lunes, 14 de noviembre de 2016

Zaragoza en el puente de Los Santos (2016)

Sábado, 29 de octubre


Realmente, el viaje comenzó el viernes por la tarde, porque como teníamos que ir hasta la estación de tren de Málaga, y era bastante más caro dejar el coche en un aparcamiento que lo que nos iba a costar el autobús desde Torre del Mar hasta allí,  decidimos pasar la noche en la playa. Después de unas cervezas, unos pescaítos y tomarnos una copa, nos fuimos a la cama. A las siete, salía el autobús que nos dejaría justo al lado de la estación María Zambrano. Desayunamos con unos churros XL, menos mal que hicimos caso al camarero que nos dijo que con dos por cabeza sería más que suficiente, porque habíamos pedimos cuatro y no hubiéramos podido con ellos.



Era nuestro segundo viaje en AVE, pero para Fernando y Encarnuchi significaba su primera experiencia en este tipo de trenes, y lo digo, porque no sabían que había que pasar control de equipaje como si fueras en avión. Al pasar por el detector de metales, y antes de que le llamaran la atención, Fernando sacó su navaja y le dijo al policía que él no sabía nada y pidió permiso para llevarla. Hicieron la vista gorda y, tras el incidente, nos dirigimos a nuestro vagón.



El viaje fue rápido y muy confortable, y entre casque y risas, casi ni nos enteramos de las tres horas y cincuenta minutos que duró. A las doce y media ya estábamos llegando a la estación las Delicias de Zaragoza.




En la misma estación, nos dirigimos a la oficina de turismo a comprar la Zaragoza Card para dos días. Había leído opiniones muy positivas de esta tarjeta y que te ahorrabas una buena pasta; pudimos comprobar que era cierto. Cuesta 23€ y tienes derecho a la entrada a todos los museos y monumentos de la ciudad, así como una consumición con tapa en algunos de los bares más populares, siete viajes en tranvía o autobús, tres visitas guiadas, y el acceso al bus turístico. Calculando por encima, hemos hecho un gasto de unos 45€ en total, así que sí que merece la pena.



Tomamos el autobús, y en veinte minutos llegamos a nuestro hotel; Hotel Avenida ( bastante aceptable con unas habitaciones amplias y limpias, con el desayuno incluido y, sobre todo, muy céntrico, casi al lado de la Plaza del Pilar). Nos  acomodamos y salimos a buscar dónde tomarnos algo y almorzar. Como el mercado central estaba justo en frente, dimos una vuelta rápida por él. Es bastante grande y tiene tres calles dedicadas a verduras y frutas, pescado y carne. Salimos por la otra puerta y nos encontramos las ruinas romanas de la ciudad, Cesaraugusta, que era cómo la llamaban ellos.








Entramos en la Plaza más larga de España; la Plaza del Pilar, con su Basílica, la Lonja, el Ayuntamiento y la Catedral de San Salvador o la Seo. Hicimos un recorrido por ella, algunas fotos y fuimos en busca del Tubo, que es una entramado de calles donde se encuentran la mayoría de bares y restaurantes más famosos y concurridos de la ciudad.



Ya el mono estaba pegando tarascadas, así que entramos en un bar que tenía muy buena pinta y una oferta de 5 tapas a diez euros. El lugar era muy agradable y las tapas estaban riquísimas, pero nos clavaron en las cervezas (3€ la jarra). Así que entre la cerveza y la tapa salimos casi a cinco euros por cabeza. Esto nos asustó un poco, pero comprobaríamos después que hay sitios mejores y bastante más baratos. Habíamos visto muchos menús, y nos decidimos por El Viejo Negroni, que por quince euros incluía el pan, la bebida y el postre (de esta forma no encontraríamos sorpresas). El menú era sorprendente y estaba exquisito. Pedimos cosas diferentes para probar de todo. Nos trajeron una botella de agua y una botella de vino de la tierra; un Cariñena muy aceptable. Entre risas, tuvimos un almuerzo muy agradable. Queríamos robarle la botella de vino a la mesa de al lado o ligárnoslas para que nos la regalaran, que veíamos que no iban a ser capaces de acabarla dos mujeres de cierta edad solas, pero éstas, acojonadas, no nos dejaron.



