Zafra, Mérida, Cáceres y Trujillo, marzo del 2019

¡A la tercera va la vencida!

Ya había preparado este viaje unas cuantas veces, pero por unos motivos o por otros lo había tenido que posponer. Ahora me alegro, porque hacían falta al menos cinco días, y me he quedado muy corto, para realizar este viaje a una tierra que siendo la más desconocida de España, es de las más ricas en todos los aspectos.





Tanto la noche en Paradores, que nos regalaron Víctor y Aroa, como el paquete de una noche de hotel, que tenía como regalo de mis alumnos en la navidad de hace un año, estaban a punto de caducar y era la última oportunidad que tenía de utilizarlos en un puente. Una vez cerrados ambos, empecé a preparar este viaje, al cual le he dedicado mucho más tiempo que a otros.




Con todo ya cerrado, estaba hablando con David del viaje que íbamos a hacer su madre y yo,  mientras nos tomábamos una cerveza, y viendo el interés que me mostraba, le pregunté que si le apetecería venirse con nosotros, a lo que me contestó que por él, encantado, pero que tenía que consultarlo con Helena. Le di un plazo de tres días, aunque la respuesta afirmativa  la tuve al día siguiente. Esto suponía casi doblar el presupuesto, pero solo por la compañía de nuestro hijo ya merecía la pena.



Jueves, 28 de febrero



Con las primeras claras del día ya teníamos preparado el coche y estábamos haciendo hora para ir a recoger a Helena. Le di una última oportunidad a Montse y  la programé para ir a Llerena (Badajoz). Aunque se resistió un poco, tocando los cables de las conexiones, empezó a hablar y yo, a sonreír; ¡me da tanta confianza…!

Helena nos estaba esperando puntual en la rotonda. Metimos su equipaje en el maletero y… carretera y manta. Hicimos una parada para desayunar bien, a las dos horas y cuarto de viaje, y estirar las piernas un poco. Ya habíamos pasado Córdoba. Le pregunté a David si le daba un relevo al volante, pero me dijo que estaba bien y que, además, le gusta conducir. Así que yo encantado disfrutando del paisaje, que tras pasar Cerro Muriano, se torna muy llano y con unas carreteras en perfecto estado y muy rectas.



Apenas se notaron cambios en el paisaje al entrar en Extremadura, seguíamos por las verdes dehesas salpicadas de encinas, robles y ganado pastando libremente, aunque había más ovejas y vacas que cerdos ibéricos, que parecía que se habían escondido.


Ya se divisaba la Torre de la Iglesia de la Granada en Llerena a lo lejos, cuando vimos que se anunciaba un desvío hacia el Teatro Romano de Regina. Sin pensármelo dos veces le dije a mi hijo que lo tomara. La idea era visitarlo por la tarde, pero íbamos muy bien de tiempo y así ganábamos algo más; que la agenda del día era muy apretada.



En poco más de diez minutos llegamos a la entrada de la ciudad romana de Regina Turdulorum, que está considerada Bien de Interés Cultural. El teatro es el edificio más emblemático y mejor conservado de las ruinas de esta ciudad. A los vecinos de Casas de Reina siempre les llamó la atención la presencia de enormes muros de hormigón y piedra que asomaban en medio de las tierras de labranza. Esos muros, que fueron bautizados como “Los Paredones”,  correspondían a la parte superior del graderío del teatro.



La entrada al recinto es gratuita y puedes aparcar el coche allí dentro, así que la visita era el aperitivo ideal de lo que después veríamos en Mérida al día siguiente y, además, solo para nosotros.



Hay muchos paneles explicativos y un recorrido señalado para que no te pierdas nada de la ciudad. Y justo al final del mismo, el plato fuerte: El Teatro. Fue construido en la época de los emperadores Flavios. Tenía capacidad para mil espectadores y estuvo funcionando hasta el siglo  IV después de Cristo, cuando los cristianos enterraron todos los teatros por considerarlos lugares profanos. Hoy día se sigue utilizando para representaciones teatrales en verano.



Hicimos un montón de fotos de todo el entorno, llevándonos muy buen sabor de boca de nuestra primera visita y seguimos camino de Llerena, no sin antes hacer alguna foto de la Alcazaba de Reina, una fortaleza de origen árabe declarada también Bien de Interés Cultural. No subimos a ella por culpa del mono, al de la cerveza me refiero; ya que casi era las una y cuarto.



Dejamos el equipaje en las habitaciones del hotel Isur y, sin deshacerlo, nos fuimos a todo correr a la Plaza Mayor que es la zona donde hay más bares y restaurantes. Ya había visto esta bonita plaza en internet, así que me llevé una decepción, porque este fin de semana era de carnaval y  habían montado una carpa enorme ocupando casi toda la plaza, quitándole parte del encanto a la misma, (cosa que se iba a repetir en todas las plazas mayores de las ciudades que íbamos a visitar).



La recorrimos entera viendo los bares y restaurantes que hay bajo los soportales, pero al pasar por la puerta de la iglesia nos la encontramos abierta, así que entramos. Estaban a punto de cerrar, y con cara de pena le pedimos a la mujer de la puerta que nos permitiera cinco minutos de visita, a lo que ella accedió.



La Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Granada inició su construcción en el siglo XIV y es de estilo gótico-mudéjar, aunque su majestuosa torre, que se ve desde muchos kilómetros a la redonda, es del siglo XVI. El motivo de entrar no era otro que contemplar unos lienzos de Zurbarán (que vivió en esta villa durante diecisiete años), destacando el del Cristo Crucificado.



Como la buena señora nos miraba impaciente, hicimos unas fotos y salimos dándole las gracias efusivamente. Y ahora ya sí que tocaba la cerveza. Nos sentamos en una terraza que estaba llena de gente, aunque por falta de personal, ya que era jueves, tenías que ir a por la bebida tú a la barra. Nos pedimos cuatro tercios de Estrella de Galicia y nos pusieron un aperitivo de morro buenísimo.



 Al momento estaba llenando y pedí nuestra primera ración de jamón ibérico, ya que estábamos en la tierra del jamón, y uno de ellos, precisamente de Llerena fue galardonado con el primer premio de jamones ibéricos de España en 2018 ( Jamón y Salud, es el nombre de la empresa que los comercializa). Como tardaba un poco, ya que te lo cortan a mano, me llegué a la oficina de turismo, que ya la estaban cerrando, a recoger información y planos.



El jamón estaba que quitaba el hipo; se deshacía en la boca. Casi nos peleamos David y yo para comernos el blanco que Helena le quitaba, porque decía que no le gusta. Propuse tomar algunas raciones y más cervezas allí, pero Fabi dijo que había visto un menú al lado del hotel que costaba seis euros y medio con bebida y postre. Y hacia allí nos dirigimos porque ya se había despertado el apetito.

Camino del hotel paramos a visitar el patio del Palacio de Doña Mariana, donde en la actualidad hay una hospedería de turismo de cuatro estrellas, y visitamos el patio interior.



No solo era cierto lo del menú, sino que además la comida estaba riquísima. Tenías para elegir un primero y un segundo de una amplia carta, en la que predominaba la carne de cerdo ibérico. Fabi pidió postre y nosotros café.



Tocaba descanso y nos dimos hora y media para hacerlo, porque a las cuatro y media teníamos prevista la salida para visitar la ciudad de Zafra. En apenas media hora ya estábamos buscando aparcamiento cerca del centro; cosa que costó unas cuantas vueltas hasta poder hacerlo.



Zafra fue originalmente un asentamiento romano: Restituta Julia. Estuvo bajo el dominio árabe desde el siglo XI hasta su reconquista definitiva por Fernando III, el Santo, en 1241. Su historia ha estado ligada a los Duques de Feria, que fijaron su lugar de residencia en esta población. Alcanzó un gran esplendor debido por un lado a las ferias y mercados de ganado que se celebraban de forma periódica y por otro a su posición estratégica en plena Vía de la Plata.



