martes, 6 de noviembre de 2012

Visita al Algarve

Jueves, 1 de noviembre.

Por un motivo u otro habíamos aplazado este viaje, pero después de ver una oferta irresistible en Booking (20 euros habitación doble, con desayuno incluido) decidimos , a pesar de que el pronóstico del tiempo no era favorable, realizar el viaje.
Salimos de Granada a las siete y media de la mañana en dos coches. En uno íbamos Fabi; mi hijo David y su novia Marta; y yo; en el otro: Rubén y Celia. Después de dos horas conduciendo paramos a desayunar en el Bar Parada, cerca de Paradas y nos tomamos unos cafés y unas tostadas de zurrapa y manteca "colorá". Rubén tomó el relevo de guía desde aquí, porque él llevaba GPS y atravesar Sevilla es un auténtico coñazo.
Ya en la provincia de Huelva, paramos a repostar, ya que la gasolina es más cara en Portugal.
Nada más cruzar el puente del Guadiana, en tierras lusas, nos encontramos con la autovía de peaje. Realmente es sencillo, sólo tienes que seguir el letrero de extranjeros y llegas a un puesto automático donde tienes que meter la tarjeta de crédito (visa o mastercard), te sale un recibo y te hacen una foto de la matrícula del coche. Con esto ya puedes estar viajando un mes por el Algarve y no preocuparte de los peajes.
Abandonamos la autovía en la salida 11, y aunque nos perdimos un poco, no fue difícil encontrar el Hotel Velamar, en Olhos de Agua.


 Eran las una y media , doce y media en Portugal. Dejamos el coche en el aparcamiento gratuito del hotel, soltamos el equipaje en las habitaciones y nos fuimos a comprar víveres a un supermercado que está a unos trescientos metros, hicimos acopio de bebidas y algo para picar por la noche.
Llevamos la compra y nos fuimos directamente a almorzar al Soft Café, un restaurante familiar al lado del hotel y muy recomendado en internet. La fama es bien merecida porque tanto Bruno, el camarero; como su madre, la cocinera te hacen sentir como en tu propia casa. Pedimos "el prato do día" y las bebidas. Nos sirvieron éstas y mientras venía la comida nos pusieron unos aperitivos para picar ( patés de sardinas,aceitunas y panecillos), como yo ya sabía que esto te lo cobran en Portugal, preguntamos por el precio y nos dijo que entraba en el plato del día. Al momento llegó la comida, que consistía en un plato enorme con ensalada, arroz, patatas fritas y ternera encebollada.¡Todo exquisito! Para poder terminar tanta comida pedimos una jarra de vino blanco. Tanto el camarero, como la cocinera, vinieron un par de veces a preguntarnos cómo estaba todo. Después nos ofrecieron los postres y todos pedimos el de la casa; y desde luego que acertamos,enorme y riquísimo. Por último nos tomamos unos cafés , de esos pequeños, pero concetradísimos. Pedimos la cuenta (siete euros y medio por cabeza) y viendo que habíamos rebañado los platos , la cocinera nos invitó a un bizcocho típico del Día de los Santos. Pagamos la cuenta y dejamos una buena propina, despidiéndonos de ellos .Si vais por allí, recomiendo una visita a este restaurante.


De aquí, nos fuimos a bajar la comida a la playa, que está a unos quince minutos andando.Al llegar te encuentras un paseo por los acantilados, muy bien protegidos por vallas de madera, que es espectacular.



Puedes ir bajando a distintas calitas, a cual más maravillosa. Después de una hora caminando y hacer miles de fotos nos fuimos por otro camino, de vuelta al hotel.




El siguiente destino era el pueblo de Albufeira, que está a unos diez minutos en coche; había que aprovechar bien el día porque para el día siguiente ya daban lluvia. Como es temporada baja, no tuvimos ningún problema a la hora de aparcar, muy cerca de las escaleras mecánicas que bajan a la Playa de los Pescadores.


 Estuvimos dando una vuelta por la zona de pubs y restaurantes, que por cierto hay cientos. Esto en verano tiene que ser un hervidero, aunque ahora se ve bastante tranquilo. Después de visitar el casco antiguo y unas cuantas iglesias, nos sentamos a tomarnos unas pintas en un pub inglés. Con las pintas, nos invitaron a un chupito de vodka y a unas palomitas, y eso que el precio estaba muy bien ; a dos euros la pinta.


Aunque sólo eran la ocho y media de la tarde parecía media noche, así que nos fuimos de vuelta al hotel.Una vez allí, montamos el campamento en mi habitación y preparamos la mesa: cervezas, jamón, embutidos , quesos, patés...¡ y nos dimos un festín! Después de la cena nos tomamos unos cubaticas, y cuando más animados estábamos, el vecino de al lado nos aporreó la pared. Nos tomamos el último cubata entre risas en la habitación de David y Marta; y...¡ a la cama !

Viernes, 2 de noviembre.

Subimos a desayunar a las ocho y cuarto, y comprobamos que los comentarios sobre el desayuno eran totalmente ciertos. Hay de todo: zumo de naranja natural, fruta , queso, embutidos, dulces ,yogur, cereales...


Además el restaurante está en la tercera planta y tiene unas vista magníficas al océano. Aún no me creo que la habitación con desayuno haya salido tan barata. Ha sido una elección acertadísima, ya que por precio, ubicación y por el hotel en sí, es perfecto.


Después del desayuno nos encaminamos a la estación de tren de Albufeira-Ferreiras, a unos diez minutos en coche del hotel. Dejamos el coche en el aparcamiento gratuito de la estación, y tomamos rumbo a Lagos. El precio del billete es de 4,70 y merece mucho la pena por el encanto del viaje en tren, entre pequeñas poblaciones y naranjales.


 A las once menos cuarto ya estábamos en Lagos. El centro de la ciudad está a unos diez minutos por un agradable paseo entre el puerto deportivo y la avenida de Los Descubrimientos.


Después de recoger un plano en la oficina de turismo, nos fuimos directos  a la Ponta da Piedade, por todo el paseo del río. En turismo nos dijeron que más que llegar a la Punta,  hiciéramos el recorrido señalado entre acantilados. Al igual que en Olhos, está muy bien marcado y protegido. Las vistas son impresionantes; islotes en mitad del océano y calas bellísimas. Fueron unas dos horas haciendo fotos sin parar.






                     A continuación visitamos el centro de la ciudad. Aunque no está pensada para turismo masivo, también se observa bastante movimiento. Merece la pena una visita al mercado municipal con sus puestos de pescado y verdura.


Seguimos paseando y viendo precios para almorzar, pero una vez más nos dejamos llevar por los comentarios leídos y fuimos al Adega do Marina. Pedimos el plato del día que era dorada al horno o rancho.
Las fuentes que te traen es como si fueran para dos y estaban riquísimos, así como la pinta que pedimos para bajar la comida ; todo a un precio de ocho euros. Muy recomendable por la calidad y el local.


El postre habíamos decidido tomarlo en una cafetería cercana que tenía muy buena pinta. Al salir del restaurante llovía a mares y no nos había pillado preparados , así que a todo correr, nos refugiamos en la cafetería. Pedimos unos cafés y unos pasteles típicos y allí estuvimos durante hora y media porque no paraba de llover. Como había internet, éstos se dedicaron a jugar un rato con los móviles.
En un momento, que parecía que llovía menos, salimos pitando hacia la estación; nos pusimos chorreando.
Prácticamente todo el viaje en tren lo hicimos bajo la lluvia.



