Jueves, 12 de octubre
Esto no era una escapada de puente normal; era un viaje de estudios. Si he de decir la verdad, tenía miedo de cómo podía terminar esta aventura en la que veintitrés personas nos habíamos embarcado.
Nuestro destino era Cuenca, más concretamente al Camping Caravaning, que gestiona Pablo, marido de Virginia (hija de Manolo y Mari). La idea surgió cuando estos tuvieron un hijo (Lucas) que, aunque lo conocimos un par de semanas antes de la visita, era el pretexto ideal para escaparnos juntos en el Puente del Pilar.
Íbamos en plan de cabañas, así que ahí surgió el primer problema; cómo nos íbamos a organizar en las tres que nos habían asignado. Tras una comida el domingo anterior, y para no tener que improvisar allí ni que hubiera malas caras por parte de nadie, sorteamos el alojamiento ese mismo día. Había dos cabañas de seis y otra de diez. En esa misma comida se habló de lo que íbamos a llevar, los coches que irían y lo que compraríamos para el viaje, así como la hora de partida.
El jueves a las ocho habíamos quedado los cinco coches, que ese día salíamos (ya que Manolo y la Mari salieron el día antes, y Antonio y Tere lo harían el viernes) para partir cada uno por su lado y no tener que ir pendientes en la carretera de nadie. Aunque a Fernando, se le ocurrió la idea de hacer un grupo de wasap para estar en contacto en todo momento, que fue de mucha ayuda. Habíamos decidido parar en Manzanares para el recuento y tomar café, ya que se encuentra a mitad del camino. Tras dos horas y cuarto de conducción y con una diferencia de apenas cinco minutos fuimos llegando todos. Nos saludamos como si lleváramos años sin vernos, desayunamos y con las primeras risas reanudamos el viaje.
Casi todos los GPS nos mandaban por Ocaña, así que, para no discutir con una máquina, decidimos hacerles caso y en dos horas estábamos llegando a Cuenca todo por autovía. Entonces Manolo SM mandó un mensaje porque se estaba quedando sin combustible (¡también tiene cojones!, cuando hacía dos horas que habíamos parado en un área de servicio). Nosotros que íbamos primero, localizamos una, les dimos la ubicación y les dijimos que los esperábamos ya en el camping. Allí nos estaban ya esperando Manolo Z, Mari, Manolillo, Virginia y Pablo. Hicimos el check-in y fuimos a instalarnos en las distintas cabañas. Nos acompañó Manolillo y nos dio algunas indicaciones. Aunque en un principio las cabañas no disponían de sábanas, y algunos las habíamos traído de Granada, nos las encontramos en las camas y nos dijo que era un detalle de la casa.
El lugar era un placer para los sentidos. Son varias hectáreas de pinos, césped y todo tipo de servicios. Hay zonas de acampada, otras de caravanas y treinta cabañas, a las cuales se accedía por calles adoquinadas y en las que podías dejar el coche casi en la misma puerta. Colocamos el equipaje, hicimos las camas, metimos las bebidas y viandas en el frigorífico y nos fuimos a visitar las otras cabañas. En la de diez, era donde más cachondeo había y cada uno sonreía según la suerte que había tenido en el reparto; sobre todo Miguelito, el Pimo; y Feliz, la Pima, ya que les había tocado la suite.
Eran casi las dos cuando nos juntamos todos para ir a almorzar. Habían reservado una mesa para veintidós en El Ventorro, que se encuentra a unos dos kilómetros del camping, y como la mesa era al aire libre pudimos llevarnos a los perrillos. El sitio, no sé si por ser día de fiesta o porque la comida es realmente espectacular, estaba a rebosar. Nos pedimos unas cervezas en la barra mientras llegaban todos, y ya sí que nos sentamos a la mesa que ocupaba prácticamente toda la terraza cubierta.
Nos trajeron la carta y había dos menús: uno de doce euros y otro de catorce, y como es costumbre, siempre que salimos todo el grupo, las tías se sentaron todas juntas en una parte de la mesa y los tíos en la opuesta. Con tanta gente no había manera de ponerse de acuerdo, y como sabía que podían volver loco al camarero, pedí un bolígrafo (que Pepe Rosa, muy previsor me dejó) y empecé a leer y a anotar en el mantel lo que cada uno quería. Pedimos de todo, y así poder compartir los platos, que resultaron ser muy abundantes y exquisitos.
Una de las recomendaciones era las judías pintas con chorizo y oreja, así que como lo pidieron seis, trajeron una olla repleta que dio para repetir varias veces y que todos la probáramos. El camarero no daba abasto con las cervezas. Iba subiendo el tono de la conversación hasta convertirse en voces y carcajadas, y los demás clientes, entre el follón que estábamos montando y el andaluz cerrado que hablábamos, no dejaban de mirarnos asombrados. Si los primeros platos eran grandes, los segundos no los envidiaban en nada. Tanto los filetes de buey, como el lomo de cerdo a la orza estaban para chuparse los dedos, aunque no hubo manera de terminar con tanta comida. Pedimos postre, café y nos dieron más de las cinco allí.
