Las Rías Altas, agosto 2016

Sábado, 13 de agosto


Ya ir a Madrid viajando de noche se ha convertido casi en una rutina. Amanecimos a las siete en la Estación de la Avenida América, y de ahí a la estación de tren de Chamartín apenas son cuatro paradas de metro, por lo que a las siete y media estábamos desayunando y esperando el tren que nos llevaría a La Coruña.



El viaje así es otra historia, porque entre que te puedes mover, los paisajes que te acompañan y la comodidad del mismo, hacen que el tiempo pase mucho más rápido. Y, aunque fueran casi seis horas hasta llegar al destino, se hicieron soportables.



Eran las tres menos cuarto cuando el tren hizo su entrada, puntual como siempre, en La Coruña. Nos fuimos directos a la ventana de información a preguntar por la Galicia Rail Pass que, aunque hoy no nos la podían vender, sirvió para comprobar que era verdad lo que había leído en internet.



Desde el minuto uno empezamos a comprobar la amabilidad de los gallegos. Nada más subir al autobús, el conductor nos dio información de los horarios, de las frecuencias y de dónde sería mejor que nos bajáramos y nos subiéramos. Nos indicó la parada de nuestro apartamento y nos despedimos de él agradeciéndole su amabilidad.



Llegamos a las tres y media, así que subimos el equipaje y nos fuimos directos a tomarnos algo, que aunque nos habíamos comido un bocata a la una, ya apetecía una cerveza fresquita y algo de picoteo. Había un bar-restaurante a escasos cincuenta metros y allí que nos dirigimos. Era enorme y estaba siempre lleno de gente. Después comprobaríamos el motivo. Todas las mesas estaban ocupadas, así que pillamos un hueco en la barra  y pedimos las cervezas y una ración de pulpo a la gallega. Entre lo grande que era, y la cesta de pan que nos pusieron, no pudimos pedir nada más de comer.



Fuimos a deshacer las maletas y a colocar todo en su sitio. El apartamento era enorme, tan grande que una de las habitaciones la cerramos el primer día y ya no volvimos a abrirla, Aunque un poco alejado del centro de la ciudad, no había ningún problema, porque justo en la puerta había una parada de autobús que en diez minutos te dejaba allí. Nos dimos un duchazo, nos pusimos guapos y a disfrutar de La Coruña.



Era el mismo conductor que nos había traído, así que nos hizo de guía y nos dijo lo que deberíamos ver esa tarde. Nos avisó de que nos bajáramos en una parada y dónde deberíamos coger el autobús de vuelta, y empezó nuestra primera incursión por la ciudad.

Había una feria de artesanía en la Avenida de la Marina con verdaderas preciosidades. Porque me había comprado dos pulseras en el Camino, que si no, me hubiera encantado traerme alguna. Fabi disfrutaba con cada puesto.



 A continuación estaba la Feria del Libro, pero como me conozco y sé que se me va la cabeza viendo libros, decidimos irnos a una terraza muy bonita del Jardín Méndez Núñez a tomarnos un café. Ahí empezamos a darnos cuenta del fresquito, frío según Fabi, que hacía, y eso que estábamos al sol; unos 19 grados.



Vimos una multitud de gente y decidimos acercarnos a ver lo que era. Se celebraba este fin de semana The Tall Ships Races en el Real Club Naútico, y la entrada era gratis para ver un montón de veleros procedentes del mundo entero. Se podían visitar por dentro, pero las colas eran enormes. Esto formaba parte de las actividades culturales y deportivas del mes de agosto.




El programa era muy completo entre exposiciones, conciertos, competiciones deportivas. Nosotros entramos en la exposición del cómic, en la de Miguel de Cervantes y asistimos a uno de los conciertos de la Plaza María Pita.




Llegamos hasta el Paseo Marítimo para hacer las fotos de los edificios blancos tan característicos en la ciudad y que le dan el nombre a La coruña de "La Ciudad de Cristal", y ya nos adentramos en la Plaza María Pita y visitamos el Ayuntamiento.







