miércoles, 3 de enero de 2018

Escocia en el puente de la Constitución

Este viaje no era para nosotros,  sino un encargo de nuestro sobrino Antonio (Jose, Rogelio, José Antonio, Roger... Es que cada uno lo conoce de una manera) para irse con su pareja, Raquel. Eran malas fechas, porque el puente de la Constitución se presentaba largo y esto hace que todo el mundo quiera salir de viaje y las agencias solo piensen en ponerse las botas. Llevaba una semana buscando, cuando encontré una oferta irresistible para ir a Escocia. Me encontré a Raquel en Dílar esa misma mañana, cuando iba a darme un paseo, y se lo comenté. Le encantó la idea, y por la tarde vino  Antonio a que les comprara el viaje. Escocia es un destino que siempre había tenido en mente, así que, cuando vino, le pregunté si les importaba que los acompañáramos (ni siquiera se lo había comentado a Fabi), a lo que me contestó que por ellos, encantados. Dicho y hecho; a preparar el viaje.

Miércoles, 6 de diciembre

Volábamos desde Málaga, destino Aberdeen a las siete menos cuarto de la mañana. Así que, a las tres me presenté en su casa a recogerlos para dejar el coche en el aeropuerto. A las cuatro y media ya estábamos en el parking SP. Como tenía reserva, el trámite fue rapidísimo y a las cinco menos cuarto ya estábamos en la terminal. Tomamos un café (para poder fumarme un cigarro) antes de pasar el control, y sin darnos cuenta ya estábamos montados en el avión. Otra vez con Ryanair. Fue un vuelo tranquilo, aunque después de tres horas y media estás hasta los cojones de estrecheces y no sabes cómo vas a poner ya el culo.



Aterrizamos a las diez y cuarto, pero como allí es una hora menos y amanece muy tarde, llegamos con las primeras claras de un día nublado que amenazaba lluvia. Había leído que allí hacía un frío del carajo (ya que está aún más alto que Moscú), e íbamos preparados como para cazar focas; ese día casi nos sobró todo. Para ir al centro de la ciudad tomamos el autobús 727, que aunque pensaba que era un bus directo, se trataba de uno de línea que hacía mil paradas. Justo cuando nos íbamos a montar, el conductor nos dijo que ya se marchaba y que nos montáramos en el siguiente que ya estaba llegando (un tío malafollá). Cuando estaba pensando que todo lo que había leído de la amabilidad de los escoceses era mentira, el conductor del siguiente autobús me preguntó que por qué no nos habían dejado montarnos en el anterior. Me dejó un poco descolocado, ya que yo solo quería comprar los billetes y me sabía lo que tenía que decir de memoria, pero este tenía ganas de casque. Cuando le pedí los billetes de ida y vuelta me habló de las distintas modalidades de billetes y me preguntó que en qué hotel nos alojábamos para que nos bajáramos lo más cerca posible. Fueron casi cinco minutos de charla antes de que nos vendiera los billetes. En media hora llegamos al centro, y el conductor dijo la parada en voz alta para advertirnos que nos bajáramos allí.



 Mi primera idea era apearnos en la estación de autobuses, pero, efectivamente, esta parada estaba aún más cerca. Yo, hasta que no llego al hotel , dejo las maletas y compruebo que todo ha salido como tenía previsto, estoy bastante nervioso, así que cuando Antonio empezó a dar por culo, le dije que podía que lo mandara a la mierda. La idea era dejar las maletas en recepción hasta las dos, que era cuando se podía hacer el check in, pero al preguntar que si podíamos dejar el equipaje allí, muy amablemente, la recepcionista nos dijo que ya las habitaciones estaban preparadas. Hicimos los trámites y dejamos el equipaje en las habitaciones. Nos alojamos en el Hotel Mercure Caledonian (Caledonia era como llamaban los romanos a Escocia), justo en el centro de la ciudad. Se trata un hotel de cuatro estrellas muy bien valorado, y es muy acogedor. Nos dimos quince minutos para colocar el equipaje y  hacer nuestra primera incursión por la ciudad para tomar algo, que ya llevábamos muchas horas levantados.



Aberdeen es la tercera ciudad  en importancia de Escocia, tras Glasgow y Edimburgo. Tiene unos doscientos mil habitantes y se le conoce como la Ciudad de Granito, ya que todos los edificios emblemáticos están construidos con este material. Además, es la capital europea del petróleo, ya que aquí se encuentran las sedes de toda la industria petrolífera de las plataformas del Mar del Norte, lo que la convierte en una ciudad un tanto cara.