Quedamos a las seis para hacer nuestra primera incursión por la ciudad de Cuenca, y como algunos llegaron un poco más tarde de lo previsto aparecieron los primeros reproches. Manolo Z, siguiendo las indicaciones de su yerno, nos llevó por una carretera de montaña que daba a uno de los mejores miradores de la ciudad.
Paramos para hacer fotos y disfrutar de las vista y en diez minutos estábamos intentando aparcar en la parte alta de la ciudad, cerca del castillo. Misión casi imposible, ya que parecía que los habían soltado a todos juntos. ¡Qué marabunta de personas y vehículos! A nosotros nos tocó aparcar casi a un kilómetro en el arcén de la carretera.
Nos reunimos todos en el Mirador del Barrio del Castillo, nos hicimos la foto con Cuenca de fondo y comenzamos la bajada hasta las Casas Colgadas, que no colgantes (palabra que enfada mucho a los conquenses). Nos dirigimos a las ruinas del Castillo. No queda prácticamente nada de la antigua muralla árabe y poco de lo que fue la inexpugnable fortaleza cristiana, cuya última edificación corresponde a la época de Felipe II. Se conservan algunos fragmentos de la muralla, dos cubos magníficos y el bello arco de la puerta de entrada(Arco de Bezudo), que forma parte de los restos de la fortaleza del castillo, junto a una parte del torreón y algunos restos de muralla. Muchos subieron a contemplar las vistas y a hacerse fotos.
La siguiente parada, mientras estos bajaban del torreón, fue El Archivo Histórico Provincial, con la estatua de Fray Luis de león en la plazoleta, que fue sede del Tribunal de la Inquisición y más tarde cárcel provincial.
Entre reunir a todos y que te prestaran atención hizo que decidiera no contar nada de lo que había preparado; ya se enterarían cuando leyeran el diario de la historia de lo que estábamos viendo.
A Amadeo, que es fotógrafo profesional, y que tengo que agradecerle profundamente que me haya cedido sus fotos para ponerlas en el blog, había que esperarlo cada dos por tres porque se paraba en cualquier rincón a hacer fotografías y se quedaba atrás, por lo que su hermano Paquito y su hermana, Chiqui, tenían que quedarse para que no se perdiera.
Bajando por la Ronda de Julián Romero llegamos hasta El Cristo del Pasadizo, que como su propio nombre indica, se trata de un pasadizo que según se baja a mano derecha se ve un Cristo y una reja con una leyenda muy conocida en Cuenca:
Es en esa reja donde Julián, un apuesto mozo de familia humilde, acudía a cortejar a la bella Inés, una dama de una familia noble de Cuenca. Se enamoran perdidamente, pero los padres de Inés no acaban de aceptar a Julián, más que nada porque es de una escala social inferior, por lo que Julián marcha a la guerra para hacer fortuna y demostrar a todos su valía. La noche antes de partir, Julián e Inés, de rodillas ante el Cristo del Pasadizo, juran ser fieles, pero pasan los meses y a la vuelta de la guerra, tras dos años fuera, Julián comprueba que su sitio en la reja ha sido ocupado por otro caballero pretendiente, un tal Lesmes. Lógicamente, se enfada y cegado por la ira, se lanza espada en mano y se bate en duelo con este. En el duelo, Julián tropieza en un escalón, cae y Lesmes atraviesa a Julián con su espada muriendo en el acto. Inés pide auxilio y Lesmes intenta huir, pero se ve acorralado, cae y se desnuca. Tras ser testigo de las dos muertes, Inés se siente culpable y se recluye para siempre en el Convento de las Petras.
La leyenda está escrita al lado de la reja, pero como la letra era pequeña y no había mucha luz, se la conté a estos, aunque algunos ni me escucharon.
Llegamos a la Plaza Mayor donde se encuentran dos de los edificios más emblemáticos de la ciudad: la Catedral y la Casa Consistorial.
La Catedral de Santa María y San Julián está declarada Monumento Nacional desde 1902. se construyó sobre una mezquita y sus orígenes están íntimamente ligados a la reconquista cuando Alfonso VIII consiguió tomar Cuenca allá por el año 1177. Tiene elementos góticos, renacentistas, barrocos y la fachada principal es neogótica (realizada en el siglo XX). Aún está sin terminar, pero le da un encanto especial este hecho.
El Ayuntamiento es un notable edificio de estilo barroco del tiempo de Carlos III levantado sobre tres arcos de medio punto y que data del año 1762. Lo están restaurando, así que no pudimos contemplarlo en todo su esplendor.
Desde aquí bajamos hasta las Casas Colgadas, aunque aquello ya parecía el rosario de la aurora; no había cojones de juntarnos todos. Cada uno iba a su ritmo y por su lado. Algunos nos llegamos hasta el Puente de San Pablo para hacernos las fotos de rigor desde allí, que es donde se ven mejor las casas. Cruzamos el puente solo por sentir esa sensación de vértigo que produce mirar hacia abajo.
