Cabo de Gata, octubre de 2018



CABO DE GATA, OCTUBRE DE 2018


Viernes, 12


Víctor y Aroa nos habían regalado un paquete de fin de semana en Paradores la navidad anterior, y como creía que me iba a caducar muy pronto, empecé a buscar como un loco paradores para poder utilizarlo. Solo disponíamos de tres días en el puente, así que tenía que ser un destino en Andalucía. Buscando sitios, vi que en Mojácar había uno, y no conocíamos el Cabo de Gata, así que me puse manos a la obra a  preparar  la escapada. Había muchísimo que ver y me ilusioné con el viaje. Pero justo al llamar al Parador, me dijeron que con tan poca antelación era imposible reservar y que dicho paquete caducaba en abril del año que viene. Ya me había hecho el cuerpo, así que busqué una alternativa y encontré un hotel muy bien valorado  y que además permitían mascotas, en las Salinas, muy cerca de la punta del Cabo de Gata. Hice la reserva y empezaron los problemas; había olvidado que Jose y Luisillo venían a Granada para una boda en esas fechas. Los llamamos y les dijimos que tenían nuestra casa a su entera disposición. Y dos días antes del puente, llamó Víctor para decir que tenían ellos también puente y venían. Por Fabi hubiéramos anulado el viaje, pero ya estaba pagado y sé que a mi hijo no le hubiera gustado que lo hiciéramos. Lo esperamos hasta las dos de la mañana para verlos unos minutos ya con el equipaje preparado, aunque dijeron que madrugarían para que desayunáramos  juntos. Bonica, con los nervios de las maletas, se puso mala de la barriga y no paraba de llorar para que la sacáramos, y apenas pegamos ojo esa noche. Como nos habían prometido, Víctor y Aroa madrugaron y también llamamos a David para desayunar los cinco juntos.  En cuanto montamos a Bonica en el coche, se puso buena, (¡la madre que la parió!)

Salimos a las nueve y media, y aunque el destino era fácil, programé a Montse para no equivocarme y que me avisara de los controles de velocidad. La verdad es que el camino lo hicimos casi en silencio porque Fabi seguía pensando que no deberíamos haber venido; yo intentaba darle casque, pero ella estaba ausente.

La primera parada era en el Centro de Interpretación de la Naturaleza de las Alomaderas, para hacernos una idea de lo que nos íbamos a encontrar en cuanto a la flora, la fauna y las características del terreno. Nos pasamos la entrada y tuvimos que hacer casi dos kilómetros para dar la vuelta; esta vez sí que íbamos pendientes.




 La visita resulta muy interesante y antes de entrar ya empiezas a percibir un cambio de paisaje con un suelo salpicado de plantas espinosas, palmitos, pitas, azufaifos, esparto y cornicales, como adelanto de las más de mil especies que pueblan este singular espacio. Dentro se explican con todo lujo de detalles las peculiaridades que hacen de este territorio que esté declarado Parque Natural y Reserva de la Biosfera. Por una parte te explican la costa: formada por un breve sistema de dunas, salinas y extensas superficies poblabas por gramíneas y plantas aromáticas, con unos riquísimos fondos marinos rocosos y arenosos; y por otra la sierra: hábitat semidesértico con fauna adaptada a estas condiciones. Hay otro apartado dedicado a las distintas civilizaciones que han pasado por aquí.



Ya fuera, tiene unos pequeños recorridos donde conocer las plantas del lugar, algo así como un jardín botánico. Muy instructiva la visita para hacerte una idea de lo que vas a ver después en el parque.



Antes de llegar al hotel teníamos previsto parar para ver  Las Salinas, pero nos pasamos los tres miradores que existen. Lo que sí que se ve desde cualquier lugar es la afilada torre de la Iglesia de las Salinas, que se levanta a la entrada de la aldea de la Almadraba de Monteleva, que era donde se encontraba nuestro hotel, ya muy cerca del Faro del Cabo de Gata.



