¡Nos mudábamos, parecía que nos mudábamos!
Y tan es así, que tuvimos que llevar parte de nuestro equipaje “al” Antonio y a “la” Caro un día antes. Hasta se asustaron de todo lo que les metimos en el maletero de su coche, recién estrenaíco: mantas y sábanas (para seis), un colchón, cojines, toallas… ¡Menos mal que ellos iban solos!
Este año coincidimos casi toda la familia en la Comunión de “la” Ana, y estando tomándonos las copas, “la” Chari, la prima bruja, que también se le podría llamar el Capitán Araña; porque nos embarcó a todos y casi ella se queda en tierra, planteó una “quedada o Muñozada” en los cortijos-chalés de su hermano Jose y de Carmen, en plena Sierra de Segura para el Puente del Pilar. Todos estuvimos de acuerdo, pero surgió un problema en esas fechas y se trasladó al de los Santos. Para no dilatarlo más, todos lo vimos bien. A la única que le perjudicaba era a “la” Chari de Churriana, pero o se hacía ahora o se iría enfriando el tema hasta caer en el olvido.
¡Treinta y cinco personas, que se dice pronto, conviviendo durante cuatro días! Veinticuatro “Muñozes” (que es el apellido que comparten) y once del “resto del mundo”. Esto podía salir de maravilla o matarnos los unos a los otros. Yo, por si las moscas, llevaba mi navaja de Albacete bien afilada.
Jueves, 1 de noviembre.
A las ocho y diez ya estábamos Fabi y yo recogiendo las salaíllas y las dos hogazas de pan de la panadería del pueblo. Hubo que meterle prisa a David, porque habíamos quedado con Helena a las ocho y media. Éramos los primeros del grupo en salir, porque como el trayecto era de tres horas, y aprovechando que pasábamos muy cerca de Baeza, haríamos la parada del café allí y les serviría de guía turístico a mi hijo y a su novia. Aproveché que iba conduciendo David, que transmite mucha tranquilidad al volante, para contarles y leerles lo que íbamos a ver allí.
Estando desayunando en Baeza, ya empezaron todos a escribir diciendo que habían salido. Bueno, todos, todos no, ya que “el” Migue, y Raquel tenían que trabajar y no vendrían hasta el día siguiente y Chari, la chochona, es que ni daba señales de vida.
Tras desayunar, comenzamos el recorrido turístico por esta ciudad declarada, junto a Úbeda, Patrimonio de la Humanidad. Baeza fue reino de Taifas, capital de Jaén y tuvo la primera Catedral y Universidad de la provincia. Y por si fuera poco es, junto a Úbeda, la Meca del Renacimiento en España. Andrés de Vandelvira, uno de los mejores representantes de la arquitectura renancentista española, desarrolló aquí parte de su trabajo. Pero es que además, en el instituto, en que se convirtió la universidad, estuvo impartiendo clases de francés, mi querido amigo Don Antonio Machado durante unos años, tras la muerte de Leonor, y estas tierras le sirvieron de inspiración para algunos de sus mejores poemas.
Solo disponíamos de una hora y cuarto, así que había que darse prisa. Dejamos el Paseo de la Constitución y en la Plaza de España, comenzamos el recorrido. De frente teníamos la Torre de los Aliatares, que es de lo poco que queda del paso de la cultura islámica por esta ciudad, aparte del trazado, los restos de la muralla, los arcos y la planta y torre de la catedral.
Desde aquí, por la calle Compañía, llegamos hasta la Plaza de la Santa Cruz, donde se ubica la iglesia del mismo nombre, una de las pocas de estilo románico que nos encontramos en Andalucía.
Justo enfrente, está el palacio de Jabalquinto, que hoy junto al edificio anexo, el Seminario de San Felipe Neri, forman parte de la Universidad Internacional de Andalucía. Entramos al patio, que se puede visitar de forma gratuita, aunque Fabi se quedó fuera con Bonica.
Siguiendo por la misma calle, aunque ahora cambie de nombre, llegamos a la Plaza de Santa María, donde se encuentran la fuente que conmemora la llegada del agua a la ciudad, hace unos quinientos años, y que representa el sentir de la simetría renacentista a la perfección, y la Catedral, que como es de esperar se construyó sobre una mezquita.
Callejeamos transportándonos a la Edad Media. Aquí se rodaron algunas escenas de la película del Capitán Alatriste.