Viendo que los otros no se movían, decidimos regresar, dejando para otro momento la visita al Parador Nacional, aunque Encarnuchi, Eli, Manoli y Fabi con sus respectivos, ya habíamos cruzado el puente y estábamos al lado.
Nos reunimos en la Plaza Mayor para ver qué hacíamos. Unos decían de tomarnos algo, otros de coger el autobús para subir al aparcamiento del Castillo, otros de bajar y coger allí taxis... Ya el cansancio del día estaba haciendo mella .
Al final comenzamos a subir, cada uno a su ritmo, al Castillo por la Calle de San Pedro. A mitad del camino un taxi paró a nuestro lado y le dijeron a mi hermano Eustaquio que se montara, ya que junto a Miguelito y Paquito eran los que iban más jodidos. Se montó, y los demás seguimos andando. Se pararon en una bar de la calle Larga y allí esperaron hasta que nos juntamos todos. Recogimos los coches y quedamos en el camping.
Mi hermano, Antonia, Fabi y yo nos fuimos directos a sacar a los perrillos, que llevaban casi cuatro horas encerrados en la cabaña; nos recibieron con mucha alegría. Y junto con Pepe y Loli a recoger las cervezas y demás víveres para irnos a cenar al Velero, la cabaña grande.
Cuando llegamos, ya estaban liados en la cocina. Me quedé asombrado al ver a Juan, el marido de mi compañera Montse, partiendo el jamón; ¡qué maestría y qué rapidez haciéndolo. Manolo Z estaba liado con el queso y algunas mujeres preparaban unos platos de melva con pimientos morrones. Nosotros traíamos tomates de Porliz, la huerta del Eustaquio, y ajos para preparar una buena ensalada. Pero faltaba el pan , la sal y el aceite. Echándoles la bronca por no haberme hecho caso y traer más cosa desde las casas, ya que veníamos en coche y no molestaba, me fui de nuevo a la cabaña y me traje las dos barras de pan, el aceite y la sal, además de una botella de vino. Mientras estaba la cena, las cervezas volaban; habíamos traído cada uno un caja y estaban en su punto. Daba hasta vergüenza la mesa de la terraza donde se iban amontonando las latas vacías.
Antes de cenar se hizo la cuenta del jamón, del queso, de las latas de melva y los pimientos morrones, y tocábamos a doce euros por pareja, seis por persona; es decir, dos euros por cena. Más barato, imposible y juro que quedábamos" jartos" de comer.
Durante la cena ya empezó el cachondeo con poner a estas mirando "pa" Cuenca, y se sucedían las anécdotas y los chistes. Ya era no parar de reír con las polladas que se le ocurrían a La Pima y al Pimo. La Loli se meaba de risa y nos contagiaba a todos. Dolía la barriga de tanto reír. Por fin se rompió la piñata de los cubalibres y casi cayó una botella de ginebra. Salimos a fumarnos un cigarro a la terraza el Pimo, la Mari, la Feli y yo, y no se le ocurrió otra cosa a la Feli que separarse un poco y tirarse un "peo" largo y sonoro; creo que se escuchó en todo el camping. Más y más risas, y me dijo que no lo contara cuando entráramos. ¡Para qué me lo diría! En cuanto entramos se lo conté a todos con detalle y otra vez a no parar de reír. Como dice el refrán; Conversación ("comejación" como se dice en Gójar) de pobres, remate mierda. Más y más cachondeo.
Fernando, Alguacil y Manolo SM, se vistieron de invierno, como si fueran a cazar focas, y se fueron a pasear bajo las estrellas. No regresaron hasta pasada una hora. A las doce era el toque de queda, así que cada uno tiró para su cabaña.
Había que hacer turnos para ducharse, ya que solo teníamos un cuarto de baño. Loli, Fabi y Pepe lo hicieron por la noche y los otros tres lo dejamos para la mañana.
Viernes, 13 de octubre
Habíamos quedado a las diez de la mañana ya preparados en los coches para salir, así que a las siete y media ya estaba despierto y duchándome. Salimos a darle una vuelta a Bonica por el camping (si se la das entera tardas una media hora) y hacía un frío que pelaba. Volvimos a la cabaña y ya estaban todos levantados y nos pusimos a preparar el desayuno. Café, zumo, tostadas con aceite, ajo y tomate (que Antonia ya había traído preparado en un bote) y magdalenas. Mientras retiraban la mesa yo preparé la salida del día; más bien repasé todos los apuntes que traía. En las demás cabañas cada pareja organizó el desayuno como pudo, aunque muchos se fueron al restaurante del camping, que abría a las nueve.
Hoy sí que todo el mundo fue puntual, y a las diez en punto salimos camino de Las Torcas de Palancares y Tierra Muerta. Programé a Montse (la tiílla que habla del GPS) y nos pusimos de guías de los cinco coches en los que nos habíamos organizado. Había tráfico intenso al pasar por Cuenca, así que en una de las rotondas, dos coches se perdieron. No hubo problema porque con los móviles indicamos la carretera a seguir. Paramos a repostar en una gasolinera y allí nos juntamos todos de nuevo; ya no nos separamos hasta llegar al destino. Aunque el gasolinero nos dijo que no estaba bien indicada la carretera de Las Torcas, la encontramos con facilidad. Por una carretera de montaña, que estaba en buen estado y rodeada de pinos, tras pasar por la fábrica de madera y el Campamento Juvenil de los Palancares, llegamos a las Torcas.
