martes, 5 de octubre de 2021

La Costa de la Muerte

Casi año y medio después de nuestro último viaje, se me presentó por casualidad una oportunidad para realizar una escapada que no podía rechazar. En una conversación mientras tomábamos unas cervezas, Antonio me preguntó que si nosotros habíamos estado en Galicia, porque  Raquel  y él querían pasar una semana por esas tierras. Empecé rápido como una bala a recomendarle ciudades, pueblos, lugares, comidas... cuando de pronto le pregunté por la fecha de partida y cómo iban a hacerlo. Nada más decirme que iban en coche y que querían irse el día uno, la pregunta surgió sola: " ¿Podemos ir con vosotros?". La respuesta quedó en el aire. Ambos teníamos que consultar con nuestras respectivas parejas.


Cuando se lo dije a Fabi, casi le da un soponcio y empezó a decirme de todo, y que yo me apuntaba a un bombardeo. Yo me defendía como podía e intentaba encontrar soluciones al montón de interrogantes que me planteaba, pero ella no lo tenía del todo claro. Al día siguiente, me llamó  Antonio para invitarnos a un arroz en su casa; la cosa pintaba bien. Acudimos a la cita, y en la sobremesa surgió el tema. Raquel me preguntó que si nos apetecía acompañarlos, y le contesté que conocía mi respuesta, y que la que tomaba la decisión final era Fabi, así que, se lo preguntara a ella. A regañadientes Fabi le contestó a Raquel que le parecía bien, y a mí me dijo que ya hablaríamos después. Tampoco fue para tanto.


Esa misma tarde, a toda velocidad, puse en funcionamiento toda la maquinaria para montar un viaje. Apenas quedaban cuatro días y el tiempo apremiaba. Realicé un primer boceto y se lo mandé a Raquel para su aprobación, y como todo le pareció correcto, me puse manos a la obra. Ella ya tenía visto un magnífico alojamiento en León y una visita guiada, así que le dije que lo reservara. De los siguientes lugares y hospedajes, ya me ocupaba yo.


Apenas sin tiempo, en solo tres días, improvisé un viaje que iría desde León hasta la Costa da Morte con parada de un día en Ribadeo para ir a la Playa de las Catedrales, y otro en Valladolid de regreso a Granada. Una vez cerrados los alojamientos, respiré tranquilo y comencé a leer todo lo que pude sobre la Costa de la Muerte para hacer el itinerario del viaje.


Miércoles, 1 de septiembre de 2021


A las seis en punto de la mañana se presentaron en nuestra casa, cogimos el equipaje y como se dice: carretera y manta. Conducía Antonio, que aún con un problema de visión nocturna, prefería hacerlo él. Paramos a tomar un buen desayuno cerca de Despeñaperros, y ya con otra parada para hacer repostaje, nos presentamos en León a las dos de la tarde. Había sido un viaje tranquilo, rápido y en el que nos pusimos al día de cómo nos había ido en este periodo de pandemia. Por cierto, Antonio da mucha seguridad al volante, tanta, que todo el trayecto del viaje se lo ha chupado él; más de dos mil kilómetros.


El alojamiento de León se encontraba en pleno centro histórico, pero por culpa de una calle en obras, el GPS se perdía y nos hizo dar bastantes vueltas. Al final aparcamos en pleno centro en un lugar prohibido, y se quedó Antonio en el coche con las luces de avería puestas, mientras nosotros buscábamos el hotel, que aunque lo teníamos al lado, nos llevó un buen rato. Nos dieron las llaves, que eran unos códigos y fuimos a buscar a Antonio para aparcar el vehículo en un parquin público, que previo pago de dos euros y medio te permitía dejarlo allí un día completo. Llevamos el equipaje al alojamiento, y ya sí que tocaba una merecida cerveza. 



Muy cerca del alojamiento se encuentra el Barrio Romántico, uno de los lugares recomendados para ir de tapas en León. Deambulamos por él y entramos en uno con muy buena pinta y una carta de tapas y raciones bastante apetecibles. Con la primera cerveza nos pusieron una picada muy rica, con la segunda, una tapa de cecina espectacular, así que, decidimos almorzar allí. Probamos casi toda la carta entre tapas y raciones, y de precio estuvo bastante bien, ya que solo en bebida habían sido cuatro consumiciones por cabeza, incluida una copa de vino Prieto Picudo.



El punto de encuentro para la visita a la catedral estaba muy cerca, y hacia allí nos dirigimos. Ya estaba el grupo formado, y como había que sacar las entradas a la catedral, Antonio y yo fuimos a hacer un pipí y a tomarnos un cafelillo en una de las cafeterías de la plaza.