Tomamos la calle Union Terrace buscando algún lugar donde desayunar o tomar un brunch pero no vimos nada. Aunque nos topamos con la estatua de Willian Wallace (Braveheart) , el teatro His Mayestic , la Universidad privada Robert Gordon y la Galería de Arte.



 Recordaba haber leído que la calle Belmont estaba llena de restaurantes, así que bajamos por ella, pero eran para almorzar. Así que nos dirigimos a la calle principal de Aberdeen: Union Street, que tiene una milla escocesa (1800m) de largo, aunque casi estábamos en la mitad. Es una calle muy comercial y en la se encuentran parte de los monumentos más importantes. Casi estábamos llegando al final, a Castlegate, cuando decidimos entrar en un pub; que se nos estaba echando la hora encima.



Eran las doce y ya lo que apetecía era una cerveza, así que entramos en  la cervecería BrewDog Castlelgate y nos pedimos unas pintas con un par de platos para compartir. Imagino que la cocina estaría aún cerrada porque tardaron bastante en traer la comida, por lo que Raquel sacó una bolsa de nueces que nos sirvieron de aperitivo. Nos tomamos las cervezas y pedimos otras pintas escocesas y ya, sin ningún reparo, estos sacaron unos bocadillos que traían preparados de España que nos supieron a gloria. Justo cuando estábamos terminando de comérnoslos, apareció el camarero con la comida. Se trataba de una ensalada al estilo indú y una fuente de alitas picantes. ¡Su puta madre cómo picaba todo! Hasta el camarero cuando vino con la cuenta al vernos la cara nos preguntó que si estaban picantes. Casi nos ponemos sudando, con el frío que hacía.



Fuimos a buscar el Museo Marítimo, que lo teníamos justo al lado, pero para darle un poco más de  emoción dimos unas cuantas vueltas. Como todos los museos del Reino Unido, es gratuito, a pesar  de tener una puntuación de cinco estrellas.  Cuenta la historia de la relación de Aberdeen con el mar, desde la pesca hasta el comercio de petróleo del Mar del Norte. Merece mucho la pena la visita al museo y tiene unas vistas magníficas del puerto desde el piso superior. Desde dentro se puede visitar también una de las viviendas más antiguas de la ciudad.



Nos llegamos hasta el puerto a ver de cerca los barcos y el mar, y otra vez nos encaminamos a la Union Street, para tomar la calle Broad y llegarnos hasta el Marischal College, que es uno de los edificios emblemáticos de la ciudad. Se trata del segundo edificio más grande de granito del mundo, tras las Casas del Parlamento de Westminster en Londres. No pudimos contemplarlo en todo su esplendor , ya que en la plaza se había montado el mercadillo navideño con atracciones de feria y una pista de hielo.  En la actualidad este edificio forma parte del ayuntamiento.



De vuelta a la calle principal, echamos algunas fotos al Town House (ayuntamiento) con su torre y su magnífico reloj.



Yo no había pegado ojo desde el día anterior, pero sabía que no podría quedarme dormido hasta que no resolviera el tema de los billetes de tren que había comprado on line con GoEuro. Así que nos llegamos a la estación  a sacar los billetes para los días posteriores. En el papel me explicaba que solo tenía que meter mi número de reserva y la tarjeta de crédito en una de las máquinas de la estación, pero aprovechando que una de las ventanillas de la oficina estaban sin gente, le di el papel a una de las empleadas, que sin ningún problema me sacó impresos los billetes.  Nunca había comprado con esta agencia, pero he de decir que es todo un acierto y consigues los precios más económicos.



Necesitábamos todos un descanso y decidimos echarnos una siesta hasta las seis. Eran las tres y media y estaba empezando a oscurecer. Así que hubo que poner las alarmas del móvil porque éramos capaces de quedarnos dormidos y no despertar hasta el día siguiente. La habitación tenía la calefacción a tope y, después del frío, sentaba de maravilla. No sé los demás, pero yo caí muerto y me levanté nuevo. A las seis y cuarto, nos encontramos en recepción y ya no sabíamos si tomarnos un café o una cerveza en la cafetería del hotel. Raquel y Fabi se pidieron café y nosotros unas pintas de Guinness, acompañadas de frutos secos y galletas.