Las torcas o dolinas son hundimientos del terreno, como si fuesen cráteres, producidas de forma natural como consecuencia de la acción de las aguas carbónicas subterráneas sobre rocas calizas muy solubles provocando zonas de fractura, que son las que han causado el hundimiento de ese terreno.
Las zona de las Torcas de los Palancares, son el Monumento Natural más extenso de Castilla- La Mancha. existen 30 torcas, algunas con más de cien metros de profundidad y para recorrerlas hay rutas de senderismo perfectamente señalizadas. Nosotros hicimos el recorrido corto, visitando solo cinco de ellas, aunque son de las más representativas.
Miguelito estaba precioso con su paraguas multicolor, a modo de guía, que me habían traído para que yo ejerciera de tal. Aunque estuve tentado de cogerlo en más de una ocasión, me dio vergüenza hacerlo. Empezamos por la lectura del cartel informativo que hay al comienzo, y como éramos muchos mandé silencio para que Antonia la hiciera en voz alta. ¡Qué malos alumnos, no se callaban ni "pa" tiros.
Nos asomamos a la Torca del Agua, en primer lugar, donde los pinos alcanzan hasta los treinta metros compitiendo por alcanzar la luz.
Justo enfrente, se encuentra el Torcazo, que es una de las que menos se aprecia por estar llena de pinos.
Para llegar hasta la Torca del Lobo había que andar un poco, pero se hizo muy agradable el camino entre los pinos, los enebros y las plantas aromáticas. De pronto apareció la torca más emblemática de todas, en la que mejor se aprecia el hundimiento del terreno y la más peligrosa por la caída tan impresionante que tiene. Yo no hacía más que regañarle a Bonica porque se acercaba mucho al precipicio.
Leímos la leyenda, que cuenta que un pastor de la zona llamado Zacarías, salió a cazar a un lobo que estaba matando a sus ovejas. Lo encontró y le disparó hiriéndolo. Pero se vio obligado a refugiarse por la noche debido a la nieve en la torca para no morir helado. El lobo herido se acercó y durmió junto a él dándole su calor y salvándolo de una muerte segura. Zacarías dejó de cazar para siempre y estuvo llevándole comida a su amigo hasta que se curó.
Siguiendo el recorrido circular nos acercamos hasta la Torca de la Escaleruela, que recibe este nombre porque es la única a la que se puede bajar por una empinada vereda.
Y justo al lado del aparcamiento, que casi pasa desapercibida, se encuentra el Torquete, una de las torcas más pequeñas. Esperamos a que todo el grupo llegara, y Manolo Z nos dijo que mi hermano Antonio y Tere llegaban para la hora del almuerzo y que nos esperaba en el Ventorro, por lo que llamó para reservar mesa otra vez allí. Nos montamos en los coches y continuamos nuestro recorrido, que siguiendo la carretera de la Torca de la Novia nos llevaría a la próxima visita a unos diez kilómetros: Las Lagunas de Cañada del Hoyo.
Las lagunas surgen por el agua subterránea, y el nivel de esta no varía prácticamente según la estación. Todas están conectadas entre ellas y a la vez por el mismo acuífero, que conecta con el río Guadazaón. En realidad son igual que las torcas, pero en este caso con agua, que según cómo incide la luz, el momento del día la época del año o el calor que haga, cambian de color.
En total son siete, pero solo se pueden visitar tres de forma gratuita porque son públicas, mientras que las otras cuatro están en territorio privado y su dueño cobra una entrada. Para visitar las tres públicas hay un sendero que sale del aparcamiento para recorrerlas en apenas unos minutos.
La Laguna de La gitana o de la Cruz es la primera que nos encontramos nada más dejar el coche. Tiene un sendero circular que la recorre a media altura y que se hace en unos diez minutos. En algunas partes del recorrido casi llegas hasta el agua. Lo más curioso de esta laguna es que las capas de agua no se mezclan entre sí y están perfectamente separadas. De las tres capas que tiene, la de arriba es totalmente dulce, la de abajo supersalada ( más que las aguas del mar), y la intermedia una mezcla de las dos. Es un redondel perfecto de 132 metros de diámetro y 25 metros de profundidad. Tiene un verde turquesa que enamora, así como su leyenda, la cual habla del amor de dos gitanos de familias enfrentadas. La doncella pierde el sentido desapareciendo un día en esta laguna. Cada verano esta laguna cambia de color del verde azulado al blanco lechoso en recuerdo al amor puro.
La Lagunilla del Tejo es la más pequeña de las tres y cuando la visitamos tenía un color verde intenso, aunque sus aguas pueden llegar a ser casi negras. Es la menos profunda.