Nos dirigimos a la zona amurallada donde se encuentra el Alcázar de los Duques de Feria, del siglo XV, actual Parador de Turismo de Zafra. Se trata de una fortaleza exterior que guarda un auténtico palacio en su interior con capillas de estilo gótico-mudéjar. Nos hicimos fotos en el patio interior, construido entero en mármol blanco.




Preguntando a un policía municipal, llegamos hasta la Plaza Grande y la Plaza Chica, que son dos de los lugares más representativos de Zafra. Bajo los soportales se instalaban los comerciantes para ofrecer sus productos a los habitantes de la ciudad y a sus visitantes.



Casi sin querer, dimos con la Casa del Ajimez, llamada así por su ventana arqueada o geminada dividida por una columna de mármol. Esta casa es hoy el Centro de Atención al Turista. Algo que hizo con mucho interés la señora que nos explicó la ciudad de una forma muy amena sobre una maqueta de la villa. Visitamos también la parte alta de la casa que está destinada a museo.



Al decirle que estábamos solo de paso nos recomendó que, antes de irnos, visitáramos la Iglesia de la Candelaria, cosa que hicimos, porque hasta salió con nosotros a la calle para decirnos la dirección que debíamos tomar. Aparte de su belleza y elegancia, con un pórtico de estilo herreriano, guarda en su interior un retablo de Zurbarán y otro de Churriguera.




Como teníamos muy cerca el coche y aún nos quedaba la visita de Llerena pusimos punto final a esta ciudad que conjuga perfectamente su faceta de ciudad de comercio y servicios con su patrimonio histórico y el encanto especial de sus calles y sus gentes.



De nuevo dejamos el coche muy cerca del hotel y, antes de irnos a hacer el recorrido turístico por el pueblo, entramos en una tienda que hay al lado de productos ibéricos para comprar un lote de estos y una botella de vino de ribera  del Guadiana. Los subimos a la habitación y metimos las dos botellas de vino (una de blanco que era por gentileza del hotel y la de tinto) en el minibar.  Y ahora sí que fuimos a descubrir los encantos del pueblo.



El centro de Llerena está declarado Conjunto Histórico-Artístico desde 1966, con su Plaza Mayor porticada  de estilo mudéjar y la Iglesia de la Granada donde se mezclan los estilos gótico, renacentista, rococó, barroco y mudéjar. Además de multitud de joyas arquitectónicas,  restos de murallas y puertas.



Los árabes le dieron el nombre de Ellerina a esta ciudad, pero su verdadero esplendor llegó con la conquista de estas tierras por parte de Fernando III y el posterior establecimiento de la Orden de Santiago, estando aquí la Audiencia y Tesorería de la Orden, así como la Sede de la Santa Inquisición. Entre los personajes célebres que vivieron en Llerena se encuentran el consejero de los Reyes Católicos Luis de Zapata, el descubridor del Gran Cañón del Colorado García López de Cárdenas, el cronista de Indias Pedro Cieza de León y el pintor Francisco de Zurbarán entre otros.



Jugamos a perdernos por la ciudad y solo echar mano del plano cuando llegábamos a un monumento; fue muy divertido y creo que los vimos todos. La pena fue que ya estaba oscureciendo y las fotos no salían bien. Entre los edificios más destacados están: el Convento de Santa Clara, el Palacio de los Zapata, restos de la muralla, Iglesia y Hospital de San Juan de Dios ( hoy convertido en una Biblioteca chulísima), la Iglesia de Santiago, el Conjunto Cultural de la Merced…





Como todos los caminos llevan a Roma, en este caso a la Plaza Mayor, ahí terminó nuestro recorrido nocturno por Llerena. Era la hora de la misa en la Iglesia de la Granada, así que allí nos metimos a verla de nuevo, pero esta vez sin fotos.

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Al ser un día laboral el pueblo estaba prácticamente desierto, así que nos tomamos una cervecilla en el hostal Zurbarán y nos fuimos a cenar al hotel los embutidos, el jamón y el vino que habíamos comprado. Pasamos unas dos horas muy divertidas entre copa y copa en nuestra habitación, y a las diez y media nos despedimos hasta la hora del desayuno, después de un día agotador y muy interesante.



El destino de Llerena me fue impuesto por el cheque regalo de mis alumnos, ya que en Extremadura era el único destino que había. Aunque esto me decepcionó un poco al principio, conforme iba preparando el viaje me di cuenta que había tenido suerte, ya que de otra forma jamás hubiera pisado esta parte de Badajoz y juro que tiene mucho que ver. Junto a Zafra es una de las joyas del sur de Extremadura.




Viernes, 1 de marzo


Aunque habíamos quedado para desayunar a las ocho y media, David me tocó en la ventana del balcón a las ocho y cuarto para fumarnos un cigarro (yo para vapear) en la terraza a la que daban los balcones; también nos acompañó Helena. Tras un buen desayuno dijimos adiós a Llerena.

Nuestro siguiente destino era Mérida, a la que tardamos en llegar un poco más de una hora, de la que al menos aproveché quince minutos para contarles un poco la historia de esta ciudad milenaria, algunas curiosidades y lo que tenía pensado visitar. Como buen alumno mío, David paró la música y pidió silencio y atención.

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Entramos a Mérida por el Puente de Lusitania, de Calatrava, (del cual hemos visto ya puentes por todo el mundo y siempre es el mismo diseño) rumbo al Hotel Rambla Emérita para poder dejar el coche y empezar la visita. Dejamos el equipaje y, como no había aparcamiento en los alrededores, lo llevamos al parquin Cervantes que tiene convenio con el hotel y solo cuesta diez euros al día. Como David y Helena se alojaban en un hostal, a siete minutos del nuestro, llevamos las maletas andando: Hostal Senero, cerca de la Plaza de España.



Fuimos a recoger planos e información a  la Oficina de  Turismo y ya sin más dilación a comprar la entrada conjunta que por quince euros, siete y medio si eres estudiante con carné, da derecho a visitar todos los monumentos de Mérida, menos el Museo Nacional de Arte Romano. Este bono se puede comprar en cualquiera de los monumentos, pero nosotros queríamos empezar a lo grande visitando el Teatro Romano.



Antes de comenzar a narrar la visita me gustaría hablar de la historia de Mérida. Su origen se remonta al año 25 a.C., cuando el emperador Octavio Augusto ordenó a Publio Carisio establecer un asentamiento en el centro de la actual Extremadura, junto al río Guadiana, para los veteranos (eméritos) de las Legiones V y X. Así se fundó Emérita Augusta, capital de Lusitania, una de las tres provincias de la Hispania romana del momento y que llegó a convertirse en uno de los centros administrativos romanos más importantes de la península en los planos jurídico, militar, cultural y económico. Prueba de ello fue la construcción de un teatro, un anfiteatro, templos, un circo, puentes, foros, acueductos, columbarios... En el siglo VI arraigó el cristianismo, plasmado en el culto a Santa Eulalia, que se convirtió en la patrona de la ciudad. La ocupación musulmana supuso el declive de la ciudad hasta que fue conquistada por Alfonso IX en 1230. En 1983 se convierte en la capital autonómica de Extremadura mejorando sus infraestructuras y restaurando sus monumentos, hasta ser declarada Patrimonio de la Humanidad en 1993.

Nada más entrar al recinto del teatro y del anfiteatro, te recomiendan un itinerario a seguir muy bien marcado, y creo que lo han hecho así porque si no, te irías directamente al teatro y apenas te detendrías en el anfiteatro, que es lo primero que se visita si sigues el recorrido. Nosotros ya hemos visto cinco anfiteatros y puedo decir que este es el que en peor estado se encuentra ya que se utilizó como cantera. Apenas la visita que hicimos duró unos cinco minutos.



Tenía una capacidad de 15000 espectadores y los espectáculos que se celebraban aquí eran los preferidos por los romanos: lucha de gladiadores y  peleas contra las fieras.



Yo les metía bulla a estos porque el motivo principal de visitar Mérida era contemplar el Teatro, que no solo es el símbolo de la ciudad, sino uno de los grandes monumentos de España.