La Catedral es el monumento por excelencia de esta ciudad. De estilo gótico con influencia francesa, fue construida entre los siglos XIII y XIV y su ejecución tardó solo cincuenta años. Es especialmente conocida por llevar a cabo la eliminación de muros al máximo posible. Está cubierta por 1800 metros cuadrados de vidrieras.











Casi es un milagro que esté en pie hoy, ya que en su construcción original se afanaron tanto en eliminar muros, que en el siglo XVI la bóveda principal empezó a agrietarse, cayendo cascotes y provocando fisuras en los muros principales. Gracias al arquitecto Juan de Madrazo se pudo salvar el edificio y así poder disfrutarlo en nuestros días.


Todo esto nos lo explicaba la joven guía con un tono seco, típico de los castellanos. No pude hacer muchas bromas porque no te daba pie a nada. Mientras nosotros tres escuchábamos atentos las explicaciones, Antonio vagaba por el templo fijándose en otros detalles. De free tour no tenía nada, porque cuando fuimos a darle la propina nos dijo que eso era muy poco, y fijó ella el precio mínimo por persona. 



Tuvimos que salir rápido de allí porque a continuación teníamos la visita de la ciudad. Otro guía ya nos estaba esperando en la misma puerta de la catedral, donde comenzó el tour, y empezó por la explicación de la misma como edificio por fuera. Esta visita fue mucho más interesante porque el guía era un poco más divertido. Nos contó en hora y media parte de la historia de León mientras explicaba, de una manera entretenida, cada uno de sus monumentos: la Casa Botines (obra de Gaudí), el Palacio de los Guzmanes, la Muralla de León, la Real Colegiata de San Isidro, el Palacio del Conde Luna y la Plaza Mayor entre otros. Justo aquí, terminó la visita y en este caso sí que se trataba de una visita gratuita en la que tú dabas lo que te parecía.



Como ya era tarde y apetecía ya una cerveza, hicimos caso al guía y nos quedamos por el Barrio Húmedo (el barrio de tapas por excelencia) para probar sus caldos y sus viandas. Entramos en varios, a cada cual mejor, y pasamos un rato muy divertido con los cortos (de cerveza) y las palabras terminadas en "ina", muy propia de los leoneses. No sé cuántas polladas pudo decir Antonio acabadas en ina.



Nos llegamos al hotel para ducharnos y cambiarnos, y salimos a tomarnos una copa por los alrededores. Tras un relajado paseo, viendo de noche todo el centro histórico, nos sentamos en una terraza desde la que se veía y escuchaba perfectamente el concierto que estaban dando en el parque de la Muralla. Fue una velada muy amena, y hasta me atreví a bailar una cancioncilla con Raquel. Eran ya las doce, y mañana tocaba madrugar, así que, a pesar de lo bien que lo estábamos pasando, nos fuimos a la cama.



Jueves, 2 de septiembre


Mientras estos se preparaban, bajé a buscar algún buen sitio para desayunar. Empezó a llover, y me refugié en la cafetería que más cerca tenía. Pedí un café y me trajeron tres churros con él. ¡Que sí, que ponen tapa con el café! Cuando iba a llamar a estos para decirles que había encontrado un buen sitio, ya venían ellos por la calle arriba. Desayunamos allí; unas tostadas muy ricas, y con los cafés nos pusieron un buen plato de churros.



De nuevo, carretera y manta. Cudillero se encontraba a mitad de camino entre León y Ribadeo, así que decidimos parar en este pueblo, considerado como uno de los más bonitos de España, para tomar café y estirar un poco las piernas. Amenazaba lluvia, pero no por ello había menos turistas en el pueblo;¡qué barbaridad de gente! Aparcamos a más de un kilómetro, e hicimos una visita completa del mismo. Al final, decidimos no tomarnos nada allí (era demasiado agobiante) y continuamos el viaje hasta el destino del día.



A orillas del río Eo se encuentra este pueblo fronterizo entre Asturias y Galicia: Ribadeo. Cuyo nombre es la mezcla de la Ribera y del nombre del río. Es un pueblo con encanto en la costa gallega de Lugo, pero lo que de verdad lo ha puesto en el mapa turístico, es que a diez kilómetros se encuentra la famosa Playa de las Catedrales, y ese era el motivo de pasar allí la noche. Esa misma tarde, coincidiendo con el comienzo de la marea baja, iríamos a visitarla. Aparcamos muy cerca del hotel, situado en el centro de la localidad. Soltamos el equipaje y fuimos a buscar dónde tomarnos unas cervecillas. Recorrimos las calles peatonales del centro histórico, nos llegamos hasta las casas de los indianos, verdaderos palacios de aventureros que hicieron fortuna en las Américas, y entramos en un restaurante bastante bonito a deleitarnos con una buena Estrella de Galicia. Al final almorzamos de raciones en un restaurante que tenía una cola enorme, aunque iba rápida. ¡Qué bueno está el pulpo a feira!