Era noche cerrada ( y eso que solo eran las seis y media).  Para espabilar, nos llegamos hasta el final de Union Street, pero en sentido contrario. No sé cuántas iglesias y catedrales puede haber en Aberdeen, pero vimos muchísimas. Eso sí, por fuera porque solo las abren en horario de culto. Algunas de ellas las han reconvertido en pubs y nos metimos a oler en uno. Era espectacular, pero aún estaba vacía.



Seguimos nuestro paseo por la arteria de la ciudad y dimos la vuelta. Todo estaba precioso con el alumbrado de Navidad.  Temiendo no encontrar nada donde cenar, ya que allí a las seis ha cenado todo el mundo, fuimos buscando dónde hacerlo, y a lo tonto casi llegamos hasta el extremo opuesto de la ciudad. En la plaza del mercado navideño había muchos puestos de comida y  una carpa donde podías pedir la bebida y sentarte a comer allí.



 En la pizarra de los precios, daban a entender que tanto las pintas como los vinos calientes eran a una libra, pero ese uno era en realidad un cuatro (¡qué cabrones!). Pedimos tres pintas y un vino caliente (¡qué malo!), pillamos una mesa y Antonio y yo nos fuimos a comprar unas salchichas alemanas enormes que casi no fuimos capaces de acabar con ellas. Pasamos un rato muy agradable entre risas y comentarios. Nuestra mesa daba a la pista de hielo y veíamos la maestría o torpeza de los patinadores.



De pronto se levantó un aire huracanado que hacía que se volara todo. Estos días por Escocia iba a pasar la tormenta Carolina y daban alerta de vientos de hasta noventa kilómetros por hora. Terminamos la cena y camino del hotel, callejeando por el interior, vimos un supermercado abierto. Entramos y compramos algo para el desayuno, unos panecillos para el día siguiente y una botella de whisky escocés con sus respectivas coca colas (pero esto que no se entere nadie, ya que para ellos es un sacrilegio mezclarlo con refresco) y nos fuimos al hotel a chupárnosla (¡la botella!).

Estuvimos en la habitación de ellos, que era un poco más grande, y entre risas nos tomamos unos cuantos cubatas (¡buenísimo el whisky!). Empezamos a quitarnos ropa y las botas y por no vestirnos de nuevo y ya que el suelo estaba todo enmoquetado, Fabi y yo nos bajamos a nuestro cuarto descalzos y cargados de abrigos.

Jueves, 7 de diciembre


Yo me desperté a la hora habitual, maldito reloj biológico, y después de tomarme un café y una ducha, me bajé a fumarme un cigarro a la puerta. Estaba amaneciendo un día despejado pero hacía viento fuerte, que era el culpable de haberse llevado las nubes. Subí de nuevo, y ya desayunamos lo que habíamos comprado el día anterior (¡qué ricas estaban las galletas o lo que fuera, y qué blanditas!) con unos cafés preparados con el aparato de calentar agua y todo lo que nos habían dejado en la habitación de sobres de té, leche y café.



Nos avisamos por wasap, y antes de las nueve ya estábamos todos en recepción. Tengo que agradecer la puntualidad inglesa de Antonio y Raquel, ya que me ponen muy nervioso las personas que llegan tarde.



La estación estaba a apenas cinco minutos del hotel, y descubrimos que por dentro de un centro comercial se llegaba antes, lo que venía muy bien para no pasar frío o protegerte de la lluvia. Comprobamos el andén del que partía nuestro tren y nos tomamos un café expreso en una de las innumerables cafeterías del centro comercial más grande de Aberdeen " Union Square Shopping Centre", que se encuentra junto a la estación.



El destino de hoy era Stonehaven, y más concretamente el Castillo de Dunnottar , uno de los más emblemáticos, de los más de tres mil castillos que se pueden visitar en Escocia. El viaje en tren fue muy cómodo y rápido entre unos paisajes de ensueño. Por un lado se veía el verde de los prados, salpicados de ovejas y vacas pastando, y por el otro, el azul del mar. La estación de Stonehaven se encuentra a unos quince minutos andando del centro de la localidad, pero daba gusto pasear entre las típicas casas escocesa.  Como era navidad, estaban adornadas con muchos motivos y luces navideñas.