Y ya fuimos a otro de los puntos más importantes de Baeza; su universidad, que es uno de los grandes edificios civiles renacentistas que puedes encontrar en esta ciudad. Aunque hoy es un instituto, se puede visitar el patio central, el aula de Antonio Machado y el paraninfo. Siempre que entro en un lugar donde ha estado mi poeta preferido, se me pone el vello de punta y recuerdo muchos de sus poemas.
Más callejeo hasta llegar a la Plaza de los Leones, o Plaza del Pópulo. La Fuente de los Leones es un monumento arqueológico procedente de la ciudad romana de Cástulo, muy cerca de Linares, y está coronada por la estatua de Imilce, princesa íbera y esposa de Aníbal. Y en ella se encuentran otros de los edificios importantes; la Antigua Carnicería y la Audiencia Civil y Escribanías Públicas, hoy, Juzgados y Oficina de Turismo respectivamente.
El tiempo apremiaba y aún nos quedaban por visitar la Casa Consistorial y las ruinas del Convento de San Francisco (obra cumbre de Vandelvira). Apenas dio tiempo a echarle unas fotos, pero lo doy por bueno, ya que me gusta tener pretextos para volver a los sitios que me encantan, y Baeza es uno de ellos.
Como no tuve tiempo de recitarles uno de los poemas de Machado, mientras salíamos de la ciudad lo hice:
Sobre el olivar,
se vio a la lechuza
volar y volar.
Campo, campo, campo.
Entre los olivos,
los cortijos blancos…
Los móviles no paraban de pitar anunciando por dónde iba cada uno. Ya también habían salido Víctor y Aroa, que venían desde Barcelona.
Montse, la pobre, no paraba de decir: “Recalculando el recorrido”. No sé cuántos años llevan trabajando en la dichosa autovía que unirá Jaén con Albacete, pero nosotros llevamos trece años pasando por aquí y esto no avanza. Fue un respiro y un placer cuando la dejamos y cogimos dirección a La Puerta del Segura; el destino final ya estaba cerca. Ya aparecía el Castillo de Segura de la Sierra encaramado en lo alto del monte.
A la una estábamos entrando en la aldea de Trujala, también conocida como El Batán, que es lo que hay que poner en el GPS si queremos que nos lleve hasta allí. Al estar dentro del Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas, parece que el tiempo se haya detenido en ella, ya que no se puede construir nada nuevo.
Dejamos el coche donde siempre, pero enseguida vino Jose corriendo para decirnos que podíamos meterlo en el olivar de su finca, cerca de las casas. Esta parte no la conocía yo, ni siquiera en fotos, porque siempre que me quería enseñar cómo iba la construcción le decía que prefería llevarme la sorpresa y verlo con mis propios ojos. Sin que nadie se entere; ¡somos ricos, y media aldea y parque natural es nuestro! Empezaron los saludos, los besos, las primeras risas… Ya estaban allí Carmen, Cristtina, Luis, Jose, Luisillo y Pablete.
Descargamos el coche y nos hicieron una ruta guiada por las tres casas, por las dependencias y por la finca, acompañada de una buena cerveza. Antes de terminar la visita, llegaron Antonio y “la” Caro; así que ya podíamos preparar las habitaciones que nos habían tocado. Nosotros dormíamos en la casa nueva, en el dormitorio principal; el mejor y con las mejores vistas junto a Víctor y Aroa. David y Helena en una casita con chimenea, y “la” Caro y Antonio, en la buhardilla que había encima nuestra. La casa la completaban Luis y Crisitina con sus hijos en el otro dormitorio y, los Amos del Calabozo, Jose y Carmen, en el salón. Fabi empezó a discutir con ellos porque no lo veía justo, pero quien manda, manda.
Ya sí que nos pudimos tomar otra cerveza, ahora sentados en uno de los porches. Llamamos a los otros coches a ver por dónde iban, ya que casi eran las dos (la hora prevista para el almuerzo) y aún estaban de camino. Se les dijo que se fueran a Orcera y buscaran el Restaurante Casa Paco, que allí nos encontraríamos. Cuando llegamos nosotros, ya estaban allí todos los Muñozes gabirros. Fue fácil verlos porque cinco adultos y siete niños no pasan desapercibidos en un entorno tan bucólico como aquel. Como si hiciera años que no nos hubiéramos visto nos abrazamos todos y nos besamos con todos. Faltaban el Berna, la Eli y sus hijos, así que los llamamos; ¡estaban dentro tomándose algo! ¡No, si aquí al único que parece gustarle la cerveza es a mí!