Pasamos de siesta, ya dormiríamos por la noche, y nos fuimos a ver el puerto pesquero y deportivo de la ría, tomándonos un café en un hotel con unas vistas impresionantes de las dos orillas de la misma.


Aunque la marea baja era a las ocho, a las seis ya estábamos rumbo a la Playa de las Catedrales (hay que reservar para acceder a ella con bastante antelación). No tiene pérdida, sólo por los coches, ya sabes que estás allí. La playa es un tesoro de la naturaleza, una obra de arte esculpida por el agitado Mar Cantábrico. La erosión, los vientos, la lluvia y el paso del tiempo han dado forma a unas curiosas formaciones con aspecto de cuevas, pasadizos y laberintos que son de una belleza sobrenatural.






La marea estaba aún alta, y nos pusimos chorreando al pasar de unas calas a otras, pero ¡cómo merecía la pena! Fue más de una hora, aunque el tiempo pasó volando ante tanta belleza. Antonio se cansó pronto y fue a tomarse un cubata mientras nosotros lo recorríamos todo.



Para tener una perspectiva general del lugar, existen unos miradores a los que se accede por un camino de tablas, que yo recomendaría. No son más de diez minutos y lo que te encuentras cuando llegas, quita el sentido.



Cuando la tarde caía, llegamos a Ribadeo e hicimos un recorrido completo por todo el centro histórico, y de camino mirábamos sitios buenos para cenar. Nos tomamos un par de cervezas en dos terrazas distintas, y decidimos dónde comer. Muy cerca del hotel estaba el mejor restaurante de Ribadeo. Nos pusimos a la cola, y en cuanto nos dieron la carta, comprobamos que la calidad y el precio daban la razón a los buenos comentarios de la Pulpería de Rinlo. Salimos muy satisfechos. Nos tomamos una copa en la terraza del hotel y... a la cama.






Viernes, 3 de septiembre


Me di una vuelta por los alrededores buscando dónde desayunar, y lo mejor era en la cafetería del hotel. Tomamos un buen desayuno y reemprendimos la marcha. Hoy por fin llegábamos a la Costa de la Muerte. 

Como teníamos que repostar y estirar las piernas, y Betanzos se encontraba a mitad de camino, les dije a estos de parar en dicho pueblo. Les conté parte de la historia de la que fue la quinta capital de Galicia, y les hablé de la famosa tortilla de patatas de Betanzos (considerada por muchos como la mejor tortilla, de España) y rápidamente Antonio dijo que teníamos que parar ahí. No, si para lo que le interesa...



Hicimos el recorrido por el casco antiguo y decidimos probar la tortilla. Nos sentamos en una terraza y pedimos un café con un pincho de tortilla, y aunque no estaba mala, no era la que habíamos probado en nuestra anterior visita Fabi y yo. Antonio buscó por internet los mejores lugares en los que ofrecían este plato, y comprobaba si estaban abiertos. Había uno galardonado con varios premios y, aunque estaba a tomar por culo, hasta allí que fuimos a probar la dichosa tortilla. Serían las once de la mañana, pero en ese lugar ya te las ofrecían recién hechas. Pedimos una, y ya para acompañar unas cervezas. Antonio se quedó perplejo al probar ese manjar, y empezó a investigar cómo obtenían ese resultado tan excelente (Por si no lo había dicho antes, es un "cocinicas" y esta parte del viaje era la que, de verdad, él disfrutaba. No lo lleves a ver museos ni catedrales, ni tampoco a caminar por el simple hecho del paseo, pero llévalo a un mercado o a un bar en el que él pueda descubrir nuevos sabores y platos, y verás como ahí no tiene ninguna prisa). Pues con nuestro tortillón entre pecho y espalda continuamos hasta lo que se considera el primer pueblo de la Costa de la Muerte: Malpica de Bergantiños.