Callejeamos un poco en busca de algún sitio donde tomarnos unas cervezas entre los cientos que había por allí, y después de descansar con unas merecidas cervezas con su tapilla, nos fuimos al apartamento, que estábamos molidos.



Cogimos el autobús y antes de llegar al piso hicimos la compra en un supermercado Gadis, enorme, que había justo al lado de donde nos alojábamos. Compramos cerveza, (Estrella de Galicia, por supuesto), algo de fruta, embutidos gallegos, pan, una botella de orujo, dulce, zumos, patatas, queso de tetilla y alguna chuchería más, y nos fuimos al apartamento. Preparamos la cena, hablamos de los planes del día siguiente y nos fuimos pronto a la cama, ya que llevábamos 36 horas de pie.


Domingo, 14 de agosto


Cuando despertamos, aún era de noche. Pero claro, es que allí amanece mucho más tarde. A las ocho ya estábamos duchados y preparados para ir a desayunar. Esto lo hacíamos en un restaurante cercano que pertenecía a los mismos dueños de los apartamentos. El desayuno consistía en  un zumo de naranja natural, un café extragrande de máquina riquísimo y unas tostadas enormes de pan gallego. Pese a que tenías que ir a otro sitio a desayunar, los comentarios que había del desayuno recomendaban cogerlo, y puedo decir que es todo un acierto hacerlo; ¡buenísimo!

Ya sin pasar por el apartamento nos fuimos a la estación a comprar el Galicia Rail Pass. Es un bono que por quince euros te da derecho a hacer todos los viajes en tren que quieras durante tres días; una auténtica ganga, porque cada uno de nosotros nos hemos gastado más de sesenta euros en trenes durante nuestra estancia. Solo lo pueden obtener los que se presenten con la Compostelana o aquellos que hayan llegado a Galicia en un tren de larga distancia. Después del papeleo y de pagar, el empleado que nos atendió nos hizo algunas recomendaciones de los lugares que deberíamos visitar.



Ese día decidimos conocer  Orense, pero como aún faltaba hora y media para tomar el tren fuimos a pasear por la ciudad. El objetivo era llegar hasta la playa de Riazor, pero al ver que nos quedamos sin tiempo, visitamos el Parque de Santa Margarita que estaba un poco más cerca. Aquí se encuentra La Casa de las Ciencias con su Planetario. Nos despistamos alguna que otra vez, pero nada mejor que preguntar a los transeúntes, que con su cordialidad te indicaban el camino.



A las doce y media y tras un agradable viaje de una hora y cuarto, nos bajamos en Orense. Está un pelín lejos del centro histórico, pero en veinte minutos y tras atravesar el puente romano y hacer un montón de fotos al Río Miño, ya estábamos en la Plaza Mayor.





Había leído que había un trenecito turístico que te llevaba a las termas y que salía de este punto.  Es una de las atracciones que no te debes perder en esta ciudad. Preguntamos por él, y nos dijeron que al mediodía paraba, y hasta las cuatro no reiniciaba el recorrido. Así que después de tomarnos una cerveza con su tapilla en la plaza, fuimos a buscar un restaurante donde almorzar. Es curioso que haya bares que solo se dediquen al aperitivo y que para las comidas tengas que acudir a restaurantes. Cogimos un plano en la oficina de información y mientras buscábamos la zona de restaurantes hicimos el recorrido por todo el centro turístico. Es precioso el casco antiguo, solo por él ya merece una visita Orense.



Había mucho donde elegir para almorzar, pero nos decantamos por uno que estaba a reventar de gente y en el que los precios estaban bastante bien. En todos había menú del día a unos diez euros, pero éste tenía también un menú especial por quince, en el que te ofrecían aparte de la ternera gallega, pulpo y zamburriñas de primero. Entramos al comedor porque el calor estaba apretando y conseguimos la última mesa libre. Sin lugar a dudas ha sido el mejor almuerzo de todo el viaje.