Llegamos a las seis y cuarto y después de comprar un euromillón ( Rubén había pisado una mierda enorme)
nos fuimos hacia el hotel, previa parada en el supermercado para aprovisionarnos. Quedamos para salir a las
ocho a un pub irlandés que vimos el día anterior, pero estaba cayendo el diluvio universal, así que fuimos a tomarnos las cervezas, con nuestro amigo Bruno, en el Soft Café.
A las nueve y media cenamos en la habitación de Celia y Rubén, y después de más de dos horas de charlas y risas y con una botella de oporto y unos cubatas en el cuerpo nos fuimos a la cama.


Sábado , 3 de noviembre.

Después del magnífico desayuno y otro día de diluvio, tuvimos que cambiar los planes y en vez de visitar en coche algunos pueblos, decidimos, después de la buena experiencia del día anterior, tomar rumbo otra vez a la estación para ver Faro y Tavira. A la media hora, ya estábamos en Faro y sólo disponíamos de hora y media para ver la ciudad.

 La estación está muy cerca del centro histórico, bastante bonito y con unas calles peatonales muy animadas y un empedrado precioso.


 Preguntando, llegamos hasta la Capilla de los Huesos,  que como su propio nombre indica, tanto las paredes como el techo están revestidas de huesos y calaveras. Impone un poco la visita.



 Nada más salir nos cae otra tromba de agua, así que llegamos a la estación hechos  sopas.
El tren, que tenía que salir a las doce y cuarto, no sabemos por qué motivo, se retrasó casi veinte minutos. Menos mal que estábamos en vagón del tren, porque las calles eran ríos de agua.


 El recorrido hasta Tavira es espectacular, ya que el tren atraviesa el parque natural de la ría de Formosa. Se ven bastantes aves acuáticas y muchas salinas. A la una y diez, llegamos a Tavira, la lluvia nos dio una pequeña tregua y aprovechamos para visitar el mercado municipal ( enorme y muy moderno), aunque ya estaba retirando los puestos de pescado.

Compramos algunos dulces típicos,deliciosos, en un puesto y nos fuimos paseando por el margen del río Gilao hasta el puente romano y la plaza principal. Buscamos el restaurante que recomendaban en Tripavisor, pero estaba cerrado, así que fuimos a dar una vuelta por los alrededores
a buscar dónde comer, cuando nos sorprendió otra tromba de agua .


 Tuvimos que meternos en el más cercano¡ otra vez chorreando! Pedimos una Bifana de la casa ( bocata con queso, jamón, pimiento morrón y filete de ternera) acompañada de patatas fritas. Estaba bastante bueno, pero en la bebida nos clavaron tres euros y medio por la pinta de cerveza.
Cuando paró de llover fuimos a visitar algunas iglesia y las ruinas de un castillo en la parte alta de la ciudad; las vistas desde aquí eran fabulosas.


Es un pueblo muy bonito y con menos turistas que los otros. La pena fue no poder visitar la Isla de Tavira, a causa del mal tiempo.
A las cuatro y media cogimos el tren a Albufeira y llegamos a las seis. De aquí, al hotel a descansar un rato.
Al llegar ,como cada día, me limpiaba las botas en la máquina eléctrica que tenía al lado de la habitación; todo un detalle.
A las ocho y media nos fuimos al pub irlandés, un local enorme con cuatro barras , música en vivo y una decoración increíble. Además, se puede fumar dentro, en las zonas de fumadores. Las pintas a dos euros y medio.



A las diez nos fuimos a cenar al hotel y como siempre, el cubatica de turno ,aunque esta vez tenía que ser de ginebra , ya que habíamos acabado con todo el ron que traíamos.

Un viaje muy recomendable y a unos precios bastante aceptables. Algún día lo repetiremos para ver las cosas que se nos han quedado en el tintero por culpa de la lluvia.

jueves, 9 de agosto de 2012

Uruguay y Argentina, julio 2012

En este viaje nos ha acompañado nuestro hijo David, buen compañero, y el motivo, más que turístico, era visitar a nuestro otro hijo, Víctor, y a su novia, Aroa que llevan ya trabajando en Uruguay un año.

19 y 20 de julio

A las dos de la tarde empezamos un viaje que iba a durar veintinueve horas. Salimos de Granada en autobús dirección Madrid. Cinco horas después estábamos en la Estación del Sur, cogimos el metro y a las ocho, previo pago de tres euros (cosas de la "Espe"), accedimos al aeropuerto. En las oficinas de cambio vi que el cambio a pesos argentinos era bastante favorable, seis pesos el euro, así que cambié seiscientos euros.
El vuelo era con la compañía Air Europa a las doce de la noche. El avión y el viaje estuvieron francamente bien. A las una nos dieron la cena: ensalada, pollo o pasta, un trozo de tarta y para beber vino. También te proporcionan una almohada y una manta. Yo intenté dormir algo, pero no hubo manera y eso que me había metido un tranquilizante, así que a ver películas en la pantalla individual que tienes frente al asiento. Al final, me tragué cuatro. Fabi y David sí consiguieron dormir algo. El vuelo fue muy bien, pero después de trece horas, no hay parte del culo que no te duela. A las doce de la mañana, siete en Argentina, nos dieron el desayuno: zumo, café, un pastel y un perrito caliente con bacon y queso. A las ocho, y ya siempre hablo de hora local, aterrizamos, sin novedad, en el aeropuerto Ezeiza de Buenos Aires. Salieron todas las maletas por la cinta y respiramos con tranquilidad, pero lo peor estaba por llegar. Al pasarlas por el control nos dicen que llevábamos embutidos en una y nos hicieron abrir las maletas. Efectivamente, llevábamos jamón repartido en tres maletas y además orujo, ron, aceite especias y un montón de cosas más que nos había pedido nuestro hijo. Empezamos a abrir las que no llevaban nada y después de un rato de sacar cosas nos sinceramos con él, Fabi empezó a suplicarle que era para nuestro hijo, que tenía muchas ganas de comer jamón y al final, el hombre se apiadó de nosotros y decidió hacer la vista gorda.
Salimos del aeropuerto y tomamos un taxi con el que previamente habíamos cerrado el precio, 180 pesos,
hasta la terminal de Buquebús en Puerto Madero. Una vez en carretera, el taxista nos dice que tenemos que pagar los peajes aparte , discutimos un poco pero ya no podíamos hacer nada y además íbamos advertidos por nuestro hijo de que los taxistas argentinos siempre van a intentar colárnosla. Por lo demás el taxista era muy simpático y "muíllo", no paró de hablar en todo el recorrido.Después de equivocarnos de destino, por fin llegamos a la terminal y facturamos las maletas.
 A las doce y media partíamos para Colonia del Sacramento, nuestro fin de viaje. El barco es bastante grande y moderno. David y yo nos tomamos una cerveza Quilmes (tres euros) y Fabi un botellín de agua.