Se inauguró el año 15 a. C. y tenía capacidad para 6000 espectadores. Se construyó aprovechando una pendiente natural, la del cerro de San Albín y se divide en tres espacios o zonas: la inferior dedicada a los nobles romanos y la superior a los esclavos y extranjeros.



El escenario es uno de los mejor conservados de todos los teatros romanos del mundo, con un frente de escena de 63 metros de longitud, donde hay dos cuerpos de columnas corintias. Entre las columnas se encuentran las copias de las esculturas de varios dioses (Ceres, Plutón, Proserpina), los originales se encuentran en el Museo de Arte Romano. Y por detrás de la escena encontramos tres puertas revestidas de mármol que eran utilizadas por los actores para entrar al escenario. Delante está el semicírculo que era utilizado para el coro.



Nos sentamos en las gradas e hicimos fotos desde todos los ángulos, paseamos por el escenario y disfrutamos de uno de los mejores monumentos del mundo romano.



Fuera del recinto se encuentra la llamada Casa del Anfiteatro, con restos de lo que pudieron ser mansiones romanas de los siglos III y IV, con pinturas, pavimento original y mosaicos. Además hay una zona termal, pozos, hornos, cocinas, peristilos, conductos de agua y jardines. Tras pasear por esta zona, abandonamos el complejo con miles de fotos en la cámara y en los móviles.



Y ahora, a disfrutar de los originales en el Museo. Me fui a la taquilla con el dinero preparado: 12 euros, pero sin explicarnos el motivo nos dijeron que las visitas eran hoy gratuitas. ¡De puta madre, dos cervezas más por cabeza!



El Museo Nacional de Arte Romano está situado enfrente de la entrada al teatro y anfiteatro y la visita del mismo se considera una de las imprescindibles de Mérida, aunque no se sea amante de los museos. Fue diseñado por Rafael Moneo e inaugurado en 1986. Para su construcción se utilizó ladrillo tanto en el exterior como en el interior y los arcos tienen la altura del de Trajano (15 m). Verdaderamente es impresionante el primer impacto visual.



Resulta muy sencillo moverse por el museo a través de las salas laterales que ocupan tres plantas y que se asoman a la nave principal, mientras se sigue un orden cronológico de las obras expuestas y paneles informativos claros y concisos que ayudan a comprender lo que se está viendo. Es muy recomendable la visita.



La siguiente parada era La Alcazaba, pero a cada paso que das por Mérida te topas con algún resto arqueológico y en este caso fue con el Pórtico del Foro Romano Municipal.



Un poco más adelante encontramos el Templo de Diana, que aunque su nombre indique a Diana, fue un templo de culto al emperador, pero por semejanza con otro templo parecido a este se le dio este nombre en el siglo XVII. Es el único templo romano que se conserva en Mérida. Se accedía a él a través de una puerta monumental que ya no se conserva.



Lo que sí está, es el Palacio de los Corbos pegado al templo. En el siglo XVI el Conde de los Corbos, caballero de la Orden de Santiago, mandó construir su palacio renacentista sobre los restos del Templo de Diana, restaurando algunas de sus partes. A finales del XX se expropió el edificio con el fin de recuperar el templo romano, aunque al final se conservó también la fachada del palacio que paradójicamente fue el que permitió su conservación.

Justo al lado de la Alcazaba se encuentra el Puente Romano sobre el río Guadiana, que se conserva casi en su totalidad; 721m de los 755 metros originales y 60 de los 62 arcos. Es uno de los mejores conservados de la península y ha estado abierto al tráfico hasta hace pocos años.



Y ahora sí que tocaba entrar en la Alcazaba. Fue mandada construir por Abderramán II en torno al año 835 con fines militares aprovechando las piedras de la muralla romana y visigoda, y mantuvo una guarnición hasta que en el año 1228, Alfonso IX la conquistó y la entregó a la Orden de Santiago. En ella se encuentra la sede de la Presidencia de la Junta de Extremadura.



Se puede acceder a la parte alta de la muralla desde donde se contemplan unas bonitas vistas del río y de los dos puentes. También bajamos a un aljibe excavado sobre la roca. En todo el recinto hay paneles explicativos y muchas inscripciones en árabe.



A la salida tuvimos que tomar una decisión, o irnos ya de cervezas o subir a lo alto del cerro de San Albín a visitar los que nos quedaba por aquella zona. Sacamos fuerzas y optamos por seguir con las visitas. Con la lengua fuera subimos hasta la plaza de toros y tomarnos allí una cerveza antes de continuar, pero todos los bares estaban cerrados. ¡Mi gozo, en un pozo!



Bueno, ¡pues a seguir con las ruinas romanas! Otro de los monumentos que incluía el bono era la Casa de Mitreo y los Columbarios. La Casa de Mitreo debe su nombre al hallazgo de los restos de un posible templo mitraico en una residencia de época romana dispuesta en torno a tres patios con habitaciones, zona comercial, jardines, peristilo y termas. Desde unas pasarelas se puede contemplar muy bien el conjunto en el que sobresalen las pinturas y mosaicos, especialmente el Mosaico Cosmológico, datado entre los siglos II y III d. C.




A unos quinientos metros, en un paseo entre cipreces (en el que tuvimos miedo de que a Helena le diera un ataque de alergia porque lo es a estos árboles), llegamos a los Columbarios, que son construcciones funerarias, lápidas y mausoleos hechos en los exteriores de la antigua ciudad romana. También hay un Centro de Interpretación al culto a los difuntos en la época romana.



Estábamos a tomar por culo y no había un bar por ningún lado, cuando habíamos dicho que entraríamos en el primero que encontráramos abierto. Al final nos la tomamos en una terraza de la Plaza España y nos clavaron dos euros y medio por una cerveza con un cuenquecillo de patatas de bolsa. Hasta ahora todas las cervezas nos habían costado menos de dos euros y con tapilla. ¡Si es que no aprende uno!



Ya que estábamos en la Plaza y la Catedral se encontraba abierta, y ademas era gratis, entramos a echar un vistazo, pero rápido, que el hambre apretaba. Me llamó la atención la oscuridad de la misma.



El Bar Macao gozaba de los mejores comentarios en internet en cuanto a calidad-precio en las comidas y queríamos comprobarlo. Por siete euros hay un menú que incluye comida, bebida, pan y postre. E incluso tienen un plato del día con bebida y postre por cinco euros. Lo llevan un padre, que es el que cocina, y un hijo que atiende la barra, a cual más amable.
No solo era verdad lo del precio, sino que la comida estaba exquisita. A nosotros nos salió un poco más caro porque pedimos algunas bebidas más y almorzamos en la terraza. Pero con todo esto no llegó a salirnos ni por ocho euros. Si alguna vez vuelvo a Mérida no dudaría en repetir.




Acompañamos a David y a Helena a hacer el check-in en su hostal, que estaba al lado del bar. Por cierto, que era encantador el establecimiento, mucho más que el nuestro que casi costaba el doble. Después nos acompañaron ellos al nuestro; hoy no era posible el descanso porque aún nos quedaba mucho por ver y hacer.



Desde nuestro hotel, que se encontraba en la Rambla de la Santa Eulalia, nos llegamos a la Basílica de la misma, que estaba a menos de cien metros. Se supone que aquí se enterraron los restos de Santa Eulalia, que sufrió martirio en la época de Diocleciano. Visitar esta iglesia es muy interesante porque es algo más que un templo, de hecho lo más importante lo tiene debajo, ya que recopila restos arqueológicos del arte paleocristiano, visigodo, bizantino y románico. Las excavaciones han demostrado que aquí existió una casa y una necrópolis, aunque no se sabe si esta fue anterior a la muerte de la santa o si surgió precisamente porque estaba allí enterrada. Lo cierto es que a partir de siglo IV se convirtió en necrópolis cristiana, que se llenó de mausoleos, sarcófagos y sepulturas que rodean el túmulo de la mártir. Antes de bajar a la cripta hay un pequeño museo que lo explica todo.



Yo creía que el bono daba derecho también a visitar la Basílica, pero no, era solo para la Cripta. Y no estábamos dispuestos a pagar por ver una iglesia con el montón que se pueden ver gratis. Lo que sí hicimos, fue detenernos en el "Hornito" en honor de la Santa, construido con lo que en época romana fue el Templo de Marte.