Aparcamos el el puerto pesquero, uno de los puertos de bajura más importantes de Galicia, donde el trajín de barcos pesqueros es incesante. Dando una vuelta por el mismo, encontramos unas escaleras que subían a lo más alto del pueblo y allí que nos fuimos para quedar exhaustos tras subir ciento tres escalones. Quisimos subir más por una calle empinada, cuando un señor mayor nos dijo que moría allí el asfalto, pero que si queríamos, había un sendero que daba a unas buenas vistas y al otro lado del pueblo. Nos aventuramos, y he de decir que ha sido unos de los mejores recorridos del viaje. Pronto la vereda va entre acantilados con unas vistas preciosas sobre el océano. Nos hartamos de hacer fotos, aunque yo le regañaba a Raquel, porque se asomaba demasiado al acantilado para hacerlas. Bajamos hasta el paseo marítimo y lo hicimos en su totalidad, mientras mirábamos las terrazas y las cartas. No estaba mal, pero nosotros aún teníamos la tortilla dando vueltas. De lo mejor del paseo, son los murales; verdaderas obras de arte que dan colorido a un pueblo que ya tiene el color en sus edificios. Muy agradable la visita, en la que ya pudimos comprobar la fuerza del mar en esta costa, que recibe el nombre de la muerte por la cantidad de naufragios que se han producido; el último de ellos el del "Prestige".








Como no andábamos muy bien de tiempo, prescindimos del faro de Punta Nariga y pusimos dirección a Laxe o Lage. Ya sí tocaba almorzar y lo hicimos en un restaurante de la playa. La comida estuvo bien, pero el camarero fue la persona más desagradable que hemos encontrado en el viaje. Para hacer bien la digestión nos fuimos a ver la Playa de los Cristales. Se aparca en el cementerio, pero desde allí aún quedan unos diez minutos de un descenso brutal hasta la playa (después tocaba subir). 



Por capricho de la naturaleza el mar ha devuelto a tierra los restos de un vertedero de envases de cristal, pero pulidos dando sentido de obra de arte Es una cala muy pequeña y no apta para el baños, pero merece la pena ver el colorido de los cristales en la orilla sustituyendo a la arena. Hicimos las fotos correspondientes, y tras diez minutos de descanso y contemplación, subimos por la empinada cuesta en busca de nuestro vehículo.



Ya eran las cuatro, y habíamos quedado con nuestro anfitrión a las cinco, así que ya nos dirigimos a lo que durante tres días iba a ser nuestro cuartel general para visitar la Costa, sus faros y sus pueblos. El alojamiento se encontraba en Baio Grande, en el Consejo de Zas, un punto interior céntrico y bien comunicado, que facilitara las distintas visitas.



Se trataba de un piso particular muy bien valorado en el centro del pueblo, pero en una calle que es nueva; el GPS no lo encontraba: Puse en marcha el plan B, preguntar a los lugareños. Cerca de donde habíamos aparcado había dos señoras tomando café y les pregunté por la calle. No la conocían, pero al enseñarles una foto del edificio, creyeron saber de dónde se trataba y amablemente me acompañaron. No estaba muy lejos. Allí estaba la dueña del apartamento esperándonos. Di unas efusivas gracias a las dos mujeres, y ya subimos el equipaje. El piso, situado en una primera planta, hacía honor a todos los comentarios positivos que había leído. Espacioso, limpísimo, y con todas las comodidades de una casa. La verdad es que los ratos que hemos pasado en él, los hemos disfrutado mucho.


Aún quedaba tarde por delante y había leído que un paseo por el río Grande era la mejor actividad que se podía hacer en este pueblo. El Paseo Fluvial partía prácticamente desde la puerta de nuestro alojamiento, así que sin pensarlo dos veces nos adentramos en él. Y digo nos adentramos, porque rápidamente te metes en un bosque de árboles y arbustos de ribera. Había muchos maizales al lado y Antonio se había empeñado en que para la cena comiéramos mazorcas asadas y tostones. Cogimos prestadas cinco. El paseo como tal, desaparece cuando hay que cruzar el río, y te indica posibles rutas. Esa era la parte que yo quería hacer. Así que nos aventuramos. Lo digo de verdad, era un placer para los sentidos, pero ya llevábamos media hora por la vereda y no veíamos la forma de cruzar al otro lado para hacer la vuelta por la margen contraria. Seguimos, y al final vimos el dichoso puente que nos permitía hacer el regreso por una vereda distinta. Este se encontraba en el paraje de Pedra Vixía, y se trataba de uno de los dólmenes recomendados en una vista a estas tierras. La vuelta fue tan espectacular como la ida. Entramos a ver uno de los molinos de agua que hay en el recorrido, y tras cuarenta minutos, estábamos de nuevo en el pueblo.