Pasado un cuarto de hora, la gente empezó a moverse porque habían abierto las tiendas que están libres de impuestos, así que hacia allí nos dirigimos también nosotros. Compramos un cartón de Camel, a un precio de diecisiete euros, y una botella de litro de Bombay Saphire (18 euros). Pagué con un billete de cien euros, pero la vuelta me la dieron en dólares, ya en el monedero tenía euros, pesos argentinos y dólares; un verdadero lío de billetes.
A la una y media llegamos, por fin, a nuestro destino. Después de pasar los controles sin novedad, al salir a la terminal nos llevamos el sorpresón de nuestra vida, ya que nuestro hijo nos estaba esperando en la puerta de salida. En teoría, debería estar trabajando pero le habían dado permiso para venir a recogernos y además traía coche.!Qué alegría nos dio verlo! Sólo por esto merecía la pena las horas de viaje. Cargamos el equipaje en el coche y me fui con él a soltar las maletas en el albergue y mientras yo hacía el checkin volvió a por Fabi y David.


 Dejamos las maletas en la habitación, una triple con baño compartido, y nos llevó directamente a almorzar. Comimos en un restaurante llamado Mercosur, uno de los mejores de Colonia, que estaba a reventar de gente. Con suerte pudimos pillar una mesa. Víctor pidió por nosotros: un chivito para cada uno,(filete de ternera, queso, jamón, huevo, lechuga y tomate en un pan de hamburguesa gigante), dos panchos (salchichas envueltas en queso) y un plato de papas fritas.Para beber nos tomamos cuatro litros de cerveza Patricia. Con la comida fue imposible terminar y eso que estaba exquisita. Al pedir  la cuenta me resultó extraño escuchar a mi hijo pronunciando como los uruguayos ,pero es que para que te entiendan bien es mejor hacerlo así.


 Después nos llevó a tomar café a la Pasiva, una cafetería muy famosa que hay al lado del albergue. Con el café te sirven un vaso de agua,  pero con gas; también tiene cojones la mezcla.
Fuimos a deshacer el equipaje y a separar las cosas que traíamos para ellos, que al final eran dos maletas llenas, cuando de pronto apareció Aroa que venía del trabajo. Fabi y ella se unieron en un abrazo y empezaron a llorar de alegría, casi lloramos todos.
Nos fuimos  a llevar las cosas a su casa,unos fueron en coche y otros andando. Está a unos diez minutos del albergue. La casa es realmente muy bonita. Tiene un salón-dormitorio bastante grande, una cocina hermosa, cuarto de baño y un patio enorme.


 Después de colocar un poco todo lo que les habíamos traído nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Colonia tiene unos veinte mil habitantes, aunque los fines de semana duplica la población, ya que es el destino preferido de los bonaerenses.Se extiende muchísimo porque todas las casas son de una sola planta, sólo hay unos pocos edificios altos. La primera impresión es que es un pueblo.


Empezamos a pasear y enseguida nos anochece, claro, es que aquí es invierno y hasta ahora no lo habíamos notado, ya que la temperatura era agradable, pero a las siete empieza a notarse el frío. No es como el de Granada, pero hay que abrigarse.


 Nos damos una vuelta por la ciudad vieja, que está declarada patrimonio de la humanidad, y la verdad es que es encantadora. Hay que andar con mucho cuidado porque las calles están empedradas y las piedras son muy irregulares y muchas aceras están levantadas por las raíces de los árboles, así que cada dos por tres doy un tropezón, lo que sirve para que éstos se estén riendo a mi costa todo el rato.


 Es la hora de la cena y entramos en un restaurante muy chulo, pero hay comiendo un numeroso grupo de guiris, acá les llaman gringos, y como tardan mucho en atendernos, Víctor, decide que nos vayamos a cenar a la casa. Cenamos a base de embutidos y quesos típicos de allí, regados con un montón de cervezas; todo riquísimo. Después de una larga sobremesa y unos cubaticas ,del ron que hemos traído, decidimos irnos a dormir, ya que son las once de la noche (cuatro de la mañana para el cuerpo) y tenemos que madrugar porque mañana vamos a Montevideo. Caímos totalmente muertos en la cama.

21 de julio

A las ocho llama Víctor por el móvil, nos habíamos quedado dormidos y a la carrera nos vestimos y desayunamos. El desayuno está aceptable: café, tres o cuatro panecillos, mantequilla y mermelada. Vuelve a llamar Víctor para decirnos que vayamos en dirección a su casa para encontrarnos por el camino.Ya ha comprado los billetes del autobús y también dos bolsas llenas de pastelillos de todas clases: dulces, salados , tarta de manzana, torta de chicharrones... Como para darle de comer a un regimiento, de hecho, los últimos nos los tomamos en Montevideo casi a las una de la tarde. Partimos a las nueve y cuarto y son dos horas y media de viaje.Vamos por una especie de autovía por la que apenas circulan coches (autos como dicen acá).
El paisaje recuerda a Galicia pero en llano, todo está lleno de pastos verdes y vacas sueltas. De vez en cuando se ven una especie de cortijos que les llaman chacras. La verdad, es que el viaje se nos hace corto porque Víctor y Aroa son dos guías magníficos y nos lo amenizan contándonos cosas sobre Uruguay.


A las doce menos cuarto llegamos a la estación de Tres Cruces, una pasada de estación; parece un centro comercial.
Salimos a una avenida enorme y vamos conociendo el centro de la ciudad. Tomamos la Avenida18 de Julio,
que es el corazón comercial de Montevideo y vamos paseando por la amplia avenida, viendo podo tipo de tiendas. Siguen las explicaciones de nuestro hijo y de Aroa, y es que se la conocen bastante bien. Después de una hora caminando llegamos a unas calles peatonales donde hay muchos puestos callejeros de artesanía
y de ahí a la Plaza de la Constitución. Hay espectáculos callejeros y muchos puesto de todo tipo.


El hambre y el cansancio piden una parada, y nos vamos al Mercado del Puerto. Al menos, yo creía que me iba a encontrar un mercado, pero lo que en realidad hay es veinte o treinta restaurantes de parrilladas. Es una locura la cantidad de gente que hay dentro comiendo y cuesta bastante encontrar una mesa libre. Al final lo conseguimos y nos pedimos una parrilla para cinco, una ensalada y unos litros de cerveza. La parrilla es enorme y viene en una fuente de aluminio con ascuas por debajo. Trae diferentes   trozos de carne, mollejas,
chorizo, morcilla, chinchulines, medio pollo , un pimiento asado y dos tipos de salsa. Todo está exquisito pero es imposible terminar con la comida. Después de disfrutar un rato de la sobremesa y del ambiente, pagamos la cuenta ,unos quince euros por cabeza, y nos vamos a bajar la comida paseando por la rambla.



Tomamos un autobús urbano para la estación. Hay muchas compañías que llevan a Colonia, así que tienes que buscar la que mejor se adapte a tu horario.Como teníamos tiempo de sobra nos tomamos unos cafés,
un jugo de naranja y un flan con dulce de leche. El autobús que tomamos es de lujo, con unos asientos muy confortables con mucho espacio y servicio. Aparte del conductor, hay un revisor la más de amabilísimo que se encarga de ir llamando a los pasajeros cuando se van acercando su destino. Como ya ha anochecido,
aprovechamos el viaje para dar una cabezadita.