Seguimos haciendo tiempo con la visita y, como para conseguir el billete del tren era a maricón el último, nos fuimos a la Plaza Mayor a tomarnos el café y el helado y hacer cola para el tren. El calor ya apretaba de lo lindo. Habíamos pasado de los veinte grados de La Coruña a los treinta y cinco de Orense, aunque nos dijeron que esto es siempre así, que esta ciudad no tiene nada que ver con las costeras.



Sacamos el billete del tren; 0,85 céntimos. Yo me quedé con cara de tonto por el precio, pero es que se utiliza como transporte urbano para ir a las termas, que se encuentran a unos seis kilómetros. El tren iba lleno y como hicimos alguna pregunta, una mujer de mediana edad y otra mujer que iba con su hija nos hicieron de guías durante todo el recorrido. Nos dieron todo tipo de información sobre la ciudad, sobre la historia y sobre las termas. Una vez más tengo que agradecer la amabilidad de los gallegos y su cordialidad.



El trayecto es de unos cuarenta minutos y tiene paradas en todas las termas. El paisaje que se observa de la ribera del Miño es de ensueño. Por aquí solo pueden pasar las personas andando, en bici o el trenecito. Llegamos a una de las termas que se veían desde el tren y estaba llenísima de gente. El agua debía estar muy caliente, porque de estas pozas la gente se pasaba rápido al río. Había también termas privadas, pero no tenían el mismo encanto.



El tren hacía una parada de veinte minutos en la última terma y allí sí que nos bajamos a verlas de cerca, aunque en esta una vigilante malfollá no me dejó hacer ninguna foto porque decía que estaba prohibido. Dimos un pequeño paseo y a hacer de nuevo cola para sacar el billete, ya que si no, tenías que esperar una hora más. Fue una pena no llevarnos el bañador ese día, pero es que como habíamos salido a 18 grados de La Coruña, ni se nos ocurrió. Nos dijeron que nos apeáramos en la parada del matadero, porque la estación nos pillaba más cerca, y nos despedimos de nuestras guías.



Tomamos café en la estación y a las ocho menos cuarto ya estábamos de nuevo en La Coruña.



Fuimos a la ventanilla de los billetes y el empleado amablemente nos estuvo mirando las combinaciones para el día siguiente. Sacamos los billetes, después de estudiar todas las combinaciones posibles y cogimos el autobús para los apartamentos.

Nos tomamos unas cervezas en el bar de al lado, pero hoy estaba que no se cabía, así que tras esperar mesa con una cerveza y ver que nadie se levantaba, decidimos cenar en el apartamento parte de lo que habíamos comprado el día anterior. Ducha, cena, ver un poco de olimpiadas, y a la cama.


Lunes, 15 de agosto


Madrugamos mucho porque la agenda del día era muy completa. A las siete y cuarto ya estábamos desayunando. Cogimos el autobús y como casi iba vacío le pregunté al conductor si la línea 5 era la que me llevaba hasta La Torre de Hércules y que dónde debería cogerla. Entonces, muy interesado cogió el móvil y vio por dónde iba.



Me dijo que lo alcanzaríamos y puso la quinta en el autobús hasta que consiguió adelantarlo. Se puso en paralelo y le dijo al otro conductor que parara, que llevaba dos pasajeros que tenían que montarse. Me explico que si no tendríamos que esperar cuarenta minutos hasta que pasara el otro. Me quedé alucinado con la actitud de los conductores en Galicia y le di un montón de veces las gracias. Ya en el otro autobús el conductor me dijo que estuviera tranquilo, que él me avisaba de la parada.

De pronto se nos vino encima una niebla que hacía que no se viera ni tres en un burro. El conductor se lamentó de esto porque decía que no podríamos disfrutar de las vistas tan bonitas que hay desde el faro. Nos deseó suerte y nos indicó el camino  a la Torre. Nos perdimos dos veces y tuvimos que volver a preguntar. Todos nos decían lo mismo, que con un día claro ya estaríamos viendo el faro. Ya con la dirección correcta, empezamos a subir y nos topamos con La Torre de pronto, como salida de la nada.



