Tarragona, febrero 2015

Viernes, 27 de febrero

Hace tiempo que Tarragona me había llamado la atención, no solo por ser Patrimonio de la Humanidad, sino porque las veces que hemos visitado Cataluña nos ha encantado el trato tan cordial de su gente.



En un principio quería comprar el viaje en tren y reservar el hotel por mi cuenta, y casi cuando ya lo tenía enjaretado, empecé a buscar por internet por si había alguna oferta que me interesara. Mi sorpresa fue mayúscula cuando en Destinia, encontré una que superaba con creces mis expectativas. Por un precio cincuenta euros inferior, tenía el tren, el hotel y media pensión. Por lo que no dudé en en reservarlo.

Al ver que el tren tenía su primera parada en la estación de Linares- Baeza, pensamos en comentárselo a Chari y Mariano, los cuales, sin dudarlo ni un solo segundo, se apuntaron.

No empezamos el viaje con buen pie, ya que nada más acceder al tren, encontramos que nuestros asientos estaban ocupados. Tuve que buscar al revisor y traerlo al vagón par resolver el entuerto. Aunque, efectivamente el coche y los asientos coincidían, se habían equivocado de fecha, por lo que tuvieron que abandonar el tren, no de muy buenos modos. Además, todo el vagón estaba ocupado por estudiantes universitarios que se iban de viaje de estudios a un crucero que partía de Barcelona. Fue una noche movida; vamos que no pegué ojo. Menos mal que a nuestro compañeros de viaje les había tocado ir en otro coche y pudieron dormir algo.

Después de diez horas de tren, amanecimos en Tarragona, cuando aún no habían puesto las calles. Soltamos el equipaje en la recepción del hotel y nos fuimos directos a desayunar.

La parte antigua de la ciudad está en todo lo alto, menos mal que había escaleras automáticas cerca del hotel, porque si no, hubiéramos terminado reventados.



Como no era hora de nada, y el mercado central estaba cerca, allí que nos dirigimos para tener una primera toma de contacto con la vida de la ciudad. El edificio del mercado lo están restaurando, así que han puesto uno provisional al lado. Ya había movimiento a esas horas, y los puestos rebosaban vida. Mucho pescado, productos de la huerta y puestos de carne, ofrecían lo mejor de la tierra a unos precios normales.



La oficina de turismo abría a las nueve, y allí que estábamos nosotros esperando a su apertura. Nos dieron información de la ciudad, de la provincia y planos de todo. Así que, ya podíamos empezar con la visita. Nos dirigimos al Balcón del Mediterráneo a tocar (ferro) hierro, que dicen que da suerte, y a admirar las magníficas vistas del mar.



Había leído que para entender mejor la ciudad lo mejor era ir a ver la maqueta de cómo era ésta en la época romana. Fuimos a la Plaza del Pallol, y después de dar varias vueltas, encontramos dónde estaba dicha maqueta. Al ser tan temprano, estábamos solos, y uno de los empleados nos dio información de todo (hasta nos contó parte de su vida).



Nos acercamos al hotel en busca de la cámara de fotos, y ahora sí que nos dirigimos a hacer la visita de todo lo que queda de la época romana. Empezamos por el anfiteatro, que aunque se puede ver desde fuera, preferimos sacar la entrada conjunta para todos los monumentos: el Pretorio, el paseo por la muralla y el foro. En taquilla preguntaron que si alguno de nosotros era profesor, ya que las entradas eran gratuitas, así que nos ahorramos un billete. El precio era de unos siete euros, y merece la pena pagarlos.



Después de recorrer todo el anfiteatro y hacer miles de fotos, nos dirigimos al Pretorio (una torre que ha servido de residencia real y cárcel en otras épocas, con unas vistas espectaculares de toda la ciudad). Justo al lado, y bajo tierra están unos pasadizos que comunicaban con los foros y el circo romano. Muy interesante la visita, y además dispone de ascensor para superar las cuatro plantas. Se encuentra en perfecto estado, y se utiliza para exposiciones temporales.



Desde aquí, y siempre en subida, nos dirigimos al paseo por la muralla. De los cuatro kilómetros, que tenía en un principio, aún queda uno en muy buen estado. Había muchos grupos de estudiantes y turistas recorriéndola. Después de este paseo tan agradable cargado de historia, tocaba reponer fuerzas, y qué mejor que hacerlo al estilo de los tarraconenses.



 Nos sentamos en una de las terrazas de la plaza del ayuntamiento, y nos pedimos unos vermuts, los cuales vienen acompañados de un cuenco de patatas fritas y uno de aceitunas (olivas como dicen ellos). Como estaba bastante rico, nos aficionamos a este aperitivo, y ya todos los días nos lo tomamos entre risas, ya que a la Chari, se le subía pronto a la cabeza.