Al llegar a Colonia Fabi, David y yo nos vamos al albergue a ducharnos y ellos se van a su casa. Nos vamos a buscarlos para cenar pero como estábamos todos muy pesados decidimos comer fruta. Nos tomamos unos cubatillas haciendo tiempo para ir al Candombe, ya que este restaurante-pub hasta las doce da comidas y después es cuando retiran las mesas y se convierte en una discoteca. Está atestado de gente y nos vamos al patio, teniendo la suerte de encontrar una mesa. Allá no hay cubatas al estilo español, la gente bebe cerveza, whisky o un combinado de fernet con cola. Nos pedimos esto último y aunque está muy amargo, a falta de pan buenas son tortas . A las dos nos marchamos a causa del frío y del sueño. Una odisea salir de allí con el gentío que hay.


Camino del albergue vemos otra de las cosas curiosas; son los perros callejeros, que son muchos y bastante grandes. Van en grupos y cuando se acerca un coche se tiran a por él a morderle las ruedas. Es un espectáculo ver a los conductores sorteando perros; sin embargo,a las personas no les hacen nada .
Nos acostamos y otra vez caemos totalmente rendidos.

22 de julio

Me despierto pronto, y me voy a dar una vuelta a ver si de una vez por todas me oriento. Vuelvo y David y Fabi siguen acostados, así que me bajo al patio a escribir. Aparecen a las diez menos cuarto a punto de perdernos el desayuno.
Hoy toca conocer Colonia de día, así que vamos en busca de nuestros guías Víctor y Aroa. Cuando llegamos a la casa aún están acostados, viendo desde la cama la fórmula uno. Esperamos a que desayunen y nos vamos a pasear por la ciudad vieja. Es un hervidero de gente, hay mucho argentino y mucho noerteamericano.


 Recorremos todos los lugares turísticos haciendo fotos y entramos en las tiendas de artesanía y recuerdos. A la una y media nos sentamos en una terraza del puerto para tomarnos unos litros de cerveza y Víctor pide unas picadas de queso y embutidos.


 Hace un frío que pela, y como ya se nos ha abierto el apetito nos vamos a comer a un carrito( especie de restaurante, que son furgonetas donde venden comida). Al final decidimos pedir la comida para llevar, e irnos al salón de la chimenea del albergue. Pedimos cuatro milanesas y un pancho. Las milanesas son filetes de ternera empanados gigantescos acompañados de un montón de guarnición que tú eliges y todo dentro de un bocadillo. Mientras ellos se van a preparar la mesa, Víctor y yo nos vamos a comprar cerveza. Si llevas los envases cuesta más barata así que nos pillamos dos del albergue. También compramos un refresco y cuando llegamos, ya está todo preparado para comer al lado del calorcico de la chimenea; todo está buenísimo, pero es imposible acabarlo.


 Después de un rato de charla pido permiso para echar una siestecilla, y David se viene corriendo detrás mía.Sólo nos dejan media hora, pero...¡ qué bien sienta! Nos bajamos a pasear por la rambla y en el estadio municipal vemos que hay un partido de fútbol.


 Entramos a ver un rato, mientras Fabi y Aroa miran en los puestos del mercado de artesanía que está justo al lado. A los diez minutos aparecen y no queda más remedio que irse. Pasamos por un parque y allí están los niños pasándoselo genial. Los columpios están hechos de bidones de gasolina y mientras unos se pasean otros pasan dentro de él; son auténticos. Seguimos andando por la rambla y hay otros niños tirándose por unas rampas, que van a dar a la carretera, con unos cartones. Da un poco de miedo,pero a mí me recuerda la niñez y las barbaridades que hacíamos de críos.


La rambla, que es como le llaman acá al paseo marítimo, está repleta de gente mirando hacia el río tomando mate y charlando; así se entiende la facilidad que tienen para hablar; si es que entrenan desde pequeños. Después de un rato paseando decidimos hacer lo mismo que ellos, sentarnos a esperar la puesta de sol. Simplemente es espectacular.


De aquí nos vamos al centro comercial a comprar algunas cosillas. Al centro comercial acá le llaman Shopping y realmente está bien, aunque los precios son algo carillos.Víctor y Aroa nos dicen que lo mejor es no comparar precios con España para no agobiarse. Lo que yo no entiendo es que cómo ganando la gente la mitad que en España y siendo los precios el doble, se les ve a los uruguayos tan felices. Igual es que nosotros consumimos más de la cuenta.
Nos vamos a la casa de Víctor y otra vez cenamos sólo fruta. Bueno, ellos al final se preparan un bocadillo de jamón y casi se les saltan las lágrimas
Nos tomamos un gin tonic, vemos las fotos, subimos algunas al facebook y a dormir que éstos mañana tienen que madrugar para ir al trabajo.

23 de julio

Me he levantado a las ocho y me he ido a la chimenea a escribir un rato. Fabi y David bajan a las nueve y media para desayunar. Hoy hemos tenido que desayunar dentro, ya que hace un frío de un par de cojones.
Después de que todo el mundo te desee buen día, nos vamos a la estación de autobuses a comprar el billete para ir a Carmelo. El ómnibus sale a las once y media, así que tenemos casi hora y media que aprovechamos
para hacer la compra. Primero vamos a la frutería, toda la fruta y verdura tienen una pinta magnífica y de precio no está mal del todo, así que compramos para hacer una sopa de verdura y todo tipo de fruta porque  a éstos los habíamos dejado sin nada .
 Después buscamos una carnicería para comprar pollo y huesos de ternera para salarlos. El carnicero nos pregunta extrañado para qué queremos los huesos y Fabi le explica cómo se salan y para qué se utilizan. Llevamos la compra a la casa de Víctor, dejamos los huesos en agua y nos vamos directos a la estación.


De nuevo el autobús es espectacular, como dicen acá. Tarda en llegar a Carmelo una hora y media, pero el tiempo pasa volando viendo el paisaje verde lleno de vacas, ovejas, caballos y un montón de escuelas rurales.

A la una ya estamos allí, pedimos un plano en la oficina de turismo y a recorrer el pueblo. Vemos los monumentos: la iglesia de la Virgen del Carmen, muy austera por fuera pero linda por dentro; la casa de la cultura; el puente giratorio y un mimizoo con un parque muy bonito.


 De vuelta al centro del pueblo, comemos en un carrito cerca de la plaza principal. Vemos entrar a los niños en la escuela y Fabi pregunta a las mujeres que llevan el puesto por el horario del colegio y nos dicen que hay un turno de mañana y otro de tarde. Al escuchar nuestro acento nos pregunta que de dónde somos. Se lo decimos y nos cuenta que ella había estado en Málaga viendo a su hija que trabajaba allí y que le encantó España. Nosotros le contamos el motivo de nuestra visita a Uruguay. A la conversación se une la otra señora que lleva el carrito y un señor  pidiendo disculpas y permiso por meterse en la charla. El señor trabaja en la misma obra que Víctor y Aroa.