Para bajar la comida, empezamos con las visitas turísticas, y qué mejor que empezar por la más famosa de Zaragoza; La Basílica Catedral del Pilar. Hoy todo lo que íbamos a ver era gratis, ya que la tarjeta empezaríamos a utilizarla el domingo. Visitar la Basílica se lleva un buen rato mientras buscas los frescos de Goya, y recorres las distintas capillas.



Para tener un panorámica más bonita de la Basílica fuimos al Puente de Piedra, que es el más antiguo para cruzar el Río Ebro. Hicimos miles de fotos imitando a la gran cantidad de turistas que allí se encontraban





Desde aquí, pasamos a la Lonja de Mercaderes, un edificio de estilo renacentista y muy bello en su interior. Había una exposición de pintura muy interesante. Ahora, tocaba andar un poco más, porque nuestras siguientes visitas estaban más alejadas.





Por la calle Don Jaime I, una de las más bulliciosas de la ciudad, llegamos hasta la Plaza de España, y siguiendo por el paseo de la Independencia, hasta la de Aragón. Allí preguntamos por el Patio de la Infanta, que estaba bastante cerca. Tiene una historia muy curiosa porque después de llevárselo a París, de nuevo luce todo su esplendor dentro de un edificio de Ibercaja. No dejan hacer fotos, pero ante la belleza de este patio renacentista, no puedes contenerte, y a escondidas hicimos algunas. Dejo aquí un plano turístico de la cuidad por si alguien lo necesita



Seguimos nuestra ruta cultural hasta la Plaza de los Sitios, que es donde se encuentra el Museo de Zaragoza y el monumento a Agustina de Aragón. El objetivo era ver la exposición de cuadros de Goya que se encuentra en su interior. Después de media hora, estábamos de Goya hasta la p..., y empezamos a hacer rimas, pareados y hasta estrofas de cuatro versos con él. Un poco más y nos tienen que echar de allí, de las carcajadas que dábamos.





Tomamos la Calle del Coso para llegar al hotel y descansar un poquito, que llevábamos todo la tarde andando. Para cenar, escogimos hacerlo en el Tubo. Y por una de sus calles, encontramos el Champi, uno de los bares más famosos, con una única tapa, lógicamente de champiñones. Pedimos unas cervezas, las hacen ellos mismos, y nos hicimos fuertes en un roalillo que pillamos en la barra. A Fernando se le pegaron cuatro tías que querían que les hiciera unas foto, y ya les pedimos que nos las hicieran ellas a nosotros.  Nos tomamos unos vinos de la tierra ( Somontano) en el bar "Donde Siempre" con unos huevos rotos con jamón y una madeja ( intestino de cordero aliñado). Y ya de camino al hotel, encontramos una zona de pubs. En uno, que estaba decorado al estilo africano y con una música muy agradable, Fernando se tomó una tónica y yo un gintonic. Ni  Encarnuchi ni  Fabi quisieron tomar nada. Fue un rato muy divertido y comprobamos que la gente no se ríe, al menos como lo hacíamos nosotros. A las once, quitaron todo el mobiliario del pub y se convirtió en una especie de discoteca, pero nosotros estábamos muy cansados para estar de pie, así que ya sí que nos fuimos al hotel. Nos despedimos y quedamos a las ocho y media.



Domingo, 30 de octubre 


Como habían cambiado la hora, estábamos despiertos antes de las siete, y a las ocho preparados, así que llamamos a estos, que les había pasado lo mismo. Bajamos a desayunar prontísimo y solo había otros dos huéspedes en el comedor. El desayuno estaba bastante bien, y cargamos las pilas para el día maratoniano que nos esperaba.



Fuimos hasta la Plaza del Pilar pero, antes de llegar, hubo que darse la vuelta porque hacía un frío que pelaba, corría el cierzo, un viento que baja del Moncayo y que te hiela hasta el aliento, acompañado de niebla, a coger algo de abrigo. Todavía estaban las oficinas de turismo cerradas y nos dimos un paseo hasta la Iglesia de la Magdalena, otra de las joyas del mudéjar, que ha servido para declarar a este arte en la ciudad, patrimonio de la humanidad.



 Ese día había una carrera solidaria de mujeres que tenía su llegada en la plaza, y todo estaba salpicado de rosa. Ya eran las diez, y nos dirigimos al la oficina turística, en la que ya había cola, y empezamos a utilizar la tarjeta. Reservamos la visita guiada a la Seo o Catedral del Salvador, que empezaba a las diez y media, y el recorrido por el casco histórico, a las cinco y media.



