martes, 8 de agosto de 2017

Andorra y el Valle de Arán en el verano de 2017

Lunes, 24 de julio

A las nueve y media estábamos recogiendo a Fernando y Encarnuchi en su casa, después del susto del día anterior que estuvo a punto de que suspendiéramos el viaje. Nos esperaban más de nueve horas de viaje hasta Barcelona. Fuimos turnándonos en la conducción, y entre las paradas, el casque y las risas, no se hicieron muy pesadas. Tardé mucho en hacerme con el funcionamiento del navegador, pero al final lo conseguí, y nos llevó hasta la misma puerta del hotel.



Aún no habíamos terminado de sacar el equipaje cuando Víctor se presentó con su amplia sonrisa. Llevamos las maletas al hotel y nos fuimos en su coche a ver su casa y tomarnos una cerveza con él mientras esperábamos a Aroa. Tras un rato de charla nos fuimos a cenar a Martorell los seis. Fueron pocas horas con ellos, apenas cuatro, pero merecieron la pena. Nos dejaron en el hotel y nos despedimos.



Martes 25 de julio

 Madrugamos bastante, desayunamos y antes de las nueve ya estábamos saliendo. Conducía Fernando, mientras yo me hacía amigo de la tiílla del GPS, a la que bautizamos como Montse, ya que no paraba de hablarnos mientras pasábamos por las montañas de Montserrat. Su ayuda ha sido importantísima en todo el recorrido tanto para los controles de velocidad como para no perdernos. Así que ya íbamos cinco en el coche.



Paramos en Pont a tomar café, y como estas decidieron darse una vuelta por el pueblo en vez de quedarse en la terraza con nosotros, al rato hubo que parar para que mearan. No pongo ninguna foto porque se les ve todo el culo, ya que a  Fernando no se le ocurrió otra cosa que fotografiarlas desde lejos.



Después de tres horas y cuarto ya estábamos entrando en Andorra. Y en quince minutos Montse nos llevó hasta la misma puerta del hotel, en Andorra la Vella.




Dejamos el equipaje en recepción y fuimos a dejar el coche en uno de los innumerables parking de la ciudad ( Uno de los inconvenientes de Andorra es que no hay aparcamiento público, así que tienes que gastarte unos quince euros al día). No fue difícil encontrarlo, pero sí el hotel de nuevo, ya que nos perdimos y no había manera de dar con él. Pregunté a un policía, que amablemente nos indicó la dirección.



Ya desde el hotel Pitiusa tomamos referencias para no perdernos más, y eso que estábamos en todo el centro de la ciudad; en la avenida Meritxell, ( la calle más comercial de toda Andorra ) .



 Era hora de la cervecilla y nos sentamos en una terraza ; pedimos unas pintas y para picar una tabla de quesos, lo que hizo que se nos despertara el apetito. Dimos unas cuantas vueltas y entramos en un restaurante que estaba llenísimo de gente. Pronto comprobamos el motivo; tenían un menú de quince euros muy variado, rico y abundante.



Mientras Fernando y yo fuimos a hacer el check-in, Fabi y Encarnuchi se fueron de tiendas. Andorra es el paraíso para las mujeres, es una ciudad-centro comercial. Al estar libre de impuestos los precios están rebajados casi un treinta por ciento, y puedes encontrar verdaderas gangas.



Yo necesitaba una siestecilla, así que quedé con Fernando a las cinco y media para ir a buscarlas. Él, mientras, se dio también una vuelta, pero no las vio. Después del descanso fui a su habitación y estaba esperándome. Como sabíamos que podíamos no encontrarlas, le dijimos al recepcionista que si venían dos mujeres solas a preguntar por nosotros les dijera que habíamos ido en su busca. Efectivamente no las vimos, pero ellas fueron al hotel y les dieron otra llave. Ya cuando íbamos a llamarlas, aparecieron a lo lejos. Las llamadas dentro del país con números españoles son carísimas, así que solo hemos utilizado el wasap cuando teníamos wifi gratuita.