Y ya fuimos en busca del Acueducto de los Milagros para cerrar el círculo de los monumentos: se encuentra a unos diez minutos de la Basílica, pero todo en bajada por lo que se hace muy cómodo. Para llegar a él tienes que encontrar un paso subterráneo bajo las vías del tren, pero no tiene pérdida porque antes de llegar a este paso ya ves parte del acueducto.



Se encuentra frente al puente romano sobre el río Albarregas. El puente se construyó en la época del emperador Augusto, en su curso hacia el Guadiana. Tiene una longitud de 145 metros y por él pasaba la Vía de la Plata. Justo en frente se encuentra el Acueducto de los Milagros, que se construyó entre los siglos I a.C. y III d.C. Se utilizó para traer el agua desde el embalse del lago de Proserpina, salvando la depresión del río. Tiene 830 metros de longitud y 25 de alto.



Hicimos aquí una parada más larga y nos tumbamos en la hierba con el acueducto de fondo. Yo me hubiera echado una cabezadilla allí mismo, porque el lugar invitaba a la paz y al descanso.



Teníamos la visita guiada a las seis, así que aún teníamos tiempo para tomarnos un café. Otra vez por pura casualidad encontramos otro de los imprescindibles; el Arco de Trajano, que como sabía que formaba parte de la visita, no me había preocupado en buscar. Pero ya que estábamos allí, se lo expliqué a estos. Mide 15 metros de altura y se construyó con sillares y dovelas de granito. Se cree que estuvo revestido de mármol y existe la duda de si se trataba de un arco triunfal o una puerta monumental.



Pasamos de nuevo por la Plaza de España, que siempre estaba llena de gente, y tomamos la calle de Santa Eulalia, camino de la oficina de turismo, que era desde donde partía la visita. En esta misma calle paramos y nos sentamos en una terraza porque tenía unos precios buenísimos: cubatas a tres euros y tercios a uno. David y yo nos pedimos un gintónic, y Fabi y Helena, un acuarius. Entre risas estuvimos sopesando la idea de que si no había nadie en la oficina, nosotros nos haríamos los turistas suecos.



Nos presentamos a las seis menos tres minutos en la puerta de turismo y no había nadie; lógico, estaban un poco más arriba en lo que se conoce como la Puerta de la Ciudad, aunque no exista en la actualidad dicha puerta, y allí nos etiquetaron.



La guía era una persona de mediana edad y el grupo lo formaban unas treinta personas. allí mismo, entre el ruido del carnaval empezó la narración, contándonos el origen de la ciudad y la historia de la misma. En un principio parecía muy interesante, y yo, aún sabiéndomelo todo, disfrutaba de lo que nos contaba. La segunda parada fue en el Parador Nacional, que ocupa el edificio del antiguo Convento de Jesús. Nos llevó por el patio y por las distintas dependencias que se pueden visitar y se tiró más de media hora hablando de la historia del Parador, que ni venía a cuento en la historia de Mérida ni era interesante, por lo que a la salida del mismo casi la mitad del grupo abandonó el grupo, algo que casi hacemos también nosotros.



A continuación llegamos al Arco de Trajano, en el que aparte de decirnos lo que yo ya les había contado a los míos, aportó que se llamaba así por similitud con algún otro arco parecido del imperio romano. De ahí fuimos al Museo de Arte Visigodo que se encuentra en la antigua Iglesia de las Clarisas, pero como a esa hora se encontraba cerrado, las explicaciones sobre lo que podíamos encontrar dentro resultaban bastante aburridas.



La última parada fue en el Templo de Diana, y no aportó nada nuevo que yo ya no les hubiera contado a estos. Eso sí, la parada sirvió para hacer fotos a este precioso monumento iluminado. Aquí la guía se percató de que faltaba más de la mitad del grupo y nos pasó lista muy enfadada. Fabi y yo habremos hecho más de veinte visitas guiadas o free torus, y podemos decir que esta ha sido la peor con diferencia.



En la misma terraza de los tercios a un euro había un cortador de jamón con uno ibérico, y la oferta consistía en una tabla, que en vez de madera era de pizarra, a tres euros. Nos sentamos y pedimos cuatro tercios y dos tablas, por lo que nos salió el tercio más el jamón a dos euros y medio y estaba para chuparse los dedos. Por mí, nos hubiéramos quedado allí toda la noche pidiendo cervezas o vinos y jamón.



Pero aparte del jamón ibérico y los embutidos extremeños, queríamos probar en este viaje, la patatera, el cochifrito y la torta del Casar, y como había leído buenos comentarios de la Casa Benito fuimos allí a probar suerte. No nos convencieron ni la carta ni los precios, así que solo nos tomamos una cerveza en ese bar con ambiente taurino.



En una de las calles que iban de la Alcabaza a la Plaza España, vimos por la mañana un restaurante pequeño que sí ofrecían los productos que íbamos buscando, y como tanto David como Helena tiene buena orientación dimos pronto con él. El restaurante lo lleva una pareja de edad avanzada, así que eran bastante lentos, pero la calidad de lo que ofrecen, así como el precio eran inmejorables. Con la primera cerveza nos pusieron un aperitivo generoso de patatera (embutido hecho a base de una mezcla de magro y grasa ibérica con patatas y condimentado con pimentón de la Vera) Para compartir pedimos una ración de cochifrito y otra de torta de la Serena, que es lo mismo que la del Casar, pero hecha con leche de oveja merina, y propia de la provincia de Badajoz, que era donde nos encontrábamos. Rebañamos los platos, y con eso lo digo todo.




Todo el mundo estaba disfrazado y las comparsas y chirigotas estaban cantando por las calles. Llegamos cerca de nuestro hotel y debido al cansancio, Fabi y yo decidimos irnos a descansar, que ya no está uno para esos trotes. Como estos se habían comprado una litrona en un chino, se fueron de carnaval a beberse la botella de cerveza por la calle mezclados con la gente. Quedamos en llamarnos por la mañana para desayunar juntos a las ocho y media.


Sábado, 2 de marzo


¡Cómo me gusta la puntualidad, y mis hijos lo saben! A las ocho y veinte ya estaban Helena Y David llamando para decirnos que estaban en la puerta de nuestro hotel esperándonos. Yo les dije que era imposible porque acababa de asomarme al balcón, pero al asomarme y mirar mejor, allí me los encontré. Nosotros también estábamos preparados, así que nos fuimos a desayunar a una cafetería que tenía localizada justo enfrente del hotel. Después de un buen desayuno para cargar las pilas, fuimos a recoger el coche al aparcamiento y poner rumbo a Malpartida, más concretamente a Los Barruecos, a los que tardamos en llegar apenas una hora.



Los Barruecos fue declarado Monumento Natural en 1996 con el objetivo de proteger la geología especial de la zona, así como la flora, fauna y restos arqueológicos que se encuentran aquí. El año pasado fue nombrado el rincón más bonito de España; pienso que se lo merece.



Es un espacio relativamente plano que se caracteriza por la proliferación de grandes bolos graníticos que se asientan en la orilla de las charcas. El nombre viene precisamente de berrueco, que es una gran roca de granito aislada. Tanto llama la atención este paisaje, que hasta la misma serie Juego de Tronos decidió grabar aquí parte de uno de los capítulos de la séptima temporada (se puede hacer un recorrido, ya que está muy bien señalizado).



Nuestra primera parada fue en una de las charcas que se encuentran junto a la carretera y en la que había varios coches parados haciendo fotos. Después, por indicación de una pareja de senderistas, fuimos al centro de interpretación y tras recoger información, a recorrer parte de uno de los senderos señalizados. El paisaje es cautivador y hay para echar un día entero en este paraje tan embaucador, pero este viaje era cultural y nos esperaba Cáceres; ciudad Patrimonio de la Humanidad desde 1986.