Las primeras corredoras ya estaban llegando a la línea de meta y fuimos a verlas, mientras esperábamos el comienzo de la visita. Nos pusimos nuestras credenciales y se presentó la guía, una joven universitaria muy preparada que nos deleitó con sus conocimientos.



Primero observamos la catedral por fuera, y estuvo explicándonos que desde los romanos, esta había sido un templo. Más tarde los musulmanes la convirtieron en mezquita sobre lo que ya había construido. Por último, los cristianos en catedral, pero respetando parte de esa mezquita. La última parte data del siglo XIX y es la entrada a la misma, en estilo neoclásico, que no pega ni con pegamento con el resto del edificio.



Ahora tocaba la visita por dentro. Como nosotros teníamos la Zaragoza Card, la entrada era gratis. Nos explicó algunas de las capillas más importantes de la misma y el altar mayor. Nos repartió unas encuestas para que valoráramos su trabajo y la visita, y se despidió de nosotros. Seguimos realizando la visita por nuestra cuenta  y entramos en la exposición de tapices, que es otro de los tesoros que guarda esta catedral. No se podían hacer fotos, pero viendo que nadie me miraba hice una con flash, y saltó la alarma. Estos no paraban de reírse de mí, porque realmente me acojoné, y al pasar por el control vi que el vigilante controlaba las salas por ordenador, e intenté pasar desapercibido. Así que tiré un pivote y todo el mundo me miró. Estos, más se reían, pero es que yo no podía aguantar más y solté una carcajada, no sé si de miedo o de qué, y me dolía hasta la barriga de tanto reír. La exposición, chulísima, por cierto.



Desde aquí, y casi corriendo, nos llegamos hasta la Real Maestranza de Caballería, un edificio del renacimiento, porque la visita guiada empezaba en cinco minutos. Fue llegar y comenzar. En este caso la guía cascaba hasta por los codos y tampoco era para tanto lo que nos enseñó. Un patio renancentista y las salas donde se encontraban los cuadros de todos los caballero más importantes, incluido el del Rey Juan Carlos.

 Aburría un poco tanta charla, así que seguimos con el plan del día y fuimos a visitar el Mueso Goya, que se encuentra en otro palacio renacentista y que tiene la colección completa de grabados del pintor, en la sala Goya. Nos tiramos más de una hora recorriendo la sala, e imponían los grabados, distribuidos en tres secciones; tauromaquia, disparates y caprichos. Un poco más y tenemos que llamar a la guardia civil para rescatar a Fernando que se había quedado embobado con los grabados. No sé el numero, pero seguro que había más de doscientos. Logramos convencerlo porque a la una y media proyectaban en la planta baja un documental sobre el pintor. Visitamos las otras salas del museo, pero después de los grabados, ya nada merecía la pena.



Y como el que no hace la cosa, llevábamos cuatro horas de cultura a cuestas y esto despertó el apetito y las ganas de cerveza. Por la mañana habíamos descubierto dónde se encontraba La Republicana, otro de los bares más famosos de Zaragoza, y allí que entramos a hacer gasto de la consumición con tapa que ofrecía la tarjeta. Estaba a rebosar de gente y nos hicimos un sitio cerca de un piano que utilizaríamos de apoyo, pero se marcharon unos clientes y nos hicimos sitio en la barra. Es una tarberna que recuerda a los pubs irlandeses de lo cargado de la decoración, pero con una aire muy acogedor.




Pedimos unas cervezas y tapa de migas, que tanta fama tenían. En mi vida, y lo digo en serio, había probado unas migas tan ricas. Te las sirven con un huevo encima y acompañadas de uvas. El sitio era tan acogedor que nos pusimos en la lista de reservas de mesas, con la suerte que quedó libre una de cuatro, y los que iban delante eran más de seis, así que aún con la cerveza en la mano ya estábamos sentados. Pedimos una botella de vino de la tierra, un Campo de Borja etiquetado con el logo del establecimiento, una ración de migas, unos huevos rotos estilo republicana, unas croquetas y un plato de jamón; nos pusimos hasta los ojos de comida y bebida.