Nos llegamos a la oficina de información turística a pedir unos planos y nos hicimos la foto en la famosa escultura de Dalí "Noblesse du temps", con el Puente de París al fondo.



Como ellas ya habían estado comprando perfume, les habían recomendado algunas tiendas de confianza y baratas para comprar tabaco, bebidas y móviles. Hoy solo tocaba mirar y comparar precios, pero las indicaciones que les habían dado eran ciertas.



 De vuelta al hotel deshicimos las maletas y nos fuimos a patear la ciudad buscando algún sitio donde tomar algo. Había visto anunciado un Hard Rock Café, y como ellos no habían estado en ninguno, decidimos buscarlo. Después de media hora dando vueltas y patearnos casi la ciudad por completo, preguntamos; y resulta que estaba a cien metros de nuestro hotel. Estaba llenísimo y no pudimos pillar mesa, así que nos tomamos una cerveza en la barra.

Para cenar entramos en una pizzería de tres plantas con una decoración preciosa y nos pedimos cochinillo frito y dos pizzas; todo regado con su buena botella de vino y una casera.

Nos fuimos a dormir pronto porque a la mañana siguiente tocaba madrugar.

Miércoles, 26 de julio

Fuimos los primeros en la sala del desayuno, a las ocho en punto. Nos sentamos, y como no sabíamos cómo funcionaba nos comimos un paquete de galletas María y  tostadas con mantequilla y mermelada, de esas prefabricadas. Al momento llegó el camarero y nos preguntó por lo que queríamos tomar de beber y trajo unas tostadas riquísimas de pan y unos cruasanes; "¡a tomar por culo las galletas!"

Nos dirigimos al aparcamiento y, previo pago de quince euros, recogimos el coche para ir a la estación de Ordino- Arcalís. La  primera parte del recorrido fue muy tranquila, pero de pronto empezaron las curvas tan famosas que ya habíamos visto en el Tour de Francia. La carretera estaba salpicada de vacas que se cruzaban por todas partes. Hay unos cuarenta minutos desde Andorra la Vella.




Una vez en la estación, dejamos el coche y empezó la subida a los Lagos de Tristaina. Todo está muy bien señalizado. Hacía mucho fresquito, pero lo empinado del primer tramo, hizo que estorbara ya el chubasquero. Cuando llegas arriba se te cae la baba del paisaje tan bello que se contempla.



Hicimos el recorrido de los tres lagos: El Primer, el Més Amunt y el Mig. En el Primer, nos encontramos caballos percherones pastando tranquilamente en sus orillas.



Lo rodeamos haciendo cientos de fotos, y tras una breve ascensión y un falso llano salpicado de subidas y bajadas, llegamos al segundo, el más grande de todos. Ahí hicimos una parada para tomarnos una manzana y yo fumarme un cigarro. Más y más fotos.




Hasta el tercero y haciendo un recorrido casi circular se tarda un poco más, pero como vas bordeándolo y está unido por un arroyo, se hace el paseo muy agradable y las vistas son espectaculares. Los Pirineos no tienen nada que ver con Sierra Nevada, ya que predomina el verde.




Ya acababa de llegar la marabunta y aquello parecía la Gran Vía. Cientos de excursionistas se disponían a hacer el mismo recorrido que nosotros acabábamos de realizar. Es una excursión fácil de hacer, preciosa y que apenas te lleva dos horas y media. Es muy recomendable para una primera toma de contacto con los Pirineos.




A la vuelta paramos en Ordino, que es uno de los pueblos más bonitos de Andorra, para visitarlo y almorzar allí hoy. Realmente es precioso.



Ya era hora de cerveza, y nos sentamos en una terraza a saborear una. Vimos el menú y no nos convenció, así que nos fuimos al centro del pueblo, cerca de la iglesia y el ayuntamiento, que es donde están todos los restaurantes.