Cáceres, poblada desde épocas remotas guarda vestigios de su pasado romano, ya que la actual ciudad se desarrolló a partir de la colonia Norma Caeserina. Fundada en el año 25 a.C. conserva inscripciones, esculturas y un trozo de la muralla construida entre los siglos III y IV, de la que destaca la puerta oriental conocida como El Arco del Cristo. Después de siglos de abandono, la conquista musulmana significó un nuevo auge para Cáceres que se convirtió en un bastión muy importante en el acceso a la cuenca del río Guadiana. De la época Almohade se conserva parte de la muralla con varias torres del siglo XII y el aljibe del antiguo alcázar, que hoy día se localiza debajo del Palacio de las Veletas. Con la reconquista cristiana, algunas familias nobles venidas del norte empezaron a construir en Cáceres casas y palacios de carácter austero y signo defensivo. Si bien la mayor parte de los edificios destacados de la ciudad datan de los siglos XV y XVI; en especial en esta última centuria debido a la llegada de riquezas de tierras americanas, ya que muchos de los conquistadores eran extremeños.
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También hay que señalar que la mayor parte de las torres de la ciudad fueron mandadas desmochar por los Reyes Católicos como castigo a los nobles que se opusieron a su causa durante sus luchas contra los partidarios de Juana la Beltraneja.



Actualmente Cáceres cuenta con cerca de 100.000 habitantes, pero mantiene perfectamente definido su casco histórico, y esto contribuye a mantener la ciudad medieval tal como fue, y permite al visitante realmente hacerse la ilusión de estar en otra época.

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Fuimos directamente, tras pasar por la oficina de Turismo y hacernos con unos planos, a comprar la entrada conjunta que da acceso a la Torre del Bujaco y al Baluarte de los Pozos por tres euros. Ya había cola en la taquilla, pero conforme me acercaba a ella, me di cuenta del motivo; la gente pedía información de lo que tenía que ver en Cáceres, cuando a dos pasos estaba la oficina de información. ¡Si es que uno no, pero la gente tiene tarea!



Después de una espera de unos cinco minutos en las escaleras, pudimos acceder a ella. La Torre del Bujaco es una torre albarrana construida en el siglo XII. Es de planta cuadrada y tiene 25 metros de altura. Cuenta con matacanes y está coronada con almenas. Su nombre se debe al Califa Abú-Ya- qub que conquistó la ciudad en 1173. Se cuenta que aquí fueron degollados todos sus defensores, incluidos 40 caballeros de la Orden de los Frates (mitad monjes mitad soldados, que posteriormente derivaría en la Orden de Santiago). En el siglo XVI se le añadió un balcón renacentista, y actualmente alberga un Centro de Interpretación, y desde lo alto se contempla parte de la ciudad monumental (como el Palacio de los Toledo Moctezuma, descendientes  de Hernán Cortés).




Después del paseo por el adarve, subimos a lo alto de la torre e hicimos miles de fotos. Ya bajamos y nos encaminamos al Arco de la Estrella para adentrarnos por fin en la ciudad medieval.



Este arco es el acceso principar al casco histórico amurallado, al que se llega desde la Plaza Mayor por unas escaleras o por una pequeña calle lateral. Por la parte interior, sobre el dintel, hay una imagen de la Virgen de la Estrella. Se construyó en el siglo XVIII sobre otra puerta del siglo XV para facilitar el paso de carruajes. Hay una anécdota muy curiosa, ya que el obispo de Coria, excomulgó a Bernardino Carvajal y Toledo, que fue el que impulsó su  construcción, alegando que le molestaría el ruido de los carruajes al pasar por el Palacio Arzobispal.




Siguiendo por la calle del Arco, al momento te topas con la Plaza de Santa María, una de las más importantes de la ciudad, y sin duda la más monumental del casco antiguo. Llevábamos pocos minutos en la vieja Cáceres, pero en seguida te das cuenta de su monumentalidad así como de la elegancia del conjunto, construido enteramente en piedra.



Por un momento abandonamos la Plaza y salimos hacia la izquierda por la calle Tiendas. En la esquina con la calle Amargura nos encontramos con la Casa y Torre de los Carvajal; Palacio gótico del siglo XV, sede hoy del Patronato de Turismo de la Diputación de Cáceres. Se puede acceder libremente al patio interior y a los jardines. Me pareció uno de los edificios con más encanto de la ciudad, con su torre redonda del siglo XII.



De vuelta a la Plaza, nos deleitamos con los demás edificios que se encuentran en la misma: Palacio del Mayoralgo, casa de los los Ovando, Palacio Episcopal y, especialmente, la Concatedral de Santa María, a la que no entramos porque el precio nos pareció un poco caro: 4 euros y medio. Lo que sí que hicieron Helena y Fabi, fue tocar los dedos de los pies de la estatua de bronce de San Pedro de Alcántara, que dicen que da suerte. ( Después nos enteraríamos que a los estudiantes en sus exámenes.)



Un poco más adelante nos encontramos con la Plaza de los Golfines de Abajo (sí, hay otra de los Golfines de Arriba) donde se encuentra el palacio del mismo nombre, que también se puede visitar, previo pago. Sin duda es uno de los palacios más bonitos de la ciudad. Su fachada gótica del siglo XVI, está coronada por crestería plateresca y sus dos torres son diferentes. Este palacio pertenecía a la Familia Golfines de Abajo, que ocuparon cargos importantes durante el reinado de los Reyes Católicos, quienes se hospedaban aquí durante sus visitas a Cáceres, razón por la cual aparece su escudo en la fachada.



Unos metros más allá nos topamos con la Plaza de San Jorge, patrón de la ciudad. Se llega a ella por una estrecha y corta callejuela, pero antes de alcanzarla, nuestra vista ya se queda fija en las altas y blancas torres gemelas de la Iglesia de San Francisco Javier, que junto al edificio anexo de la Compañía de Jesús, se encuentra instalada en un alto al que se llega subiendo una escalinata, lo que le da un aspecto imponente. En el convento está ubicada la Consejería de Turismo de la Junta de Extremadura.



En esta iglesia sí que entramos porque el precio era solo de un euro. Es una construcción barroca del siglo XVIII, y se concluyó solo doce años antes de que la Orden de los Jesuitas fuera expulsada de España en 1767. Actualmente está desacralizada y se dedica a exposiciones. La entrada incluye la visita a las exposiciones y la subida a las dos torres, desde donde se tiene unas vistas magníficas de Cáceres.



Subiendo por la Cuesta de la Compañía, una calle empinada con anchos escalones llegamos casi con la lengua fuera a la Plaza de las Veletas, con el objetivo de visitar el Palacio de las Veletas, (Museo de Cáceres) y el Aljibe que se encuentra bajo él, pero había muchísima cola y el portero me dijo que no entraríamos antes de cincuenta minutos. Lo dejamos para ver si había suerte por la tarde que iba incluido en la visita guiada.



Donde sí que entramos fue en el Palacio de los Cáceres Ovando, sede del Gobierno Militar. En su interior se encuentra un pequeño museo militar, que es de entrada libre. Hay varias salas que dan a un patio central en las que se exponen pinturas y objetos militares. A este palacio pertenece la Torre de las Cigüeñas, una de las pocas que no están desmochadas.



Fuimos a buscar el Baluarte de los Pozos, pero como no lo encontrábamos y la hora de la cerveza se nos estaba echando encima y además teníamos la visita guiada de la tarde, bajamos a saco hasta la Plaza  Mayor sin detenernos más en ningún monumento.



Ya todos los bares y restaurantes de la plaza y de las calles colindantes estaban a reventar de gente. Yo solo quería que nos tomáramos una cerveza en alguna terraza de estos sitios tan turísticos. Nos sentamos en una mesa, pero habían pasado cinco minutos y no nos atendía nadie. Helena había ido al servicio, y para gastarle una broma nos levantamos y echamos a andar, así que cuando ella salió, se encontró el nido vacío. Antes de que empezara a preocuparse le llamamos la atención y nos reímos todos.