 En un costado se extiende una amplísima playa de arena fina (más de cinco kilómetros) y al otro, las enormes balsas de agua de las que se extraen las montañas de sal situadas junto a la carretera. Estas salinas, además de ser una fuente de riqueza de recursos naturales para los humanos, los son para el gran número de aves, especialmente los flamencos rosados que las utilizan en sus viajes migratorios.


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Al ser el único hotel de la zona: Hotel las Salinas, fue muy fácil encontrarlo. Buscamos aparcamiento en los alrededores y, sin descargar el equipaje, fuimos a hacer el chekin. Manolo nos recibió con una sonrisa, aunque me regañó por haber escogido una habitación económica, en vez de una con terraza y vistas al mar. Había cogido la que venía en Boooking. Muy amable, nos dijo que nos daba la que tenía terraza con mejores vistas. La habitación era pequeña, pero tenía lo justo y necesario para descansar y ducharnos. La terraza era espectacular, daba a la montaña, las salinas y al mar. Le dimos las gracias y fuimos a por el equipaje y a traer el coche a la parte posterior del hotel; otro detalle que tuvo con nosotros.





Era la hora del aperitivo y fuimos a oler lo que había por las inmediaciones. Había dos restaurantes, pero estaban montando las mesas, así que nos paramos en la terraza del bar la Almadraba que ya estaba casi lleno. Nos sentamos en una mesa mirando al mar y nos pedimos unas cervezas, que venían acompañadas de una tapa de caballa en adobo para chuparse los dedos. En la segunda nos pusieron albóndigas con tomate. A Bonica le encantaron las dos.



En apenas media hora ya se habían llenado las terrazas de los restaurantes o estaban reservadas las mesas, así que nos fuimos a la terraza del restaurante del hotel, que aunque no era el más valorado de la zona, tampoco estaba mal. Nos sentamos y pedimos unas cervezas; al escuchar que tenían Alhambra, no lo dudé, pero eran reserva 1925; una ración de jibia a la plancha y una de almejas. Estuvo bien la comida, pero quizá un poco cara para nosotros que tenemos el piso en Torre del Mar y allí las raciones no pasan de ocho euros. No pedimos café porque tocaba echar una buena siesta.



A las cinco cogimos el coche y pusimos dirección al faro; no es que esté muy lejos, unos tres kilómetros, pero en subida y por una carretera estrecha. Aparcamos bastante lejos porque estaba lleno el aparcamiento de coches y autobuses, ya que el mirador que te encuentras allí es el más famoso del parque; el Arrecife de las Sirenas.



  Este arrecife se sitúa en el en el punto geográfico exacto del Cabo de Gata, por tanto es la parte más oriental del sur de España. Estas formaciones que se elevan por encima del nivel del mar  son antiguas chimeneas volcánicas que deben su nombre a la presencia de focas monje que habitaban en este lugar y que los antiguos navegantes confundirían con sirenas. Actualmente no hay presencia de estos mamíferos en el Cabo de Gata.



Ante estas imágenes a Fabi se le endulzó un poco el carácter y empezó a disfrutar del lugar; no paramos de hacer fotos desde todas las perspectivas posibles.



Con el pretexto de llevar agua porque hacía calor, eché los bañadores y una toalla en la mochila, por si las moscas, y empezamos a andar por la carretera que con un pésimo asfalto te lleva hasta la Playa de Mónsul, si te apetece dar una buena caminata.



Llevábamos media hora andando cuando el camino se empinaba muchísimo para subir hasta la Torre de la Vela Blanca. Le miré la cara a Fabi y vi que no le apetecía mucho aquella ascensión, así que pasé al plan B, y le dije de bajar hasta la Cala Rajá.



 Ya íbamos sudando y le dije que llevaba los bañadores por si nos dábamos un remojón. Entre los coches, que había allí aparcados, nos los pusimos y bajamos hasta la cala por un camino de cabras. Habría unas veinte personas disfrutando de las aguas transparentes y de una arena finísima. Aquello, a pesar de que ya estábamos en octubre, invitaba a darse un baño, y no me lo pensé ni un segundo. Para mi sorpresa, el agua estaba templada y le insistí para que se metiera a probarla. Aquello era un placer para los sentidos y para el cuerpo.