Sentar a treinta personas en una mesa es harto difícil, y hubo que poner un poco de orden. ¡Pollas; maricón el último! Hasta el camarero se asustó del follón que teníamos liado, y creo que las otras mesas que había en el comedor comieron como los pavos porque aquel ruido era ensordecedor para así poder marcharse pronto. Se intentaba calmar al personal diciéndoles que bajaran el tono, pero no hubo cojones. Y cuando se estaba consiguiendo, llegaron “la” Chari y Mariano; ¡otra vez todo el mundo de pie!
Jose cogió la carta y pidió raciones típicas de la zona sin contar con nadie; un acierto, aunque sobró bastante comida que nos la llevamos en un tape. El pobre camarero no daba abasto y solo pudimos tomarnos dos cervezas por cabeza. Comimos, gachasmigas, lomo de orza, patés, ajoatao (una pasta a base de ajo, patatas y huevo), croquetas caseras, bocaditos de arenques y los niños filetes empanados con patatas fritas.
Pedimos la cuenta y decidimos tomarnos las copas en las casas. Unos tiraron para allá detrás de Luis y Mariano, que eran los que conocían el recorrido, y nosotros junto a Jose, Carmen, Antonio y Caro nos llegamos a una gasolinera a comprar dos sacos de hielo. Cuando aparecimos por el olivar aún no habían terminado de colocar los coches, y Jose puso un poco de orden, porque aparcar nueve coches y dejar espacio para los que faltaban no era tan fácil. Ahora sí que parecía una mudanza, y todos tuvimos que arrimar el hombro. Mariano y “la” Chari iban al apartamento que está más cerca del río, mientras que todos los demás ocuparían la primera casa; una familia por dormitorio: Ali con sus hijos Elena y Marcos; Juan , Eli y sus hijos Alejandra y Héctor; “la” Ana y Gonzalo con Raúl, Daniel y Ana, y los Muñozes de Churriana, en la buhardilla de dicha casa.” La” Ana fue la más afortunada porque le tocó la suite nupcial, con cuarto de baño dentro de la habitación, aunque es verdad que ellos eran los más numerosos; dos adultos y tres niños.
Había niños por todos lados gritando y corriendo; se habían hecho dueños de la aldea y creo que hasta los vecinos se asomaban a ver tanto recrío por allí. Luis, David y yo, para quitarnos del medio nos fuimos a una de las terrazas a tomarnos un cubata tranquilos, cuando vi el coche de Víctor y Aroa parado. Salté como un resorte y me fui a buscarlos para llevarlos al aparcamiento. Ya sí que era feliz, tenía a mis dos hijos y a sus parejas allí conmigo. Descargamos el coche y no pudimos ni llegar a la casa porque no paraban de saludar a todos sus primos. Fabi estaba muy ocupada ayudando a los demás y ni se dio cuenta que habían llegado, así que cuando los vio, casi le da un infarto.
Para tener un poco más de tranquilidad y poder hablar con ellos, nos fuimos a dar un paseo por el camino que va paralelo al río nosotros seis, Luis, Cristina, y el chuiquitín de los Muñoz, Pablo. De vuelta nos encontramos con todos los demás niños y las madres.
No era hora ni de la merienda ni de la cena, y unos estaban con la cerveza y otros con los cubatas, así que decidimos tomarnos unas tapillas para hacer hora. Antonio, con su maestría, le metió mano al jamón y cuando ya había un plato cortado, llegaron las mujeres a decir que ese era para los niños. Yo puse el grito en el cielo, pero a ver quién tiene cojones de llevar la contraria a las mujeres. Ya empezamos a reír. Había que estar atento para pillar una tapilla de jamón, así que ya se partieron platos de embutidos, de queso y se hicieron ensaladas. Treinta y dos personas repartidas entre la cocina y el salón de la casa era una verdadera locura, pero al mismo tiempo muy divertido.