Traía muchas recomendaciones de dónde van a tapear y a almorzar los cacereños, así que nos encaminamos a los bares que se encuentran cerca del Paseo de Cánovas. No hizo falta ni preguntar ni buscar con el móvil porque nos topamos sin querer con el Bar Zeppelin, uno de los que mejores reseñas tiene. Tuvimos la suerte de poder sentarnos dentro en una mesa alta, de esas que se comparten, y nos pedimos nuestras primeras cervezas acompañadas de una buena tapa, que escogías de una carta en la que ofrecían diez. ¡Qué rico todo! De allí ya no nos moveríamos . Como la cerveza de barril era Cruzcampo y ni a David ni a mí nos gusta mucho, pedimos tercios de Sagres, mientras que Fabi y Helena pidieron Radler. Probamos todas las tapas de la carta y pedimos dos tostas que casi nos cuesta trabajo terminar. Nos hartamos de cerveza y el precio total fue de poco más de veinticinco euros. ¡Lo recomiendo de verdad!





Como estábamos al lado del hostal, nos dimos una hora para deshacer el equipaje y descansar unos minutos. Hoy la visita la teníamos a las cinco, así que decidimos estar en marcha a las cuatro y cuarto para que nos diera tiempo a tomarnos un café, cosa que hicimos a las cuatro y media en una cafetería-heladería muy cerca de la Plaza mayor. Estas se pidieron un helado y nosotros un café.

En las escaleras del Arco de la estrella estaba esperándonos nuestra guía con un nutrido grupo de personas. Nos etiquetaron, y empezamos el recorrido. Prácticamente era el mismo que habíamos hecho por la mañana, pero al explicártelo, disfrutas mucho más. La chica empezó a hacer preguntas y como yo me sabía todas las respuestas empecé a contestar, hasta que David me dijo que si volvía a hacerlo, él haría como si no me conociera. Tenía razón, ya que yo parecía el empollón de la clase, y dejé de contestar para solo escuchar.






He de decir que la chica era muy amena y tenía un amplio conocimiento de su ciudad. Las dos horas que estuvimos con ella se pasaron volando. Lo único que molestaba un poco era que llevábamos un niño pequeño y no paraba de chillar y dar por culo. Hasta tiró una de sus zapatillas al aljibe y se montó un buen revuelo.



Por fin pudimos entrar al Palacio de las Veletas. Se trata de uno de los palacios más llamativos de la ciudad. construido a finales del siglo XV sobre el solar de lo que fuera el alcázar almohade, y que ha sufrido posteriores modificaciones. Este precioso edificio alberga el Museo Arqueológico Provincial o Museo de Cáceres,y entre sus joyas más preciadas se encuentra el Aljibe árabe del siglo XI. La visita es muy interesante, y además gratuita.



Las fotos no salieron bien por falta de luz, así que he puesto una imagen copiada de internet. Es todavía más bonito de lo que se aprecia en la foto.


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Después de una corta visita al Museo, ya que la chica había cumplido con su horario, nos llevó al Barrio Judio y nos estuvo contando cosas muy interesantes sobre la comunidad sefardí. Ahí se despidió de nosotros y le agradecimos su buen hacer con una buena propina. Antes de irnos le pregunté por el Baluarte de los Pozos y nos dio las indicaciones para llegar. Lo teníamos al lado.




El Baluarte es una torre Almohade del siglo XII que protegía unos pozos estratégicos para el abastecimiento de agua de la ciudad en caso de asedio militar. Se encuentra situado en la Judería Vieja y comprende una casa típica, el jardín y la Torre. En el interior de la casa, aparte de explicarte todo esto sobre una maqueta, se exponen maquetas de los monumentos más importantes de la ciudad. Es muy interesante la visita.




Bajamos rodeando la muralla y al preguntar a una monja que si íbamos bien, nos acompañó sirviéndonos de guía cada vez que hacíamos un comentario, hasta que llegamos a la Plaza Mayor.



Vimos una tetería muy bonita con unos precios que no eran muy elevados, así que pasamos al jardín interior y nos pedimos unos cubaticas, un mojito y Fabi, que es muy golosa, un trozo de tarta enorme. Entre risas nos fue oscureciendo.



Y para terminar la jornada cultural, la imprescindible visita nocturna, cuando las calles están casi vacías y se disfruta más del ambiente medieval con el efecto mágico que la iluminación confiere a sus casas y palacios.






Se acercaba la hora del partido de fútbol Madrid Barcelona así que de nuevo nos fuimos a la zona de bares del Paseo de Cánovas, aunque una multitud a la espera de fotografiarse con sus actores y actrices preferidos, ya que se celebraba el festival de Cine Español de Cáceres , nos impedía el paso. Casi utilizando los codos pudimos salir de aquel embudo y llegar al paseo. El Zeppelin estaba a reventar y se salía la gente por la calle, así que anduvimos (gilipollas) un poco en busca de algún lugar donde ver el fútbol. Entramos en el Liceo y había hueco para dos en la barra. La cerveza de grifo era Alhambra, así que tuvimos claro que de allí no nos moveríamos. En este bar, las tapas te las ponen ellos, aunque con la tercera cerveza ya nos dieron a elegir.



Después del pedazo de tarta que le pusieron a Fabi en la tetería no tenía ganas de tomar nada y dijo de salirse a la calle a pasear un poco. Pero lo que encontró fue el pasacalles del carnaval. Llamó a Helena por teléfono por si quería verlo, pero viendo que no lo cogía vino al bar y las dos se fueron, ya que le dijo que había muchísima animación. Nosotros nos quedamos en el bar y nos hartamos de cervezas y de tapas.



Nos encantó Cáceres y en nuestra opinión merece con toda justicia todos los títulos que se le han concedido. Uno de los cuales la calificó como el tercer Conjunto Monumental de Europa detrás de Tallín y de Praga. Además tiene muy magnífica gastronomía y unos buenos precios, tanto en comida como en alojamiento; no se puede pedir más.


Domingo, 3 de marzo



El desayuno lo tomamos en el Kiosco del Paseo de Cánovas. Había churros de muchos tipos que tenían buena pinta, así que pedimos al camarero, que tenía cara de malafollá, unos pocos de todos y los cafés; ¡estaban muy ricos!



Mientras Fabi y Helena esperaban a la puerta del hostal con las maletas, nosotros fuimos a por el coche para evitarles subir la cuesta tan empinada donde lo teníamos aparcado. Programé a Montse para ir a Trujillo, pero por defecto salió Trujillo de Robledillo, así que cuando llevábamos media hora de viaje, por una dehesa muy bonita, caí en la cuenta de que para llegar hasta allí desde Cáceres,  era por autovía y esto era una carretera comarcal. Reprogramé a Montse y nos sacó a la autovía. En nada asomó Trujillo encaramada en la roca granítica del cerro Cabeza del  Zorro.



Llegamos a Trujillo poco antes de las diez y aparcamos el coche cerca de la Plaza Mayor. Desde ahí nos fuimos andando a buscar los respectivos alojamientos sin llevar las maletas: Hotel Julio y el Parador Nacional, solo para decir que habíamos llegado. Por cercanía, nos llegamos antes al hotel de David y Helena, pero estaban liadísimos con  los desayunos y no nos pudieron atender, así que pusimos rumbo al Parador que estaba a unos siete minutos andando. Allí sí que hicimos el chek-in y ya reservamos la hora del almuerzo para las dos, que teníamos incluido en el regalo. También aprovechamos para ir al servicio y echar algunas fotos de este parador que ocupa lo que en su momento fue un convento; el de Santa Clara, para ser más precisos.



A lo tonto ya eran casi las diez y media, y la visita guiada la teníamos hoy a las once de la mañana. Bajamos rápido por unas calles estrechas y cuando parecía que nos habíamos perdido nos dimos de bruces con todo el esplendor de la Plaza Mayor de Trujillo. Bueno, con todo no, ya que habían instalado una plaza de toros portátil en mitad de la Plaza. ¡Nada que no había cojones de ver ninguna plaza mayor despejada en todo el viaje!