 Por fin me hizo caso y se metió. Bonica corría por la arena como loca, y aunque le da mucho miedo el agua quería venirse con nosotros. Ha sido uno de los mejores baños que me haya dado nunca. Nos secamos sentados en la arena y para no rozarme en el camino de vuelta, me cambié allí mismo, ya que había varias parejas desnudas; todas estas calas están consideradas naturistas y siempre encuentras gente haciendo nudismo con mucha naturalidad.



 Para salir de la cala tomamos un camino más empinado, pero más corto y menos peligroso que el de la bajada, con un color blanco, que hasta Bonica se camuflaba en él. Fabi se cambió cerca de los coches e iniciamos el camino de vuelta al faro; empezaba a comprender por qué había insistido tanto en no perdernos este viaje, y empezó a disfrutar del mismo.




En media hora estábamos de nuevo en el mirador y bajamos hasta el arrecife, donde encontramos dos fotógrafos profesionales haciendo un reportaje a unos novios. Fotos y más fotos, ¡y las que aún nos quedaban por hacer! Ya que otro de los motivos de subir allí aquella tarde era ver la puesta de sol desde el faro.




Ya los coches y las personas se apiñaban en los lados de la carretera y en la ladera de la montaña. Sin querer habíamos situado nuestro coche en uno de los mejores lugares. La gente iba preparada con sus bocatas y las cervezas. Yo me las dejé en el hotel porque no traje una nevera que las conservara frías (¡qué pena!) Fue una media hora de puesta de sol de película. No me extraña que viniera gente de todas partes solo por ver este espectáculo. Justo cuando el sol se escondió en el mar, iniciamos la bajada en caravana, aunque los tonos rojizos de la puesta duraron casi media hora más y las últimas fotos las hicimos desde la terraza de la habitación del hotel con unas cervezas y unas tapas.




Nos duchamos para quitarnos la sal y la arena esa tan fina que te mete hasta en los huevos, nos vestimos de noche y salimos a cenar.

Dejamos a Bonica en la habitación, aunque esperamos un poco por si ladraba y, con el coche, nos fuimos a San Miguel del Cabo de Gata, que se conoce con la forma simplificada de Cabo de Gata, algo que no gusta a los lugareños. Dejamos el coche en un aparcamiento enorme que hay a la entrada y que está lleno de caravanas, ya que aquí se permite hacer este tipo de turismo y de forma gratuita; jamás había visto tantas caravanas juntas como en este viaje. Nos fuimos directos al paseo que es donde se encuentran todos los bares y  restaurantes del pueblo. Ya estaba todo abarrotado y las terrazas a tope. En todos había una pizarra con la lista de tapas del día. No hubo cojones de pillar una mesa libre y nos sentamos en una pizzería con vistas al mar. Pedimos unas pizzas y unas cervezas y disfrutamos de una buena cena. Cerca había una terraza de copas con muy buen ambiente, pero nos dio pena de Bonica y nos fuimos al hotel a sacarla un rato.



 Cuando llegamos  se volvió loca de alegría y recorrimos todo el pueblo por la playa y el paseo de Las Salinas. Aunque era pronto, los ojos empezaban a cerrarse sentados mirando al mar, así que decidimos acostarnos, no sin antes tomarme una última cerveza en nuestra terracica.



Sábado, 13



Despertamos sobre las ocho y, mientras Fabi se preparaba, saqué a bonica a dar una vuelta para que hiciera el pis de la mañana, pero con la novedad del sitio, me la tuve que subir sin que hubiera hecho nada. Bajamos a desayunar y comprobar otro de los puntos fuertes del hotel, que hace que tenga una valoración de 8,5. En honor a la verdad, tengo que decir que el desayuno ha sido uno de los mejores que hayamos tomado nunca, y mira que hemos pasado por hoteles. Zumo de naranja, que tú mismo te exprimías, todo tipo de embutidos, quesos, una variedad de frutas amplísima (hasta higos), dulces, tostadas con todo tipo de pan. tomate…  ¡Nos pusimos hasta los topes!