Parte de las bebidas, sobre todo las de preparar cubatas las teníamos en la casa nueva y fuimos los hombres a prepararnos el combinado allí, pero nos enrollamos más de la cuenta y estuvimos casi una hora desaparecidos con el casque. Bueno, Mariano y el Berna, estuvieron arreglando un problemilla sin importancia.
Ese tiempo lo aprovecharon las mujeres para disfrazar a todos los niños. Jose y yo para crear ambiente de miedo. los subimos a la buhardilla y casi a oscuras, Jose les contó el significado de Halloween y yo una historia de miedo. Algunos no pegaron ojo en toda la noche.
Ahora nos tocaba a los mayores y había que romper el hielo, así que como yo era el mayor de todos los hombres cogí la batuta y tras cantarle una canción a Fabi y viendo que nadie se atrevía, comencé una ronda de monólogos, chistes y anécdotas que hicieron que la gente se partiera de risa. Bueno, no todos porque algunos ya se saben mi repertorio de memoria, pero se reían igual contagiados por el resto. Más que reír, ya se lloraba y hasta dolía la barriga.
Ya se animaron también “la” Caro cantando y bailando, y “el” Berna, que se pegó un baile él solo. En un descanso, fue Juan el que tomó la palabra contándonos anécdotas de su vida, y otras con su hermano Migue y Gonzalo. Risas y más risas. Las mujeres se acostaron con los niños y nosotros nos quedamos hasta casi las cinco de la mañana; ¡con un par de cojones!
Viernes, 2 de noviembre
Nos habíamos dejado las persianas abiertas, así que a las ocho menos cuarto entraba la claridad del día por las ventanas. Fabi yo nos levantamos a sacar a Bonica y ya nos quedamos levantados, bajando las persianas para que Víctor y Aroa siguieran durmiendo. Como había que pasar por el salón, que era donde dormían Jose y Carmen, este nos regañó por levantarnos tan pronto. Como Antonio también estaba levantado, me acompañó a darle un buen paseo a Bonica por el olivar hasta el puente del río.
Cuando regresamos ya había movimiento en la otra casa, así que me fui a desayunar allí. Preparamos café y tostadas con aceite, tomate y jamón, y también había un montón de bizcochos. No, de hambre no nos íbamos a morir. Como cada uno se levantó cuando quiso apenas se formó follón para desayunar, y eso que casi todos lo hicimos en la cocina de la casa antigua, por no molestar a los amos del calabozo. Yo volví a desayunar en el apartamento de “la” Chari con Mariano, que le encanta el café y casi se bebe todo el que me había traído mi hijo de Etiopía, y ella.
Para no ponerme muy nervioso porque habíamos quedado hoy en ir a Segura de la Sierra y faltaban aún muchos por despertar, me fui con Fabi y Bonica a dar una vuelta por la vereda del río hasta el comienzo de la ruta que haríamos después.
Cuando volvimos, empecé a poner firme a todo el mundo y a meterles prisa, que se nos iba la mañana, ¡coño!
Cerca de las once empezamos las excursiones. Los padres con los hijos se fueron por un recorrido bastante llano junto al río.
Y el resto, los que no teníamos niños, o al menos no eran pequeños, a Segura de la Sierra por la GR7. Desde el punto que parte habrá unos dos kilómetros en una pronunciada vereda hasta la carretera y otros dos kilómetros más hasta lo alto del Castillo, que sirvieron para quitarnos el frío, ya que se había puesto una mañana fresquita y nublada.
Segura de la Sierra fue declarada en 1972 Conjunto Histórico-Artístico, y por ella han pasado griegos, árabes y cristianos, incluso la Orden de Santiago. Lo primero que hicimos fue ir a visitar los Baños Árabes del siglo XI que han sido restaurados y se pueden visitar de forma gratuita. La pena fue que no había luz ese día allí dentro y hubo que verlos con las linternas de los móviles.
Seguimos subiendo hasta la Iglesia de Nuestra Señora del Collado, de origen románico, y aunque es imponente, lo que más impresiona es la fuente que está delante; La Fuente Imperial, que tiene una talla de la Virgen de la Peña y un escudo de Carlos V, de la que todos, hasta Bonica y Foxy, bebimos agua.
Tras este breve descanso continuamos la ascensión hacia el castillo, pasando antes por la Plaza de Toros; muy singular, ya que es cuadrada.