Vimos uno con un menú del día muy apetecible. Lo malo es que nos tocó un camarero malafollá que lo decía casi todo en catalán y que apenas nos dio tiempo ni a escoger. La comida estuvo estupenda, así como el vino, pero el tío "esgraciao" que nos tocó, puso una nota negativa en el almuerzo. No hay ningún problema con el idioma en Andorra, porque a pesar de ser el catalán el idioma oficial, todos hablan un castellano perfecto y se dirigen a ti en él en cuanto te escuchan hablar en español, aunque ese día topamos con un gilipollas.



Dimos un último paseo por el pueblo y ya nos dirigimos a los aparcamientos de Andorra. Nos dimos una hora para la siestecilla, y a las cinco salimos a rematar las compras. Encontramos una oferta irresistible de Bombay Sapphire de litro por once euros y compramos tres; como regalo una botella de 20cl por cada una. También compramos el tabaco, y yo dos móviles que tenía ya vistos del día anterior.



Soltamos la compra y decidimos acercarnos al Parque Central para ver dónde estaba la entrada al recinto del Circo del Sol. Paseamos por el casco antiguo, entramos a ver la Iglesia de San Esteve, y su entorno, donde se encuentra la Casa de la Vall, sede del parlamento andorrano, y nos dirigimos al hotel para ducharnos, vestirnos y disfrutar del motivo que me había hecho elegir Andorra como destino de este verano: El Circo del Sol y su espectáculo Scalada Stelar. (El gobierno de Andorra y algunos de las empresas más importantes del país, para atraer turismo estival, le pagan al Circo del Sol el mes entero de julio las actuaciones, que si quieres verlas de pie son gratuitas),








Llegamos una hora antes del comienzo, aunque teníamos que haberle hecho caso a la chica de la oficina de turismo y haber llegado solo con quince minutos de antelación, ya que nosotros teníamos los asientos reservados. A cada actuación acuden diariamente cinco mil personas y las colas eran para aquellas personas que no tenían asiento. Nosotros nos sentamos en un lugar privilegiado y disfrutamos de lo lindo del espectáculo. Bueno, menos Encarnuchi que cerraba los ojos cada vez que hacían un número peligroso. Tras una hora y media de ilusión, magia y puro espectáculo, salimos con la riada de gente y nos fuimos directos al hotel a disfrutar del castillo de fuegos artificiales y la botella de cava que esa tarde habíamos comprado y teníamos bien fresquita. Brindamos por nosotros y por los que nos odian.

Jueves, 27 de julio

Puntuales como Longines, nos encontramos a las ocho en el comedor para desayunar, ya con el equipaje preparado, así que antes de las nueve ya estábamos recogiendo el coche y programando a Montse para que nos llevara al Valle de Arán (que significa valle de valles). Pasamos por la aduana por el carril de nada que declarar y ni siquiera nos miraron; ahí es donde te arrepientes de no haber llevado el coche lleno de alcohol y tabaco.



Todo el recorrido fue por paisajes de ensueño, pero por carreteras de montaña, lo que hicieron que Fabi se encontrara mal. Hicimos una primera parada en Sort con el fin de comprar unos décimos de lotería en la famosa administración de la Bruixa de Or, tras un bonito paseo por la ribera del río Noguera Pallaresa, afluente del Segre, que nos había acompañado durante unas horas.




Tomamos café en la cafetería de la administración y continuamos nuestro viaje. La carretera cada vez tenía más curvas, pero el paisaje más bonito. Vimos un área de deportes fluviales en un ensanchamiento del río y paramos a hacer un descanso y tomar algunas fotos. Fernando y Encarnuchi se acercaron hasta la orilla, y yo me quedé con Fabi que estaba muy mareada.



Aún quedaba lo peor, la ascensión al puerto de la Bonaigua, y ahí sí que hubo que parar porque Fabi lo vomitó todo. La carretera era una pura curva, y además te encontrabas vacas en muchos tramos. Por fin llegamos a la estación de Baqueira Beret y pudimos contemplar todo el Valle de Arán, y a la izquierda el glaciar del pico Aneto.



La bajada fue aún peor que la subida con curvas de casi 360 grados, pero el paisaje era espectacular. Después del fuerte descenso empezaron a aparecer los pueblos del valle: Baqueira, Salardú, Arties, Garós y ya nuestro destino; Viella.