Nos hicimos muchas fotos, pero no pudimos ver la costa, aunque se escuchaban las sirenas de los barcos y las olas al lado. Fue un pena, pero también tengo que decir que entre la niebla, la Torre de Hércules ( el faro en activo más antiguo del mundo) era un espectáculo.



Nos dirigimos a la parada del autobús de nuevo y ya a la estación, que el tren a Betanzos salía a las once menos veinte. En apenas treinta minutos llegamos a la estación de Betanzos Ciudad, ¡ojo que hay otra parada que puede confundirse; Betanzos Infesta! Preguntamos por el centro de la ciudad y nos dijeron que era muy fácil, que solo teníamos que atravesar el parque, cruzar el puente sobre el Río Mendo, que da inicio a la Ría de Betanzos, y por la Puerta de La Ciudad empezar a subir.



¡Y tanto que hay que subir! La cuesta tendría un desnivel del veinte por ciento por lo menos. Se sobrellevaba porque eran las fiestas de la ciudad y los balcones estaban adornados con pinturas en lienzos que participaban en un concurso; le daban un aire precioso a las calles.



Por fin llegamos a uno de los puntos más altos y paramos para ver los monumentos góticos más importantes de Galicia: La Iglesia de San Francisco, la de Santa María del Azogue (también el nombrecillo), la de Santiago, la de Santo Domingo... Todas estaban abiertas y la visita era gratuita, así que pudimos disfrutar de un descanso y de un poco de arte. Betanzos fue una de las siete provincias que tenía Galicia en época de los Reyes Católicos y se notaba en todo, hasta llegó a ser capital de la comunidad.



Seguimos andando y llegamos a La Plaza de Galicia, que es el centro de vida de la ciudad. Allí se encuentra la oficina de turismo, la Fuente de Diana y todos los restaurantes y cafeterías de la villa. Además, desde esta plaza se lanza el famoso globo (el más grande del mundo) el 16 de agosto. Había columpios en la plaza y muchísima gente. De pronto se escucharon unas gaitas y disfrutamos de un concierto típico gallego.



Ya era hora del aperitivo, así que nos dejamos recomendar por la muchacha de información turística y entramos en uno de los minúsculos bares de las calles que bajaban desde los soportales de la plaza. Entramos en la Taberna 1931, que estaba recomendada en Tripadvisor, a probar la famosa tortilla de Betanzos (tortilla de patatas casi cruda por dentro). Nos atendieron muy bien y tomamos una segunda cerveza, y esta vez nos obsequiaron con sardinas en escabeche hechas por ellos; ¡riquísimas al igual que la tortilla! Ya que teníamos sitio en la barra tendríamos que habernos quedado allí a seguir pidiendo tapas, pero queríamos almorzar sentados en una mesa y nos fuimos a otro sitio.



Probamos dos de las cosas que nos habían recomendado en la taberna; la raxa, y la zorza ( derivados del cerdo con muchos aliños y bastante buenas las dos) con unos albariños. No pudimos terminar la comida porque el pan gallego está tan rico que te lo comías todo y te llenabas.



Con la panza llena, empezamos a bajar las cuestas que habíamos subido, y tenías que ir frenado para no matarte, Menos mal que ahora tocaba bajar. (Betanzos merece una visita, y doy las gracias a todos los que recomendaban en internet no perderse esta ciudad)



En nada nos pusimos en la estación a esperar el tren que nos llevaría a Pontedeume. Me di una vuelta y le corté a Fabi una hortensia (hay millones y millones en Galicia); nos reímos un montón.



Íbamos solos en el tren y el revisor nos dijo que estuviéramos atentos, ya que no se avisaban las paradas; yo me las sabía de memoria, pero de todas formas nos preparamos cinco minutos antes de llegar. El recorrido hasta Pontedeume es una preciosidad porque vas junto a la ría, pero la estación del tren está a unos diez minutos del pueblo. Pensando que el pueblo continuaba atravesando el enorme puente sobre el río Eume nos plantamos en otro; Cabañas.