Para bajar un poco la comida y conseguir  que Bonica hiciera sus necesidades, nos dimos una buena vuelta por la playa. Era un placer pasear por la arena sin más compañía que el fresco de la mañana y el sonido del mar. Pero hoy teníamos una agenda muy apretada si queríamos ver todo lo que había programado así que  cargamos las mochilas e iniciamos el recorrido.




Tuvimos que parar en Pujaire, ya que el día anterior vimos un cajero al lado de la carretera y apenas llevábamos dinero.  Ya hasta Albaricoques nos acompañaron solo los invernaderos. Si por algo no había venido antes a Almería era por este paisaje humanizado que tanto lo afea, aunque sea su mayor fuente de ingresos. Ya en el pueblo, ni tuvimos que preguntar por el camino al Cortijo del Fraile, ya que te topas con el cartel nada más llegar.

Tomamos la pista de tierra, que se encuentra en buen estado, aunque no podías ir a más de treinta, y en media hora nos pusimos en el cortijo. Unos kilómetros antes, vimos otro derruido y lleno de pintadas y Fabi me preguntó si no sería ese. Le dije que era imposible y que si lo era, no merecía la pena ni una foto. Cuando ya parecía que habíamos perdido el tiempo y puede que fuera ese, apareció  a lo lejos, y se me escapó un suspiro de alivio.



En este cortijo, que antes perteneció a los dominicos, ocurrió el crimen pasional de Níjar, que fue inspiración para que Federico García Lorca escribiera una de sus obras más célebres: “Bodas de Sangre”. El estado del cortijo es descuidado y ruinoso, aunque está declarado Bien de Interés Cultural. Es una edificación de una sola planta con estancias construidas alrededor de un patio central, con capilla, cripta, funeraria, hornos cuadras y un aljibe bien conservado.



Tanto el cortijo como el entorno han sido utilizados como plató natural de cine en un buen puñado de películas, entre otras: “El Bueno, el Feo y el Malo”.



Casi cuando nos íbamos, llegó otro coche que estaba haciendo la misma ruta que nosotros. Echamos a las últimas fotos y continuamos el camino hacia Rodalquilar. Solo encontramos una indicación en un cruce de caminos, pero después te guiabas por la intuición, y ésta nos hizo meternos por un camino de cabras lleno de piedras. El coche daba cada dos por tres y la cosa iba a peor. Encontramos una furgoneta de guiris cogiendo pitas y les preguntábamos si íbamos bien. Muy amablemente nos dijeron que volviéramos y tomáramos el anterior desvío. Respiramos aliviados. Casi llegando al desvío nos encontramos con el coche del cortijo y les dijimos que dieran la vuelta.



Ya la pista volvió a estar bien y en un mirador encontramos varios coches parados. Por fin, y después de media hora habíamos llegado a las Minas de oro de Rodalquilar. Hicimos varias fotos y bajamos hasta las minas. Se trata de un complejo minero abandonado y en ruinas. El descubrimiento de oro en Rodalqulilar se produjo de forma casual en 1864, y se estuvo explotando hasta el año 1966, cuando ya la extracción era más cara que lo que producía en sí la mina.



Es una visita recomendable pero sobre todo es bueno llegar hasta allí, porque al lado se encuentra la Casa de los Volcanes; un centro de interpretación que habla del origen volcánico del Cabo de Gata de una manera muy didáctica. Tanto las maquetas, cartelería, como el vídeo en la sala de proyecciones son interesantísimos.  Se nos había echado la hora encima y ya no pudimos ver otro de los atractivos de este pueblo: El Jardín Botánico del Arbeldinal, que lo pasamos con el coche. Otra vez será.