Da gusto oír hablar a los uruguayos con esa melodía, la amabilidad y la simpatía que tienen. Después de una hora de charla nos vamos porque tenemos que comprar los billetes de vuelta. Por cierto, la comida exquisita: tres chivitos completos y dos litros de cerveza.
Compramos los billetes en la boletería y como tenemos un poco de tiempo nos tomamos un café. Me ha gustado mucho el pueblo que lleva mi nombre. La vuelta se hace cortísima porque aprovechamos para dar una cabezada.


Llegamos a Colonia y nos vamos directos a la casa de Víctor a preparar la cena, para que cuando vuelvan del trabajo se la encuentren ya hecha. Vienen pronto y Víctor empieza a pelearle a su madre por estar haciendo tareas del hogar, en vez de estar de vacaciones. Cenamos sopa de verduras, tortilla de patatas y dulce de leche. Después de un rato de charla, recogemos todo y nos despedimos para que ellos pudieran acostarse pronto. Llegamos al albergue y Fabi quiere calentarse un poco, yo bajo la libreta para escribir y David se va directamente a la cama.



24 de julio

Hace un frío que pela y aunque el día está despejado, corre mucho viento, así que las bicicletas habrá que dejarlas para la tarde. Antes de que se levanten Fabi y David me doy una vuelta para buscar la Delegación del Ministerio de Interior, ya que Víctor y Aroa necesitan un permiso de reingreso en el país para cuando vayamos a Argentina. La oficina está cerrada, abre de doce a seis. De vuelta, veo un carrito de pescado ambulante, pero aún está cerrado. Desayunamos a las nueve y nos vamos a la cola del pescado. Compramos filetes de tiburón, de merluza y mejillones para que cenen algo de pescado, ya que entre que es escaso y el precio que tiene, apenas lo prueban. Aquí lo barato para comer es la carne de ternera, vaca dicen ellos, y el pan y sus derivados.


Nos vamos a casa de Víctor, y Fabi se pone a preparar el tiburón en adobo y a darle un limpiacillo a la casa, aunque la verdad es que la tienen bastante ordenada y limpia, pero una madre es una madre y siempre intenta ayudar a los hijos. David se queda con el ordenador y yo yo me voy a patear calles, y ver el día a día en la ciudad.
Cuando vuelvo nos vamos a Interior a ver si nosotros podemos arreglar los papeles, pero es imposible,
porque se necesitan sus firmas. El resto de la mañana lo dedicamos a pasear y ver las tiendas de recuerdos de la ciudad vieja.


 Una vez que hemos visto los precios nos vamos al mercado de artesanía, una treintena de puestos donde puedes encontrar de todo, y comprobamos que los precios son más económicos, así que compramos algunos de los regalillos.


Llega la hora del almuerzo y lo hacemos en Los Farolitos, un pequeño negocio con mesas en la calle donde el otro día no pudimos comer por estar llenas todas las mesas. Otra vez nos pedimos unos chivitos;¡ y es que están buenísimos!


Se ha echado un poco el aire y la temperatura es más suave, por tanto decidimos hacer la excursión en bici.
El albergue dispone de bicicletas gratis para los clientes, las bicis están nada más que regular. Después de probar algunas escogemos las tres en mejor estado, aunque la de David tiene un pedal destrozado. Vamos por la rambla hacia la plaza de toros, que está a unos cinco km. Es muy divertido ir los tres en bici y nos reímos mucho. La plaza de toros se hizo y casi no llegó a estrenarse. Casi se está cayendo y eso que es uno de los sitios turísticos de la ciudad: es  bastante bonita. Cerca de la plaza hay un frontón también en ruinas y al lado el hipódromo. Acá son muy aficionados a las carreras de caballos y sobre todo a las apuestas.
De vuelta a la ciudad hacemos un par de paradas porque las vistas son magníficas: con la ciudad a fondo y el Río de la Plata. Fabi se queja un poco porque es todo el recorrido subiendo y el viento lo llevamos en contra.


 Llegamos al albergue y soltamos las bicis y de ahí a la casa de Víctor a ver el partido de baloncesto que juega España contra Los Estados Unidos en internet. David es un fanático del baloncesto y no se lo quiere perder. Fabi aprovecha para preparar la cena. Hoy toca sopa , pipirrana con mejillones y el tiburón en adobo. Víctor y Aroa han llegado más tarde, así que estamos menos tiempo con ellos. A las nueve y media nos vamos al albergue y directamente a la cama, que para el cuerpo, las diez son todavía las tres de la mañana.

25 de julio

Me he levantado a las siete y me he bajado a la chimenea a escribir. La tele está puesta y están las noticias de la primera de TVE , aprovecho para ver cómo sigue el país, que ya llevo una semana sin saber nada, y por lo visto, todo sigue igual de mal. Fabi y David bajan a las nueve y desayunamos.
Hoy vamos a Nueva Helvecia o Colonia Suiza, y como el autobús sale a las nueve y media nos da tiempo a hacer la compra.Compramos pimientos de asar, tomillo, cebollas y nata, que acá le llaman crema de leche.
Al escucharnos nos vuelven a preguntar de dónde somos, porque la dependieta también ha estado en España.
Hay que ver la cantidad de uruguayos que han estado en nuestro país y cómo todos opinan lo mismo " ¡ Qué lindo!" Soltamos la compra y nos vamos para la estación.
Los billetes esta vez se compran en el mismo autobús y nos dicen que tenemos que hacer un trasbordo. Al principio te asustas un poco, pero realmente es facilísimo, ya que te avisan con tiempo y el otro autobús que tienes que tomar, por no decir coger, espera hasta que llega el otro. Es una forma práctica de economizar en los viajes.
Llegamos a Nueva Helvecia y parece que estés en otro país; las construcciones, los colores la limpieza...Esta ciudad está habitada en su mayoría por suizos y siguen con sus costumbres en casi todo.
Es muy famosa en Uruguay por sus quesos y realmente es linda.


Como es pronto, decidimos ir a Rosario que casi pilla de paso a Colonia. Este pueblo destaca por sus murales, pinturas hechas en las paredes por artistas. Hay más de cien y realmente es muy interesante la visita. Almorzamos en uno de los pocos restaurantes del pueblo, y tomamos el bus para Colonia.


Llegando, nos llama Víctor para decirnos que esta noche vienen a cenar sus jefes. Empiezan los nervios de qué preparar para la cena. En total vienen cinco adultos y tres niños que junto a nosotros somos trece.Como no hay espacio en la casa para cenar todos sentados, decidimos preparar un picoteo. Nada más llegar, nos ponemos los tres manos a la obra. Compramos algunas cosas y preparamos tortilla de patatas, tablas de embutidos y quesos, canapés, ensalada de pimientos, pastelitos salados y tomate aliñado.
Cuando llegan Víctor y Aroa, ya prácticamente lo tenemos todo preparado, pero nos dicen que hasta las nueve no llegan los demás, así que da tiempo a prepara otra tortilla, gazpacho y tostadas con aceite, tomate y jamón. Casi no caben los platos en la mesa, y mira que es grande.
Terminando de preparar las últimas tostada, aparecen Ivo, su mujer y sus dos hijos. Como son de Zaragoza aprovechamos para darle un repaso a España y la comparación con Uruguay.Ya empezamos con la cerveza cuando aparecen Maxi, su señora y su hija. Por último y después de esperar un ratito llega Miguel y ya se puede empezar a cenar.