Allí estuvimos en la oficina de turismo, recogimos unos planos y tomamos café en una terraza. Vi que el camarero ponía un chupito en la mesa de al lado, le pregunté que qué era y me dijo que era un orujo de caña tostada. Le pedí uno y me advirtió que era un licor muy fuerte. Estaba muy bueno y tampoco era para tanto.



En un paseo muy agradable nos llegamos hasta la Playa de la Magdalena, que estaba llenica de gente, al igual que el pinar que llega casi hasta la playa . Por otro recorrido volvimos al puente y nos fuimos al pueblo que, de verdad, nos habían recomendado.



Es un pueblo pequeño, pero con un casco antiguo muy bonito. Después de la visita, nos sentamos en una terraza en la plaza del ayuntamiento a tomar café y un helado. es increíble la vida que tienen todos los pueblos y ciudades que hemos visitado.






Paseando, nos fuimos camino de la estación, y como habíamos visto una vereda que llevaba a un puente que cruzaba la ría, decidimos investigar. Se trataba del puente por donde iba el tren y que en nada te ponía en la Playa de Cabanas. Aunque está prohibido ir por él, aquello parecía la Gran Vía. Anduve (gilipollas, pero luego andé bien) por encima, pero enseguida me entró vértigo y tuve que regresar.



En la estación había una señora esperando y Fabi se puso a hablar con ella. Nos dio mucha información sobre diversos temas de la comarca e hizo que la espera se hiciera más corta. Hacía un frío que pelaba y se agradeció cuando subimos al tren. Le ayudé a subir la maleta así como a bajarla al llegar a la Coruña y ella nos dio las gracias al despedirse de nosotros. ¡Qué buena gente toda la que hemos conocido!

Ya era tarde y el día había sido agotador, así que decidimos irnos al apartamento y cenar en el restaurante de al lado. Pedimos pulpo y zorza, pero de nuevo no pudimos acabar con todo. Serían las diez cuando nos metimos en la cama, aunque yo me quedé viendo baloncesto hasta las dos. Teníamos una tele en el salón y otra en el dormitorio y me apetecía estar tumbado.




Martes, 16 de agosto

Como siempre madrugamos para aprovechar bien el día. Aún no habíamos decidido si ir a Lugo o a Santiago, pero Fabi tenía mucha ilusión por abrazar de nuevo al Santo y pedir por todos. Además, si nos íbamos a Lugo tendríamos que echar todo el día allí, porque la frecuencia de los trenes no permitía volver antes de las ocho, y queríamos pasar nuestra última tarde en La Coruña. Así que, decidido; nos fuimos a la estación y cogimos el primer tren hacía Santiago. En media hora ya estábamos allí, y subiendo por la Rúa do Hórreo nos metimos en el centro histórico en un periquete. Pedimos un plano en la oficina de información turística y nos recomendaron hacer un recorrido, aparte de visitar la catedral.



Conforme te acercas a la catedral todo estaba lleno de peregrinos y turistas deseosos de asistir a la misa y abrazar al Santo. Entramos por la Plaza de las Platerías e hicimos una visita rápida a la catedral. Salimos por la otra puerta y vimos la cola. Como parecía que avanzaba con buen ritmo, Fabi se quedó y yo le dije que nos veríamos en la fuente.



De todas formas, yo me di varias vueltas para ver por dónde iba. Fui a tomarme un café y a averiguar dónde empezaba el recorrido de la visita al centro, y casi al llegar a la fuente ya bajaba Fabi por las escaleras. Fuimos a La Plaza del Obradoiro, que estaba atestada de gente, e hicimos algunas fotos, aunque, no salía bonita porque están restaurando las torres.



Nos recomendaron en la oficina turística que fuéramos al mercado de abastos y hacia él que nos dirigimos, pasando antes por varios de los lugares emblemáticos del casco antiguo; El colegio de Fonseca, el Arco de Mazarelos, la Facultad de Filosofía, la de Geografía e Historia...