Dejamos el paisaje de interior para centrarnos ahora en el litoral del parque. Nuestro primer destino fue el pueblo de Las Negras, que debe su nombre al color de las rocas, ya que muy cerca está Cerro negro. Es un bonito pueblo de pescadores, pero en el que ya más de la mitad de la población son turistas, sobre todo de origen alemán, que han encontrado en este lugar la paz y tranquilidad perfecta. Debido a la cercanía de La Cala de San Pedro, que ha acogido desde hace mucho tiempo comunidades  hippies, se nota un aire un tanto bohemio en el pueblo.



Nos sentamos en una terraza cara al mar para tomarnos un café y tener un merecido descanso.



Tras el café, dimos un paseo hasta la Cala del Cuervo, que es donde se inicia el sendero de la Molata, que te lleva en una hora hasta El Playazo. Íbamos mal de tiempo, así que tuvimos que suspender esta caminata. De vuelta vimos los preparativos de una boda en un entorno precioso.




Ya que no habíamos hecho el sendero, en cuanto vi las indicaciones de la Playa del Playazo, lo tomamos, y aunque es muy estrecho, no hubo mucho problema en llegar. Se trata de una playa larga y ancha por lo que es muy popular, con aguas cristalinas. Por un lado está rodeada de montañas y por el otro nos encontramos el Castillo de San Ramón, construido sobre una duna fosilizada.



Salimos de nuevo a la carretera para llegar al próximo destino: la Isleta del Moro, pero antes, es una parada obligatoria el Mirador de la Amatista, que mucho antes de llegar sabes que está ahí por los coches que se amontonan en la carretera y en los aparcamientos. Está construido sobre un antiguo puesto de vigilancia de la Guardia Civil. Desde él pudimos contemplar los acantilados de parte de la Sierra de Cabo de Gata adentrándose en el mar.  En la lejanía destaca el Pico de  los Frailes, la montaña más alta del parque con quinientos metros.



Ya el mono empezaba a dar tarascadas en la espalda, pero pronto lo saciaríamos porque en nada llegamos a uno de los pueblos más bonitos del parque: La Isleta del Moro. Es el típico pueblo de pescadores con sus barquitas en la playa, las casas blancas y modestas y la paz y la tranquilidad que se respiran.



Destacan los dos grandes peñones o formaciones terrestres vivibles desde muy lejos, en la que una de ellas queda separada como si fuera una pequeña isla. Lo primero que hicimos fue subir al que está pegado a la tierra y disfrutar de una de las mejores vistas del parque. Las aguas de sus dos playas son cristalinas, tanto, que hay una escuela de buceo y estaban llenas de gente practicándolo.



A mí me daba miedo asomarme al acantilado y lo pasé mal cuando Fabi y Bonica lo hicieron para la foto. Bajamos y buscamos un lugar para cervecear y tomarnos algo de picar. Nos sentamos en una terraza (Restaurante Cala Grande) y nos pedimos dos tercios de Estrella de Galicia que nos supieron a gloria, con una tapa de migas, que compartimos con Bonica. Después otros dos más con pulpo en vinagreta que nos dejaron saciados. Los precios están muy bien, a dos euros y medio el tercio con su tapa que pedías de una amplia selección de tapas de la pizarra del bar.



Ya nos fuimos en busca del coche, que lo teníamos aparcado en una gran explanada a la entrada del pueblo a conocer otro de los destinos que cada vez nos estaban dejando más impresionados por su belleza.



No muy lejos vimos el desvío de Los Escullos, y hacía allí que nos dirigimos. En Los Escullos existen varias zonas de baño, pero nosotros nos dirigimos, tras dejar el coche, a la Playa del Arco, que es bastante grande y de una arena fina dorada, pero el objetivo era fotografiarnos junto a la duna fósil. Juro que dolía ya la vista de tanta maravilla de la naturaleza. Justo entonces hablamos con nuestros dos hijos. A Fabi ya le había cambiado la cara y ahora sí que disfrutaba.