Como aún faltaba un par de horas para nuestra siguiente visita, nos fuimos a la parada de tranvía que había justo en las puertas del hotel para tomarlo e ir al Parque Grande o Parque de José Antonio Labordeta. El tranvía es rápido, muy cómodo y te hace una visita por la ciudad. En menos de quince minutos ya nos estábamos apeando justo en las puertas del parque. Dimos un paseo muy agradable por él y subimos a la fuente coronada por Alfonso I, El Batallador. Las vistas desde aquí son preciosas, y aunque haya muchas escaleras son muy suaves y apenas te cansas. Nos hicimos muchas fotos, y para tomar el tranvía de vuelta fuimos andando hasta la siguiente parada que está en el estadio de fútbol de la Romareda.



Viendo que aún quedaba tiempo, no nos bajamos en  la parada de la Plaza del Pilar, sino que seguimos hasta el final del recorrido y ver la otra parte de la ciudad. Ni siquiera nos bajamos en la última parada, ya que el conductor se vino a la otra cabeza del tranvía y nos dijo que en un minuto volvía a salir. Es una forma diferente de conocer la ciudad, y como además era gratis, pues ya está; yo lo recomiendo.



La ruta por el casco histórico partía de la Torre de la Zuda, ( ya sé que el chiste es fácil, pero hace gracia decir que a mí también me la suda) otra torre mudéjar y sede de una oficina de turismo. Otra vez nos etiquetaron, que hay mucho caradura que sin pagar se pega a las visitas, y comenzamos la ruta. Ya conocíamos muchos de los lugares que nos iban a enseñar, pero el guía de nuevo era muy bueno y nos embaucaba con todo lo que nos contaba.



Se trataba de paradas cortas con explicaciones amenas, y nos dio a conocer todos los rincones que escondían algo de la historia de la ciudad, y de sus personajes más célebres. Normalmente nadie hacía preguntas, pero al pasar por una plaza, una mujer preguntó que qué virgen era la representada en una escultura. El muchacho se quedó cortado y dijo que no lo sabía, que era la primera vez que la veía. Yo salí rápido al quite, y pidiendo la palabra dije que era normal que no lo supiera, porque yo había pasado justo por allí esa mañana y ni siquiera estaba. Después de un silencio, muchos rompieron a reír. El recorrido duró hora y media, que con el cambio de hora, era ya noche cerrada, y el frío arreciaba. Terminamos en La Seo, pasando por el Arco del Deán, que estando tan cerca, aún no lo habíamos visto. Fernando se hizo muy amigo del guía, que lo veríamos al día siguiente, y por supuesto que lo recordaba.






Como era domingo, Zaragoza entera estaba en la calle y por más vueltas que dimos no había manera de entrar en una cafetería. Además, Encarnuchi se había empeñado en tomar chocolate en una que le había encantado, pero que siempre tenía cola para sentarte o para entrar dentro. Al final nos lo tomamos en una de la misma Plaza del Pilar, aunque como ya era un poco tarde, Fernado y yo nos pedimos un vermut. Fabi se pidió una menta-poleo y se la pusieron en una tetera un tanto especial, ya que debajo tenía escondida la taza, mientras la encontraba, tuvimos otro rato de risas, que ha sido la tónica común del viaje.



Estábamos realmente cansados y decidimos irnos a una cafetería- bar, que estaba siempre llena de gente, muy cerca del hotel. Nos pedimos unos bocatas muy ricos que compartimos y nos fuimos a descansar, que llevábamos de punta desde las seis y media de la mañana. Pusimos una película y nos quedamos dormidos a las primeras de cambio.


Lunes, 31 de octubre

Como siempre, despertamos muy pronto, y antes de bajar, les dijimos a estos que que iríamos preparando la mesa mientras ellos llegaban. Hoy el comedor estaba casi lleno y había cola en la cafetera de las cápsulas y en las tostadoras. Al ser cuatro, distribuimos el trabajo y en cinco minutos teníamos la mesa puesta y preparados para desayunar.

Me había quedado sin nicotina y fui a buscar una farmacia, pero todas abrían a las nueve y media, así que, para hacer tiempo, nos metimos en el mercado a tomarle el pulso a la ciudad. Todos los puestos estaba recién montados y había una amalgama enorme de colores y de olores. Estas se pararon en una frutería, y Encarnuchi compró kiwis y ciruelas, que no paró de ofrecernos a todos durante la jornada,( sin que nadie se entere, eran para poder ir al cuarto de baño).