Mientras estábamos en la oficina turística recogiendo información y planos, nos llamó la guía por teléfono para decirnos que estaba a punto de empezar la visita. Estábamos al lado, pero con la dichosa plaza de toros no se veía nada y tuvimos que preguntar desde qué esquina se salía, porque había varios grupos  reunidos en las inmediaciones. Por fin dimos con el nuestro y con la suerte de tener una guía como Alicia, (¡magnífica!), tanto, que hasta al menos cinco personas se cambiaron de grupo al escucharla hablar, y eso que ya habían pagado la otra visita. 





Comenzó contándonos la historia de Trujillo, que yo resumo a continuación. Su origen es celta, aunque por aquí pasaron también los romanos que la bautizaron como Turgalium. Con la llegada de los árabes en el siglo VIII, adquirió una gran importancia estratégica, prueba de lo cual fue la construcción de una importante fortaleza, que sería conquistada en 1232 por el rey de Castilla, Fernando II, el Santo. Alfonso X el Sabio le dio su fuero propio y Juan II otorgó a la villa el título de ciudad, lo que contribuyó a que las familias nobles acometieran la construcción de casonas y palacios. Sin embargo, al igual que ocurrió en Cáceres, fue en el siglo XVI cuando la localidad vivió un gran auge en la arquitectura, ya que algunos de los más destacados conquistadores de América eran originarios de esta tierra: Francisco Pizarro y sus hermanos (conquistador del Perú, antiguo Imperio Inca), Francisco Orellana (descubridor del Amazonas), García de Paredes, Nuño de Chaves...y que con las riquezas traídas de las Indias, ellos y sus familias construyeron casonas, palacios e iglesias.



Es bastante curioso que de una tierra tan alejada del mar, y de la que casi nadie sabría nadar, salieran tanto conquistadores. La explicación no es otra que tras la conquista del Reino de Granada por parte de los Reyes Católicos, hubo un largo periodo de paz que hizo que muchos de los segundos hijos de hidalgos se quedaran sin nada que hacer, y puesto que las herencias pertenecían a los primogénitos, no les quedó otra que embarcarse en la aventura americana.

A continuación empezó a explicarnos los monumentos que hay en la Plaza, lamentando también ella que estuviera afeada por esa plaza de toros portátil, cuando en las afueras de la ciudad hay un más grande fija.



Comenzamos por el Palacio del Marqués de la Conquista o Palacio de los Pizarro. Es uno de los edificios más llamativos de la Plaza Mayor. Fue construido en el siglo XVI por Hernando Pizarro (hermano de Francisco) y su mujer y sobrina Francisca Pizarro Yupanqui (hija de Pizarro y primera mestiza) siguiendo las indicaciones de su padre. La fachada principal es porticada y de estilo plateresco. Tiene un imponente balcón esquinado, con los bustos de los Pizarro y sus esposas y coronado con escenas del descubrimiento de América.



Ya la visita fue un no parar de explicaciones, anécdotas e historia, porque es tanto el patrimonio que tiene Trujillo que voy a intentar hacer un resumen de todo lo que vimos y aprendimos durante las tres horas que duró la visita.

Antiguo Palacio de los Chaves Orellana o Casa de la Cadena. Se llama así por la cadena que cuelga del dintel de su puerta, que simboliza el derecho de asilo del que gozaba esta casa por haberse hospedado aquí el rey Felipe II en 1583 cuando venía de tomar posesión del reino de Portugal. En la fachada están los escudos de los Chaves (las cinco llaves) y de los Orellana (los diez roeles o monedas).



Torre del Alfiler. Es uno de los símbolos de la ciudad. Fue desmochada por orden de la reina Isabel la Católica y reconvertida en Torre del Homenaje del Palacio de Chaves Cárdenas. En sus orígenes fue una torre defensiva que formaba parte de las murallas de la alcazaba. Destaca el cimborrio adornado con azulejos talaveranos con los escudos de las dos familias. En lo alto hay una varilla que indica la altura de la torre con almenas y que es la que da el nombre actual al monumento.



Iglesia de San Martín de Tours. Se construyó entre los siglos XV y XVI sobre la estructura de otro templo del siglo XIV que quedó muy afectado por las luchas entre Isabel de Castilla y Juana la Beltraneja. La fachada que mira a la Plaza Mayor es renacentista, mientras que la que da a la calle García de Paredes es gótica. frente a esta puerta se celebraban las sesiones abiertas del Concejo de Trujillo. Por la noche estaban celebrando la misa y pudimos entrar en su interior.



Palacio de los Duques de San Carlos o de los Vargas-Carvajal. Se trata de un palacio plateresco declarado Bien de Interés Cultural. Destaca su balcón esquinado coronado por un águila bicéfala, privilegio que le fue concedido por  Carlos V por el apoyo que mostró la familia para que fuera nombrado emperador.



Y antes de irnos de la Plaza estuvimos admirando la imponente estatua ecuestre de Francisco Pizarro. La escultura fue donada a la ciudad en 1929 por un matrimonio americano: Charles Rumsey y María Harriman. Es de bronce y pesa 6500 kilos. Hay dos réplicas más en el mundo; una en la ciudad de Lima y la otra en Búfalo, de donde eran los escultores.



Abandonamos la plaza por la calle Ballesteros, que sube hasta el castillo si se gira a la derecha y que si se sigue en línea recta, como hicimos nosotros, llega hasta la Puerta de Santiago.



Trujillo tiene cuatro puertas: del Triunfo, Coria, Vera Cruz y de Santiago, también llamada Puerta del Sol. La Puerta de Santiago era clave para la defensa de la ciudad. Tiene un arco de medio punto coronado por siete almenas y una hornacina con los escudos de los Reyes Católicos y la familia de los Altamiranos.



Casa Fuerte (Alcázar) de Luis Chaves, el Viejo. Se encuentra embutida en la muralla, junto a la Puerta de Santiago. Con sus altas torres, una de ellas desmochada, constituye un buen ejemplo de a arquitectura civil castellana de la Baja Edad Media. En ella residieron los Reyes católicos durante largas temporadas y hasta en cinco ocasiones.



Yo iba pegado a Alicia y no me perdía detalle de lo que decía, sin saber ni por dónde andaban los míos hasta llegar al Castillo, que está situado en lo más alto del cerro donde se asienta la localidad. Es de origen árabe, de los siglos IX y X. Consta de dos partes una del periodo omeya y otra de la época cristiana; siglos XIII, XIV. Ofrece las mejores vistas de Trujillo y de todo su entorno. Alicia nos preguntó que si queríamos entrar y que ella misma nos lo explicaría, porque además nos saldría más barato por ser un grupo, pero hubo cuatro personas que ya lo habían visitado, y aunque no les importaba, la guía nos dijo que mejor lo viéramos luego por nuestra cuenta. Al final nos tocó subir por la tarde, ya que no nos lo podíamos perder porque varias escenas de Juego de Tronos se rodaron allí.



Convento de San Francisco Real de la Coria. Construido en el siglo XV para las monjas clarisas, fue abandonado en la Guerra de la Independencia y actualmente alberga el Museo de la Coria, sobre la relación entre Extremadura e Iberoamérica, que dio lugar a la cultura mestiza. Tiene mucho encanto ver las ruinas del antiguo convento cubiertas de hiedra. Aquí una pareja de jóvenes le preguntó a la guía si podía hablarnos un poco más del personaje de Pizarro, a lo que ella encantada accedió.




Desde aquí fuimos a La Iglesia de Santa María La Mayor, aunque pasamos por algunos monumentos más, de los 49 que tiene catalogados Trujillo. Es Monumento Nacional desde 1943 y está situada en la Plaza de Santa María. Desde sus orígenes ha sido la iglesia más importante de Trujillo. Se levantó sobre un templo románico del siglo XIII del que solo queda la cabecera y la torre oriental, llamada Torre Julia, porque según parece fue construida sobre un antiguo solar donde se encontraba la estatua romana dedicada a Julio César. Esta torre, al igual que muchos edificios de la ciudad, sufrió grandes destrozos a causa de los terremotos de Lisboa de 1521 y 1755, por lo que fue derribada, siendo reconstruida en el siglo XX. Uno de los canteros que la reconstruyeron quiso dejar su firma y no se le ocurrió otra cosa que colocar el escudo de Atleti de Bilbao, lo que provocó un gran escándalo, pero ahí sigue.