Junto a la duna se encuentra el Castillo de San Felipe, como parte de la batería defensiva mandada construir por Carlos III para defenderse de los ataques de piratas y posibles enemigos.



No pudimos tomar café porque en el hotel se estaba preparando otra celebración, así que lo dejamos para la próxima parada, esta vez en el interior, en el Pozo de los Frailes; un pequeño núcleo urbano cercano a la costa famoso por tener uno de los monumentos más populares  de la zona: la Noria del Pozo de los Frailes.



Tomamos café frente a ella y nos acercamos al punto de información turística que hay cerca de los lavaderos de la noria. Cogimos un plano del pueblo de San José en el que venía muy bien indicada la dirección que había que tomar en el pueblo para ir a la Playa de Mónsul, así que bordeando el pueblo, en nada vimos la pista que te lleva hasta ella. No sabíamos si tendríamos que pagar por aparcar allí, pero no importaba soltar cinco euros por disfrutar del lugar más maravilloso del parque. Había muchísimo tráfico tanto para ir, como volviendo de la playa, por lo que en cuanto vimos un aparcamiento en el arcén del camino, dejamos el coche. Quedaban quince minutos hasta llegar, pero pasear por este paraje no tiene precio.



 Pronto vimos la Duna de Mónsul,  y  acompañados de palmitos, azufaifos , pitas y millones de saltamontes pequeños, llegamos hasta la playa más bonita y famosa del parque del Cabo de Gata, por haber aparecido en multitud de películas y anuncios publicitarios. Hasta el mismísimo Spielberg decidió rodar aquí parte de la película de Indiana Jones y la Última Cruzada.



Esta playa debe su singularidad a las formaciones de lava erosionada que la rodean, a la belleza de su arena fina y a sus aguas cristalinas. Es aquí donde mejor queda reflejado el origen volcánico del parque. En el centro de la playa se encuentra una enorme roca, llamada la Ola, que es una enorme lengua de lava que el mar y el viento ha erosionado dándole esta peculiar forma.



Ni nos lo pensamos, ya nos habíamos cambiado en el coche, y nos metimos en el agua nada más llegar. Bonica se quedó en la orilla ladrándonos y hasta hizo un amago de venirse, pero en cuanto vio que le cubría se salió. Podías ver hasta los peces de todos los tamaños cruzándose contigo.  Daba gusto estar en el agua y como no cubría, podías llegar hasta debajo de la misma roca.



Es un lugar que enamora, virgen, maravilloso, único. No extraña que esté considerada una de las playas más bonitas del mundo.



Nos secamos sentados en la arena jugando con Bonica y no quedó más remedio que irnos, no sin ganas de haber subido a la duna como hacían muchos niños y adultos. Conforme nos íbamos para el coche no parábamos de volver la cabeza para cercionarnos de que aquello existía de verdad.



Cometimos el fallo de ir antes a la Playa de Mónsul, porque cuando llegamos a la Bahía o Playa de los Genoveses, siendo también muy bonita y enorme, ya no lo parecía tanto por las comparaciones. Solo dimos un paseo por ella.



Es una playa virgen de dunas con arena fina y dorada. Tiene más de un kilómetro de larga y es ideal para ir con niños, puesto que hay que meterse mucho para que cubra. Había mucha más gente que en la anterior y al estar orientada hacia el este, y como soplaba un poco de levante había olas. Al fondo se veía el Morrón de los Genoveses. Recibe este nombre porque aquí en el año 1147 una flota de doscientas naves procedentes de Génova y en ayuda al rey Alfonso VII estuvo escondida aquí hasta la toma de Almería a los berberiscos.



Se puede llegar fácilmente caminando desde el pueblo de San José, ya que hay un sendero que parte cerca del molino de viento de no más de dos kilómetros; había bastantes personas haciéndolo.



El último pueblo que visitamos fue precisamente San José, que se puede considerar la capital del Cabo de Gata y que cuenta con todos los servicios. Tiene unos mil habitantes, aunque en verano puede multiplicar esa cifra por cuatro debido al turismo. Es bonito, pero no tiene el encanto de los que habíamos visto. Dejamos el coche en la parte alta y fuimos bajando hasta la playa. Muchas casa están colgadas en la colina y las vistas eran preciosas.