Había que comprar provisiones, porque tanto los desayunos como las cenas las haríamos en el apartamento. Sabía que si subíamos un poco, encontraríamos un Supermercado Covirán, y así fue. Por lo visto lo acaban de abrir y aún faltaban muchos productos, sobre todo gallegos, así que solo pillamos cervezas, vino, refresco, licor y algo de aperitivo. Llevamos la compra y fuimos al supermercado recomendado; un Gadis. El problema es que estaba a dos kilómetros, en las afueras del pueblo. Ya ese día llevábamos más de quince kilómetros encima, pero hubo que hacer un último esfuerzo porque queríamos probar cosas típicamente gallegas. Compramos queso, pan, embutidos, careta, zamburiñas y alguna otra cosa más, de las que dimos buena cuenta en esos días.


Nos habíamos ganado unas cervezas, pero como las nuestras no estaban frías, fuimos al bar que nos recomendó nuestra anfitriona; Casa Rogelio. Nos sentamos en la terraza y nos pedimos unas cervezas. De tapa nos trajeron un generoso pincho de tortilla que estaba para chuparse los dedos, así que con la segunda, queríamos lo mismo. La chica nos dijo que solo ponían tapa con la primera consumición. Le preguntamos que si nos podía poner una ración de tortilla y dijo que eso por supuesto. ¡Qué buena estaba la tortilla! Tanto, que ya no pudimos cenar. Nos echamos un cubatilla, charlamos, nos reímos un rato, y a la cama.



Sábado, 4 de septiembre


Fabi y yo estábamos despiertos desde las siete, así que sin hacer mucho ruido, nos vestimos y salimos a dar un paseo y comprar pan recién hecho. No tardamos mucho en encontrar la panadería, que curiosamente se encontraba en otro consejo, ya que habíamos cruzado el río. El pan entraba por los ojos y por el olfato, y nos llevamos un par de hogazas aún calientes. Como era muy pronto, hicimos el paseo fluvial antes de subir a llamar a estos. Tomamos un desayuno potente, y decidimos el plan del día.


La idea inicial era llegar hasta Muros y en dirección norte, ir parando en todos los sitios interesantes que nos diera tiempo ver de la Costa da Morte. Pero como Antonio no había estado en Santiago, y no pillaba muy lejos , decidimos hacer una visita rápida  a la ciudad compostelana. No fue muy difícil encontrar aparcamiento, y como la catedral se veía desde lejos, tampoco lo fue orientarnos para acceder a ella. Eso sí, tuvimos que superar un buen desnivel.



Mañana era la última etapa de la Vuelta ciclista a España y terminaba justo en la Plaza del Obradoiro, así que esta había perdido parte de su encanto con tanta valla y escenario. De todas formas, es sobrecogedor lo que se siente cuando se abre ante tus ojos. La fachada de la catedral estaba ya restaurada y sin andamios; lucía su máximo esplendor. Cientos de peregrinos y turistas se agolpaban en la Plaza haciendo como nosotros; fotos y más fotos.



Ellos tres decidieron entrar a ver al Santo, porque la cola no era muy larga. Yo preferí tomarme un café en una terraza. Al rato llegaron, y tras unas bebidas y turnos para ir el baño, recorrimos el casco antiguo, y fuimos a la atracción de la que sabíamos que iba a disfrutar más el Antonio (ya sé que está mal dicho, pero indica familiaridad); el Mercado Municipal.


El Mercado de Abastos, es el segundo lugar más visitado, después de la Catedral, y no es por casualidad. Esto se debe a su historia, su arquitectura y a la calidad de los productos. Es un lugar que debemos visitar para ver y degustar la gran variedad de mercancías de esta región. Aunque su atractivo principal son los puestos de mariscos, que ocupan dos naves enteras, no debemos perdernos los puestos de fruta y verdura; así como los que venden productos típicos gallegos (vino, quesos, embutidos, pan...) y las carnicerías, con lo mejor de la ternera gallega. En la cafetería del mercado, te ofrecen un servicio peculiar de cocinar los productos que hayamos comprado y degustarlos en el momento (cobran siete euros por persona por cocerte el marisco y servírtelo).



Por el Antonio, nos hubiéramos quedado allí a vivir, pero había que continuar la ruta. Dimos una vuelta por el centro y fuimos en busca del coche, descubriendo sin querer unos miradores con la mejores vistas de la Catedral para llevarnos aún, un mejor sabor de boca.


Ya, casi todo por autovía nos dirigimos a Muros. Pero fue justo cuando la abandonamos, cuando empezaron a verse pueblos preciosos sobre las rías. Esas escenas, como sacadas de un cuadro, que te sorprenden porque no te las esperas. Cada pueblo servía para una postal. Yo me había preparado muy bien la Costa de la Muerte, y como llegar hasta aquí, a esta parte, fue debido a un cambio de planes, no imaginé nunca la belleza de estos lugares. Así que, había sido todo un acierto.



