miércoles, 2 de marzo de 2016

El puente de Andalucía en Dublín

Viernes 26 de febrero


Otra vez nos acompañaban en este viaje Chari y Mariano, de los que teníamos tan buenos recuerdos de nuestra aventura, hacía ya un año en Tarragona.



Volábamos desde Málaga con Rynair, y llegamos a nuestro destino tan puntuales como siempre que hemos volado con ella, pero con los inconvenientes propios de esta compañía. Bueno, no nos quejaremos, ya que el objetivo de llevarnos hasta allí, lo cumplieron a la perfección. Hacía ya cinco años que no volábamos con ellos.

Nos alojamos en el hotel Tara Towers, un alojamiento de tres estrellas bastante decente, que aunque un poco alejado del centro, tenía una parada en las mismas puertas del autobús del aeropuerto, lo cual facilitaba, y mucho, el regreso, porque era a unas horas intempestivas; parada de bus urbano y una estación  de tren a tres minutos paseando.



Nada más aterrizar nos dirigimos al punto de información turística a recoger unos planos y algún que otro folleto. En el mismo aeropuerto se encuentra una oficina de los autobuses de Dublín, en la que compramos un abono de tres días de transportes por veinte euros que te da derecho a moverte por la ciudad en todos los medios: autobús, tren de cercanías y tranvía (solo se puede comprar aquí y se llama Leap Visitor Card). También es válido para el autobús que te lleva al centro, aunque a nosotros no nos venía bien, y compramos en la misma salida del aeropuerto el billete de ida y vuelta de Aircoach, que, como he dicho antes, nos dejaba y recogía en la misma puerta del hotel.



A las cuatro y media ya estábamos deshaciendo el equipaje en la habitación ( muy acogedora , limpia y con vistas al mar) y preparándonos para hacer nuestra primera incursión por el centro de Dublín. Hay mucha frecuencia de autobuses (son todos de dos plantas, pero a diferencia de los ingleses tienen color amarillo),  y después de quince minutos de un trayecto cómodo nos bajamos en el Trinity College. Se trataba de tomar contacto con la ciudad y bebernos una pinta en algún pub en la zona del Temple Bar . Como es lógico, nos perdimos varias veces, pero te orientabas rápido con el mapa.



Todo estaba lleno de jóvenes, por algo es el país con el más alto porcentaje del mundo en personas menores de veinticinco años (muy guapas y muy altas, las irlandesas, por cierto). No encontrábamos el Temple  Bar, así que tuve que preguntar a un joven por su dirección. Ahí empezamos a comprobar la amabilidad de los irlandeses. Se tiró hablándonos más de diez minutos sobre los mejores pubs, los más baratos... Aunque yo preguntaba, él le daba las explicaciones a Mariano, y el pobre se aguantaba la risa y ponía cara de entender. Fue motivo de mucho cachondeo después.



Nos hicimos la correspondiente foto en el famoso Temple Bar, y aunque estaba a rebosar (había más españoles que en Lanzarote) nos hicimos fuertes en una mesa en uno de sus patios. Pedimos nuestras primeras Guiness, y a disfrutar del ambiente. Para que entrara la cerveza nos tomamos una tabla de embutidos con una ensalada. El precio es un poco caro, pero por la música en directo y porque dos vasos de la cerveza entraron en el bolso de éstas sin querer, mereció la pena.





Entramos en otros pubs, pero solo los vimos, ya que a esa hora estaban llenos todos, y a Chari la cerveza ya le había hecho efecto. Es curioso, en vez de darle por hablar, parece que la lengua se la ha comido un gato.



 Nos topamos de lleno con la estatua de Molly Malone, todo un símbolo para los dublineses y a la cual le dedicaron una canción que se ha convertido en el himno casi oficial de Irlanda. Después de las fotos tocándole los pechos, que dicen que da suerte, era hora de irse a descansar.