Los tres jefes son muy jóvenes, treinta y pocos años. Realmente comen muy poco y sobra más de la mitad de la comida. Lo que sí se acaba es el jamón, la tortilla y los canapés de queso con aceitunas, y agotamos toda la reserva de cervezas, que no eran pocas. Como Maxi ha traído una botella de vino, también cae. No se para de hablar en todo el tiempo y la conversación es muy enriquecedora, se habla del idioma, de fútbol, de los hábitos de vida, de las comidas y al final del trabajo. Maxi es que no para, otro "muillo", pero su conversación es muy amena. Tampoco le va a la zaga Ivo y prácticamente llevan entre los dos el hilo de la charla. Miguel, no sé bien si porque está mal de la garganta o porque es más callado es el que menos participa .Bromean mucho sobre Victor y Aroa ,pero yo realmente me alegro que mi hijo y su novia hayan dado con tan buena gente.


 Los niños se quedan dormidos, son buenísimos, y ya pueden participar también las mujeres. La verdad es que fue una velada bárbara, como dicen ellos.
A las once y media empiezan a marcharse, dando las gracias por todo. Esta gente es muy agradecida.
Recogemos todo rápido y a dormir que mañana será otro día.

26 de julio

El albergue se ha llenado otra vez, apenas quedan mesas para desayunar. Esto es un ir y venir de gente, el ambiente es de lo más agradable. Cada día estoy más contento de haber escogido este tipo de alojamiento y
no la frialdad de los hoteles. Aquí trabajan unos quince jóvenes, casi todos extranjeros, que según me dijo Víctor vienen acá a aprender el idioma y con lo que les pagan se costean sus gastos. Todo el personal es superamable, dispuestos a ayudarte en lo que haga falta.


Fabi se ha ido a poner una lavadora y después de desayunar hemos ido a comprar tiburón, ya que el otro día les gustó mucho.También hemos estado en la carnicería y hemos comprado pollo y tres filetones de ternera para almorzar al mediodía. Tanto el pescadero como el carnicero ya nos conocen y nos saludan efusivamente.
Mientras Fabi se va a preparar comidas, David y yo nos vamos a hacer el resto de las compras: cervezas y verduras, principalmente . Intentamos pagar con los vales de alimentación pero no los aceptan aquí. Después Víctor nos explicaría que es el único supermercado donde  no los toman como forma de pago.
Fabi ya está metida en faena cuando llegamos: ha tendido la ropa, ha puesto otra lavadora, y está preparando lentejas, sopa de cebolla, croquetas y el tiburón en adobo. Les va a dejar comida para más de una semana.
Hace un día espléndido y nos vamos de excursión a la Playa de Ferrando que está a las afueras de la ciudad. A mitad de camino, pasa  un ciclista y al momento se da la vuelta para preguntarnos si somos turistas y hacia dónde nos dirigimos. Nos mosqueamos un poco porque de una manera muy amable nos indica otro camino mucho más bonito para llegar a esa playa. Nos lo pensamos y decidimos hacerle caso, aunque íbamos un poco con la mosca detrás de la oreja. El paraje que nos encontramos es bárbaro,como dicen acá. Vas entre un bosque de eucaliptos y aparece una laguna preciosa.


 Seguimos por una vereda y se escucha el sonido de las cotorras y vemos sus nidos, y al final de esta vereda aparece efectivamente la Playa Ferrando. Cada día me caen mejor los uruguayos con esa amabilidad y esa confianza que transmiten.
La playa es preciosa con una arena finísima y muy blanca. Nos sentamos un rato a disfrutar de las vistas y como no me creo que esto sea un río sino el mar, pruebo el agua y es dulce. Es que el Río de la Pata es enorme.


Para la vuelta tomamos el camino que marcaba el plano, y no tiene nada que ver con el que nos indicó el ciclista.
Hoy la cerveza nos la tomamos en el patio de Víctor, mientras se están haciendo los filetes, que por cierto, están riquísimos.Terminamos de comer y como Fabi empieza a planchar y David está con el ordenador, yo me voy al albergue a echarme la siesta.


Después me reúno con ellos y nos vamos a pasear por la ciudad; a cada paso te encuentras con rincones maravillosos donde sentarte y recrear la vista. Al final de la tarde vamos a comprar dulce de leche que es lo que vamos a llevar a nuestros familiares. Llegando a la casa, nos llama Víctor para decirnos que vienen de camino. Compramos dulces y preparamos café. Al momento llegan y me voy con Víctor a sacar dinero que mañana tendremos que cambiar por euros para llevárnoslos a España, e ingresarlos en su cuenta.
Ya en la casa, vemos las fotos que hemos hecho durante estos días. Cenamos, charlamos y nos reímos un rato; desde luego es el mejor momento del día, cuando toda la familia estamos juntos.Como todas las noches nos vamos pronto para que éstos descansen.



27 de julio

Me encanta la forma que tienen de decir "sí" acá. Me he levantado muy temprano y todavía están preparando el desayuno, pregunto si me puedo tomar una taza de café y me responden: "Cómo no".
Creo que no saben decir "no", a no ser que tú creas que has molestado en algo, entonces te dicen: "No por favor".
Hoy es nuestro último día en Colonia. En un principio pensábamos ir a Durazno, una ciudad de interior a doscientos km., pero al final decidimos quedarnos aquí a ver lo que nos queda. Fabi se ha ido a poner una lavadora, esta vez de ropa nuestra. Cuando vuelve, desayunamos y nos hemos ido a ver cómo está el cambio.
Observamos a la gente trabajando y llama la atención que el trabajo, que en España haría una persona, acá lo realizan dos personas. Trabajan sin estrés, y aunque ganen menos, hay trabajo para todos. Apenas tienen paro. Es otra forma de entender la vida, aquí sí es verdad que trabajan para vivir y no viven para trabajar, como hacemos allá.
Una vez cambiados los pesos, nos vamos de excursión por la rambla hasta el hotel Sheraton, que está a seis km. Se hace muy agradable gracias a las vistas que te acompañan y vamos charlando todo el camino sobre las impresiones que nos ha causado el país. Los tres coincidimos en todo:¡ es una maravilla !


Llegamos al hotel y nos hacemos unas fotos, una pollada, porque, aunque el hotel sea de superlujo, nosotros no hemos parado ahí.
La vuelta decidimos hacerla por el interior. En esta parte de Colonia se nota que viven los más pudientes, por el tipo de viviendas. Como se ha hecho un poco tarde, decidimos irnos al centro en un autobús urbano. Esperando en la parada, se nos acerca un niño de no más de ocho años a ofrecernos ayuda, ( la próxima vez que vayamos a Uruguay llevaremos prendas de vestir oscuras para no dar tanto el cante de turistas), para no ser desagradecidos la aceptamos y el niño se tira un rato hablando con nosotros. Igualito que en España que a nuestros hijos les decimos que no hablen con desconocidos. Nos despedimos dándole las gracias y al momento llega el autobús. Es la hora de salida del primer turno de los liceos (institutos) y viene lleno de estudiantes, sube una persona mayor con un niño y un montón de jóvenes se levantan para cederle sus asientos. Sin comentarios.
Llegamos al centro y vamos a comer al mismo restaurante donde nos llevó Víctor el primer día. Está lleno y nos sentamos en la misma mesa, y como no podía ser de otra forma, nos pedimos nuestro último chivito.