Tanta belleza, da sed y hambre, y hoy tocaba el almuerzo en Muros. Tirando de tripadvisor, nos decantamos por el Bar el Muelle. Pedimos mesa, y mientras nos la preparaban, observamos lo que pedía la gente, así que cuando nos sentamos ya teníamos claro lo que íbamos a comer y beber. Una comida buenísima; no quedó en los platos absolutamente nada.



Seguimos la ruta deleitándonos de nuevo con los paisajes, cuando vi que acabábamos de entrar en el municipio de Lira. Les dije que estuvieran atentos a la señal del famoso hórreo de Lira, pero estaba anunciado varias veces. Se trata de uno de los hórreos más largos del mundo, junto al de Carnota. Es fácil llegar hasta él. Fue construido en el Siglo XVIII y mide treinta y seis metros y medio de largo. Forma un buen conjunto junto a la Iglesia de Santa María de Lira.



Ahora tocaba ver a su competidor, el Hórreo de Carnota. Este se construyó unos años antes y también está enclavado junto a un templo. Casi mide treinta y cinco metros y se cree que su arquitecto fue el mismo que el de Lira. Merece mucho la pena parar para ver estas obras del barroco.






Llegamos a Ézaro y lo mejor estaba aún por llegar. El objetivo principal del día era contemplar cómo el río Xallas desemboca entre las rocas directamente al mar en forma de cascada, protagonizando uno de los rincones más hermosos de la costa de Galicia, y único en España. Se conoce como la Fervenza do Ézaro. Pasamos más de quince minutos extasiados ante su belleza.




Continuamos bordeando la costa hasta Cee, donde tomamos la AC-552. que nos llevaría por una carretera interior en muy buen estado hasta Vimianzo, a unos diez kilómetros de nuestro alojamiento. Aparte de tomar un cafelillo y estirar las piernas, la idea de parar en Vimianzo era visitar su castillo. La entrada es gratuita y en su interior hay algunos talleres que, en vivo y en directo, te enseñan algunas de las labores artesanas de la comarca, entre otras, el encaje de bolillos. Fue construido en el siglo XIII y su estado de conservación es bastante aceptable. Pasamos una media hora muy entretenida aprendiendo de su historia y recorriéndolo todo.



Cuando llegamos a Baio, nos encontramos el pueblo en fiestas. Fuegos artificiales y una charanga tocando en todos los bares del pueblo, acompañada de muchísimos jóvenes bailando y cantando. El Antonio y yo nos llegamos al Gadis a comprar algunas cosillas y a la vuelta paramos a escuchar a la animada charanga que estaba en plena calle con el tráfico cortado tocando en la terraza de un bar.



Nos sentamos con unos cubatas en el balcón de la casa a esperar a que llegara la charanga al bar que teníamos justo debajo. Cuando lo hicieron, ya casi estaba anocheciendo. Hoy cenamos en el piso a base del maíz que habíamos cogido prestado y de productos gallegos, regado todo con unas Estrellas de Galicia y vinos de la tierra.



La velada estuvo entretenida porque toda la gente joven se vino a hacer botellón a la explanada que había delante del edificio. Por momentos, el ruido se hacía insoportable, así que cerramos bien las ventanas y a dormir.



Domingo, 5 de septiembre


Los efectos del botellón saltaron a la vista nada más poner un pie en la calle (me gusta la fiesta, pero odio a los guarros). Entre botellas rota, bolsas de plástico y todo tipo de basura sorteamos el camino para ir a comprar el pan en la panadería de las afueras del pueblo. Recién hecho y calentito, lo llevamos a la casa, pero echando por las afueras (un poco más y me muerde un perro, porque pensando que era una calle, me metí en una finca privada). Me tomé un café en el bar de la esquina mientras Fabi subía a ver si ya estaban despiertos Raquel y Antonio. Otro desayuno tremendo, como para no tener que probar bocado hasta la hora del almuerzo.


Pusimos rumbo al cabo de Finisterre (fin de la tierra) para ver el Faro del fin del Mundo. La carretera la conocíamos del día anterior, así que pudimos ir más relajados contemplando los bellos paisajes gallegos. Una vez en el pueblo de Finisterre comienza el ascenso hasta su faro, en una carretera con bastante curvas y llena de peregrinos que terminan de este modo su Camino de Santiago. Aparcamos muy cerca del faro e hicimos la última parte andando hasta arriba, para disfrutar de unas preciosas vistas. Tomamos un cafelillo en la terraza del hotel y seguimos nuestro recorrido del día.






