lunes, 18 de noviembre de 2019

Almería capital, Puente de los Santos, noviembre de 2019



Domingo, 3 de noviembre

Esta vez no nos acompañaba Bonica, nuestra perrilla, porque en dos de las visitas que teníamos previstas realizar no dejaban entrar a las mascotas. Así que se quedó muy triste mientras veía que a las siete y cuarto nosotros partíamos.

Después de la buena experiencia y el buen sabor de boca que nos había quedado tras la visita al Cabo de Gata, queríamos saber qué nos podía ofrecer Almería capital que, estando tan cerca, aún no conocíamos.

A las nueve en punto y tras un corto viaje de dos horas menos cuarto, aunque algo ventoso, llegamos al Muelle de Levante, donde pensábamos dejar el coche. Se trata de un aparcamiento cómodo, céntrico y barato. Dejamos el equipaje dentro del maletero para venir a recogerlo después y nos encaminamos por el Parque Nicolás Salmerón hacia la Alcazaba.



Como los servicios del parquin estaban cerrados y teníamos ganas de ir al aseo, nos metimos en la primera cafetería que vimos abierta. Estaba regentada por inmigrantes de origen magrebí y la limpieza brillaba por su ausencia, amén de estar llena de hombres. Nos pedimos unos cafés y me fui al cuarto de baño, que era eso, de baño, ya que había bastantes personas aseándose allí dentro. No podía aguantar más, así que ni me percaté de que no había papel higiénico y ya no había vuelta atrás. Casi al mismo tiempo que hacía mis necesidades, tuve ganas de vomitar. Mientras, Fabi se quedó pidiendo el café y a mi regreso tenía cara de asco. ¡Vaya mañanica que me dio por haber empezado el viaje con tanto glamur! Ella apenas probó el café y ya sí que pusimos rumbo, en ascenso, hacia la Alcazaba.

Vigilando la ciudad desde lo alto del cerro de San Cristobal, se encuentra la Alcazaba de Almería, su monumento más característico. Se trata de la Fortaleza de este estilo más grande de España. Se encuentra muy bien conservada y su entrada es gratuita.



Su construcción data del año 955. Iniciada por Abderramán III y terminada por el rey Taifa de Almería, Hayrán, en el siglo XI. Desde las murallas, las cuales permanecen casi intactas, se puede disfrutar de las mejores vistas de la ciudad. Recientemente ha sido escenario de algunas películas y series, como Juego de Tronos. Está declarada Bien de Interés Cultural.





Tras la conquista cristiana es reformada por los Reyes Católicos. Posee tres recintos amurallados, uno de los cuales, construido por dichos reyes. Fue residencia real y hoy permanece en pie el Palacio de Al-Mutasin con todas sus estancias, su mezquita, convertida en iglesia desde el siglo XV y sus baños.




Como apenas había visitantes a esas horas de la mañana pudimos disfrutarla plenamente . Fue una hora muy entretenida descubriendo el monumento más importante de Almería, pero la agenda la teníamos bastante completa para esa mañana y teníamos que continuar.



Está todo muy bien indicado para los turistas, y en apenas diez minutos estábamos en la plaza de la Catedral. Ubicada en el centro histórico de la ciudad, sin duda sorprende, ya que no es una catedral al uso. De estilo gótico, es uno de los primeros lugares dedicados al culto diseñados como templo-fortaleza. Fue construida para defender a la ciudad de los ataques piratas, por lo que cuenta con almenas y troneras para la defensa. Su planta es rectangular, posee tres naves y tres capillas y está protegida por la Torre del Homenaje.  Había que pagar cinco euros por visitarla, así que solo la vimos por fuera, porque ya estoy harto de dejarle dinero a los curas.



Desde aquí nos dirigimos a la Plaza de la Constitución o Plaza Vieja, situada en lo que era el antiguo zoco musulmán, donde se encuentra el ayuntamiento, el monumento dedicado a los Mártires de la Libertad o monumento de los “Coloraos”(24 hombres con chaquetas rojas que llevaron a cabo un intento de rebelión contra el rey absolutista Fernando VII en el año 1823) y ,bajo unos soportales, el Centro de Interpretación Patrimonial.