Estuvimos viendo algunos restaurantes para almorzar, pero como todavía teníamos que ir al hotel a que nos asignaran la habitación, decidimos comer en alguno de los que había por allí cerca. Fue todo un acierto, porque justo al lado, encontramos un mesón con comida casera y a un precio magnífico. El menú, con seis primeros y seis segundos, más bebida, postre y café por solo nueve euros. Todo exquisito, y regado con una buena botella de vino, casera y agua. Desde luego era para repetir, se llama Transit Gran Prix.



Eran casi las tres cuando nos dieron las habitaciones, una al lado de la otra. El Cataluya Exprees es un hotel de dos estrellas sencillo, pero maravilloso en cuanto a limpieza y servicios. Nosotros teníamos incluido el desayuno y la cena, y no tiene nada que envidiarle a uno de cuatro estrellas. Otra vez los comentarios de internet habían sido muy útiles y objetivos.

                                                                               
Quedamos a las cinco para continuar con la visita a la ciudad, después de echarnos una merecida siesta. Como estábamos pared con pared, solo teníamos que tocar con los nudillos en la de al lado, y así nos comunicábamos, aunque también tenía sus inconvenientes porque sabías lo que hacían los otros.

Nos despistamos un poco buscando el foro, pero daba lo mismo, porque a cada paso encontrabas restos romanos por todas partes. Preguntando, dimos con él, y después de la visita, nos dirigimos a la Rambla Nova (que es el centro neurálgico de la ciudad) a merendar en una de sus innumerables terrazas.





Subimos de nuevo a la parte antigua de la ciudad para hacer la visita de la catedral, pero nos la encontramos cerrada, así que la dejamos para el día siguiente. En los aledaños había un mercado medieval, y estuvimos mirando los puestos y comparando algunas cosillas. Sobre todo piedras (¡también tiene cojones!) que tienen unas propiedades especiales.Conforme bajábamo, me despisté un momento para comprarle a la Chari una manta que le había gustado.





Ya estaba oscureciendo, así que callejeando nos dirigimos hasta la playa. Tarragona no está pensada para el turismo de playa, ya que la vía del tren te impide llegar hasta ella. Después de un rato de caminata y preguntando, encontramos el camino que hacía posible salvar la línea férrea. La Chari estuvo purificando las piedras en el agua del mar. Y deshaciendo el camino por una buena cuesta arriba, llegamos de nuevo a La Rambla. Paseamos hasta el final de la misma y les hicimos algunas fotos al Monumento a los Castellers.




Ya iba siendo hora de bajar al hotel, así que esta vez bajando miles de escaleras, llegamos a los aledaños. Nos tomamos un aperitivo y nos encaminamos al comedor. Fue una sorpresa ver la calidad de la cena y la variedad. Además, la bebida estaba incluida. Al estar solos en el comedor, el señor que atendía las mesas, nos dio conversación hasta que llegaron los otros comensales.

Nos sentamos en uno de los salones para reposar la comida y charlar un poco, pero como nos reíamos más fuerte de la cuenta, tuvimos que irnos a la habitación para no molestar. Nos tomamos un chupito de orujo que había traído de Granada, seguimos riendo y charlando, y a las once y media, decidimos irnos a la cama después de un día agotador.


Sábado, 28 de febrero


Habíamos quedado para desayunar a las nueve de la mañana, pero antes de esa hora me acerqué a la estación del tren para sacar los billetes de hoy. Otro de los motivos de escoger este hotel, era la cercanía de ésta, ya que te da la oportunidad de poder visitar otros lugares de una forma rápida y barata. En ventanilla, y después de pedir cuatro billetes de ida y vuelta para Reus, me informó ,amablemente la señorita, que me salía más barato comprar un bono de diez viajes, así que le hice caso, y nos ahorramos algo.

El desayuno era sorprendente ; no faltaba de nada, ni dulce ni salado. Además el café era de máquina de cápsulas. Mariano, que le encanta el café por la mañana, se preparó uno con cinco de ellas, a lo que le dije que era mejor que se inyectara la cafeína en vena, y así no perdía tiempo. Todo eran risas de por qué no podían nunca repetir hotel.

A las diez menos cuarto ya estábamos esperando nuestro tren, que en apenas quince minutos nos iba a dejar en nuestro destino del día. Reus, a diferencia de Tarragona, es una ciudad totalmente llana y repleta de edificios modernistas. Así que el recorrido era bastante fácil. Antes de darte cuenta ya estabas metido de lleno en el modernismo. Miraras donde miraras, te encontrabas algún edificio de este tipo. No es de extrañar, ya que el arquitecto más famoso de este estilo ,Gaudí, nació en esta ciudad, aunque curiosamente nunca trabajó en ella, pero le sirvió de inspiración para su obra.