Ya asomaban las almenas del castillo en lo alto del cerro, pero aún nos quedaban unos quince minutos para llegar a lo alto. Este castillo de origen islámico fue transformado por la Orden de Santiago, llegando a ser residencia del gran Maestre de la Orden. Nos hicimos muchas fotos en el exterior y disfrutando del paisaje desde las altura, pero no entramos porque ni teníamos tiempo ni ganas de gastarnos cuatro euros por cabeza.
Nos estábamos quedando helados después de la subida, así que comenzamos el descenso, y a la altura de la plaza de toros cogimos hacía la izquierda por unas calles empinadísimas y muy estrechas hasta dar con la casa natal de mi buen amigo Jorge Manrique. Sin pedir la aprobación de los acompañantes, les mandé callar y les conté parte de la historia de este poeta, el tipo de versos que utilizaba y les recité tres estrofas de su obra más importante:”Coplas por la muerte de su padre”.
COPLAS DE DON JORGE MANRIQUE POR LA MUERTE DE SU PADRE
I
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado fue mejor.
II
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.
III
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
Me hice una foto con el hijo ilustre de Segura de la Sierra y ya empezamos el camino de vuelta. Pero como Jose y Carmen tenían que entrar en el ayuntamiento para pedir un permiso para encender fuego en el patio, les dije a mis hijos de adelantarnos y tomarnos una cerveza en un bar próximo.
Por una vereda distinta iniciamos el descenso y nada más empezarlo apareció una roca con unas vistas impresionantes pero que caía al vacío. Les pedí por favor que no se acercaran porque tengo mucho vértigo. ¿Creéis que me hicieron caso? Le di la cámara a Víctor y yo seguí el camino solo. No tardaron mucho en pillarme; los conté para ver que nadie se había caído por el precipicio y respiré tranquilo.
Llegamos cerca de las dos, después de haber hecho trece kilómetros en total, cuando ya habían puesto las mesas para las planchas de la barbacoa y estaban tomándose las primeras cervezas. Al ver que eran de otra marca pregunté si había llegado “el” Migue y me dijeron que sí. Viendo lo que habíamos bebido el día anterior y contando las que quedaban lo llamamos para decirle que se trajera cuatro cajas más. Venía con un esguince en el tobillo y muerto después de conducir casi cinco horas.
Los niños venían muy alterados porque se nos había caído un jabalí en el jardín. Cerca del río habían encontrado muerto un jabalí enorme. Seguro que vino a morirse aquí mientras estábamos todos andando. Se les prohibió a ellos y a los perros acercarse. (No sé si he contado que también habíamos llevado cuatro perros.)
Como siempre, lo primero que salió de la barbacoa fue para los niños. Todo productos ibéricos traídos desde Lebrija por Luis y Cristina, y chacinas de Alhendín que llevaron Caro y Antonio A pesar de que hacía fresquito, almorzamos en el porche del apartamento de “la” Chari. Otra vez se había roto la piñata de las cervezas y antes de terminar una tenías otra en la mano. Los maestros de barbacoa eran Mariano, Luis y Gonzalo.
En ese momento llegó Paquito, el hermano de Aroa, que llevaban sin verse más de seis meses y había venido de Granada a caso hecho para ver a Aroa y a Víctor. Compartió un buen rato con nosotros.
Helena ya se había hecho amiga de todos los niños y estos la adoraban. ¡Qué buena mano tiene para los críos, y qué pena que no haya estudiado magisterio!
Después de tan suculenta comida y de las risas que nos echamos, decidimos tomarnos un cubatica, y cuando empezó a hacer más frío nos subimos al salón donde estaba encendida la chimenea. “El” Migue había despertado de la siesta y estaba tumbado en el sofá con “la” Chari haciéndole embrujos. Yo no pude aguantarme la risa y todos me pelearon. Había sacado la caja de los hechizos y estaba tocándole música en el pie con muchos instrumentos: el cuenco tibetano, unas maracas, platillos... y concentradísima. Por último sacó las cartas para leernos el futuro.
Yo no paraba de meterme con ellos porque uno ocupaba un sofá entero, con la cantidad de gente que estábamos, y con “la” Chari porque nos tenía en silencio.
Carmen estaba muy preocupada con el tema del jabalí y buscaba soluciones para deshacernos de él. Los perros no querían más que ir a restregarse con él y a los niños se les había quitado uno de sus lugares preferidos. Así que reunió al consejo de sabios que decidió qué hacer, y cuando ya era de noche y después de mearnos de risa, lo cambiamos de sitio en un carrillo de mano.