Al recoger el plano turístico en la oficina de turismo, cita en la misma plaza, la chica nos recomendó que visitáramos dicho Centro, lo cual hicimos con mucho gusto, porque además era gratis. El museo se estructura en una planta baja informativa y tres plantas centradas en la Almería Musulmana, la Almería Cristiana y Contemporánea y la Almería de hoy. Es un recorrido interactivo en el que algunos personajes ilustres te muestran los monumentos y principales acontecimientos de cada etapa histórica. 



Casi por instinto nos dirigimos por la calle Tiendas hacia la Puerta de Purchena, donde se encuentran nuestro hotel, y muy cerca el Refugio de la Guerra, que era nuestro próximo objetivo. Fue fácil dar con los dos, y como aún teníamos media hora, nos sentamos en una cafetería del Paseo Almería a tomarnos un segundo café. La Puerta de Purchena, que en realidad era de Pechina, pero un error histórico le cambió el nombre, es uno de los puntos más importantes del centro de la ciudad. En ella convergen las arterias principales de la capital y nace el Paseo de Almería, la calle comercial más importante de la capital. Aquí destacan la Casa  de las Mariposas, en cuya cúpula hay un forjado con mariposas, y la estatua de Nicolás Salmerón (primer presidente de la primera república).



Diez minutos antes de que diera comienzo la visita más recomendada por todos: los Refugios de la Guerra, ya estábamos allí validando nuestras entradas, que previa reserva por internet habíamos conseguido. La visita es guiada y está muy bien gestionada por parte del ayuntamiento. La historia del monumento, de cuatro kilómetros y capacidad para cuarenta mil personas, se remonta a la Guerra Civil española, donde Almería sufrió muchísimos bombardeos y necesitaban refugios subterráneos donde resguardarse.



Durante la visita te aportan bastantes datos de interés acerca de cómo se utilizaban los refugios y más aspectos de cómo se vivió la guerra en la ciudad. Fue una visita emocionante que duró una hora aproximadamente y recorrimos parte de la ciudad bajo tierra entre historias que te hacían reflexionar sobre los horrores de una guerra.



Salimos del refugio frente a la Escuela de Artes y Oficios, muy cerca del Teatro Cervantes, y ya desde el paseo nos fuimos a recoger el equipaje del coche. Ahora tocaba recorrer el Paseo de Almería hacia arriba por la superficie, en vez de bajo tierra hasta la Puerta de Purchena, donde se encontraba nuestro hotel.



Es un paseo muy agradable y concurrido, lleno de negocios, cafeterías y kioscos (que eran las entradas a los refugios  aunque se mandaron tapar después de la guerra). Fotografiamos el ficus centenario cuyas raíces han penetrado hasta las galerías de los refugios y, sin darnos cuenta, ya llegamos al alojamiento.



El Hotel Torreluz Senior es un establecimiento con buena puntuación en internet. Tiene una fabulosa ubicación y está muy limpio, nuevo y es muy acogedor.



Fue soltar la maleta y, sin perder ni un segundo más, salir a buscar los bares de tapas que traía anotados. Nos dirigimos a la calle Jovellanos, muy cerca de la Plaza Vieja, y tras ver que todos estaban llenos, nos tiramos a una mesa que acababan de desalojar. Nos pedimos dos cervezas grandes y un par de tapas de la extensa carta. Cuando vi la cantidad y calidad de la tapa, le pregunté a la camarera que qué costaba una cerveza y una tapa, por si nos habíamos columpiado. Pero su respuesta fue que valía dos noventa, así que ¡a hartarnos! No en vano ha sido nombrada Almería: capital española de la gastronomía en 2019. Entramos en un par de bares más y en todos, la excelencia de las tapas es superior. Juro que con tres o cuatro tapas se almuerza, y casi de más.