 Camino del centro nos encontramos con una pareja de jóvenes gaditanos (el muchacho había venido en el mismo vuelo que nosotros para ver a su novia que está estudiando allí) y nos estuvieron dando algunas recomendaciones sobre qué ver , qué comprar y dónde comer. Llegados a la oficina de turismo,  nos separamos de ellos, aunque el motivo de su visita era el mismo que el nuestro; necesitaban estar solos. Volvimos a verlos a lo lejos cuando ya nos íbamos del castillo.



El recorrido hasta el castillo está muy bien señalizado; solo hay que seguir las indicaciones que te encuentras en cada esquina. Son unos cuatro kilómetros que parten desde el ayuntamiento y te van llevando por rincones impresionantes.



La primera parte te acerca hasta el puerto por un paseo marítimo no muy ancho, pero precioso. A partir de aquí viene una subida de unos diez minutos que te deja sin aire por lo empinado y por las vistas (hay algunos bancos para sentarse, descansar y hacer fotos de toda la bahía).




 Después, por una vereda asfaltada , muy cómoda, atraviesas prados y campos de cebada, que  desviándote un poco te llevan a un monumento en lo más alto de la colina. Se trata de un Memorial de Guerra, de los muchos que hay en estos lares.



 Ya el frío y el viento arreciaban e íbamos tapados hasta los ojos. Por no volver por el mismo camino, a Antonio se le ocurrió recortar, y tras pasar por un alambre de espino iniciamos un descenso que daba miedo(" pa" habernos matado).



 La última parte del recorrido es la más espectacular. Se va entre acantilados, y al fondo ya se ve el castillo encaramado en uno de ellos.



 Por causa del mal tiempo se encontraba cerrado, pero el espectáculo que ofrece cuando estás allí es algo que merece mucho  la pena. Hicimos miles de fotos, y aunque el viento y el frío molestaban,  nos tiramos un buen rato allí disfrutando del espectáculo.





No queríamos volver por el mismo camino, así que nos bajamos a la playa para intentar subir por un camino que se veía a lo lejos al final de un acantilado. Primero tuvimos que sortear las rocas y después atravesar una playa llena de piedras (cantos rodados) con un tamaño enorme, eso sí que era una playa de piedras y no la de Calahonda.



La subida fue asfixiante; con todo el viento que corría, y nos faltaba el aire. Pero una vez que remontamos el paseo fue muy agradable de vuelta al pueblo.



 No bajamos al puerto y seguimos por otro camino y, como las cosas siempre pasan por algo, nos dimos de bruces con una freiduría de pescado que estaba llena de gente. Entramos a oler, y los pescados tenían una pinta magnífica. Encargamos dos raciones de fish (abadejo) fritos con dos rebozados diferentes y una ración de la especialidad de la casa que ese día estaba de oferta.



 Antonio dijo que a él no le gustaban las chips y nos quedamos sin probarlas. Por lo tanto de las fish and chips, solo hubo fish.  Teníamos que esperar quince minutos, así que pagamos y les dijimos a Fabi y a Raquel que esperaran ellas el pedido mientras nosotros nos llegábamos a un supermercado a comprar bebidas. Nos trajimos unas cuantas cervezas, y sin querer encontré  una de las recomendaciones que había que comer si ibas a la comarca de Aberdeen; los butteries o rowies. Son como las tortas de chicharrones de Granada, pero en porciones individuales (¡riquísimas!) Nos sentamos en un banco del paseo con vistas al mar y allí nos dimos el festín. Ese día nos salió baratísimo el almuerzo y creo que fue el mejor.



Tomamos café cerca del ayuntamiento y estaba comenzando a llover. Aunque el billete de vuelta lo teníamos para las cinco de la tarde (bueno, noche)nos fuimos a la estación por si podíamos coger otro. A las tres, pasaba uno y nos montamos en él, acordando que nos haríamos los tontos si nos pedían los billetes. No hubo ningún problema.



Había una madre joven con su hijo pequeño y tenía que recoger su equipaje. El niño miró a Antonio y este le dijo cuatro polladas, por lo que el niño sonrió y le echó los brazos para que se fuera con él. La madre se lo cedió agradecida y lo entretuvieron durante un ratillo. La imagen era tan tierna que no me quedó más remedio que hacerles una foto a los tres mientras la madre estaba de espaldas.



 Pronto oscurecería y no era cuestión de irse al hotel. Así que cambiando los planes, decidimos llegarnos hasta la universidad caminando. Está del centro a unos cuarenta minutos pero el recorrido merece la pena porque va por la parte vieja de la ciudad. Empezó a caer aguanieve e hicimos como los lugareños, ponernos el gorro y seguir andando. Allí los paraguas no sirven para nada a causa del viento; creo que no vimos ni uno.