De nuevo, Montse nos dejó en la misma puerta del hotel: Eth Pomer (un hotel con mucho encanto). Como aún no podíamos acceder a la habitación, dejamos el equipaje en recepción y nos fuimos a tomarnos una cerveza y a estirar las piernas.



Siguiendo las recomendaciones de la recepcionista fuimos a almorzar al restaurante "El Oso" a probar los platos típicos de la cocina aranesa. La calidad y el precio lo hacen un lugar recomendable. Tras la botella de vino, el café y las risas, fuimos a acomodarnos a nuestras habitaciones y echarnos un ratillo en la cama. Esta vez no estábamos en la misma planta, ya que nosotros estábamos en una habitación abuhardillada en la tercera, y Fernando y Encarnuchi en la primera.



Las vistas de la montaña desde la habitación eran maravillosas, relajaba solo con mirar el paisaje, y la temperatura, ideal. No había aire acondicionado, ni falta que hacía, ya que no pasábamos de los 22 grados.



A Fabi se le había roto el móvil, pero el que compramos no éramos capaces de ponerlo en marcha. Bajé a recepción a preguntar que dónde podía llegarme para que lo miraran, y la recepcionista me dijo que se lo bajara para echarle un vistazo. Con una paciencia infinita y una amabilidad fuera de lo normal, Laia me lo entregó funcionando; ¡no sabía cómo agradecérselo!



Quedamos abajo y nos fuimos a patear el pueblo de arriba a abajo y de un río a otro. Es un pueblo precioso, todo rodeado de verdes montañas, tranquilo, limpio y que ofrece todo tipo de servicios; daba gusto pasear por él. Visitamos la iglesia románica de Sant Miquèu, que alberga la escultura más preciada y emblemática de todo el valle: el Cristo de Mijarán.




Después fuimos a la confluencia de los dos ríos de Viella: el riu Nere y el Garona, paseando por la ribera de este último hasta salirnos del pueblo. Siguiéndola podríamos haber llegado hasta Francia.



Ya estaba oscureciendo, así que volvimos al centro del pueblo y entramos en una vermulería que habíamos visto al mediodía. Se trata de un establecimiento pequeño regentado por una pareja de barceloneses, con un vermú riquísimo y un trato muy familiar; fuimos tres veces más de lo que nos gustó. Para no movernos mucho, justo al lado había una terraza con buena pinta y nos pedimos una botella de vino, unos patés del valle y una tabla de quesos, quedando muy satisfechos.



Dimos un paseo bajo las estrellas y nos fuimos a la cama a disfrutar del fresquito y de dormir tapados (con la que estaba cayendo en el resto de España)



Viernes, 28 de julio


Había leído muchos comentarios acerca del desayuno del hotel, aunque creo que se quedaron cortos. ¡Qué variedad y qué calidad! Tanto en lo dulce como en lo salado. No sabías qué ibas a comer, y qué rico estaba todo.



Tras ponernos las pilas con la comida, nos dirigimos al aparcamiento central de Viella con el coche, ya que de aquí partía la excursión gratuita que nos ofrecía el hotel. Llegamos los primeros y hubo que esperar al guía y a los otros excursionistas que venían de distintos hoteles.



 A las nueve y media nos distribuimos en coches y el guía, Patxi, un muchacho de 21 años, se montó en uno de ellos y nos pidió que lo siguiéramos (nosotros nos pusimos justo detrás de él, pegados como lapas). El destino estaba a unos cuarenta minutos en plenos pirineos y por una carretera de montaña. Nada más salir del pueblo, tres coches se perdieron y no nos seguían. Paramos a esperarlos pero no aparecían, así que el guía decidió continuar sin ellos. ¡Qué paliza me dieron estos tres diciendo que no les parecía justo! Al final nada más llegar a nuestro destino: La Bassa d´Oles, aparecieron los que faltaban. Éramos unas 25, personas y tres niños (uno, un auténtico coñazo, casi más que sus padres) y empezamos el recorrido.