La Laguna del Tejo es la más grande y alejada de todas, aunque casi al lado del Lagunillo. Es la que presenta un agua mucho más azul turquesa y el nombre se lo debe al árbol que hay en la ladera del cono y que para la cultura celta era sagrado. Es la más profunda de las tres con 32 metros y las aguas son las más transparentes llegándose a ver hasta el fondo dependiendo de cómo le dé la luz. Nos hicimos una foto de grupo con la laguna de fondo.
Ya se nos había echado la mañana encima y teníamos que regresar, pero tengo que decir en honor a la verdad que todo lo que había leído de que tanto las torcas como las lagunas merecían una visita si ibas por Cuenca, era muy cierto.
La vuelta fue mucho más tranquila y por carreteras en mejor estado. Antes de darnos cuenta ya estábamos en los aledaños de Cuenca. En la salida de una rotonda nos equivocamos, así que tuvimos que hacerla de nuevo y quedamos de puta madre diciendo que la habíamos hecho para comprobar que todos los coches nos seguían.
Antes de las dos ya estábamos en el restaurante y nos llevamos la sorpresa de que mi hermano y Tere ya estaban allí tomándose una cerveza. Los imitamos mientras muchos iban al servicio y ya nos sentamos a la mesa, que hoy nos la habían montado justo enfrente. Otra vez tíos y tías por cada lado y de nuevo a pedir bolígrafo a Pepe y gafas a Fernando para facilitar la tarea al camarero, que hoy era una chica. Pedimos tercios de cerveza, vino y Casera, y hoy sí que nos trajeron la cerveza en tercios, porque el día anterior el camarero se asustó al ver lo que bebíamos y dijo que lo íbamos a dejar sin botellines, así que nos trajo jarras de litro. Volvimos a pedir de todo, para no dejar de probar nada de lo que había en el menú y otra vez salimos muy satisfechos. No tanto las mesas de al lado, porque se formó el mismo follón de voces y carcajadas. Rematamos con unos chupitos de licores que nos trajeron del camping.
Quedamos a las seis y media y me dio tiempo a echarme una siestecilla con Bonica, al igual que lo hicieron mis hermanos (será que es de familia) y ya, descansados, nos reunimos con todos a la entrada del camping.
Tocaba de nuevo la visita a Cuenca, pero esta vez llegamos por la parte baja de la ciudad, por la calle José Merino que va de lleno en la hoz bordeando el río Júcar. Es un recorrido precioso donde se apreciaba la llegada del otoño (¡tócate el coño! Uy, perdón se me ha escapado). Cruzamos el puente y por la calle Colón nos fuimos a aparcar a la zona azul. Como eran las siete del viernes solo tendríamos que pagar una hora de parking, así que fuimos al parquímetro a sacar el ticket . ¡No hubo cojones! Y mira que lo intentamos todos, aquello no había manera de entenderlo, con la pila de gente lista que estábamos allí. Mi Eustaquio, Fernando y yo nos fuimos a otro y al final lo conseguimos, y creyendo que ya sabíamos cómo funcionaba fuimos a decirles a estos, que seguían peleándose con la máquina, cómo se hacía. Pasó un vigilante y dijo que estaba averiada y que no nos preocupáramos que iba a hacer la vista gorda.
Bajamos hasta donde se juntan los dos ríos de cuenca: el Huércal y el Júcar, y tomamos la margen derecha del este último para subir hasta la Torre Mangana. Es un paseo maravilloso, pero después de quince minutos de disfrute tocaba subir hasta uno de los puntos más altos de la ciudad.
Ahí cada uno lo hizo como pudo y los que íbamos delante esperamos más de diez minutos en la puerta de San Juan. Seguimos ascendiendo hasta alcanzar la dichosa Torre y con la lengua fuera alcanzamos nuestro objetivo. Sé que rodarían muchos santos y que más de uno se acordaría de mis antepasados, pero las vistas que hay desde aquí merecían el esfuerzo realizado.
La Torre Mangana es otro de los emblemas de la ciudad y se ve desde todas partes. Ha sido reloj de la ciudad desde el siglo XVI. Su nombre proviene del árabe al-mangana, que significa máquina. Se cree que en este lugar debió de existir una catapulta. Su forma recuerda al alminar utilizado para llamar a la oración. Aquí, y justo sobre la muralla medieval estaba ubicado el alcázar árabe.
Algunos no subieron hasta lo alto, así que quedamos en la Plaza Mayor para "rejuntarnos". Por la Calle de Santa María llegamos hasta la Plaza de la Merced donde se encuentra la entrada al Museo de Ciencias de Castilla La Mancha y el Seminario. Y continuando por la Calle del Fuero hasta el Convento de las Esclavas, donde algunos entraron a oler. Me adelanté por ver si ya habían llegado los demás a la Plaza Mayor y allí estaban esperando.
Más fotos a la catedral y de nuevo a ver las Casas Colgadas y seguir con el reportaje fotográfico, pero ahora nocturno.