La canción cuenta la historia de una hermosa pescadera llamada Molly Malone que murió de una fiebre en plena calle. La muchacha iba por las tortuosas calles de la zona portuarioa de Dublín, empujando un carro y pregonando “¡¡Mejillones y Berberechos vivitos!!”. Sin embargo no existe evidencia de que tal persona existiese en el siglo XVII ni en ningún otro momento.




Dimos una vuelta por el centro y, camino del autobús, paramos en un Spar para hacer acopio de provisiones para el desayuno y algo de picoteo. Esa noche tocaba cenar en el hotel los bocadillos de jamón y tomate que traíamos de España; ¡qué ricos!



Después de la cena nos bajamos al pub del hotel a tomarnos otra pinta de cerveza y a escuchar algo de música.



A las once y media nos fuimos a la cama, que aunque allí fuera una hora menos, el cuerpo ya pedía un descanso. Me desperté a las dos con un fuerte dolor en el costado y no me podía quedar dormido. Una hora más tarde,  cuatro jóvenes con unas pintas de más, se pusieron a reír y a hablar fuerte en el pasillo. Salí y les pedí que guardaran silencio; a los dos minutos se metieron en sus habitaciones.


Sábado 27 de febrero


Con las primeras claras del día, me levanté, me duché (ahí Fabi comprobó que me había salido una culebrina y que ese era el motivo del dolor) y fui a dar una vuelta por los alrededores, ya que hasta las nueve no habíamos quedado con estos para desayunar. Cerca del hotel había un cementerio típico de allí, con las lápidas en el suelo y rodeado de vegetación.



Subí para meterles prisa, pero ya me estaban esperando. En las habitaciones había un recipiente para calentar agua, café, leche, té, azúcar.... Así que sacamos lo que habíamos comprado la noche anterior y nos tomamos un buen desayuno que nos diera energía para el día tan intenso que nos esperaba.

Cogimos el autobús y nos bajamos en Merrion Square, que es la zona donde se encuentran todos los museos de Dublín. Hicimos la foto a Óscar Wilde y vimos donde nació, un barrio georgiano donde vivía la burguesía de la época.



Es curioso el colorido de las puertas, cada una diferente. Cuentan que es porque los irlandeses son muy aficionados a las pintas, y  para no equivocarse de puerta cuando vienen más alegres de la cuenta, cada uno las pinta de un color distinto a sus vecinos.



El día había amanecido frío y amenazaba lluvia, pero al final no nos llovió en todo el viaje; paseamos los paraguas durante tres días para nada. Casi eché de menos la famosa lluvia irlandesa.

Comenzamos la visita a los museos por La National Gallery, donde se encuentran cuadros de los más importantes pintores de todas las épocas: Picasso, Goya, Zurbarán, Renoir, Van Goh, el renacimiento italiano ... y artistas locales. Las salas eran muy acogedoras y al no haber mucha gente, pudimos disfrutar con tranquilidad de las obras. No se permiten las fotos en ningún museo.



Como la agenda la teníamos muy  apretada nos dejamos muchas salas sin ver. De paso al museo de Ciencias Naturales nos topamos con una  cafetería-pastelería con una pinta estupenda. Yo acababa de encender un cigarro, así que les dije que entraran ellos a comprar lo que quisieran. Desde el escaparate yo los contemplaba y me reía porque tendrían que pedir por señas, ya que ninguno sabe nada de inglés. Pero cuál fue mi sorpresa cuando los vi hablando mucho con la dependienta. Entré para ver si tenían algún problema y los que se rieron de mí fueron ellos, ya que la chica que los atendía era argentina. Nos tomamos el café y los dulces camino del otro museo.



La entrada a los museos nacionales es gratuita, así que no estábamos dispuestos a gastarnos un pastón entrando en catedrales y castillos. Al Museo Natural le llaman los dublineses el Zoo Muerto;  nada más entrar compruebas el motivo. Hay miles de animales disecados ordenados por especies y lugares de procedencia. Yo me acordaba de mis alumnos porque aquí sí que se podría dar una buena clase de naturales. Nos hubiéramos quedado más rato, pero el tiempo apremiada. Merece la pena el museo.