King's College es una de las universidades más antiguas de Reino Unido (1495). Se trata de una universidad centrada en la investigación con más de quince mil estudiantes, la mayoría en su campus principal: King's College de Old Aberdeen. Cuando llegamos, ya había oscurecido del todo, así que no pudimos apreciar con nitidez una de sus joyas;  La Capilla y su Torre.



Atravesamos todo el campus y ya sí que nos dirigimos a uno de los motivos por los que habíamos ido allí; ¡a beber cerveza barata al pub que nos había recomendado la pareja de gaditanos: The Bobbin! Aunque no era muy tarde, ya estaba casi lleno. Pillamos una mesa y nos pedimos tres pintas y una sidra riquísima de frutas (para Fabi).



Hasta entonces no habíamos pagado menos de cuatro libras por las pintas, y aquí estaban a dos y media. Así que nos hartamos. Raquel sacó frutos secos y tapas de salchichón, chorizo y lomo. La gente nos miraba raros, pero creo que era de envidia. También nos pedimos una ración de chips, que nos sirvieron en un jarrilo de porcelana. ¡Coño, no nos íbamos a ir de Escocia sin probarlas! Ya nos salía la cerveza por las orejas y el cabrón de Antonio me dijo que no teníamos cojones de hacer botellón allí dentro. Fue un reto, y lo acepté. Salimos a un Tesco Express que había justo al lado en una gasolinera y compramos una botella de Whisky de medio litro, que cabía en los bolsillos de la chaqueta. De nuevo en el pub, pedimos coca cola, que te servían en unos vasos enormes y con mucho hielo. Le dábamos un trago y rellenábamos con Whisky, así hasta que cayó el medio litro. Ya sí que me atrevía a hablar en inglés y traducía lo que ellos decían. No sé las veces que fuimos a mear. Cogimos un punto muy bonico y no parábamos de reír. Ya el pub estaba llenísimo de estudiantes.



Habíamos pensado tomar el autobús para regresar al centro, pero para poder despejarnos un poco empezamos a caminar y llegamos en media hora, que se pasó volando entre polladas y risas. Nos llegamos al mismo supermercado de la noche anterior, compramos más galletas, buterries y patatas fritas. Y nos fuimos al hotel a tomarnos un último trago, esta vez a mi habitación. Nos fuimos a la cama pronto porque al día siguiente había que madrugar bastante.


Viernes, 8 de noviembre


Bajé a fumarme el primer cigarrillo y no podía creérmelo, estaba nevando y todo estaba precioso. Subí a decírselo a estos, pero en seguida me acojoné por si suspendían  los viajes en tren. Hoy teníamos los billetes comprados para ir a Edimburgo y el día anterior ya habían cancelado algunos trayectos.  Mientras bajaban fuimos a hacer algunas fotos y temí por mi integridad, ya que el suelo estaba muy resbaladizo.



Quedamos a las ocho menos cuarto para ir a sacar dinero en algún cajero camino de la estación y comprobar que salía el tren. Respiramos tranquilos al ver que nuestro tren ya se encontraba en el andén. Mientras esperábamos, nos tomamos un café. ¡Cuidado con la manía de tomar café en esos vasos enormes de plástico!

La primera parte del recorrido fue espectacular entre los paisajes nevados. Es curioso contemplar la nieve a nivel del mar. Pero conforme nos acercábamos al sur, iba desapareciendo y se estaba quedando un día totalmente despejado.



Son unas dos horas y media de viaje, ya que va parando en todas las estaciones, pero pasaron en nada y antes de las once ya estábamos llegando a la estación principal de Edimburgo (Waverley) en el mismo corazón del casco antiguo, aunque para poder llegar a la Royal Mile, tuvimos que subir una pronunciada cuesta.



 Nos acercamos al punto de encuentro de la visita guiada por si podíamos acoplarnos al grupo de las once, pero acababa de partir, así que continuamos con el programa previsto y haríamos el tour de la una, que era para el que teníamos la reserva. Para entrar un poco en calor (hacía un frío del carajo) entramos en una cafetería.