Fuimos a echarnos una siestecilla al hotel, que yo estaba despierto desde las cinco de la mañana, y a mí me sentó de maravilla.

A las cinco de nuevo estábamos dispuestos para seguir conociendo la ciudad. Bajamos por la Avenida Federico García Lorca y tomamos café en una de sus innumerables terrazas y, ya camino del mar, nos hicimos la foto junto al cartel de I love Almería.



En la parte baja de la rambla se encuentra el museo de arte de Doña Pakita, que al ser domingo por la tarde estaba cerrado y no pudimos visitarlo.



Y el Cable Inglés junto al muelle. El Cable Inglés es una estructura que se construyó a principios del siglo XX para cargar los barcos de mineral. Estuvo funcionando hasta los años setenta y en la actualidad está protegido como Bien de Interés Cultural. Esta estructura de hierro y madera que llega al mar fue construida bajo la directriz de Gustave Eiffel.



Desde el Cable inglés se puede acceder sin dificultad al Paseo Marítimo de Almería. Aunque no se puede comparar con el de Torre del Mar, se trata de un paseo muy bien cuidado, con carril bici y es un agradable lugar por el que caminar mirando al mar y dejándote embaucar por su color y por el sonido de las olas. Hay parques infantiles y palmeras con bancos donde poder hacer un descanso y relajarte. Andamos (¡anduvimos, gilipollas! Bueno, anduvimos, gilipollas un rato, pero después andamos bien.) durante una hora por allí hasta ver una puesta de sol maravillosa. La verdad es que tienen donde entretenerse los almerienses, porque si lo haces entero se te van unas cuantas horas.




Aprovechando las últimas claras del día y siguiendo por el recorrido que hace el Cable inglés, nos llegamos hasta la estación de tren. Es una pena que estén restaurando la fachada de la antigua estación porque es de una belleza singular.



Ya por la calle Estación volvimos hasta la Avenida Federico García Lorca, y de aquí al Paseo de Almería. No era hora de nada y estábamos un poco cansados de tanta caminata, así que fuimos a ducharnos y a descansar un rato al hotel.



Sobre las ocho y media nos fuimos a cenar de tapas a una especie de pub, con muchas televisiones, que me había llamado la atención en nuestro regreso de la tarde, ya que esa noche jugaba mi Granada contra la Real Sociedad. Pedimos unas cañas y fuimos probando las tapas del sitio. Como había una mesa al lado de parroquianos, me fijaba en las tapas que pedían y los imitábamos. En el descanso, el bar se quedó prácticamente vacío, ya que era domingo por la noche, y decidimos irnos a estirar el cuerpo.


Lunes, 4, de noviembre


A las siete de la mañana, como cualquier día, ya estábamos despiertos. Hicimos un poco de hora, ya que los desayunos no empezaban hasta las ocho y bajamos a las ocho y cinco. Ya había allí una familia de extranjeros enormes desayunando. La verdad es que había un poco de todo y salimos muy satisfechos y con las pilas cargadas, pero había que estar ojo avizor porque cada vez que traían algo de la cocina, la mesa de al lado se lo llevaba todo (¡qué manera de comer! Así no me extraña que los hoteles ahora no incluyan el desayuno en el precio de la habitación. Estos les costaron dinero seguro.)

El Mercado Central de Almería se encontraba a un paso, así que fuimos a disfrutar de él. Al ser tan temprano aún estaban colocando los productos. pero daba alegría ver el colorido y la disposición de los mismos. Aquello tiene que ser un hervidero en las horas centrales del día. Mucha calidad, pero, quizá debido a esto, los precios un pelín caros para mi gusto.



Tirando de plano turístico, nos encaminamos al Santuario de la Virgen del Mar, también conocido como el Templo de la Patrona, que es un lugar muy querido por los almerienses, pero que tiene un horario muy reducido y por eso lo habíamos dejado para la mañana de hoy. Se estaba celebrando la misa, así que nos movimos muy despacio y en silencio por el interior del templo. 