El siguiente museo, el Arqueológico, es la joya de la corona, tanto por el edificio en sí como por cómo te cuentan la historia de los pobladores que han pasado por Irlanda  desde los vikingos, celtas... hasta nuestros días.



Ahí Chari empezó a sentirse mal, no sabemos si por el empacho de museos o porque traía un gripazo de España. Mientras nosotros veíamos las distintas salas, ella se sentaba y esperaba, aunque siempre la teníamos controlada por si empeoraba. La pobre lo pasó fatal todo el día. Este museo no es tan grande como el Británico, pero no tiene nada que envidiarle. Fue una pena no disponer de más tiempo.



Como estábamos muy cerca de parque St. Stephen´s Green nos fuimos a pasear por él y a disfrutar del verde y de los animales que allí habitan. Es el parque más bonito de Dublín y uno de los pulmones de la ciudad .



Lo atravesamos de punta a punta para acercarnos hasta Grafton Street, una de las calles peatonales y más comerciales. Está llena de vida, y aparte de las tiendas de diseño que tiene, hay músicos callejeros por toda ella. Verdaderos artistas que por la voluntad amenizan y dan un toque distinto a una ciudad llena de vida.



Paramos en una farmacia para comprar algo para Chari, que por momentos llegaba a asustarnos. Iba envuelta en el abrigo con la manta liada en la cabeza y no hablaba ni reía, con lo que es ella. Realmente lo estaba pasando mal. La dependienta nos atendió con mucha cordialidad y paciencia. Al final le dio unas pastillas que aliviaran los síntomas.



Como se nos había echado el tiempo encima, entramos en un Dunne Store, que preparaban comida para llevar, y por cuatro euros nos prepararon unos bocadillos riquísimos y una lata de refresco, que nos tomamos en la plaza del ayuntamiento mientras esperábamos a nuestra guía. Había reservado por internet un tour gratuito con la empresa Sandeman, y sin lugar a dudas ha sido la mejor experiencia del viaje.






A las dos menos cuarto empezaron a aparecer los guías y los turistas. Nos separaron por grupos de idioma, y a nosotros nos tocó Jara, una joven estudiante toledana que vive allí desde hace tres años y es la forma que tiene que sacar un dinero para pagarse sus gastos. Un diez para ella y el recorrido tan ameno e interesante que nos hizo.



Íbamos pasando por los monumentos más emblemáticos de Dublín y nos fue contando con un tono encantador y  una velocidad de vértigo toda la historia del país desde sus orígenes hasta la independencia en 1916.



Nos pidió que nos presentáramos, y se trataba de un grupo heterogéneo, aunque predominaban los andaluces por motivo del puente y los madrileños. A un muchacho del grupo lo localicé antes de la presentación porque se le escapó un pollas que solo se dice en Granada. Después me enteraría que era de Los Ogíjares, el pueblo que hay al lado del mío. Así que le conté parte del monólogo que tengo para aprender inglés. " Y si tú eres de los Ogíjares y yo de Gójar, qué pollas hacemos lo dos hablando en inglés..." Me contó que estaba de Erasmus en Holanda y había venido a pasar una semana con un amigo.



Fueron unas tres horas de lo más entretenidas. Jara nos envolvía con sus palabras y no paraba de hacer preguntas. Yo que me había preparado muy bien la historia de Irlanda respondía a todo, hasta que me sentí como un empollón y dejé que fueran otros los que lo hicieran. Nos habló de arte, de historia, de literatura, de música, de costumbres, de leyendas y lo hacía de tal modo que el tiempo pasó volando.



En mitad del recorrido nos dio quince minutos de descanso para apuntarse en los tours pagados y para tomar café. Y a las cinco, después de haber visitado el Castillo de Dublín, la Catedral Cristiana, la zona del Temple Bar, el Puente del Medio Penique, El trinity College , el Río LIffey, el Hotel de  Bono (U2 ), O´Connel Street y la estatua de Molly Malone, entre otros, se despidió de nosotros, y se lo agradecimos con una buena propina.¡Bravo por ella !