Habíamos subido por el río Jucar y la idea era bajar por el Huécar, así que tomamos la calle Canónigos que se une más abajo con el Paseo del Huécar. Otra vez aquello era el Rosario de la Aurora. Paramos, para ver si nos reuníamos todos, cerca del Teatro Auditorio de Cuenca, pero pasaron más de quince minutos y seguía faltando gente. Empezamos a ponernos nerviosos, pero por fin aparecieron y continuamos el recorrido por la Calle Tintes, siempre pegados al río para que nadie se despistara.
Sabía que estaba cerca de la Bodeguilla de Basilio, pero aún así pregunté y me dijeron que se encontraba en esa misma esquina. Aunque eran las ocho y media, la gente se salía por la puerta. La idea era tomarnos unas cervezas por allí, pero al ser 23 teníamos bastante complicado encontrar un bar o terraza donde cupiéramos todos juntos. Manejamos la posibilidad de que cada uno entrara en un sitio y juntarnos a una hora, pero la desechamos. Así que decidimos irnos a cervecear y cenar al camping, que teníamos de todo.
Seguimos por la orilla del río para llegar a la junta de los dos ríos para no perdernos, pero al ver que algunos se habían quedado atrás, nos mosqueamos. Manoli se había perdido en la plaza donde estábamos decidiendo qué hacer porque se puso a hablar por teléfono y se despistó. Alguacil tuvo que ir a buscarla y por fin la encontró, después del susto, y ya sí que fuimos a recoger los coches e irnos para nuestro destino.
Otra cena con vino, cerveza, jamón, queso, tomates aliñados y ensalada de atún y pimientos. Otra velada de risas, de voces, de estar todos juntos. No sé cómo salió el tema, pero de pronto la Chiqui saltó levantando el tono de voz muy ofendida diciendo que ella no era del Barrio de la Estopa (que era un barrio marginal de Gójar). Manolo Z viendo que aquello le dolía, más metía los dedos, hasta que La Chiqui casi perdió la voz. Se habló de todo, se discutió de todo, y a las doce, con unos cuantos cubatas en el cuerpo, cada uno se fue a su cabaña.
Sábado, 14 de octubre
Quedamos de nuevo en la puerta del camping a las nueve y media, ya cagados, meados y desayunados, y la verdad es que todos fueron de una puntualidad inglesa, porque si no, se tendrían que enfrentar al Eustaquio, que cuando se cabrea da mucho miedo. Hoy tocaba recorrer de punta a punta toda la Serranía de Cuenca (declarada Parque Natural) Tomamos la carretera con dirección a Tragacete, pero a la altura de Villalba de la Sierra cogimos el desvío que lleva hasta la población de Las Majadas por una carretera que era una pura curva, ya de lleno en la serranía. La agenda del día de hoy era muy intensa.
Nada más llegar a Las Majadas se toma la dirección: Los Callejones de las Majadas, que está muy bien indicado, y tras tres kilómetros por una pista asfaltada te das de boca con este paraje que no tiene que envidiarle nada a La Ciudad Encantada, con la ventaja de que es gratis y está menos masificado.
Este curioso paisaje de roca caliza se denomina lapiaz. Es un conjunto de surcos y oquedades de distintos tamaños, consecuencia del modelado cárstico. Se origina debido a que las rocas, denominadas dolomías, están compuestas de carbonato magnésico y cálcico, lo que quiere decir que son solubles al agua. El viento, la lluvia y el paso de miles de años han originado este mar de piedra donde pudimos apreciar multitud de formaciones, puentes y pasajes.
Tras pasar esta primera parada de interés fotográfico (Amadeo, Fernando y yo con las cámaras, y todos con sus móviles no paramos de intentar capturar el espectáculo que brindaba la naturaleza). Continuamos una breve ascensión hasta llegar a una enorme superficie de piedra que nos dejó con la boca abierta.
Continuamos por los estrechos pasadizos, rodeados de rocas a ambos lados. En uno de ellos nos cruzamos con un grupo de unos sesenta senderistas que hizo que tuviéramos que pegarnos a las paredes para poder pasar, y como eran muy educados, uno por uno iban dándonos los buenos días. En mi vida he dicho tantas veces seguidas buenos días, cuando aquí en mi pueblo nos saludamos con un "jei".
En algunas oquedades se podía observar el paisaje exterior resultando la escena muy curiosa.
La bajada seguía y pronto se despejaron los laterales, volviendo la flora a nuestro lado. Un poco más allá llegamos a otra explanada, esta bastante más grande, donde se podían apreciar altas paredes de roca apartadas y un tormo aislado.
Como curiosidad, en estos parajes se rodaron escenas de la película" El mundo nunca es suficiente" de la saga de James Bond.
Impresionados de lo que habíamos visto, y tras hacer unos cuatro kilómetros en más o menos hora y media de recorrido, llegamos al aparcamiento. Había merecido la pena y pienso que nadie quedó indiferente ante tal maravilla de la naturaleza.