Nuestro siguiente destino se encontraba a menos de tres minutos, se trata de la antigua Alberca. Unos baños públicos que podrían tener su origen en la época romana y que recogían el agua de la lluvia. Esta especie de piscina sigue utlizándose en la actualidad por los niños para bañarse en verano. Sus dimensiones son  considerables, ya que tiene una profundidad de 14 metros, excavados en la roca. La escalera que permite llegar hasta el nivel del agua es posterior, ya que data de siglo XV.



Ya fuimos bajando hasta la Plaza Mayor, aunque en cada rincón nos parábamos para hacer una foto o para alguna breve explicación. Habían pasado tres horas y ni nos habíamos enterado; ¡Bravo por Alicia!Nos despedimos de ella dándole una buena propina y las gracias por tan excelente trabajo. David y Helena se fueron a almorzar al restaurante de los Hermanos Marcelo, que tenía muy buenas críticas aunque esté un pelín alejado de la Plaza Mayor. Hasta la guía nos recomendó que no fuéramos a La Troya y nos alejáramos de la Plaza Mayor para comer. Nosotros a todo correr nos fuimos al Parador que ya casi íbamos tarde.



La comida en el Parador fue magnífica. Incluía las bebidas y el café. Pedimos dos cervezas para saciar la sed y una botella de vino blanco de la tierra, que nos pusieron a enfriar en una cubitera. Con la cerveza nos pusieron un aperitivo. Pedimos una tabla de ibéricos y otra de quesos (con esto ya habríamos almorzado y lamentamos no llevar algo para echar lo que nos sobró). De segundo pedimos surtido de ibéricos a la brasa y carrillera; ya no pudimos ni con la cuarta parte del plato. De postre tarta de queso y otro de nombre raro que estaba exquisito.




Terminando los postres llegaron Helena y David y se sentaron con nosotros mientras tomábamos café. Subimos a ver la habitación y nos quedamos helados de lo grande y bonita que era. Si lo llego a saber nos hubiéramos quedado los cuatro aquí y nos hubiésemos ahorrado su  habitación.



Bajamos a por el coche y así poder dejar los equipajes en los respectivos alojamientos, pero de pronto nos encontramos que todo estaba cerrado con vallas, ya que se celebraba el encierro de las vaquillas. Como no había manera de avanzar, nos colocamos lo mejor que pudimos para ver el encierro. Dispararon el cohete y se escuchaba los cencerros de los cabestros acompañando a dos vaquillas del tamaño de una cabra grande . Los mozos y mozas del pueblo corrían con ellos o más bien saltaban o se escondían en la vallas.



Dando un buen rodeo pudimos acceder por fin a la zona donde se encontraba el coche. Primero fuimos al hotel Julio a dejar las maletas de estos y a hacer el check-in, que ya casi eran las cinco y estaba sin hacer. Les dieron una habitación muy aceptable con vistas a la calle. Después, con el coche, subimos al parador nuestro equipaje, aunque ni siquiera lo deshicimos, ya que se nos estaba echando la tarde encima y aún teníamos cosas por ver. Bajamos hasta la Plaza Mayor, donde se estaba celebrando la corrida de las vaquillas y subimos al Castillo.



Pagamos la entrada, un euro y medio y estuvimos recorriéndolo entero por arriba y por abajo. En la capilla de la Virgen de la Victoria, David echó los cincuenta céntimos para ver cómo se giraba entera.




Anduvimos por el adarve y por último bajamos hasta el aljibe, que se conserva en muy buen estado. Las vistas desde las torres son espectaculares y no extraña que pusieran la fortaleza aquí, ya que se divisa absolutamente todo (hasta la sierra de Gredos) en kilómetros a la redonda.






Desde allí fuimos a la Iglesia de Santa María la Mayor; realmente merece la pena pegar los dos euros que cuesta la entrada por admirar el retablo y también para contemplar las extraordinarias vistas desde las dos torres, aunque quedes exhausto, ya que cada una tiene más de cien escalones. Si no se puede dedicar a Trujillo demasiado tiempo para verlo con detalle, desde la Torre Nueva se distinguen perfectamente buena parte de los edificios más notables de la ciudad y, especialmente, los que no se aprecian desde la Plaza Mayor, en una bonita perspectiva a vista de pájaro.





Cerca  de la Iglesia de Santiago hicimos un descanso en una terraza para tomarnos algo: unos acuarius, unas cervezas y un cubatica. Se estaba realmente a gusto allí, lo malo es que estaba oscureciendo y empezaba a hacer fresquito.




Bajamos a  la Plaza Mayor a ver los precios de las terrazas cubiertas y de lo que ofrecían de comer; no nos interesó. Sopesamos la idea de comprar bebida, pan y algo de queso y jamón para tomárnoslo en nuestra habitación, pero si lo hacíamos ya nos quedaríamos allí y no saldríamos, así que optamos por ir a algunos bares y restaurantes que participaban en la ruta de la tapa, empezando por el restaurante Julio, el hotel de estos. Las tapas costaban dos euros y las bebidas a 1,20. Eran tapas de mucha calidad y más grandes de lo normal, así que el precio no era malo. Pedimos solomillo ibérico con torta del Casar y boletus; ¡para quitar el sentido!



Después nos llegamos al Hotel Izán y pedimos otras cuatro tapas, que se comieron David y Helena porque nosotros después del almuerzo tan fuerte no nos apetecía nada. Otra vez para chuparse los dedos. Comprobamos en los dos sitios que eran la especialidad de la casa en la carta de segundos platos o raciones, pero hechas a tamaño más pequeño.



Acompañamos a David y Helena hasta el hotel, que pillaba de paso y nosotros nos fuimos a disfrutar de esa habitación en la que podían correr caballos.



Visitar Trujillo suponía una de los principales alicientes de nuestro viaje a Extremadura. Hay mucho que ver en Trujillo, mucho por recorrer y abundantes rincones por descubrir en esta bella ciudad, de tal manera que no es raro encontrar a la población en muchas de las listas de los pueblos más bonitos de España. Nuestro paseo por Trujillo ha sido uno de los más bellos recorridos urbanos que recordamos en una ciudad española. Se trata de una de estas visitas que no solo te deja satisfecho sino, también, gratamente sorprendido. Esperemos que pronto la nombren Ciudad Patrimonio de la Humanidad, porque realmente se lo merece.





Lunes, 4 de marzo


Desayunamos en un entorno medieval un día en el que la lluvia hizo acto de presencia como sabiendo que ya nos despedíamos de esta bella tierra. Fue un desayuno muy completo para poder aguantar las cinco horas que nos esperaban de coche. David y Helena lo hicieron en la cafetería de su hotel y, como siempre puntuales, vinieron con el coche a recogernos.

  

Hicimos dos paradas; una para echar gasoil, aún en Extremadura y otra para tomar café en Hinojosa del Duque, Córdoba, y estirar las piernas, donde ya no llovía. Llegamos a Gójar sin novedad a las dos y media de la tarde.



Sé que voy a volver a Extremadura porque me he enamorado de ella y se me han quedado en el tintero muchos lugares por visitar. Este era un viaje más cultural, pero hay una Extremadura más natural, más salvaje que no me quiero perder. De lo que he visto me quedo con todo, porque ha superado mis expectativas y eran muchas, después de todo lo que había leído. Extremadura es romana, es renacentista, es tierra de conquistadores, es gastronomía, es buen vino, son valles y dehesas. Extremadura es maravillosa.


Otra vez hemos buscado o hemos encontrado buenos compañeros de viaje: Helena y David. No es fácil que dos jóvenes aguanten sin protestar tantas horas de cultura y de historia. O han disimulado muy bien o, realmente, han disfrutado del viaje. Son ya muchos viajes con David para poder afirmar que se trata de un compañero ideal en todos los sentidos. Pero es que además conduce de maravilla y así me permite a mí disfrutar de los paisajes. Gracias, Helena; gracias, David por vuestra compañía y vuestro saber estar.

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