Justo un momento después llegaron, "el" Antonio y Raquel. Hubo que ayudarles a descargar el equipaje porque traían todos los preparativos para la paella del día siguiente. Se acomodaron en la Buhardilla junto “al” Berna, “la” Eli y los niños (Simón y Darío). Como parecía que “el” Antonio (bar) venía helado, le dio por echarle leña al fuego, tanta, que nos íbamos a cocer allí todos dentro. El salón no es que sea pequeño, pero treinta y cinco personas y cuatro perros desprenden ya de por sí mucho calor.
Carmen y Jose practican yoga, así que montaron un taller para todo el que se quisiera apuntar; solo se apuntaron las mujeres, mientras que los hombres nos quedamos al cuidado de los niños. ¿A que ha sonado bien? ¡Pues no les hicimos ni puto caso!
Otra vez cena a base de jamón, ensaladas, embutidos, quesos… y comienzo de la velada amenizada por una coreografía preparada por “la” Ana chica. Esta noche hasta Dani se animó a bailar, aunque solo fueran unos segundos.
“La” Caro era de las que más animaba entre cantes y bailes y yo le pedí a mi hijo Víctor que nos hiciera el baile ese que hacen los niños que se cruzan los brazos por delante y por detrás. Después de mucho insistirle, lo hizo y todo el mundo se quedó mudo de la coordinación y la rapidez con que lo hacía.
A las once “el” Migue se despertó y se unió al grupo. El pie le seguía doliendo, así que la brujería lo que consiguió era que le diera sueño y le avivara la lengua, porque tomó la palabra y no paró de contar polladas en toda la noche. Se fijó en el pijama de coralina que llevaba Juan y no paraba de preguntarle por él. Eli nos explicó que como decían que iba a hacer mucho frío se los habían comprado por ese motivo. ¡Qué juego dio el pijama! Otra vez dolía la barriga de las risas. “La” Eli de Juan y su mujer Ali, se meaban. No paró de meterse con su cuñado Gonzalo, que tiene el cielo ganado solo por soportar a sus dos cuñados, cuando es el tío más legal y servicial que había en la reunión.
A las tres de la mañana nos fuimos a la cama, aunque David se quedó acompañando a su primo Migue hasta las cinco, ya que tenía cambiado el sueño y no había cojones de acostarlo.
Sábado, 3 de noviembre
Al menos hoy aguantamos en la cama hasta las ocho y media, más que nada por miedo a que el amo del calabozo nos regañara de nuevo. En silencio bajé a Bonica mientras Fabi iba a la otra casa a poner en orden el salón. Nos dimos un buen paseo, y a la vuelta ya estaba el desayuno preparado y algunos niños levantados.
Antonio y “la” Caro tenían ya el equipaje preparado porque se iban por la mañana. Todos nos quedamos un tanto perplejos porque sabiendo que les encanta el arroz, se lo iban a perder. Esperaron hasta que se despertara Jose y Carmen para despedirse de ellos. Su habitación la ocuparon Antonio y Raquel.
Hoy tocaba taller de setas y excursión para buscarlas, especialmente níscalos, así que comencé a meterle prisa a todos, especialmente a Víctor, a Aroa, a David y a Helena que aún estaban acostados. Nos dividimos en dos grupos, los que harían una excursión más suave y los de las setas. Íbamos a empezar por el pinar que pertenece a Jose y a Carmen. Al final solo fuimos mis hijos y sus parejas, Carmen y Jose, Luis, Raquel y yo. Aunque Antonio se había apuntado en un principio, cuando vio la cuesta que íbamos a subir, se dio la vuelta y se fue con los otros.
Realmente faltaba el aire en la subida y cada uno la hizo como buenamente pudo. Una vez arriba empezamos a patear el pinar sin suerte alguna. Había muchas setas, pero ninguna que yo conociera. Llegamos hasta un nacimiento de agua que también pertenece a su finca, y ya como auténticas cabras subíamos y bajábamos para atravesar barrancos sin suerte alguna.
