos, y no sabíamos dónde entrar. Nos metimos en uno que nos había llamado la atención por la variedad y colorido de sus pinchos. No es barato tapear aquí; una media de tres euros y medio, la tapa y la bebida, pero por calidad, elaboración y presentación, merece la pena. Ya todos los bares estaban a rebosar y no encontramos otro con sitio para los seis.



Llegamos hasta la plaza de la catedral, y había una mesa informativa de Unidos Podemos en la que repartían sangría y tapas, así que estuvimos un rato allí.



Todo estaba abarrotado, así que tuvimos que alejarnos del centro turístico para poder tomar algo. A la del té, (que tiene cojones) le apeteció uno a las dos, y nos sentamos en la terraza de una cafetería. Menos mal que también tenían cerveza y vino y en la oferta del día te regalaban un bol de patatas fritas, porque si no, era para matarla.





Ya tocaba almorzar, y por intuición sabía que estábamos cerca de un restaurante en el cual cenamos tres años atrás cuando hacíamos el Camino de Santiago. Lo busqué y lo encontré. Tenía la misma oferta que cuando estuvimos; botella de rioja, tortilla enorme de patatas y ensalada completa por 18 euros. Así que nos sentamos y la pedimos, aparte de dos raciones. Quedamos satisfechos. Nada más sentarnos el camarero nos trajo dos sombrillas, y como  estábamos en la sombra, nos explicó que en diez minutos estaría lloviendo. ¡Qué cabrón; acertó de pleno! Cayó un chaparrón de cuidado, pero nosotros estábamos a salvo.



Después de almorzar, salimos corriendo para no mojarnos mucho, pero el agua caía a manta. Nos refugiamos en la terraza de una cafetería que vimos, y entre cafés y risas esperamos a que escampara. Buscamos la parada de nuestro autobús, que no salía de la estación y nos liaron bastante con la explicación que nos dieron en la ventanilla de información, hasta que un joven, después de varias vueltas, nos dio la dirección correcta. En media hora estábamos de nuevo en nuestra casa, y algunos nos echamos una siesta.



A las seis salimos con estos para enseñarles el pueblo. Nos dimos un buen paseo y entramos en un pub de la plaza a tomarnos algo. Ya no era hora de café, así que pedimos unas cervezas. El pub se estaba llenando de gente porque tenía muchas pantallas para ver el fútbol.



Sopesamos si quedarnos a verlo allí, pero entre el follón, y que no había comida, decidimos irnos al piso. Preparamos unas tapas y sacamos unas botellas de vino. ¡Otra vez perdió mi Atleti!

Era nuestra última noche, y a la mañana siguiente había que madrugar porque queríamos salir a las nueve de la mañana, así que nos fuimos pronto a la cama.


Domingo, 29 de mayo


¡Es que no hay manera! A las seis ya estaba despierto. Me levante, me preparé un café y me fui a dar la última vuelta por el pueblo y a tomarme otro café en la primera cafetería que encontré abierta, De camino, compré pan para el desayuno. Cuando llegué a la casa ya casi estaban preparados, pero entre pitos y flautas, hasta las diez menos cuarto no salimos. Nos despedimos con pena de Mariano, aunque ya le queda solo un mes para terminar las prácticas y volver. Por delante teníamos 700 kilómetros hasta Linares, y ciento treinta más, nosotros, hasta Gójar.

El camino de vuelta fue más silencioso, más observando el paisaje que dejábamos atrás y solo se hablaba de las anécdotas del viaje. Paramos a repostar y tomar café en la provincia de Soria, muy cerca ya de Guadalajara. Nos cayeron varias trombas de agua que hacían difícil la visión, pero con un coche como el que llevábamos, sentías seguridad. Como yo iba conduciendo y no podía mirar mis apuntes de la carretera, la tiílla del GPS nos metió por la M30, en vez de por la M50, y nos chupamos un traficazo intenso en las cercanías de Madrid. Seguí conduciendo hasta la hora del almuerzo, que lo hicimos en un mesón de la provincia de Toledo, que José Manuel conocía. ¡Magnífico!

Ya le tocó el relevo al volante a Chari y yo me eché una cabezadilla. En un par de horas llegamos a la casa de Isa y José Manuel, aunque antes paramos para llenar el depósito y hacer cuentas del combustible gastado. En total, todo el viaje; ida y vuelta más los kilómetros que hicimos allí, nos salió por noventa euros. ¡Barato de verdad!

Nos invitaron a café en su casa, me estuvo enseñando todo lo que tiene sembrado, y ya cogimos nuestro coche para hacer la parte final del viaje. A las siete y media ya estábamos en casa.


No me gusta hacer viajes largos en coche, pero por la compañía y el tipo de vehículo que llevábamos, la verdad es que no se ha hecho muy pesado. Pienso que La Rioja es una gran desconocida como región, no así por sus vinos, y que es un destino ideal para pasar unos días. Por sus paisajes, por sus vinos, por los pueblos tan bonitos y monumentales, por su gastronomía y por sus exquisitos caldos, es un lugar que no me importaría repetir en un futuro. En cuanto a los nuevos compañeros de viaje, decir que han superado la prueba ( que yo soy muy "joío" por culo en este aspecto) y que en un futuro, no muy lejano, volveremos a encontrarnos. 




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