Todo empieza a oler a despedida. Después de la comida y como estamos cerca del albergue yo me quedo para echar la siesta, mientras que ellos se van a la casa, quedando para dar nuestro último paseo por la ciudad.


A las siete llama Víctor para decirnos que esta noche vamos a cenar con los compañeros que vinieron con él de España y con los que ha compartido piso durante siete meses.Quedamos con ellos a las nueve y media y cenamos en una pizzería. Durante y después de la cena les doy mi opinión de Uruguay y les hablo de cómo está España. Se nota que son jóvenes porque le dan prioridad a la cantidad en vez de a la calidad, que aquí hay mucha; ya aprenderán. Nos tomamos un gin tónic en un pub cercano al lado de la chimenea y a la cama que mañana hay que madrugar para tomar el barco.


Antes de finalizar el capítulo de Uruguay y empezar el de Argentina, resumiría mi estancia de una semana aquí con esto: Me encantaría vivir en Uruguay.

28 de julio

Hemos desayunado y cuando salíamos del albergue se escucha:"Chao, que tengan un buen viaje".
Camino de la terminal me he acercado a ver si éstos estaban preparados. Aún no tienen la maleta hecha, y para no ponerme nervioso yo, ni ponerlos a ellos, les digo que los espero en la terminal. Cuando vuelvo en busca de mi mujer y David, me los encuentro acompañados de dos perros que todos los días nos seguían un rato, pero que hoy han decidido despedirnos en el puerto. El barco sale a las nueve y media , pero nosotros estamos en la terminal casi dos horas antes, vayamos a pollas y lo perdamos.


 Ellos aparecen media hora después tan tranquilos, y eso que tenían que ir a Inmigración a arreglar los papeles para salir del país y poder entrar sin ser turistas, sino residentes en trámite. Casi a punto de embarcar aparecen con todo arreglado.


 El barco es más pequeño que cuando llegamos y se nota, porque se mueve más, pero en una hora entramos en el puerto de Buenos Aires.
Había pensado llegar al hotel en taxis, pero Víctor decide que vayamos en metro y no tener que pelearnos con los taxistas.Vamos andando a la estación de Retiro y tomamos el Subte, que es como le dicen al metro acá.

 Después de un cambio de línea, cogemos la A, que sale de la Plaza de Mayo y nos bajamos en la parada Río de Janeiro. La línea A es la más antigua y los vagones son de madera,es una auténtica reliquia de casi cien años, pero funciona, y por cuarenta céntimos nos lleva al lado del hotel.


 Éste lo encontramos porque sabíamos el número, porque ni siquiera pone Hotel. Se trata de un hotel familiar muy pequeño pero de una puntuación muy alta en las opiniones, y la verdad, es que merece la pena. Las habitaciones están muy limpias y disponen de todo. Después de dejar el equipaje nos reunimos abajo con el dueño del hotel, que pacientemente nos espera con un plano para explicarnos lo que podemos hacer ese día. Nos da una serie de recomendaciones y  una tarjeta con su número de móvil por si tenemos algún problema.
Son casi las dos, así que toca comer. Elegimos el restaurante de al lado del hotel y acertamos de pleno. Es un restaurante antiguo y muy sencillo, pero la comida es magnífica. Un plato enorme, un vaso de vino, pan y postre por ocho euros.


Con la barriga llena nos vamos a ver el centro de Buenos Aires. Nada más salir del metro te encuentras la Plaza de Mayo, toda llena de pancartas de protesta y reivindicativas; la Casa Rosada, sede de la Presidencia; el Cabildo y la Catedral, que parece un templo griego por fuera. Entramos en ésta última y ya por dentro recuerda a todas las catedrales.


Tomamos la Avenida 9 de Julio y llegamos al Obelisco, y desde aquí a la Calle Corrientes, donde están la mayoría de los teatros de la ciudad. Por lo visto, un grupo joven de rock da un concierto, y a cada paso te encuentras puestos donde venden gorras , banderas y pegatinas. De aquí pasamos a la Calle Florida, una calle peatonal de más de un Km, atestada de gente y comercios. En el centro de la calle hay todo tipo de actuaciones: magos , mimos, pintores y parejas bailando tangos. Paramos para ver a una, y justo enfrente están las Galerías Pacífico, recomendadas en todas las guías. Entramos y verdaderamente son una obra de arte, pero llenísimas de gente.


 Yo ya empiezo a agobiarme, después de venir de un lugar tan tranquilo como Colonia, el ajetreo de una ciudad de catorce millones de habitantes es un choque muy fuerte.
Salimos de esta calle y nos vamos a una más tranquila a tomarnos un café, a una de las miles de cafeterías que tiene la ciudad.


 Después de descansar un rato, nos vamos a Puerto Madero, la zona nueva de la ciudad. En una margen del río te encuentras cientos de restaurantes caros que los han hecho reutilizando y restaurando las naves del puerto, y de la otra, en la tierra que le han ganado al río, los rascacielos de Buenos Aires. El contraste es maravilloso. Cruzamos el río por el Puente de La Mujer, del arquitecto español Calatrava, y vamos a un parque muy moderno y cuidado donde los skaters hacen todo tipo de piruetas. A la vuelta empieza a oscurecer y como nos había dicho el dueño del hotel; es un espectáculo.


Llegamos a la Plaza de Mayo y la Casa Rosada está iluminada. ¡Una maravilla!


Tomamos el metro y nos vamos al hotel. De camino al hotel, vemos un supermercado y compramos unas cervezas, unas tablas de embutidos, queso, patatas y pan; y cenamos en la habitación. Después del cubatica,  ¡a la cama!

29 de julio

Hemos quedado para desayunar a las ocho y media, pero yo he bajado a las ocho a pagar las habitaciones y así saber qué nos queda de dinero. El dueño me da indicaciones de lo que podemos hacer hoy.
El desayuno está bastante bien: exprimido de naranja( así lo llaman ),café, tostadas, dulces, y mantequilla, mermelada, dulce de leche y queso.
A las nueve y cuarto estamos en marcha. Tomamos el metro hasta la Plaza de Mayo y a las diez nos estamos montando en el autobús turístico. Es la primera vez que utilizo este transporte, pero es que Buenos aires es demasiado grande y con el poco tiempo que tenemos, es la mejor opción de ver lo más importante de la ciudad. El autobús es descapotable y nos sentamos en la parte alta para ver mejor. Te dan unos cascos y un plano, y se pone en marcha. El frío es polar, así que nos abrigamos y a disfrutar de las vistas.


 De fondo se escuchan tangos y cuando te acercas a algún punto turístico te dan la información y van más despacio para que puedas hacer la foto. Pasamos por la Avenida de Mayo, el Congreso Nacional, el barrio de San Telmo  y el barrio de la Boca, donde se para cinco minutos para que puedas tomar un café y hacer fotos del campo de fútbol del Boca Junior: La Bombonera.


 Como te puedes bajar y subir cuando quieras, nos bajamos en Caminito, que para mí es el barrio más bonito de toda la ciudad. Es un barrio muy humilde con los edificios pintados de colores llamativos y que de los balcones salen personajes famosos hechos en cartón piedra. Todo está pensado para el turismo: tiendas de recuerdos, actuaciones en la calle y restaurantes, que como reclamo utilizan parejas de tango.