Ahora tocaba atravesar toda la Serranía de Cuenca por una carretera de montaña. En uno de los cruces tuvimos que dar marcha atrás porque la pista por la que íbamos a ir, aunque asfaltada, estaba en muy mal estado. Fue un placer para los sentidos todo el recorrido que hicimos en coche. Y tras una hora, llegamos al aparcamiento de los restaurantes del río Cuervo. Había cientos de personas, así que lo primero que hicimos fue ir a reservar mesa en uno de ellos. Tenía muy buenas referencias del restaurante " La Tejera". Fuimos Manolo SM, Fernando, Eli, Manolo Z y yo a reservar, pero nos encontramos con un grupo del INSERSO de más de cien personas tomando el aperitivo en el bar. Pedimos mesa al camarero pero nos dijo que no había sitio para tantos. Cuando ya casi estábamos a punto de irnos, le pregunté al camarero que si podíamos estar en mesas separadas y entonces llamó a la chica encargada, que amablemente nos atendió, y nos ofreció montarnos dos mesas fuera, a lo que encantados accedimos. Ya teníamos el mayor problema resuelto (no es fácil encontrar sitio para veintitrés personas en ningún sitio, y menos tan turístico y tan bien valorado como este).
Desde luego es que no se les puede dejar solos ni un momento. Ya habían discutido si empezar a andar sin nosotros o no, y el ambiente se notaba muy cargado. Cada uno iba por su lado. Nos incorporamos al grupo y aquello parecía la feria, de la gente que iba a ver el nacimiento del río.
A partir de aquí se trata de un sendero de un kilómetro y medio muy agradable entre pequeñas lagunas y cascadas que dejan un precioso paisaje. Fue una pena que llevara tan poca agua porque yo había visto las fotos e impresionaba; aún así, merece mucho la pena.
En apenas veinte minutos llegamos al nacimiento del río que es un manantial que sale de una profunda caverna.
El camino de vuelta lo hicimos por una ruta muy cómoda que va bordeando las cascadas hasta llevarnos al parking. Allí nos reunimos casi todos y nos fuimos directos al restaurante donde ya tenían montadas las dos mesas en la terraza. Nos pedimos unas cervezas mientras llegaban todos, y por pura casualidad habían montado una mesa para 11 y otra para 12, así que fuimos sentándonos los hombre en la de doce y las mujeres en la de once.
Había gran variedad de platos en el menú, destacando el ciervo, aunque casi nadie lo pidió. Otra vez la operación de anotar lo que cada uno quería en el mantel y a disfrutar de los manjares, que, no tan abundantes como en el Ventorro, sí que eran de mucha calidad. Pedimos los postres y el café, y mi hermano Antonio se echó una siestecilla de unos minutos allí mismo en la silla (es un superviviente de la siesta que no le importan los ruidos ni las incomodidades), solo se despertó cuando quisieron ponerle un sombrero en la cabeza para hacerle una foto. Muchas risas, muchas voces, y a pesar de que se estaba en la gloria, tuvimos que levantarnos para seguir con la agenda. No tocamos ni a trece euros por cabeza, y mira que bebimos cervezas. Todo un acierto el lugar; no me extraña que esté recomendado por Tripadvisor.
Tomamos la carretera que va a Tragacete, y esta sí que estaba en buen estado y con menos curvas. Nos tocó una tiílla delante que iba despacísimo, así que formamos una cola enorme detrás de ella hasta un poco antes de El Ventano del Diablo que fue donde se apartó.
Costó trabajo aparcar en el Ventano, ya que estaba llenísimo de gente, pero como la visita a este paraje es corta, no paraban de salir y entrar coches.
El Ventano del Diablo es una cueva natural desde el que se pueden contemplar las hoces del río Júcar en todo su esplendor, el río y las paredes de piedra. El nombre viene de la leyenda de que el Diablo organizaba aquí sus ejercicios de brujería y arrojaba al río a todo aquel que se atreviese a asomarse a las ventanas del mirador.
Tras un montón de fotos, nos dirigimos a Portilla, un pueblo pequeño de apenas 100 habitantes, que alberga un Centro interpretativo de los Dinosaurios muy interesante, y del que es alcalde uno de los trabajadores del camping, que era el que nos había reservado la mesa los dos días en el Ventorro. Como él no pudo atendernos por motivos de trabajo, le pidió al teniente de alcalde que nos enseñara el lugar. Mientras atravesábamos el pueblo fuimos el aliciente del mismo, ya que seis coches en procesión rompía la monotonía de ese lugar tan tranquilo. La gente se asomaba a las ventanas para ver lo que ocurría.
Tardaron unos minutos en abrírnoslo, lo que algunos aprovecharon para montarse en los columpios del parque; ¡si es que son como niños!
El Centro se encuentra dentro de un salón que hace las veces de teatro, salón de fiestas y lugar de encuentro de los vecinos. La visita fue muy instructiva y pudimos aprender mucho sobre los huevos de dinosaurio y la importancia de la Serranía Cuenca en este periodo de la historia.