Solo cogimos un puñado de pie azul. Víctor y Aroa se pararon a coger caquis, y ahí ya los perdimos a todos. Íbamos Luis y yo solos y por más voces que pegábamos no había manera de encontrarlos. Así que decidimos seguir. No teníamos miedo porque ellos llevaban de guía a Jose, que aunque siempre te echa por los peores sitios, sabíamos que no se perdería.
Después de enzarzarnos y subir y bajar para poder atravesar el río, dimos con un paso y pudimos atravesarlo para ir a otro sitio donde Luis había visto pie azul, porque de los níscalos mejor olvidarnos; no había señales de ninguno. Al final salimos al camino.
Nos encontramos con Chari y Mariano que acaban de salir y les preguntamos si habían visto u oído a los otros, pero no sabían nada. Seguimos río arriba y cogimos más pie azul, pero nada del otro mundo. Ya nos dimos por vencidos y nos volvimos a la casa después de casi tres horas de búsqueda y de hacer la cabra.
No habíamos abierto la primera cerveza cuando apareció Antonio que se había adelantado para ir preparando la paella. Picó toda la verdura y me dejó a mí al cuidado del sofrito mientras él iba partiendo la carne. Pero en ese momento la paz se rompió porque apareció toda la tropa. Fabi traía un brazado de juncos y les había dicho a los niños que yo los enseñaría a hacer barquitos con ellos.
Le dije a Eli (Berna) que se encargara ella de ir moviendo el sofrito para hacerme cargo yo del taller de juncos. Nos pusimos alrededor de una mesa grande y empecé con las explicaciones. Íbamos a hacer un barco de juncos para cada uno.
Hice uno de muestra, que le regalé a Pablo y el cabrón lo rompió nada más tenerlo en las manos, y cuando vieron el resultado todos pedían como locos que les ayudara. Como me estaban agobiando y yo no daba abasto, “la” Ana y Fabi, me ayudaron, pero quien de verdad cogió la batuta de todo fue Elena, que había aprendido a la perfección y no paró en todo el día de hacer barcos cada vez más perfectos. Yo me sentí aliviado y pude tomarme ya unas cervezas tranquilo.
Estaba preocupado por mis hijos, porque aún no habían aparecido; lo hicieron al momento y encantados de la excursión, ya que habían estado en el nacimiento del río. No habían encontrado muchas setas, un puñado de pie azul y otro de pie de perdiz, pero se lo habían pasado genial.
Los arroces iban viento en popa. Al final hizo dos; uno para los niños, en el que no se encontraran muchos tropezones, y otro para los adultos con las setas que habíamos encontrado incluidas. He de decir que “el” Antonio es un verdadero artista en la cocina.
Mientras estaba la paella hicimos panceta en la plancha para la tapa de las cervezas, que de nuevo volaban.
Limpiamos la mesa de los restos de juncos y comieron los niños; después los mayores y los perros. El arroz estaba delicioso y casi todos repetimos, pero es que había hecho para cuarenta, aparte del de los niños, así que sobró para que al día siguiente todos nos lleváramos un tape.
Aún no nos habíamos hecho la foto de grupo, así que Víctor programó mi cámara para que disparara sola y salió un foto perfecta. Después se hicieron una foto todos los Muñozes juntos, otra los Muñozes mayores, otra los niños y por último otra con los del resto del mundo. Nos lo pasamos genial con las fotos y las polladas que se dijeron.
Hacía una tarde buenísima, así que nos sacamos las botellas al patio, y de la cerveza pasamos a los cubatas y estuvimos allí hasta que oscureció comiendo y bebiendo.
Esa noche la protagonista era “la” Chari con la queimada y los conjuros. Había muchos que aún no habían presenciado esto, así que estaban expectantes con todo lo que hacía y decía, y cuando prendió el orujo, alucinaron. Dejamos que los niños se mojaran los labios con la pócima.
Algunos niños (los pequeños: Héctor, Luisillo, Alejandra, Simón y Darío ), comandados por Ana, se fueron a la buhardilla a preparar una actuación y bajaron a representarla delante de todos. Era una canción bailada, y con la inocencia de los más pequeños, especialmente de Héctor, volvimos a partirnos de risa. A David que estaba a mi lado le iba a dar algo de tanto reír. Y Juro que llevaba algún tiempo sin ver reír a Víctor tanto.