 Después de comprar los recuerdos y para protegernos del frío, entramos en uno de esos restaurantes. Nos pedimos unos cafés y dos submarinos ( leche caliente con chocolate en tableta que echas en ella) y a disfrutar del espectáculo. Hay una pareja joven bailando y una señora cantando; son verdaderos artistas. Nos invitan a hacernos fotos con ellos, y como a mis hijos les da vergüenza, nos la hacemos Fabi y yo.


 Nos dimos otra vuelta por todo el barrio y nos montamos de nuevo en el bus.
El siguiente destino era San Telmo, otro de los barrios históricos de la ciudad, y además, al ser hoy domingo, estaba la feria de la Plaza Dorrego. La calle que lleva a esta plaza tiene más de un km. y miles y miles de personas la abarrotan. Todo está lleno de puestos y de espectáculos callejeros .


 Después de un rato, abandonamos esta calle y nos metemos en el mercado, lleno de fruterías y carnicerías. Al final llegamos a la plaza, pero apenas si entramos en ella porque está a reventar. Nuestro siguiente destino era ver el banco donde está sentada Mafalda y hacernos la foto.


 De camino vimos un asador que tenía muy buena pinta, así que volvimos y por casualidad, pillamos una mesa. Nos pedimos una parrillada argentinísima grande, papas fritas y un queso que te hacen a la parrilla. Todo regado con unas cuantas cervezas y una botella de vino.


Tuvimos que esperar un rato porque lo que pides te lo hacen en ese momento, pero mereció la pena la espera; todo estaba riquísimo. Se me olvidó decir que todos los 29 del mes es el día del ñoquis, tanto en Uruguay como en Argentina, así que por eso nos comimos... ¡una parrillada!¡Qué pollas de ñoquis!


Con el estómago a punto de reventar nos subimos otra vez en el autobús e hicimos todo lo que nos quedaba
de recorrido sin bajarnos, unas tres horas aproximadamente. Fabi se bajó a la parte cubierta del autobús porque decía que le dolía la garganta del frío. Estuve acompañándola un rato, pero las vistas no eran lo mismo. Pasamos por un montón de parques todos muy cuidados y llenos de gente; unos haciendo deporte , otros pasando el día con la familia, otros escuchando música de los grupos que tocan, otros viendo espectáculos... Víctor me explica que es la forma de allá de pasar los domingos. Empieza a anochecer y tenemos que dejar la visita al cementerio de La Recoleta para mañana.


Cuando nos bajamos del autobús, estábamos congelados, así que lo primero que hacemos es entrar en una cafetería a calentarnos. Fabi se pide un chocolate , le traen una jarra y lo probamos todos .
De vuelta al hotel paramos en una pastelería y compramos empanadas, dulces y sandwiches. Vamos a por los envases de la cerveza al hotel y los cambiamos por llenos, y compramos unos refrescos.


 Las empanadas se quedan enteras porque todavía estamos llenos de la parrillada. Bajamos Víctor y yo a hacer las reservas de los asientos del avión en el ordenador de recepción , que muy amablemente nos han cedido, y al subir nos encontramos a David acostado porque dice que le duele la cabeza. Nosotros nos tomamos un cubata, y otro, y otro y así, hasta que nos bebemos toda la botella de ron entre los dos. Han sido dos horas de casque y risas; una velada bárbara.

30 de julio

Desayunamos a las nueve y media y nos vamos en subte dirección a la Recoleta. Después de un rato andando, encontramos el cementerio. Es enorme, y allí están enterradas todas las personalidades del país, aunque a nosotros lo que nos interesa el la tumba de Evita Perón, el personaje más querido en toda Argentina. Tras un rato de búsqueda, unos jóvenes nos acompañan hasta allí. Es muy pequeño comparado con los mausoleos que hay ,pero es el más visitado y el que más flores y placas de agradecimiento tiene.


Salimos del cementerio y entramos en la Iglesia del Pilar, la más antigua de Buenos Aires. De aquí a la cafetería La Biela, que tiene casi ciento cincuenta años y que está rodeada de ficus gigantes, con las ramas apuntaladas para que no se caigan. Después de un pequeño descanso en la hierba de un parque, vamos a un centro comercial de diseño muy coqueto que nos ha recomendado una señora en el parque cuando estábamos mirando el plano.


 En el centro, hay un Hard Rock Café y entramos a verlo; bastante curioso.
Salimos y preguntamos por el bus que va a Palermo, y después de varias equivocaciones, damos con la parada correcta. El problema surge dentro del autobús, porque sólo se puede pagar con monedas y llevamos nada más que billetes. Víctor pregunta a los pasajeros por si tienen cambio y amablemente nos lo dan. Nos bajamos en la Plaza Italia, ya que allí está el Jardín Botánico Carlos Thays, que fue un francés que diseñó casi todos los parques de Buenos Aires. Es muy interesante y hay muchas esculturas.


También queríamos entrar al Museo de Evita , pero al ser lunes, lo encontramos cerrado. Buscamos en Palermo un lugar donde comer y al final optamos por un delivery (casa de comidas a domicilio donde también se puede comer). Es un local sencillo, pero por la cantidad de comidas que reparten tiene que ser bueno. Y efectivamente lo es. Cuando nos ponen la comida creíamos que era para diez. ¡Qué bestias a la hora de poner de comer! Nos dejamos casi una milanesa napolitana y un matambrito sin tocar, y eso que estaban exquisitos.
Para bajar la comida paseamos por todo el parque zoológico hasta llegar al Jardín Japonés. Hay que pagar para entrar, pero merece la pena verlo. Los rincones son una gozada para la vista.


Nos vamos a coger el subte en la Plaza Italia ,pero al ser una hora punta, los vagones van totalmente abarrotados; es incómodo ir tan apretujado, y a Aroa le han quitado el móvil nada más montarnos. Después de cuarenta minutos de agobio, llegamos al hotel, y a la hora más temida; la de la despedida. Víctor y Aroa ya tienen que irse a Uruguay. Los convencemos para que tomen un taxi y salimos a despedirlos.


 Fabi no puede contener la emoción y empieza a llorar. Nos subimos a la habitación y estuvimos todo lo que quedaba de tarde en silencio. Es una putada, pero lo sabíamos y no se puede hacer nada, sólo esperar seis meses para que volvamos a reunirnos, esta vez en España. Seguro que Fabi ya tiene el calendario preparado para ir tachando los días que faltan.
Alberto, tan amable como siempre, nos imprime las tarjetas de embarque y nos pone en contacto con un remise (coches para llevarte a los aeropuertos) que  cobra ciento cincuenta pesos y nos recogerá a las nueve y media de mañana.
Ya sólo queda las treinta horas de viaje para llegar a Granada.
Agradezco a David lo buen compañero de viaje que ha sido; no es fácil estar con tus padres veinticuatro horas al día durante trece días y no haber habido ni el más mínimo problema.

El viaje ha sido inolvidable, porque aparte de haber conocido lugares muy lindos, ha servido para que estemos todos juntos después de seis meses.  Han sido los mejores cinco mil euros que me he gastado en mi vida.