Como conocía de antemano el recorrido que nos harían después, nos fuimos directos al castillo, que lo teníamos a cinco minutos escasos desde allí. De paso vimos el Scotch Whisky Experience y entramos a ver los horarios. Estaba abierto hasta las cinco, así que lo dejaríamos para la tarde.



Nos fuimos a visitar el castillo, o al menos la parte que es gratuita. No podíamos perder la mañana, ya que una visita más o menos completa dura unas cuatro horas. Nos hicimos las fotos de rigor y contemplamos las vistas que ofrece de la ciudad desde lo alto de la colina.



Bajamos por una empinada cuesta para visitar El Mueso Nacional de Escocia, y cuando creía que me había perdido pregunté por la dirección a un transeúnte; estábamos al lado. No disponíamos de mucho tiempo para la visita, así que nos separamos, ya que es enorme y quedamos en la puerta una hora después, para cada uno poder visitar lo que le interesara.  Es un museo distinto al Británico, pero no por ello deja de ser interesante. Hay miles de salas repartidas por sus cinco plantas y hubiéramos necesitado una mañana entera para su visita, gratuita como todos los museos del Reino Unido. Al final nos encontramos los cuatro en una de ellas e hicimos parte del recorrido juntos.



 Merece muchísimo la pena, pero habíamos quedado a la una menos cuarto en el lugar de encuentro del tour (Sandeman) y tuvimos que darnos prisa por llegar, puntuales como siempre. Confirmamos la reserva y esperamos a que llegara el resto de la gente. El frío arreciaba y teníamos que estar moviéndonos para entrar en calor. Entramos en algunas tiendas de souvenir mientras tanto.



Una vez hechos los grupos nos metimos en uno de los callejones  y se presentó la guía, Carla, una madrileña de veinticuatro años con la carrera de periodismo, que aparentemente parecía poca cosa. ¡La madre que la parió, qué buena comunicadora, qué voz, qué velocidad y qué amena! Nos llevaba a jopo para entrar un poco en calor y las explicaciones te dejaban embobado.



Nos contó toda historia de Escocia como si de una película se tratase; nos habló de las verdades y mentiras sobre lo que habíamos escuchado de ella, y nos hizo un recorrido por los lugares más emblemáticos  de la ciudad: la catedral de St Giles´, la Royal Mile, Mercat Cross, el cementerio Greyfriars, la escuela original de Hogwarts, Grassmarket...




Después de hora y media de frenética y heladora actividad, que hasta Carla misma reconocía que estábamos pasando por el día de más frío del año, nos llevó a una ONG, que hacía las veces de oficina para ellos, a tomar algo a unos precios más bajos de lo normal para Edimburgo. Ni lo dudamos; nos pedimos una sopa caliente que nos sirvió para calentarnos las manos y  calentarnos por dentro.





En quince minutos reanudamos la marcha y siguió deleitándonos la visita con sus conocimientos y dándonos consejos sobre la ciudad, terminando en el Museo de los Escritores. Si tuviera que escribir todo lo que nos contó, tendría para escribir casi un libro. Se despidió de nosotros y le dimos una generosa propina. Ya sé que siempre digo lo mismo, pero esta vez lo voy a poner con mayúsculas porque realmente se lo merece; ¡MAGNÍFICA CARLA Y  LA VISITA!



Siguiendo las recomendaciones de la guía bajamos a Grassmarket de nuevo, y en un restaurante de la esquina entramos a almorzar aunque, por la hora, se trataba ya de la cena. Pedimos la comida típica escocesa:" Los Haggis" y unas pintas de cerveza, que llevábamos todo el día sin probarlas. Ahora sí que entramos en calor. El haggis es un plato escocés muy condimentado hecho a base de asadura de cordero u oveja con cebolla picada, harina de avena, hierbas y especias que va embutido en una tripa del estómago del animal. En un principio puede echar para atrás, pero tiene un sabor muy intenso y está muy rico. Raquel se pidió una ensalada con una pinta espectacular.



 Para el viaje de vuelta queríamos entrar en el Oink y llevarnos cerdo asado para tomárnoslo en el tren, pero cuando llegamos al local donde los venden, en Victoria St, nos lo encontramos cerrado, ya que en cuanto venden todo el cerdo que han preparado ese día, se van. ¡Una pena porque es otra de las recomendaciones de Edimburgo.