Era nuestra última noche y al día siguiente teníamos todos que conducir así que tuvimos que tomar una decisión aunque nos lo estuviéramos pasando de miedo... ¿Acostarnos? ¡Sí, los cojones! Apurar hasta reventar. En solidaridad con Juan celebramos la fiesta de los pijamas, aunque algunos como decían que dormían en pelotas, no se lo pudieron poner. Fue la noche que más tarde nos acostamos de todas. Ya se había ido la vergüenza y unos cantaban, otros bailaban y parecía que se iba a acabar el mundo porque lo dimos todo. Hasta las mujeres tuvieron que llamarnos la atención. Viendo bailar a mis dos hijos me animé a hacerlo con ellos, y mira que soy patoso.
Hubo concurso de flexiones, que ganó Jose, aunque tanto David como Juan no lo hicieron mal del todo, y a las cinco, cogidos del brazo, cada uno se fue a su dormitorio.
Domingo, 4 de noviembre
No podíamos recoger hasta que no se levantaran Víctor y Aroa, así que cogí a Bonica y me fui a dar una buena vuelta con ella para pasar un poco la resaca. Volví y desayuné, y como aún no se habían levantado de nuevo me fui a recorrer ese paisaje de otoño (¡tocate el coño!) tan maravilloso. De nuevo había amanecido un día espléndido.
A la vuelta ya sí que empezamos a recogerlo todo, a limpiar y a colocar las cosas en los coches, ayudándonos unos a otros.
Víctor fue el primero en marcharse, con Aroa al volante; ya las risas se tornaban tristeza. Aún les quedaban a ellos unas siete horas de viaje.
Después lo hicimos todos los que veníamos de Granada, no sin antes agradecer a Carmen y a Jose haber sido unos anfitriones de primera.
A las doce abandonábamos lo que durante tres días había sido nuestra casa, nuestra aldea, nuestra sierra.
Nuestro coche estaba colocado el primero, así que tiramos delante, esta vez conduciendo yo porque David no se encontraba bien del todo. Cuando llevábamos tres kilómetros Fabi muy alterada me dijo que se traía las llaves de todas las casas. Yo le dije que no pasaba nada, puesto que aquello era nuestro. Tuvimos que dar la vuelta y como los otros coches se cruzaron con nosotros también la dieron. Soltamos las llaves (¡una pena!) y ahora sí que nos fuimos de verdad.
Los Muñozes de Gabia (13) y nosotros cuatro habíamos decidido para en mitad del camino a almorzar. Al final lo hicimos en la provincia de Granada en un restaurante que nos había recomendado Mariano. Fue todo un acierto porque comimos de maravilla y a un precio de siete euros por persona.
Todos los primos y el resto del mundo ya le han agradecido a Carmen y Jose el trato tan magnífico recibido; yo quiero hacerlo desde aquí. Era un toro muy difícil de torear y habéis sabido estar a la altura los dos. Sin vosotros esto no hubiera sido posible. Sé del esfuerzo y trabajo que habéis puesto, así que, agradeceros con mis sentimientos más sinceros ser tan buenos anfitriones y habernos aguantado con tanta paciencia.
A otros a los que tengo que dar las gracias son a Víctor, Aroa, David y Helena por haber hecho tan feliz a Fabi. No sé si os lo creeréis, pero ha sido ella la que con más intensidad ha vivido este encuentro. Ella sí que ha estado con sus seres más queridos, y ahí estáis incluidos todos Yo conozco su mirada y sé que jamás se lo ha pasado tan bien. Gracias a todos y a cada uno de vosotros porque habéis sabido comprender el sentido de por qué “la” Chari, que aunque me meta mucho con ella sabe que la quiero muchísimo; tenía tanto empeño en que se llevara a cabo este convivencia. Solo lamentar que la Chari de Churriana con los suyos y Mario no hayan podido asistir.
Hacía mucho tiempo que no me reía tanto, pero es que los demás no se han quedado atrás. Si tuviera que resumir con una sola palabra este viaje me quedo con RISAS.
¡Y que tenga que decir yo que “Los Muñozes” son buenos! Ya cuando me meta con ellos, no me van a creer.
Ha sido un verdadero placer compartir con todos vosotros estos días tan maravillosos que no creo que ninguno olvidemos jamás, y precisamente para que esto no ocurra he escrito este diario, que aunque no haya sido en sí un viaje, no podía quedarse en el tintero. De parte de Fabi y mía; ¡GRACIAS A TODOS!
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