Nuestra siguiente parada, tras una carretera de montaña y muy solitaria, sería en el Faro del Cabo de Turiñán. Es el faro más occidental de Galicia, y por lo tanto de España. Hay algunos senderos señalados para pasear por él y obtener distintas perspectivas de los acantilados. Al final nos dimos un buen paseo.



Tocaba visitar Muxía, localidad que hizo más famosa a la Costa de la Muerte, ya que por ser el punto más cercano al naufragio del Prestige, allí se reunieron los miles de voluntarios para limpiar el chapapote y salía todos los días en las noticias. Muxía es un bonito pueblo costero, cuna de pescadores y lugar de leyendas. Por eso, lo primero que fuimos a visitar fue el Santuario de la Virgen de la Barca, donde la virgen llegó en una barca para infundir ánimos al apóstol Santiago. De hecho pueden verse petrificados los restos de dicha embarcación con poderes milagrosos.



En este mismo enclave, en lo alto del cerro, se encuentra el monolito A Ferida (la herida), un homenaje a todos aquellos voluntarios que intentaron frenar el desastre ecológico. Hicimos un recorrido por el pueblo y nos sentemos en una terraza a tomarnos una cerveza para decidir si almorzábamos ya. Solo quedó en una cerveza.



 Y pusimos rumbo a Camelle. Almorzamos en uno de los pocos restaurantes del pueblo y la comida fue magnífica. Destacar la ración de mejillones (un kilo de mejillones por cinco euros) que estaban exquisitos, y algunos guisos a base de pescado. El principal atractivo de esta localidad es la historia y el museo de Manfred Gnädinger, también conocido como Man o el alemán de Camelle. Pintor, filósofo y escultor vivió (gran parte de su vida) y murió como un vagabundo en este pueblo. Hoy día queda poco del museo original de Manfred, solo algunos restos de su obra escultórica, pero que no dejan a nadie indiferente. ¡Yo no sé las fotos que pude hacer.








De Camelle a Vimianzo apenas había media hora y aún era pronto, así que decidimos hacer la ruta de los dólmenes, que se encuentra muy cerca de esta última localidad. Se trata de un itinerario circular, para hacer en coche o bicicleta, en el se muestran nueve ejemplos de construcción de la época prehistórica. Solo visitamos dos dólmenes; Pedra Cuberta y Pedra Moura. ya que los otros nos alejaban bastante de nuestra residencia, pero merece muchísimo la pena hacer este recorrido o parte de él.



Aún quedaba un buen rato de sol cuando llegamos al apartamento. Raquel y Fabi tenían aún ganas de caminar y se fueron hasta el monumento megalítico que se halla a unos tres kilómetros por el sendero del río Grande. A nosotros nos empachaba ya tanta prehistoria, y nos sentamos en la terraza del bar de debajo de la casa. Nos pedimos unos cubatas, y entre risas y casque, había pasado ya hora y media y estas estaban de regreso. Subimos, nos duchamos y preparamos nuestra última cena en este precioso alojamiento. Había que acabar con todo lo que pudiéramos, pero por más que comimos y bebimos, fue imposible. Otra velada magnífica, y con un poco de pena por dejar este pueblo y este bonito piso, nos fuimos a la cama.




Lunes, 6 de septiembre


Desayunamos, recogimos la casa, y antes de las diez ya estábamos camino de Valladolid. Teníamos que hacer una parada intermedia, y al final nos decidimos hacerla en Villafranca del Bierzo. Dimos un buen paseo por todo su centro histórico, (casi me mato en un tropezón) nos tomamos un cafelillo frente al castillo, y reanudamos la marcha.



Llegamos a Valladolid justicos de hora, porque teníamos que almorzar y a las cuatro y media estar en la Plaza Mayor para el free tour. Con ayuda del GPS y la paz y tranquilidad que transmite Raquel en todas las situaciones difíciles, conseguimos aparcar en una zona verde (otra vez por dos euros y medio, puedes dejar el coche allí un día entero). Dejamos el equipaje en el maletero y a todo correr buscamos el restaurante las Tres Bellotas, muy recomendado en internet. Pedimos mesa, pero estaba todo ocupado y la cocina cerraba en media hora. Preguntamos que si podíamos comer en la barra y nos contestaron que sin ningún problema. ¡Con razón estaba tan bien valorado!