Reus es, aparte, una ciudad comercial, señorial y con mucha vida. Todas las calles importantes eran un hervidero de gente paseando, comprando, disfrutando de su belleza.

En la Plaza del Mercadal se encuentra la Casa Navás, obra del arquitecto Lluis Doménech i Montaner, y en otro extremo de la misma el Gaudí Centre; un imprescindible en Reus. Compramos las entradas (siete euros por cabeza con audioguía) y empezamos la visita. Una de las monitoras nos informó que iba a comenzar la proyección en español en una sala con cuatro pantallas con sillones giratorios, pero que íbamos a estar acompañados de un grupo de estudiantes. No nos importó, y la verdad es que se portaron muy bien. Muy instructiva e interesante. A partir de ahí, fuimos visitando todas las salas y comprobando que realmente Gaudí era un genio.




Después de la visita seguimos con nuestro paseo, y buscando una terraza para tomarnos el vermú. Había algunos puestos llenos de gente en los que vendían, queso, embutidos, pan... Compramos un buen trozo de queso y dos empanadas curiosas, y ya sí que nos sentamos a tomar el aperitivo. Le pedimos un cuchillo al camarero, que amablemente nos prestó, y dimos buena cuenta de las viandas y del vino. Como ya se nos había abierto el apetito, fuimos a buscar un restaurante donde almorzar. Reus es más caro que Tarragona, pero si te mueves un poco se puede encontrar algún buen sitio donde hacerlo. Por once euros te ponían tres platos a elegir entre un montón, y además, la bebida estaba incluida. Chari solo se pidió una sopa y le trajeron un cuenco con un litro. Muy bueno, por cierto, el vino del Penedés.





Seguimos nuestro paseo, entre risas, por la ciudad , y sin darnos cuenta ya estábamos en la estación.

Llegamos al hotel a las cuatro, y nos tomamos un descanso de una hora, para a las cinco estar de nuevo subiendo por las calles del centro histórico camino de la Catedral. Al ir a comprar las entradas, saqué el carné de profesor, pero me dijeron que solo era válido para museos y monumentos que dependen del estado (¡qué cabrones los curas! Y mira que Mariano les dijo que era profesor de religión).



La verdad es que tanto la catedral, el claustro y el museo merecen la pena, y estos tres lo disfrutaron un montón, pero yo con el cabreo, me harté pronto de todo e hice una visita más rápida, y les dije que los esperaba fuera. Este tiempo lo aproveché para borrar fotos de la memoria, que la tenía con más de mil de otros viajes. Me senté en una escalinata y pasé un frío de muerte mientras los esperaba.



Escuchamos música y unos gigantes que la seguían, así que allá que también fuimos nosotros. Menos mal que habíamos dicho de tomar té en un puesto, porque entre el gentío, nos separamos y no nos encontrábamos. Después de dar algunas vueltas si éxito, y sabiendo que Mariano es listo, coincidimos en la tetería al mismo tiempo. Al final, decidimos no sentarnos allí porque los asientos eran demasiado bajos y la postura no era muy cómoda. Chari y Fabi se pidieron unas creps con chocolate y nos sentamos en una terraza a tomarnos un café. Se notaba que era sábado porque había gente por todos lados.



Paseamos por la rambla y decidimos bajar al hotel por otra parte para evitar bajar tantas escaleras. Sin querer, dimos con la plaza de toros y con otras escaleras mecánicas que sí tenían para bajar. Descubrimos nuevas ruinas romanas, y en un agradable paseo nos dimos de bruces con un sex shop. Estuvimos curioseando un rato entre risas y polladas.



Ya era la hora de la cena, pero esta noche el comedor estaba más concurrido, y tardamos algo más en hacerlo. Otra vez una comida riquísima.

Nos fuimos pronto a la habitación porque había niños en el salón y llamaban mucho la atención nuestras risas. Chari nos dio un masaje a Fabi en la rodilla, y a mí en los hombros, y le puso las piedras del Chacra a su tita (por si no lo había dicho antes, tiene poderes; es decir es un poco bruja, pero de las buenas).

Unos chupitos, y a dormir sin hacer ruido, que se escuchaba todo.


Domingo, 1 de marzo


Hoy habíamos quedado un poco más tarde para aprovechar la cama, ya que nos esperaba una noche larga. A las nueve y media me llegué a comprar los billetes para Cambrils. Otra vez era más barato comprar un bono de diez viajes, y así regalábamos dos a alguien que lo necesitara.

A las diez menos diez estábamos desayunando, y nada más terminar preparamos el equipaje,que amablemente nos guardaron el recepción para recogerlo a las ocho y media. Nos fuimos a buscar alguna tienda de regalillos para comprar algo de recuerdo. Hay muy pocas tiendas de souvenirs en Tarragona, así que entramos en un chino y compramos dos banderas catalanas (seyeras), una para Mario, y otra para David, ya que los dos son del Barcelona. De camino, dimos otra vuelta por la rambla y por el casco antiguo.