Tras rodear la balsa, antiguo criadero de truchas y un lugar de ensueño empezó la subida por un camino de cabras pero con una vegetación exuberante. El destino era ver las marmotas y una de las mejores vistas del pico Aneto. Paxti llevaba un buen ritmo e hizo breves paradas para explicarnos detalles del lugar. Comimos fresas salvajes, que el cabrón de Fernando encontró y ya todo el mundo ,una vez que las conocía y sabía que eran comestibles, se puso a buscar.



Tras dos horas de caminata apareció el glaciar del Aneto con su majestuosidad. Quince minutos después llegamos al final del recorrido; una cabaña con una fuente de un agua congelada para merendar algo. Alguien dio el aviso de las marmotas y pudimos verlas a una cierta distancia, pero antes de poder acercarnos, apareció una mujer con cuatro perros enormes y las marmotas huyeron dando unos silbidos agudos que resonaban en toda la montaña.




Nosotros sacamos las manzanas y una bolsa de frutos de secos, ya que con la "jartá" de desayunar que nos habíamos dado, no apetecía nada más. Los demás sacaron los bocadillos. Fue un rato de risas, de muchas fotos y de disfrutar de un lugar idílico rodeados de montaña, verde y caballos y vacas pastando.




Tras media hora iniciamos el camino de vuelta, esta vez por una pista forestal que llevaba hasta la carretera donde había una máquina de cadenas antigua. Como sabíamos que no tenía pérdida, Fernando y yo nos adelantamos para ir a nuestro ritmo y no tener que aguantar al niño coñazo.



Fueron otras dos horas de caminata ininterrumpida disfrutando del paisaje y respetando nuestros silencios. Fabi y Encarnuchi entablaron conversación con el resto del grupo y se enteraron de la vida de todos los excursionistas. El guía se asustó un poco cuando vio que habíamos desaparecido, pero estas lo tranquilizaron al decirle que éramos montañeros expertos.



Hubo un momento que hasta yo me mosqueé, ya que no llegábamos nunca a la máquina, pero al fin apareció, y Fernando se empeñó en hacerse una foto montado en ella. A los quince minutos, llegó todo el grupo, y ya todos juntos iniciamos el duro ascenso hasta la balsa. Nos despedimos de todos y salimos los primeros en dirección a Viella, (ya el puto mono estaba dando tarascadas).





Dejamos el coche en el aparcamiento cerca del hotel, y sin cambiarnos, fuimos a hacerle una visita a nuestro amigo Pere, el de la vermulería, y tomarnos el aperitivo allí. Nos habían recomendado un restaurante buenísimo cerca del río Garona, pero al llegar, nos preguntaron que si teníamos reserva y como no era así, nos dijeron que era imposible ya que todo estaba lleno hasta las cinco. Dimos una vuelta por el pueblo, pero viendo que lo que ofrecían no era mejor que lo que habíamos almorzado el día anterior, nos fuimos de nuevo al Oso a seguir probando platos del lugar. A las cuatro llegamos al hotel para ducharnos y echar la siestecilla; había sido una mañana agotadora.



A las seis ya estábamos otra vez en el porche del hotel esperándonos para seguir conociendo el Valle de Arán. Esta tarde tocaba conocer los pueblos de la zona, especialmente Arties, que viene recomendado en todas las guías. Está a unos seis kilómetros de Viella y en nada estábamos paseando por sus calles. El casco urbano es un placer para los sentidos, así como sus vistas desde la distancia. Posee el encanto de los pueblos de montaña; casas con tejados picudos y empedradas callejuelas, así como la compañía de los dos ríos; Valarties y el Garona.



Subimos a visitar La Iglesia de Santa María y las ruinas del castillo, pero solo pudimos verla por fuera y el interior a través de un cristal, ya que son visitas guiadas y nosotros no teníamos reserva. Es uno de los mejores ejemplos del románico catalán.



