El Algarve, noviembre de 2012


Jueves, 1 de noviembre.

Por un motivo u otro habíamos aplazado este viaje, pero después de ver una oferta irresistible en Booking (20 euros habitación doble, con desayuno incluido) decidimos , a pesar de que el pronóstico del tiempo no era favorable, realizar el viaje.
Salimos de Granada a las siete y media de la mañana en dos coches. En uno íbamos Fabi; mi hijo David y su novia Marta; y yo; en el otro: Rubén y Celia. Después de dos horas conduciendo paramos a desayunar en el Bar Parada, cerca de Paradas y nos tomamos unos cafés y unas tostadas de zurrapa y manteca "colorá". Rubén tomó el relevo de guía desde aquí, porque él llevaba GPS y atravesar Sevilla es un auténtico coñazo.
Ya en la provincia de Huelva, paramos a repostar, ya que la gasolina es más cara en Portugal.
Nada más cruzar el puente del Guadiana, en tierras lusas, nos encontramos con la autovía de peaje. Realmente es sencillo, sólo tienes que seguir el letrero de extranjeros y llegas a un puesto automático donde tienes que meter la tarjeta de crédito (visa o mastercard), te sale un recibo y te hacen una foto de la matrícula del coche. Con esto ya puedes estar viajando un mes por el Algarve y no preocuparte de los peajes.
Abandonamos la autovía en la salida 11, y aunque nos perdimos un poco, no fue difícil encontrar el Hotel Velamar, en Olhos de Agua.


 Eran las una y media , doce y media en Portugal. Dejamos el coche en el aparcamiento gratuito del hotel, soltamos el equipaje en las habitaciones y nos fuimos a comprar víveres a un supermercado que está a unos trescientos metros, hicimos acopio de bebidas y algo para picar por la noche.
Llevamos la compra y nos fuimos directamente a almorzar al Soft Café, un restaurante familiar al lado del hotel y muy recomendado en internet. La fama es bien merecida porque tanto Bruno, el camarero; como su madre, la cocinera te hacen sentir como en tu propia casa. Pedimos "el prato do día" y las bebidas. Nos sirvieron éstas y mientras venía la comida nos pusieron unos aperitivos para picar ( patés de sardinas,aceitunas y panecillos), como yo ya sabía que esto te lo cobran en Portugal, preguntamos por el precio y nos dijo que entraba en el plato del día. Al momento llegó la comida, que consistía en un plato enorme con ensalada, arroz, patatas fritas y ternera encebollada.¡Todo exquisito! Para poder terminar tanta comida pedimos una jarra de vino blanco. Tanto el camarero, como la cocinera, vinieron un par de veces a preguntarnos cómo estaba todo. Después nos ofrecieron los postres y todos pedimos el de la casa; y desde luego que acertamos,enorme y riquísimo. Por último nos tomamos unos cafés , de esos pequeños, pero concetradísimos. Pedimos la cuenta (siete euros y medio por cabeza) y viendo que habíamos rebañado los platos , la cocinera nos invitó a un bizcocho típico del Día de los Santos. Pagamos la cuenta y dejamos una buena propina, despidiéndonos de ellos .Si vais por allí, recomiendo una visita a este restaurante.


De aquí, nos fuimos a bajar la comida a la playa, que está a unos quince minutos andando.Al llegar te encuentras un paseo por los acantilados, muy bien protegidos por vallas de madera, que es espectacular.



Puedes ir bajando a distintas calitas, a cual más maravillosa. Después de una hora caminando y hacer miles de fotos nos fuimos por otro camino, de vuelta al hotel.




El siguiente destino era el pueblo de Albufeira, que está a unos diez minutos en coche; había que aprovechar bien el día porque para el día siguiente ya daban lluvia. Como es temporada baja, no tuvimos ningún problema a la hora de aparcar, muy cerca de las escaleras mecánicas que bajan a la Playa de los Pescadores.


 Estuvimos dando una vuelta por la zona de pubs y restaurantes, que por cierto hay cientos. Esto en verano tiene que ser un hervidero, aunque ahora se ve bastante tranquilo. Después de visitar el casco antiguo y unas cuantas iglesias, nos sentamos a tomarnos unas pintas en un pub inglés. Con las pintas, nos invitaron a un chupito de vodka y a unas palomitas, y eso que el precio estaba muy bien ; a dos euros la pinta.


Aunque sólo eran la ocho y media de la tarde parecía media noche, así que nos fuimos de vuelta al hotel.Una vez allí, montamos el campamento en mi habitación y preparamos la mesa: cervezas, jamón, embutidos , quesos, patés...¡ y nos dimos un festín! Después de la cena nos tomamos unos cubaticas, y cuando más animados estábamos, el vecino de al lado nos aporreó la pared. Nos tomamos el último cubata entre risas en la habitación de David y Marta; y...¡ a la cama !

Viernes, 2 de noviembre.

Subimos a desayunar a las ocho y cuarto, y comprobamos que los comentarios sobre el desayuno eran totalmente ciertos. Hay de todo: zumo de naranja natural, fruta , queso, embutidos, dulces ,yogur, cereales...


Además el restaurante está en la tercera planta y tiene unas vista magníficas al océano. Aún no me creo que la habitación con desayuno haya salido tan barata. Ha sido una elección acertadísima, ya que por precio, ubicación y por el hotel en sí, es perfecto.


Después del desayuno nos encaminamos a la estación de tren de Albufeira-Ferreiras, a unos diez minutos en coche del hotel. Dejamos el coche en el aparcamiento gratuito de la estación, y tomamos rumbo a Lagos. El precio del billete es de 4,70 y merece mucho la pena por el encanto del viaje en tren, entre pequeñas poblaciones y naranjales.