Como la visita era gratuita y había una barra en el salón, nos pedimos unas bebidas para hacer un poco de gasto, y mientras lo hacíamos, aprovechando el escenario, me subí a recitar una poesía, invitando al resto a que subieran. Solo lo hizo Antonia. Querían que cantara algo, pero sin guitarra era complicado, así que subí de nuevo y les recité otra, esta vez un poco más picante. "¡Clamé al cielo y no me oyó... ni Dios!" No pudo escribirla aquí porque sé que muchos alumnos míos se meten en el blog. Asombro y muchas risas. Está bien eso de disfrutar de un escenario para uno solo.
A lo tonto, ya eran más de la siete de la tarde de ese día tan cargado, así que nos fuimos al camping, que estaba a solo veinte minutos, a descansar algo.
A las ocho me llegué a la cabaña grande para ver quién se apuntaba para ir a ver el partido y nos tomamos unas cervecillas en la terraza mientras nos amenizaban con un Karaoke de una caravana. Cantaban dos niñas pequeñas y la verdad es que lo hacían bastante bien. Les llamaron la atención porque tenían la música muy alta. Si es que uno no, pero la gente tiene tarea. Ya nos habían preparado la cuenta, así que nos llegamos a recepción a pagar y, de paso, compramos un décimo de lotería.
Esa noche jugaba mi Atlético contra el Barcelona y se podía ver en el restaurante, así que los más futboleros, menos el Pimo, nos fuimos a verlo. Estaba lleno de gente y nos hicimos fuertes en un rincón de la barra. Además, tenían cerveza Alhambra 1925 por lo que disfrutamos del fútbol y de unas buenas cervezas. Ahí ya empezaron las risas de la noche.
Habíamos mandado un wasap para que en el descanso nos trajeran unos platos de jamón, ya que allí no ponían tapa, pero no nos hicieron ni caso, así que nada más terminar el partido nos fuimos para la cabaña grande a comer algo. Menos mal que nos habían dejado algo de jamón y queso.
La velada fue muy divertida recordando todos los momentos graciosos del viaje y riéndonos de nuestras propias miserias. Mi hermano Antonio y yo teníamos el punto, y cuando coincidimos con él, nos reímos de todo. Hubo cante, muchos cubatas y carcajadas sin parar. Antes de las doce se repartieron servilletas para hacer bolitas, ya que era el santo de Tere y le dimos una sorpresa lanzándoselas a las doce y cantándole el feliz en tu día, y cuando más a gusto estábamos llegó Manolillo a llamarnos la atención porque era tarde y seguíamos con la juerga. Se recogió todo y nos fuimos para las cabañas riendo y cantando bajico. Si no hubiera sido porque no se podía montar follón y porque al día siguiente salíamos pronto, esa noche hubiéramos liado una buena.
Domingo, 15 de octubre
Nos levantamos todos temprano porque había que recogerlo todo. Mi Eustaquio y yo salimos a darle una vuelta a Miki, Blanco y a Bonica, ya que hoy estarían muchas horas en el coche. Cuando volvimos a la cabaña, ya estaba el desayuno preparado y el equipaje en el salón. Para las nueve y cuarto ya estábamos entregando las llaves en recepción y esperando a que todo el mundo estuviera listo. Como no queríamos ir en caravana pendientes de los demás, a las nueve y media nos despedimos y quedamos en llamarnos en el camino para la parada. Mi hermano Antonio ya hacía veinte minutos que se había marchado sin avisar.
El viaje de vuelta lo hicimos por la carretera de Ciudad Real, y aunque había un buen tramo de carretera nacional, después la A-43 era sola para nosotros y le pisamos al coche de lo lindo. Como era pronto, fuimos dilatando la parada y tras dos horas y media lo hicimos en Santa Cruz de Mudela. En apenas diez minutos todos los coches estaban allí. Ya no era hora de café, así que nos tomamos unas cervezas y pedimos queso manchego para acompañarlas, aunque ponían una tapilla.
Ya solo quedaban dos horas hasta Gójar, pero llegaríamos sobre las dos y media, por eso dijimos que quien quisiera que se viniera para las casas nuestras, que improvisaríamos un almuerzo en el patio. Cuando llegaron, ya estaban preparadas las mesas y estábamos sacando las cervezas y las tapas. Al final, menos Encarnuchi, Manolo SM y Eli, estuvimos todos almorzando juntos.
Como decía al principio, me daba miedo este viaje, porque convivir tantas personas y ponerlas de acuerdo, era un reto bastante difícil. Pienso que todos hemos puesto un poco de nuestra parte para conseguirlo, y el sentir general ha sido que el viaje ha merecido la pena y que nos lo hemos pasado de maravilla. Agradecer a Pablo, Virginia y Manolillo el trato tan especial que nos han brindado y desearles toda la suerte del mundo en la gestión del camping. Y a todos los componentes del viaje: Alguacil, Amadeo, Antonia, Antonio, Chiqui, Eli, Encarnuchi, Eustaquio, Fabi, Feli, Fernando, Juan, Loli, Manoli, Manolo SM, Manolo Z, Mari, Miguelito, Montse, Paquito, Pepe y Tere (en orden alfabético), decirles que ha sido un verdadero placer viajar y compartir esos ratos de convivencia y cachondeo con ellos.
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