A Antonio, esto de los monumentos no es que le guste mucho; él es más de mercados y de oler en los bares y pubs. Así que nos fuimos a la atracción donde te enseñan cómo se elabora el whisky escocés. No es que sea una actividad barata, ya que cuesta quince libras la entrada, pero merece mucho la pena. Te montan en un tonel, como si de una atracción de feria se tratara y te dan una audioguía. Te van parando en distintas estaciones y te explican todo el proceso de la elaboración de una manera muy amena. Hasta juegan con el sentido del olfato, ya que hueles las maderas, los vapores... Tras esto, te llevan a una sala con una pantalla curva enorme y te hacen un recorrido por todas las zonas donde hay destilerías en Escocia. Parece que estés volando y te agarrabas al asiento en algunos momentos. Por último entras en el museo más grande de botellas de whisky del mundo para hacer una cata. Antes de escoger uno te dan un mapa impregnado de olores según la zona, que si lo rascas aprecias hasta el último matiz, y ya con la copa (que te la regalan) en la mano, te sirven el que tú elijas. Muy interesante lo que se aprende allí. Aquí en España de vinos entenderemos, pero yo de este licor me parece que no tenía ni idea.



Ya era noche cerrada cuando salimos de allí, y parecía como si hubieran dado el toque de queda; no había ni un cristo por las calles, y mira que había turistas en Edimburgo ese día. ¡Claro, todos se habían ido al mercado navideño! Y como somos de muchos refranes y hay uno que dice: " ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente". Pues allí que nos presentamos también nosotros. Bajamos hasta Princes Street Gardens, y aquello parecía la feria de Sevilla pero en invierno. Cientos de calles llenas de puestos de comida, de bebida, de adornos, de figuras... y una explanada enorme de atracciones de feria. ¡Que con el frío que hacía había que tener cojones para montarse en los columpios!



Recorrimos varias calles mirando por si nos interesaba algo de comida para cenar en el tren , pero toda era caliente y se enfriaría. Seguía haciendo muchísimo frío y la estación estaba al lado. Nos metimos dentro y como allí también había supermercados, tiendas, bares y puestos de comida estuvimos echando un vistazo. Es una estación enorme, así que para no perder el tren hicimos una excursión por ella hasta dominarla. Entramos en un pub a tomarnos una pinta tranquilos. Bueno, Fabi ya siempre se pedía una sidra con sabor a fruta, que estaban muy ricas. Desde nuestra mesa se veía una pantalla con los trenes y los andenes, así que cuando vimos el nuestro fuimos a comprarnos unos bocadillos y unas patatillas. El andén estaba muy cerca de allí, así que me salí a la calle a fumarme un cigarro antes de que partiera. Cuando volví, Antonio no estaba y me preocupé. Se había ido a comprar cervezas por si podíamos tomárnoslas en el tren.

Buscamos nuestro vagón,  como íbamos los cuatro compartiendo una mesa y vimos que todo el mundo comía y bebía, pues eso mismo que hicimos nosotros. El viaje fue rápido entre cervezas y risas. A las once en punto estábamos en Aberdeen de nuevo.



Se notaba que era fin de semana porque las calles estaban abarrotadas de gente, sobre todo estudiantes, y ya iban con algunas copas de más. Nosotros estábamos muy cansados y nos fuimos a la habitación de Raquel  y Antonio a tomarnos unos cubatas y rematar la botella de whisky.



Sábado, 9 de diciembre.


Más que alegrarme, me asusté del nevazo que estaba cayendo. Hoy teníamos el vuelo de regreso a España a las seis de la tarde y aquello no pintaba bien. ¡Qué bonito estaba todo, coño!



Subí  a decírselo a Fabi y ella también se preocupó por si no podíamos volar. Mientras estos bajaban, fuimos a darnos una vuelta y hacer algunas fotos. Cuando regresamos, ya estaban ellos abajo esperándonos. Hoy habíamos decidido hacer un desayuno típico escocés. Habíamos visto buenas ofertas en el centro comercial de la estación y hacia allí que nos dirigimos. Pero antes nos paramos a escuchar a un gaitero con el traje típico escocés que daba algo de color y calor al día. Todos tapados hasta los ojos y su polla tocando en la calle como si nada.



Después de meternos entre pecho y espalda dos huevos fritos, bacon, patatas, champiñones, tostadas, un cuenco de judías pintas y un tazón de café, comprendimos que al mediodía solo tomen para almorzar una sopa del día y un sandwich los escoceses. ¡Íbamos a reventar!