 Íbamos mal de tiempo y no pudimos acabar con todo, pero dejamos la reserva hecha para la cena. Con el último bocado en la boca, echamos casi a correr por si nos daba tiempo a hacer la visita. Yo hubo un momento en el que planteé que lo dejáramos. Nos perdimos un poco, y para cuando llegamos al lugar de encuentro eran las cinco menos cuarto. Yo seguía diciendo que nos sentáramos tranquilos a tomar café y y que hiciéramos el recorrido por nuestra cuenta, pero Raquel se propuso ir a su encuentro en alguna de las paradas. Después de equivocarnos de dirección, dimos con la tercera parada y justo al llegar, allí que los encontramos. Íbamos sudando como pollos entre las carreras y el calor que hacía (ras no haber estado a más de veintidós grados en todo el viaje, los treinta y cuatro de Valladolid parecían el infierno).



Fue todo un acierto el esfuerzo realizado porque la visita fue realmente interesante y amena. Recorrimos lo más importante del centro histórico y aprendimos bastante de la historia de esta ciudad. La historia de Valladolid se remonta al año 1072, cunado esta ciudad fue entregada a Pedro Ansúrez ( la estatua que preside la Plaza Mayor) y esta empezó a crecer. Durante la Edad Media se estableció la Corte de Castilla, y posteriormente se crearon instituciones como la Universidad o la Casa de la Moneda. 



Pero el dato histórico más relevante, es que la ciudad fue capital del Imperio español durante cinco años, antes de que esta pasara a Madrid en 1606. También aquí Cervantes terminó de escribir el Quijote, y muere Colón después de recorrer medio mundo. En Valladolid se casaron los Reyes Católicos y nació Felipe II, entre otros reyes y reinas. Es por todo ello, que la ciudad del Pisuerga esté llena de palacios, casas nobles, edificios religiosos y museos que no deberíamos perdernos si visitamos Pucela. El tour terminó en la Catedral, le dimos una buena propina al guía y a sacar el equipaje que aún se encontraba en el coche.



Pues tocaba seguir caminando. Nos despistamos un par de veces, pero al final, nos situamos y pudimos encontrar el vehículo. Ahora tocaba llevar todo el equipaje hasta el alojamiento, a unos diez minutos de allí. Metimos los códigos en las puertas (¡qué coñazo de contraseñas!) y entramos en nuestro dúplex. Era bonito, muy bien aprovechado y montado con gusto. Total, era para dormir una noche. Me duché el primero, cogí un plano y me salí a la calle a orientarme de una puta vez.


Cuando ya tenía claro el itinerario, me acerqué al alojamiento a ver qué les quedaba a estos. Ya estaban todos preparados. En veinticinco minutos estábamos en la Plaza Mayor, que se encontraba parcialmente vallada y le hacía perder parte de su encanto. Deambulamos por el casco antiguo, pasando por muchos de los lugares que habíamos visitado en el tour y nos sentamos en una terraza de la Plaza Mayor a tomarnos una cervecilla. Ya, sin perdernos en ningún momento, llegamos al restaurante donde habíamos reservado. Con las cervezas te servían unos deliciosos aperitivos con los que ya casi cenabas, y nos tomamos unas cuantas.  Nos pedimos un entrecot de casi kilo y cuarto de ternera y una buena botella de Toro, y disfrutamos mucho de nuestra última cena. Un paseo por el parque para bajar un poco la comida, y a dormir; que entre unas cosas y otras todos los días pasábamos de los quince kilómetros.




Martes 7 de septiembre.


Hoy es uno de esos días tontos en los que tienes que hacer muchos kilómetros sabiendo que se ha acabado el viaje. Al menos fueron tranquilos, y para la hora del almuerzo ya estábamos buscando restaurante en La Carolina, ya en Andalucía. Nunca se me habría ocurrido parar aquí, ya que tienes que desviarte de la autovía y es un coñazo, pero fue todo un acierto. Se come muy bien y a buen precio en este pueblo.


A las cinco de la tarde ya estábamos en casa, y Bonica nos recibió como si no existiera un mañana.



A pesar de que no me había podido preparar el viaje en profundidad, puedo decir que ha sido una escapada magnífica, variada y con muy buena compañía. Antonio es el inquieto; Raquel, la paz. No, es imposible aburrirte con ellos. En cuanto a los destinos; León es la Catedral, los barrios romántico y húmedo, Gaudí y la zona del centro histórico; Ribadeo, la belleza de la Playa de las Catedrales; la Costa da Morte, paisajes de ensueño, costas muy recortadas, playas solitarias, faros y más faros, pueblos encantadores, buena bebida y mejor comida; y Valladolid son palacios, casas nobles, iglesias, plazas y parques.