Mientras estos paseaban por el cementerio que hay detrás de la iglesia, yo me fui a sentarme a fumarme un cigarro y vi un recorrido de una hora que llevaba a una ermita. Les propuse hacerlo, y aunque no estábamos vestidos para andar, al final me siguieron. Tuvimos que pasar por una cuadra, ortigarnos e ir apartando vegetación para hacerlo, pero el sendero mereció la pena. La vuelta al pueblo la hicimos por la margen derecha del río Garona y daba alegría ver tanta agua por todos lados, así como las vistas del pueblo desde arriba.



Empezaba a caer la tarde y nos dirigimos a Viella de nuevo. La plaza estaba llena de gente y nos acercamos a ver lo que sucedía. Había bailes y música tradicional del Valle. Estuvimos un rato, pero a la tercera canción, Fernando y yo, les dijimos a estas que las esperábamos en la vermulería. Echamos un rato de casque muy entretenido con Pere y su mujer probando vermús. Tuvo un detalle con nosotros y nos puso, aparte de las patatas fritas, un plato de espetec. Ya nos despedimos de ellos.



Fabi y Encarnuchi nos estaban esperando, así que fuimos a buscar un sitio donde picar algo. Otra vez quesos y paté. Llegamos al hotel con la idea de tomarnos una última bebida en el salón cuando Laia nos dijo que nos invitaba a un chupito de un licor típico de la zona. Estuvimos hablando un rato con ella agradeciéndole su amabilidad y ya nos fuimos a la cama.


Sábado, 29 de julio

Hoy no fuimos los primeros en el comedor; se nos adelantaron algunos clientes. Parecía como si no quisiéramos abandonar aquel lugar. Hoy probamos de todo lo que había, ya que no queríamos abandonar el hotel sin probar todas las delicias que te ofrecían en el desayuno. Mientras estos terminaron, me salí a fumarme un cigarro y mantuve un rato de charla con el hijo de los dueños del hotel, agradeciéndole el trato recibido.



Ya bajamos el equipaje, y nos despedimos de todos, sabiendo que íbamos a echar de menos ese lugar tan maravilloso. Nuestro destino era Teruel, por ver si de verdad existe, así que programé a Montse para que nos llevara hasta allí. Atravesamos el túnel de Viella, que ahora es un lujo pasar por él, no como cuando estuve de viaje de estudios con mis alumnos. Poco a poco el paisaje de los Pirineos se despedía de nosotros y entrábamos en tierras aragonesas. Parecía como si hubiéramos cambiado de país. Tras dos horas de conducción, paramos en Barbastro para tomar café y hacer el cambio de conductor (desde el primer día yo no había conducido, ya que a Fernando le encanta hacerlo y yo iba más a gusto de copiloto) pero no hubo manera de encontrar aparcamiento, así que lo hicimos unos kilómetros más allá, en un área de servicio. Fue bajar del coche y comprobar la realidad del verano.

Tras dos horas y media, ya estaba de conducir hasta los cojones, cuando vimos que había una salida hacia Cariñena (sinónimo de buen vino) y hacia allí que me dirigí. Aunque era media mañana, no podíamos pasar por ese emblemático lugar de vinos sin tomarnos uno. A estas nos les apetecía, así que se fueron a visitar el pueblo mientras nosotros degustábamos los ricos caldos del país. ( Para los que luego dicen que en mis diarios solo hablo de cerveza, en este, les gana el vino.) El calor empezaba a apretar.



Cambio de conductor y ya hasta nuestro destino final del día. Cuando casi estábamos llegando a Teruel, vimos la salida hacia Albarracín y hubo cambio de planes, ya que daba lo mismo visitar este pueblo al mediodía que luego por la tarde. Después de cuarenta minutos apareció ante nuestra vista Albarracín, considerado como uno de los pueblos más bonitos de España.