Ya habían abierto las farmacias y pude comprar la nicotina, así que tomamos rumbo a la Aljafería, que era nuestro principal destino de hoy. Estaría a unos veinte minutos paseando desde el hotel, pero antes hicimos un alto en la Iglesia de San Pablo, otro de los edificios mudéjares de la ciudad, con sus torres tan características.



De pronto, apareció ante nuestros ojos la majestuosidad del Palacio de la Aljafería, que junto con La Seo y la Basílica son las joyas de la corona de Zaragoza. Sacamos las entradas, gratuitas por supuesto, para la visita guiada de las diez y media. Para hacer hora, hicimos nosotros una visita por los jardines, que tanto recordaban a los de la Alhambra.





La Aljafería es uno de los monumentos más importantes de la arquitectura Hispano-Musulmana del siglo XI. Y aunque el edificio ha sufrido muchas reformas, aún se puede pasear por el Patio de Santa Isabel, por el salón Dorado y el Oratorio. Del periodo posterior a la Reconquista destaca el palacio mudéjar. Aunque las reformas más importantes fueron las realizadas por los Reyes Católicos en 1492. El palacio ha sido sede del Tribunal de la Inquisición, acuartelamiento y cárcel durante la guerra contra las tropas napoleónicas y actualmente parte de sus dependencias son sede de las Cortes de Aragón. Otra de las curiosidades que encierra es que la Torre del Trovador, y una obra escrita sobre ella, sirvió de inspiración a Verdi para su famosa ópera; "Il Trovatore".



La chica que nos estuvo explicando el palacio se despidió de nosotros, pero seguimos por nuestra cuenta un rato más paseando por su interior y  haciendo fotos.



El bus turístico, tenía una de las paradas justo en frente de allí. Nos quedamos en la parada por si llegaba y a los cinco minutos apareció. Preguntamos por la dirección que llevaba y nos dijo la chica que quedaba una parada para terminar el recorrido. Aún así nos montamos, porque hacía bastante frío y no íbamos a volver por el mismo camino. Nos subimos en la planta alta, que aunque era descapotable, ese día iba tapada con una lona y con la calefacción encendida. En nada llegó a la Plaza de la Seo, en la calle Don Jaime I, y como casi todo el mundo se bajó, aprovechamos para coger los mejores asientos; la primera fila. Parecía que íbamos a conducir nosotros.



Se llenó el bus, y en tres minutos estaba de nuevo en marcha. Hace un recorrido por las calles más importantes y pasa por los monumentos más emblemáticos de la ciudad. Por los auriculares vas escuchando las explicaciones. Fue una hora y cuarto muy entretenida, aunque muchos de los lugares ya los hubiéramos recorrido a pie o en tranvía.





El coger esta atracción fue debido a que queríamos ver lo que quedaba de la EXPO de 2008. Sabía que hacía un recorrido completo por ella. En un principio, la idea era bajarnos a visitar el Puente Pabellón, pero al ser lunes estaba cerrado, así que no nos apeamos y solo disfrutamos de los distintos pabellones desde el autobús. Tuvo que ser una pasada la exposición, y una pena perdérsela en su momento.





Cuando nos bajamos del autobús, era ya la hora del aperitivo y sin andar mucho encontramos un bar en el que la oferta del día era un vermut u otra bebida con tapa por solo dos euros. Entramos a ver lo que se cocía, y era cierto, así que nos pedimos unos vermuts. La pena es que solo tenían raciones y platos combinados , y para ser nuestro último almuerzo buscábamos otra cosa. Muy cerca de allí encontramos Casa Teo, que tenía un menú muy asequible y que llamaba la atención. Puedo decir que fue la mejor comida y el mejor sitio en que entramos. Pedimos varias cosas, como siempre para probar de todo: migas aragonesas, revuelto de setas, espárragos, filete de vaquilla, pez espada... ¡y todo estaba riquísimo, además de la atención recibida! Pedimos una botella de vino aragonés, y nos pusieron un Campo de Borja y una botella de agua. Habíamos pensado comprar unos décimos de lotería para traernos de Zaragoza, y al ver que ellos vendían lotería de navidad, compramos tres décimos para compartir con nuestro hijos.