 A las once menos cuarto ya estábamos en Lagos. El centro de la ciudad está a unos diez minutos por un agradable paseo entre el puerto deportivo y la avenida de Los Descubrimientos.


Después de recoger un plano en la oficina de turismo, nos fuimos directos  a la Ponta da Piedade, por todo el paseo del río. En turismo nos dijeron que más que llegar a la Punta,  hiciéramos el recorrido señalado entre acantilados. Al igual que en Olhos, está muy bien marcado y protegido. Las vistas son impresionantes; islotes en mitad del océano y calas bellísimas. Fueron unas dos horas haciendo fotos sin parar.






                     A continuación visitamos el centro de la ciudad. Aunque no está pensada para turismo masivo, también se observa bastante movimiento. Merece la pena una visita al mercado municipal con sus puestos de pescado y verdura.


Seguimos paseando y viendo precios para almorzar, pero una vez más nos dejamos llevar por los comentarios leídos y fuimos al Adega do Marina. Pedimos el plato del día que era dorada al horno o rancho.
Las fuentes que te traen es como si fueran para dos y estaban riquísimos, así como la pinta que pedimos para bajar la comida ; todo a un precio de ocho euros. Muy recomendable por la calidad y el local.


El postre habíamos decidido tomarlo en una cafetería cercana que tenía muy buena pinta. Al salir del restaurante llovía a mares y no nos había pillado preparados , así que a todo correr, nos refugiamos en la cafetería. Pedimos unos cafés y unos pasteles típicos y allí estuvimos durante hora y media porque no paraba de llover. Como había internet, éstos se dedicaron a jugar un rato con los móviles.
En un momento, que parecía que llovía menos, salimos pitando hacia la estación; nos pusimos chorreando.
Prácticamente todo el viaje en tren lo hicimos bajo la lluvia.



Llegamos a las seis y cuarto y después de comprar un euromillón ( Rubén había pisado una mierda enorme)
nos fuimos hacia el hotel, previa parada en el supermercado para aprovisionarnos. Quedamos para salir a las
ocho a un pub irlandés que vimos el día anterior, pero estaba cayendo el diluvio universal, así que fuimos a tomarnos las cervezas, con nuestro amigo Bruno, en el Soft Café.
A las nueve y media cenamos en la habitación de Celia y Rubén, y después de más de dos horas de charlas y risas y con una botella de oporto y unos cubatas en el cuerpo nos fuimos a la cama.


Sábado , 3 de noviembre.

Después del magnífico desayuno y otro día de diluvio, tuvimos que cambiar los planes y en vez de visitar en coche algunos pueblos, decidimos, después de la buena experiencia del día anterior, tomar rumbo otra vez a la estación para ver Faro y Tavira. A la media hora, ya estábamos en Faro y sólo disponíamos de hora y media para ver la ciudad.

 La estación está muy cerca del centro histórico, bastante bonito y con unas calles peatonales muy animadas y un empedrado precioso.


 Preguntando, llegamos hasta la Capilla de los Huesos,  que como su propio nombre indica, tanto las paredes como el techo están revestidas de huesos y calaveras. Impone un poco la visita.



 Nada más salir nos cae otra tromba de agua, así que llegamos a la estación hechos  sopas.
El tren, que tenía que salir a las doce y cuarto, no sabemos por qué motivo, se retrasó casi veinte minutos. Menos mal que estábamos en vagón del tren, porque las calles eran ríos de agua.


 El recorrido hasta Tavira es espectacular, ya que el tren atraviesa el parque natural de la ría de Formosa. Se ven bastantes aves acuáticas y muchas salinas. A la una y diez, llegamos a Tavira, la lluvia nos dio una pequeña tregua y aprovechamos para visitar el mercado municipal ( enorme y muy moderno), aunque ya estaba retirando los puestos de pescado.

Compramos algunos dulces típicos,deliciosos, en un puesto y nos fuimos paseando por el margen del río Gilao hasta el puente romano y la plaza principal. Buscamos el restaurante que recomendaban en Tripavisor, pero estaba cerrado, así que fuimos a dar una vuelta por los alrededores
a buscar dónde comer, cuando nos sorprendió otra tromba de agua .


 Tuvimos que meternos en el más cercano¡ otra vez chorreando! Pedimos una Bifana de la casa ( bocata con queso, jamón, pimiento morrón y filete de ternera) acompañada de patatas fritas. Estaba bastante bueno, pero en la bebida nos clavaron tres euros y medio por la pinta de cerveza.
Cuando paró de llover fuimos a visitar algunas iglesia y las ruinas de un castillo en la parte alta de la ciudad; las vistas desde aquí eran fabulosas.


Es un pueblo muy bonito y con menos turistas que los otros. La pena fue no poder visitar la Isla de Tavira, a causa del mal tiempo.
A las cuatro y media cogimos el tren a Albufeira y llegamos a las seis. De aquí, al hotel a descansar un rato.
Al llegar ,como cada día, me limpiaba las botas en la máquina eléctrica que tenía al lado de la habitación; todo un detalle.
A las ocho y media nos fuimos al pub irlandés, un local enorme con cuatro barras , música en vivo y una decoración increíble. Además, se puede fumar dentro, en las zonas de fumadores. Las pintas a dos euros y medio.



A las diez nos fuimos a cenar al hotel y como siempre, el cubatica de turno ,aunque esta vez tenía que ser de ginebra , ya que habíamos acabado con todo el ron que traíamos.

Un viaje muy recomendable y a unos precios bastante aceptables. Algún día lo repetiremos para ver las cosas que se nos han quedado en el tintero por culpa de la lluvia.

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