Dejamos el coche en el aparcamiento municipal y creímos llegar al mismo infierno; ¡la hostia qué calor! Después de los veintidós grados de los días anteriores chocamos con la puta realidad; casi cuarenta grados. Era hora del almuerzo y habíamos visto un restaurante con buena pinta antes de dejar el coche, así que subimos y pedimos mesa. Ni con el aire acondicionado se estaba a gusto. Pedimos cuatro menús, que aunque algo caros (veinte euros) te daban a probar la cocina local. ¡La madre que parió a los aragoneses! Con aquello podrían haber comido diez personas. Estaba recomendado por Tripadvisor y se entiende el porqué. Después la chica que nos atendió nos dijo que con dos menús podríamos haber podido almorzar los cuatro; ¡a buenas horas mangasverdes! No hubo cojones de terminar con tanta comida, y mira que estaba todo riquísimo.




Con la tripa a reventar y un calor de la hostia empezamos nuestra visita subiendo hasta los aledaños de las murallas. Buscábamos las sombras como los perros y queríamos morirnos. Después fuimos al casco histórico, y a pesar de la hora, estaba todo lleno de turistas tirados por los rincones.



La localidad está declarada Monumento Nacional por la belleza e importancia de su patrimonio artístico y realmente merece la pena su visita, pero yo recomendaría hacerla en otra estación.



Subimos hasta la Catedral del Salvador, junto al castillo, pero había que pagar por visitarla, así que nos dedicamos a fotografiar las vistas que se tienen desde allí.



Callejeando y buscando el río Guadalaviar (que no es ni más ni menos que el Turia una vez que pasa por Teruel) llegamos hasta el aparcamiento donde estaba el coche. Yo estaba deseando montarme para encender el aire acondicionado y dejar ese infierno.



Yo sabía que había otra carretera para ir a Teruel, así que hubo que engañar a Montse que no paraba de decirnos: " Recalculando el recorrido". Hasta que se hartó, y nos buscó esa otra carretera. La idea era no volver por el mismo sitio, y lo que nos encontramos, sin querer, fue un regalo de la naturaleza.
Íbamos por una pista forestal asfaltada metidos de lleno en los Pinares de Rodeno, que es un paisaje protegido y parque cultural de Albarracín. El suelo de los pinares está formado sobre un substrato de piedra arenisca roja, llamada rodeno, que los agentes atmosféricos ha modelado con unas formas muy pintorescas. Además aquí se encuentran varias cuevas con pinturas rupestres de gran valor cultural.




Y por si faltaba algo, vimos una especie de cabras monteses atravesando el camino. Fabi casi se marea, pero valió la pena la improvisación.

Llegamos cerca de las seis a Teruel, de nuevo nos llevó hasta la puerta del hostal: "Los amantes de Teruel" Se trata de un hostal muy cerca del ascensor que te lleva al centro histórico de la ciudad y ese fue el motivo de escogerlo, aunque las habitaciones eran un poco pequeñas y sin aire acondicionado, solo con un ventilador, lo que fue un poco incómodo por el calor que hacía. Nos duchamos, y salimos a hacer la visita de la ciudad. Justo cuando estábamos fotografiándonos con los amantes, empezó a llover, aunque en vez de refrescar, casi que trajo más calor.


Desde aquí nos fuimos a la Plaza del Torico; ¡que también tiene cojones el tamaño del bicho! Nos sentamos en una terraza de la plaza a tomar algo. No era hora de nada, así que me pedí un gintonic de Larios 12 que me sentó de maravilla.



Un poco más relajados, empezamos el recorrido de las Torres Mudéjares declaradas Patrimonio de la Humanidad, y al mismo tiempo pateando todo el centro, que por cierto es una ciudad muy pequeña.



Seguía el calor asfixiante y la mejor forma de combatirlo era sentarnos en una terraza a tomar algo fresquito. La plaza del Torico estaba llenísima de gente y buscamos una calle cerca donde parecía que corría algo de fresco para sentarnos. Nos tomamos una cerveza y como vimos que se llenaba de gente, pedimos allí mismo algo para cenar y probamos el vino de Teruel.



Era nuestra última noche de viaje, así que antes de irnos a la cama, Fernando y yo nos tomamos algo en la Plaza mientras estas daban una vuelta. Nos equivocamos camino del ascensor y hubo que preguntar, aunque sirvió para llegar a un puente con unas buenas vistas de la ciudad.