Como estábamos cerca del Teatro Cervantes, fuimos a hacer alguna foto de él y sin querer vimos el Paseo de las Estrellas con el que cuenta Almería al igual que en Hollywood. No en vano en esta provincia se han grabado multitud de películas y como recordatorio hay una estrella por cada uno de los actores más famosos que han pasado por esta ciudad.




Antes de abandonar la capital, decidimos darnos una última vuelta por la catedral y fotografiar el Sol de Portocarrero, situado en uno de los paños exteriores de la misma cuando ...¡sorpresa! Se estaba celebrando el culto dentro de la misma, y aunque en la puerta pusiera que no estaba permitido el paso a los turistas en este horario, ni que se podían hacer fotos, haciéndonos pasar por unos parroquianos devotos, pero algo despistados, recorrimos todo el interior del templo y robamos alguna que otra foto con el móvil.




A diferencia del domingo, hoy sí que había mucha actividad por la Calle Tiendas, y paseando mientras mirábamos los escaparates de nuevo estábamos en el hotel. Ya la maleta la teníamos preparada, así que solo entramos para recogerla y entregar las llaves de la habitación.



Bajamos por el Paseo de Almería, haciendo algunas fotos que se nos habían escapado el día anterior, sobre todo las fachadas de dos edificios que tienen unos murales bellísimos y fuimos a recoger el coche. Aunque la reserva que tenía decía que tendría que pagar trece euros, al final al meter el tique, solo me cobraron siete por más de veinticuatro horas.



La vuelta queríamos hacerla por Guadix y atravesar el Desierto de Tabernas, y aunque me puse un poco nervioso al principio porque decidí dejarme llevar por las indicaciones, no fue ningún problema salir de Almería y tomar la autovía dirección Guadix.

El desierto almeriense de Tabernas es una depresión de tierras malas situado en una de las comarcas con menor pluviometría de la península, encerrada además entre imponentes macizos montañosos: la Sierra de los Filabres, al norte, la de Alamedilla, al sur y Sierra Nevada, al oeste. El resultado es una pantalla infranqueable que impide el paso de la humedad del Mediterráneo y hace de este paraje un infierno desolado. Resulta tan impactante que desde hace décadas, la industria cinematográfica ha usado estos decorados naturales para transportarnos a los desiertos de Sonora, a las planicies de Arizona en las películas del oeste o a los escenarios de Indiana Jones.



Ya llevábamos una hora conduciendo y apetecía una parada para el cafelillo antes de salir de la provincia de Almería, y lo hicimos en Fiñana, pueblo entre Granada y Almería. Está situada en la comarca de los Filabres-Tabernas y fue un enclave fronterizo en disputa, conformando así una gran variedad de culturas. Una fortaleza mora, una iglesia y una mezquita son sus monumentos más significativos.



Dejamos el coche a la entrada del pueblo y por unas cuestas, que a veces se tornaban muy empinadas, subimos hasta la Alcazaba. Fue construida en el siglo X, pero su estado de conservación es de deterioro. Aunque de propiedad privada, el acceso al exterior es libre.



Bajamos hasta la Plaza de la Constitución y tomamos café en una terraza, con la Iglesia de la Anunciación, con fachada renacentista y estilo mudéjar, de fondo.



No sé si sería porque era día de mercadillo, pero el pueblo estaba bastante animado y había gente por todas partes.

La siguiente parada fue la Calahorra. Ya que casi pillaba de paso, teníamos ganas de visitar su castillo y aprender algo de su historia.



La Calahorra fue la capital del señorío de don Rodrigo de Mendoza, marqués del Zenete, de quien deriva el nombre de toda la zona. Desde aquí no sólo controlaba la totalidad de su territorio, sino también el paso hacia la Alpujarra y la costa mediterránea a través del Puerto de La Ragua. Para ello mandó construir un palacio al estilo de los italianos, que él tanto admiraba, fortificándolo en su exterior bajo la forma de un típico castillo tardomedieval que es hoy el edificio de mayor interés histórico y artístico de la comarca.