Aún no nos habíamos tomado ni una sola pinta, así que entramos en algunos pubs con la intención de hacerlo. Pero ese día jugaban un partido de las seis naciones Inglaterra contra Irlanda a rugby (deporte nacional) y era imposible entrar en ninguno. Al final, a empujones cogimos sitio en el O´Neil y entre Guiness y una multitud de forofos vimos la primera parte del partido.



A las seis y media nos fuimos camino de la parada de nuestro autobús, pero antes para descansar un poco y tomar algo caliente entramos en una cafetería. Tanto Chari como yo estábamos molidos y necesitábamos echarnos un rato, así que nos fuimos al hotel.

Mariano y Chari se fueron a la habitación, y ella se acostó. Yo casi quería hacer lo mismo, pero como no sabíamos el horario del tren para el próximo día, Fabi y yo nos fuimos a  consultarlo. Justo enfrente había una pizzería con una buena oferta, así que encargamos el pedido, y mientras estaba, nos tomamos unas pintas en el pub de al lado. Pedimos algo para picotear y nos sorprendieron con una bandeja llena de comida. Matamos el hambre, y cuando recogimos el pedido de las pizzas nos dimos cuenta de que aquello sería imposible comérselo, y máxime cuando Chari no probó nada.




Cenamos un poco con Mariano y bajamos al pub del hotel a escuchar música y tomarnos una pinta más. Había sido un día completísimo y esa noche sí que caí rendido, aunque me despertara varias veces a causa del dolor.


Domingo 28 de febrero              


Después de comprobar que esta no se había muerto (hoy tenía mejor aspecto y ya empezaba a hablar y reír) y de tomar un buen desayuno, nos dirigimos a la estación del tren. Como tardaban en estar preparados, nos adelantamos nosotros y decidimos esperarlos allí. Casi pierden el tren, menos mal que venía con un poco de retraso.



Nuestro destino de hoy era la península de Howth, un pueblo pesquero a quince kilómetros de Dublín. En apenas treinta minutos estábamos allí, y riadas de gente se apearon en la estación para pasar el día en dicha localidad.



Visitamos el puerto, cogimos planos en la oficina de información, pero no hizo falta mirarlos porque todos iban al mismo sitio que nosotros; a hacer la ruta a pie de los acantilados. Son unos siete kilómetros de marcha por una vereda muy bien señalizada y empinada que te lleva a paisajes de ensueño.



El día acompañaba porque lucía un sol radiante, y como no había llovido en dos días, no había barro, que era uno de los inconvenientes de esta ruta.




La hora y media de ascenso la hicimos sin apenas paradas, solo para observar los cortados de vértigo. Era un deleite para la vista, pero no exento de peligro, y continuamente te advertían de ello.



Cuando llegas a la cima de la colina se puede ver una panorámica magnífica de la bahía de Dublín. El resto del recorrido es bajando ya por una amplia acera y con chalés de ensueño a los lados.




Casi llegando al pueblo nos encontramos con una iglesia abierta y allí que nos metimos a oler. En Irlanda, a diferencia de Gran Bretaña  la mayoría de la población es católica, así que aunque no entendieras lo que decían en la misa, te lo imaginabas.




Paramos en una cafetería para ir al servicio y descansar, y nos pedimos un té en el que se podía nadar de grande que era.




Como ya era casi la hora del almuerzo, y antes de que llegara la marabunta fuimos a almorzar al mercado. Pillamos un banco libre y fuimos pasando por todos los puestos de comida y comprando distintos platos de comida: fish and chips, salchichas al estilo irlandés, pepitos de ternera... y nos dimos un festín.



Como allí no venden cerveza (es otra de las curiosidades, te venden vino a precio de oro, pero la cerveza solo se puede tomar en los pubs), para bajar la comida entramos en el pub que hay al lado de la estación, y en una mesa de la calle, aprovechando el solecico que hacía, nos tomamos unas pintas. Miré el horario de los trenes y cogimos el de las dos y media, ya que después se esperaban colas kilométricas para volver.