Domingo, 30 de julio

Tras una noche muy calurosa en la que costó conciliar el sueño, subimos de nuevo al centro a desayunar y comprobar que Teruel seguía existiendo. No había muchas cafeterías abiertas, así que nos sentamos en una de esas modernas en las que te tienes que servir tú (¡una mierda!) y ya sí que fuimos a recoger el equipaje y afrontar las siete horas que nos separaban aún de Granada.



Otra vez fuimos turnándonos, aunque la parte más difícil, aunque también la más bonita ya que íbamos en todo momento siguiendo el curso del río Turia, la hizo Fernando. Ya en Utiel, tomamos la autovía de Madrid Valencia, que iba a reventar de coches. La abandonamos para tomar la A43, y paramos a tomar café en San Clemente. Desde ahí cogí yo el coche hasta la parada del almuerzo cerca ya de Despeñaperros, aunque el restaurante donde lo hicimos, a pesar de tener una buena comida, nos hizo perder dos horas por lo lentos que atendían y te traían el almuerzo.

A las cinco y media llegábamos sin novedad a Gójar y me sentí aliviado porque no sabía cómo respondería el coche en un viaje de más de dos mil kilómetros. ¡Prueba superada!


Tenía muchas ganas de volver a los Pirineos, ya que cuando estuve allí de viaje de estudios con mis alumnos me enamoré del lugar. Es mejor de lo que recordaba, y si no fuera porque están a tomar por culo, sería un destino a repetir todos los veranos. Ha sido un placer volver a viajar con Encarnuchi y Fernando, con los que el buen rollo está asegurado. Tengo que recomendar el hotel Eth Pomer porque es un lugar encantador con un entorno de película. Entiendo cuando Pere nos contó que lo habían dejado todo por vivir en el Valle de Arán. El tiempo nos ha acompañado y nos hemos quitado una semana de pasar calor, en un lugar idílico. Gracias a Fernando por la "jartá" de conducir que se ha pegado; yo no hubiera sido capaz de aguantar tanto. Gracias a mi Mazda 6 por portarse tan bien y gracias a Montse por llevarnos a todas partes sin perdernos nunca y por su paciencia. Ha sido un viaje maravilloso: con buena compañía, buenos manjares, buenos vinos y mejores paisajes.















3 comentarios:

  1. Precioso viaje con una insuperable compañía. Además Carmelo lo lleva todo programado y previsto. Tanto los lugares a visitar,como las excursiones y hoteles,todo. Hemos pasado unos días maravillosos e intensos, llenos de luz, verde, y frescura. Todos los lugares que hemos visitado nos han encantado, así como sus gentes, gastronomía, los hoteles bien escogidos y todo en general. Sólo deja Carmelo una cosa al azar, y es dónde comer y dónde bebernos unos vinos y gintonics, con lo cual esto aporta el morbo de lo que vamos descubriendo. Gracias por todo y sobretodo, gracias a nuestras mujeres por su paciencia con nosotros.

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  2. Todo el viaje, como ya quedó dicho, ha sido sensacional, aparte de la camaradería y la cordialidad que predomina entre nosotros, queremos dejar unas pequeñas impresiones generales sobre nuestro viaje. Qué diferente es el norte de nuestro sur. Impacta el verde andorrano, con una luminosidad no tan intensa como la de nuestra sierra, pero es una luz muy clara, muy verde y fresca. No hay horizonte, todo es una pantalla verde, es montaña y es cielo, un cielo azul y limpio. También merece una mención especial el Valle de Aran, su gente y gastronomía. Y por supuesto el hotel donde nos alojamos dos días, Eth Pomer y su personal, en concreto Laia que trabaja en recepción, incluso uno de los días hizo un bizcocho de naranja para servir en el bufet del hotel a los clientes. Como apuntamos, sensacional con visita incluida a Victor y Aroa. (María y Fernando).

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  3. Me encantan esos dos destinos, sinceramente son espectaculares, los he visitado unas 6 veces cada sitio de Andorra y la vall d'Aran y son preciosos

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