Bajamos rodeando el Anfiteatro porque de esta manera te evitabas las escaleras, que se hacen interminables y te destrozan las rodillas.



En veinte minutos ya estábamos en Cambrils. Hoy habíamos decidido aprovechar nuestro último día en la playa, ya que hacía buena temperatura, y estando en la costa no habíamos disfrutado del mar.



Nada más apearnos del tren, preguntamos a unos señores mayores (resulta que uno era de Granada ) por los lugares más bonitos del pueblo, y seguimos su consejo. Por el paseo del parque, dimos enseguida con el puerto marítimo, que era donde estaba concentrado todo el turismo. Es un paseo coqueto, pero nada que ver con mi querida Torre del Mar. Ya era la hora del aperitivo y las terrazas estaban llenísimas. Como había un montón de restaurantes, preferimos dar una vuelta a ver lo que ofrecían. Conforme te ibas acercando al puerto deportivo, los precios subían y te asaltaban por la calle para que entraras en su terraza. Íbamos con las manos llenas de publicidad.



Volvimos sobre nuestros pasos y nos sentamos en una que estaba al principio del paseo, ya que te ofrecían medio litro de vermú por cinco euros con sus correspondientes patatas. Cogimos una mesa y pedimos el vermú y la carta. Tenían unos precios bastante aceptables y mucha variedad, así que le dijimos a la camarera que nos quedábamos allí. Un minuto más tarde, no quedaba ni un solo sitio vacío.



Después de la primera jarra de vermú, nos tomamos otra y para comer una más. La comida estaba deliciosa, y los platos eran muy generosos. Pedimos cosas diferentes para poder probar de todo; pulpo, mejillones, chipirones, merluza... ¡Riquísimo!





Hoy había convencido a estos para invitarlos a almorzar; hoy pagaba el tito rico. ¡Qué trabajico costó convencerlos!




Para bajar la comida y la bebida nos fuimos a la playa y estuvimos sentados un buen rato disfrutando del mar, de la tranquilidad, de la brisa marina. Chari se sentó en un tronco de madera que había varado en la orilla y se puso a meditar. ¡La madre que la parió! De pronto se evadió de todo. Estaba su cuerpo  (le eché unas fotos para inmortalizar el momento, y ella ni se enteró) pero su alma vagaba por ahí. Al rato volvió en sí y continuamos nuestro paseo.



Fuimos a ver el pueblo, pero ya la hora se nos había echado encima. Tomamos café y fuimos a esperar nuestro tren. La estación estaba llena de gente que regresaba del fin de semana. Vino un tren, pero en dirección contraria, así que nosotros nos quedamos esperando al nuestro. Todo el mundo se había subido, y de pronto pensamos que podía cambiar la cabeza del tren y ser ese el que teníamos que coger. Preguntamos y por solo un minuto no nos quedamos en tierra. El universo estaba de nuestra parte, como diría ésta.



Ya no pasamos por el hotel, así que nos fuimos directamente al centro histórico de la ciudad a patearla una vez más. Cerca de la Catedral estaba la gente sentada en las escalinatas porque había una actuación, que al final se suspendió, pero que a nosotros nos sirvió para hacer un merecido descanso.





Nos tomamos un café y fuimos en busca de algún lugar que estuviera abierto para comprar algo de cena para la noche. En un principio pensamos en comprar algo en un supermercado, pero recordamos que en el mesón de al lado del hotel, preparaban bocadillos. así que nos sentamos en una de las pocas mesas que quedaban libres y nos tomamos unas cervezas mientras nos preparaban la comida; unos bocadillos enormes  de espetec con aceite y tomate. Compramos bebida para el viaje y fuimos a recoger el equipaje al hotel. Estaba el dueño y otros dos empleados, charlamos un rato de lo que nos había parecido Tarragona, y nos fuimos a la estación a esperar el tren que nos traería de vuelta a casa.



Íbamos en el mismo coche y en la misma fila. Fue un viaje tranquilo, y a las cinco, después de dar algunas cabezadas el tren llegó a Linares y nos despedimos. Dos horas y media más tarde ya estábamos en Granada, y David estaba esperándonos.


De este viaje me gustaría destacar la buena compañía que hemos tenido; Chari y Mariano son unos magníficos compañeros con los que repetiremos más de una aventura. En segundo lugar, las risas que no han faltado en ningún momento, el buen rollo y la convivencia, Y por último la comida, y sobre todo esos vermús con patatas, olivas y buen humor. Nos llevamos un buen sabor de boca de Tarragona, de sus gentes y de su patrimonio. Muy recomendable su visita.


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