En media hora, nos bajamos en Tara Street Station que estaba al lado de la zona que aún no habíamos visitado; la parte norte del río. Cruzamos, y nos fuimos directos al monumento de la luz; El Spire, que es el más alto de Europa con sus 120 metros, construido en el lugar que ocupaba la antigua columna del almirante Nelson antes de ser destruida en un atentado del IRA.




También estuvimos viendo la Casa de Correos, donde todavía se observan los disparos cuando fue tomada por el levantamiento.



Desde aquí tomamos Henrry Street y su prolongación, que es otra de las calles peatonales  más comerciales. Nada más comenzar, nos encontramos con The Church; uno de los pub más famosos por el hecho de haberlo situado dentro de una iglesia. No podíamos perder la oportunidad de tomarnos algo allí. Es impresionante.



Seguimos andando hasta cruzar el río de nuevo a la zona sur para ir a la Catedral de San Patricio, aunque solo la vimos por fuera. Aquí dejo la historia del patrón del país.



 San Patricio fue secuestrado al oeste de Inglaterra por unos irlandeses. Allí estuvo trabajando como pastor en una isla, y una noche escuchó una voz que le pedía que “regresara a Irlanda”. Así lo hizo y comenzó su labor de convertir al cristianismo a los irlandeses.
Cuenta la leyenda que estaba San Patricio frente a un grupo de celtas tratando de explicar el misterio de la Santísima Trinidad, pero no lo conseguía, de pronto miró al suelo, y notó como frente a sus pies crecía un trébol en medio de la hierba.
San Patricio arrancó la pequeña planta y la mostró al grupo de celtas, explicando que de la misma manera que de un solo tallo brotaban tres hojas, así el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo era uno solo. Los irlandeses desde entonces unieron el trébol a San Patricio y adoptaron el trébol como símbolo nacional.

Desde aquí nos dirigimos de nuevo al centro a comprar los regalillos antes de que cerraran las tiendas. Es muy curioso, pero no hay tiendas de souvenirs por la ciudad, solo una franquicia que se llama Carrolls, que tiene varias tiendas, aunque está muy bien de precio. Compramos un recuerdo para poner el el estante de los viajes, una sudadera para David y yo me compré una pulsera.



Otra vez entramos el el Trinity College para pasear por sus jardines y echarnos una foto con la Esfera dentro de una Esfera. Ya estaba anocheciendo y decidimos irnos a cenar al pub de la estación. Como el autobús aún tardaría un poco, decidimos ir dando un último paseo hasta la parada de Merrion Square.

No subimos a la habitación porque sabíamos que nos iba a dar pereza salir de nuevo, así que desde la parada del hotel nos fuimos directos al pub. Estaba muy ambientado porque se estaba jugando la final de fútbol inglés, y después pusieron al Barcelona. Cenamos roast beef y unas chapatas riquísimas con carne, ensalada y patatas.

Llegados al hotel, éstas se fueron a la habitación, y Mariano y yo nos quedamos viendo la segunda parte del fútbol saboreando un Jameson solo con hielo. Hoy teníamos que acostarnos pronto porque a las cuatro y media teníamos que estar de pie para coger el autobús al aeropuerto a las cinco y cuarto de la mañana.

La primera conclusión es que hemos vuelto encantados de Dublín. Tiene la combinación adecuada entre lugares que visitar, distancias, ambiente y amabilidad de su gente por lo que será complicado volver con mal sabor de boca de allí, y menos con la magnífica compañía de Chari y Mariano. Es una ciudad muy segura, cargada de historia y con miles de pubs, que para ellos son como su segunda casa. Te sientes a gusto desde el primer momento y te dejas contagiar por la magia que se respira en sus locales y la música de sus calles. Quizás hubiéramos necesitado un par de días más, pero ahí se queda por si algún día deseamos regresar