Fue un paseo encantador, y ya nos topamos con el Mercado. Es un tanto singular porque son varios mercados dentro de uno, Había una calle para cada tipo de productos; pescados, carnes, frutas y verduras, bares y restaurantes, productos gallegos... Paramos a ver cómo hacían el pulpo, pero no compramos porque tenías también que comprar la tabla y no íbamos a ir arrastrando de ella todo el día.



Ya se despertó el apetito y en una terraza de la Plaza de la Pescadería Bella nos tomamos nuestras cervecicas con su correspondiente tapilla.

Quería buscar el restaurante donde almorcé la última vez que visité Santiago ( hace dos años con Chari, Mariano, Mario y compañía) porque salimos muy satisfechos, y después de mucho buscar, al final lo encontré. Seguían teniendo el mismo menú, y al ser martes, el preció estaba rebajado, así que, sin dudarlo, entramos. Pedimos, pulpo y empanada de primero y ternera de segundo, regados con una botella de Ribeiro. Los platos eran enormes y no pudimos con todo.



Para ir a la estación ahora tocaba bajar, así que se nos hizo muy corto el camino. Compramos el billete de vuelta, tomamos café y a las cuatro ya estábamos en La Coruña. Nos fuimos al apartamento a echarnos una siestecilla, pero antes, como el autobús nos dejó en la puerta del supermercado, compramos algunas cosillas para prepararnos unos bocadillos y el desayuno para el día siguiente; que tendríamos que estar todo el día viajando.

A las seis y media ya estábamos en la Avenida de La Marina para pasar nuestra última tarde en la Ciudad de Cristal. De nuevo nos paramos en los puestos de artesanía, y Fabi se empeñó en comprarme una cartera-monedero, que aunque un poco cara, era muy bonita. Buscamos el puesto de los churros, pero hoy estaba cerrado,así que fuimos a una cafetería y nos los pedimos allí. Había una oferta de seis churros y chocolate por tres euros, pero se equivocaron y nos trajeron seis churros más; ¡qué "jartá" de churros!



Había que bajar  la merienda, así que hicimos todo el paseo hasta el Castillo de San Antón. ¡Qué vida tiene el paseo! Miles y miles de personas caminando, haciendo deporte, disfrutando de la tarde.



Subimos a la parte más antigua de la ciudad, lo que se conoce como el casco viejo y deambulamos sin rumbo fijo por sus calles, sus iglesias, sus monumentos. Vimos una calle que bajaba directa a la Plaza María Pita y tomamos esa dirección.



Había un concierto de jazz y nos quedamos un momento a escuchar la música. Buscamos un restaurante donde cenar, pero aún estaban todos vacíos, así que decidimos irnos de cervezas. Después de muchas vueltas, y pensando en que después teníamos que coger el autobús, al final nos la tomamos cerca de la parada del mismo, y decidimos cenar en el restaurante de al lado del apartamento.



Volvimos a pedir pulpo y mejillones, que aún no los habíamos probado. Como eran tigre, picaban como la madre que los parió. Ya nos fuimos al apartamento a preparar el equipaje, que a las seis y media de la mañana venía el taxi a por nosotros.

El viaje de vuelta a casa, a pesar de ser once horas entre tren y autobús, no se hizo muy pesado, ya que nos dedicamos a ver películas. A las ocho y media de la tarde, ya estaba David esperándonos en la estación de autobuses de Granada.


Ya es nuestro tercer viaje a Galicia, pero creo que nunca nos cansaremos de ella. Solo por el fresquito que hace, ya merece la pena pasar unos días allí. Pero es que la cerveza, el vino , el pulpo y la comida, en general, están riquísimas. Por si esto fuera poco, los paisajes, la amabilidad de la gente, los monumentos y esos pueblos tan encantadores, hacen que sea un destino de verano siempre recomendable. ¡Volveremos para seguir recorriéndola y disfrutándola!












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