Tomamos Market Street porque queríamos ver el mercado del pescado, pero nos lo encontramos cerrado; no sé si sería a causa de la nieve. Seguimos por el margen izquierdo del río Dee y ahora no había que tener tanto cuidado con los resbalones porque la nieve que pisábamos era virgen. ¡Estaba todo tan bonito!




 Preguntamos cómo llegar a Duthie Park; sabía que estaba cerca pero ya llevábamos casi treinta minutos andando y no veíamos ninguna señal que lo indicara. Estábamos justo al lado. Otra de las atracciones de esta ciudad es su jardín de invierno y sus parques, que hoy tenían un encanto especial. Familias enteras estaban disfrutando de la nieve tirándose con los trineos.



 Atravesamos el parque y nos dirigimos a Winter Gardens.  Se trata de un jardín botánico bastante interesante. Al entrar parece pequeño, pero al recorrerlo te encuentras con un área muy amplia con distintas variedades y una bonita decoración. Sobraba casi toda la ropa que llevábamos debido al calor. Después de recorrerlo entero nos tomamos un café en la acogedora cafetería que tiene dentro. Ya la gente estaba empezando a almorzar.



Para volver al centro de la ciudad lo hicimos por otro recorrido. Esta debía ser la parte residencial cara porque había verdaderas mansiones. Ya estaba bastante bien orientado así que casi no hizo falta mirar el mapa.



 Eran cerca de las dos y después de la caminata ya empezaba a apetecer una buena pinta. Intentamos entrar en algunos pubs, pero todos estaban a rebosar; se notaba que era sábado. Al final nos metimos en uno de la calle Belmont y nos hicimos fuertes en una mesa que compartimos con una pareja. Para no dar más vueltas decidimos almorzar allí, y cuando ya teníamos decidido lo que íbamos a comer, la camarera nos dijo que había una espera de una hora para almorzar, así que decidimos ir a otro sitio.



 The Old  School House, que como su nombre indica se trata de una antigua escuela. En este ponía que había que esperar cuarenta y cinco minutos para almorzar. Pedimos mesa , una pintas y la comida, y empezamos a disfrutar del ambiente y de las risas. Había pasado una hora y cuarto e íbamos por la tercera pinta cuando Antonio se levantó y fue a pedir explicaciones. (En los estudios no sería bueno, pero en competencias hubiera sacado matrícula de honor) No sé como se entendió con la camarera, pero vino a disculparse a la mesa y nos dijo que había sido un error de la cocina y que nos invitaban a lo que quisiéramos. Comimos como los pavos porque ya no se nos había hecho tarde.




A todo correr fuimos a recoger el equipaje a la recepción del hotel, y de ahí a la estación de autobuses en busca del bus del aeropuerto. Tardamos más de la cuenta en llegar al aeropuerto y empecé a ponerme nervioso; ya perdimos una vez un avión y la cara de gilipollas que se te queda... Pude respirar tranquilo solo cuando estábamos en la puerta de embarque. Mientras esperábamos en la cola fuimos turnándonos para ir al servicio y comprar algo para cenar. ¡Ajú qué pollas de estrés!



El viaje de vuelta a Málaga fue tranquilo de nuevo y en tres horas y media estábamos aterrizando. Ya solo nos quedaba llegar a Granada en el coche.


Aunque estén en la misma isla, Escocia no tiene nada que ver con Inglaterra; la amabilidad de su gente, sus castillos, el whiski, su historia, la cultura, los paisajes... no dejan indiferente a nadie. Ha sido un viaje corto, pero intenso. Un aperitivo para pasar unas vacaciones en verano más largas y con coche, y poder  disfrutar de todos los lugares que no hemos podido visitar. Escocia enamora, como le pasó a esa pareja de barceloneses que se fueron a vivir allí y  la consideran su segunda casa . De su blog, masedimburgo, es del  que me he alimentado para preparar este viaje. En cuanto a nuestros acompañantes; Raquel y Antonio, decir que son una pareja maravillosa, de esas que no te arrepentirías de ir con ellos ni al mismo infierno. ¡Qué buen rollo, qué saber estar, qué risas, qué cojonudos los dos! ¡Seguro que repetiremos otro viaje juntos!























1 comentario:

  1. Que genial me gusto mucho leer tu relato, espero mi experiencia cuando viaje a escocia sea placentera, deseo mucho probar la comida tipica de escocia , conocer muchos lugares, un poco mas de su cultura y tambien su historia.

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