Nos sentamos en el paseo a tomarnos un café y Fabi se fue a un puesto a comprar algunos regalillos. Subimos a por el  coche y pusimos rumbo al hotel.



Ya no paramos hasta el primer mirador de las salinas, que lo teníamos localizado desde la mañana. Desde este primer mirador se ven los seis kilómetros de salinas o albufera. Como llevábamos prismáticos creímos reconocer flamencos, así que nos fuimos al segundo mirador, cerca de la Almadraba.



 Dejamos el coche en la carretera y en un bonito paseo llegamos hasta éste. A simple vista se veían más de doscientos flamencos, y con los prismáticos casi los podías tocar. Le dejé los prismáticos a una niña que estaba a mi lado y el padre me lo agradeció.



Ya estaba empezando a caer la tarde y nos fuimos a ver la puesta de sol desde la terraza de la habitación mientras nos tomábamos unas merecidas cervezas y merendábamos algo. Otra vez fue de cine.



Nos duchamos y fuimos a dar un paseo por la playa hasta el bar la Almadraba, donde nos sentamos en la terraza para tomarnos algo.

Pedimos unas cervezas con sus correspondientes tapas. Por la noche ponen tostas  de tapa también; si vais por allí, pedirla porque está riquísima y es enorme al mismo precio. Como esta noche nos habíamos llevado a Bonica, la mesa de al lado, ocupada por una pareja de hombres, empezaron a hacer comentarios de nuestra perrilla y nos pidieron poder acariciarla. Ahí entablamos una conversación que duró más de media hora. Se trataba de una pareja de madrileños que viene por estas tierras desde hace quince años con su caravana y sus tres perrillas. Están enamorados del Cabo de Gata y se lo conocen como la palma de la mano. Me parecieron muy interesantes. Ya nos despedimos y se fueron en sus bicis, que las tenían aparcadas justo enfrente ( porque  la caravana estaba en La Fabriquilla, un núcleo a dos kilómetros, dirección al faro).



Nosotros también pagamos, y por la arena nos fuimos al hotel, cuya terraza estaba muy animada. Nos sentamos y me pedí un Larios 12 con tónica. Manolo, que creo que es el dueño, se sentó con nosotros y estuvimos hablando un poco de todo con él un buen rato. Antes de subir le dimos un último paseo a Bonica por la playa, y a la cama, que había sido un día muy completo.


Domingo, 14


Madrugamos bastante porque la noche anterior al hablar con Víctor nos dijo que no se iba hasta las dos, así que decidimos salir pronto para poder estar con ellos al menos un par de horas. Después  de sacar a bonica un buen rato por la playa, fuimos a desayunar, y aunque ya hoy no necesitábamos  comer tanto, nos pusimos de nuevo como el Kiko; ¡es que estaba todo tan bueno!
A las once y media, y después de habernos caído el diluvio universal la última media hora de conducción, llegamos a Gójar y pudimos ver a nuestros sobrinos que aún estaban allí y a nuestros hijos.



Muchas veces nos desplazamos a los confines del mundo para ver lugares maravillosos, cuando puede que eso mismo lo tengamos aquí al lado. Eso mismo nos ha pasado a nosotros con el Cabo de Gata. Tenía un concepto equivocado de Almería y lo reconozco; será porque no había pasado de Roquetas de Mar y no fue mucho de mi agrado ni la playa ni el paisaje que se contemplaba, pero esto ha sido diferente. No creo que queden muchos lugares tan auténticos, tan vírgenes  en España como el que hemos visitado; es un placer para los sentidos.  Volveremos algún día porque aún nos quedan por descubrir muchos lugares y pueblos  que por falta de tiempo no hemos podido ver. Fabi al final, ha venido encantada y siempre que podamos, Bonica nos acompañará (¡se porta tan bien!).

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