La Calahorra sirve de entrada septentrional al Puerto de la Ragua y a su estación de fondo, en el paso entre las dos laderas de Sierra Nevada. Es un municipio que cuenta con un interesante patrimonio. Un paseo por sus calles te permite contemplar notables edificaciones e impregnarte de su cultura.



Tras la subida a la colina donde se encuentra, nos tomamos un breve descanso para hacer fotos y admirar el paisaje que se contempla desde allí.



No muy lejos de este pueblo se encuentra otro que fue de vital importancia económica para la zona: Las Minas de Alquife, y decidimos darnos una vuelta por ellas. Si bien en el periodo nazarí fue Alquife el principal productor de hierro de Al Ándalus, será en los siglos XIX y XX cuando alcance su momento más álgido, convirtiéndose en el mayor centro productor de hierro de España. Nuestra visita a la zona de las minas se redujo a caminar a lo largo del territorio que ocuparon en su día las viviendas de los trabajadores y sus familias. En la actualidad muestra un total abandono y da la impresión de un pueblo fantasma. Parece ser que se van a poner en funcionamiento de nuevo tras más de veinte años de cierre.



Ya se acercaba la hora de la cerveza y del almuerzo, y Fabi me recordó que no podíamos irnos de la zona sin comprar un buen pan, que tanta fama tiene en esta comarca. Nos salimos de la autovía en la salida de Alcudia de Guadix. Este pueblo es una de las tres poblaciones, junto a Exfiliana y Charches, que conforma el municipio de Valle de Zalabí. Está integrada en el Parque Natural de la Sierra de Baza, una “isla climática”, por su humedad y abundante vegetación, con alturas superiores en sus cumbres a los 2.000 metros, que contrasta vivamente con el entorno casi desértico que le rodea. Alcudia, es la cabecera administrativa del término municipal, y donde se encuentra el ayuntamiento y los servicios municipales.



Una buena parte de las viviendas de la población son cuevas excavadas en el suelo arcilloso de la zona. La mayoría siguen habitadas hoy día. En el pueblo existen varios alojamientos turísticos en cuevas que unen, a su tipismo y originalidad, todas las comodidades de un hotel moderno. Alcudia es también famosa por su pan y conserva algunas de las mejores tahonas de la provincia.



Vimos algunas panaderías (tahonas) en el pueblo, pero paramos en una en la que había un aparcamiento cerca. ¡Qué cantidad y variedad de pan y de dulces! Compramos un pan enorme y bastantes dulces, se me iban los ojos detrás de ellos, y ya fuimos a buscar dónde almorzar. No nos gustó ningún lugar de los que vimos y decidimos ir a un mesón-cueva que habíamos visto un poco antes de llegar al pueblo. Paramos para hacer algunas fotos de la iglesia y desde un mirador a la salida de la localidad, y llegamos al complejo de las Cuevas del Tío Tobas.



Es un lugar encantador, un retiro de paz y tranquilidad. Tras pasar por la entrada, con unos jardines de ensueño y las puertas de las cuevas, llegamos al mesón y nos pedimos una cerveza para sacárnosla a la terraza, pero el viento era insoportable y tuvimos que pasar dentro. Decidimos almorzar allí porque el sitio era realmente maravilloso y romántico. Pedimos unas raciones para compartir y salimos muy satisfechos de la atención prestada, de la calidad de la comida y del precio. 




Ya solo nos quedaba una hora de camino, que se hizo bastante corta, para volver a nuestra casa.


Ha sido una escapada corta pero muy intensa. Lo comentábamos Fabi y yo de regreso a casa; parecía que lleváramos cuatro días o más de viaje. Almería es pequeña, casi abarcable en un día, pero no exenta de encanto. Tiene el mar, unas tapas estupendas, unos paseos increíbles y una alcazaba digna de admiración. Almería tiene mucha historia, que te hace comprender la forma de ser de sus habitantes. Tengo que volver a reafirmarme que, más cerca de lo que parece, tenemos lugares que tienen mucho encanto en Andalucía, y que Almería capital y provincia lo poseen.

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