Nos fuimos a la oficina de turismo a solicitar un paseo guiado que nos quedaba en la tarjeta, pero nos dijeron que estos solo se realizaban en fines de semana. Al ver la cara de pena que pusimos Fernando y yo, (ya que estas estaban en la Basílica comprando cintas, para regalar, con la medida de la Pilarica) el empleado decidió cambiárnoslo por una visita guiada a la Catedral del Pilar a las cuatro y media. Lo recompensamos con una sonrisa y con unas palabras de agradecimiento. Además, nos recomendó que si queríamos subir a la Torre en ascensor, estuviéramos pronto en la cola, ya que se acumulaba mucha gente a esas horas.



A las cuatro menos diez, ya estábamos nosotros, los primeros, a las puertas del ascensor. Esta actividad la habíamos dejado para el último día porque todo el mundo decía que era de lo mejor que hacer en Zaragoza, y tengo que decir, que las vistas que hay desde una de las cuatro torres de la Basílica son increíbles. Pasamos más de quince minutos echando fotos y más fotos y disfrutando de las vistas desde el punto más alto de la ciudad.






Puntuales, como un longines, estábamos a las cuatro y media en la puerta de la oficina de turismo, cuando vimos al guía del día anterior, y lo saludamos. Había muchísima gente esperando, y cuando nos separó por grupos, y  dijo que él era el guía que iba a llevar a la gente a la Seo (al aseo), yo no me pude callar y dije que yo también me estaba meando y quería ir con su grupo. Estas me regañaron, pero vi que algunos del grupo habían entendido el chiste y se reían. Nuestro grupo estaba formado por solo siete personas; una pareja de madrileños, nosotros cuatro y un guía joven, estudiante de historia del arte. Comenzamos la visita en la misma plaza, donde nos estuvo contando la historia del templo y cómo había ido cambiando a lo largo de los años.



La verdad es que hablaba de maravilla y cuando terminó, no pude dejar de decirle que qué bien nos expresábamos los que teníamos barba ( los cuatro hombres la teníamos, y al darse cuenta se rieron todos) Ya pasamos al interior y después de explicarnos el Altar Mayor, obra de Damián Forment, nos fuimos a contemplar la cúpula y la bóveda pintada por Goya, y nos contó todos los problemas que tuvo después de hacerla y que fue motivo de que lo lo despidieran.



Desde ahí nos fuimos a la Santa Capilla, donde se encuentra la Virgen del Pilar, pero al estar celebrándose una misa, no pudo entrar en muchos detalles. Nos contó algunos de los misterios de la Basílica, como el de las bombas que hay expuestas junto a las banderas de Hispano-América, y ya se despidió de nosotros, después de que hiciéramos una valoración excelente de su trabajo.



Entramos en el Museo Pilarista, donde se exponen las joyas y coronas que las personalidades más importantes que han pasado por Zaragoza han regalado a la Virgen, y dimos nuestro último paseo por la basílica- catedral.

Al ser lunes, esperábamos que la cafetería del chocolate estuviera más despejada y fuimos de nuevo a probar suerte. Había una mesa libre en la terraza y, aunque hacía frío, nos sentamos en ella. Nos tomamos un chocolate y churros. Pagó Encarnuchi y no quiso que lo sacáramos del fondo común porque ella había sido la que se había empeñado en que tomáramos el chocolate allí.



Ya era hora de comprar los recuerdos para llevar, y nos fuimos a la pastelería más antigua y famosa de toda Zaragoza; Fantoba (1856). Allí, estas compraron frutas de Aragón (frutas escarchadas envueltas en chocolate) y mazapanes con forma de frutas y verduras muy realistas.



Como no era hora de nada y aún nos quedaban viajes de tranvía, propuse que diéramos un paseo de noche y llegáramos a la otra punta de la ciudad. Fuimos a cogerlo en la parada de enfrente del hotel y así dejar las compras. Pero mientras Fernando las subía, estas entraron en otra tienda de caramelos y frutas de la que no paraba de entrar y salir gente, y compraron muchas más frutas, y a mitad de precio.



Se notaba que era noche de Todos los Santos porque el tranvía iba lleno de gente disfrazada. Pronto pillamos sitio para sentarnos y disfrutar del viaje. Pero entró una persona mayor, y Fernando, educadamente, le cedió el asiento. No solo no se sentó, sino que empezó a decirle que se sentía más joven que todos los que viajaban en el tranvía, que a sus 87 años corría y era campeón de España de su categoría. No paró de hablar en todo el recorrido, hasta que se dio cuenta que se había pasado tres paradas. Otra vez salió a relucir el imán de Fernando. Si es que no tiene remedio. Llegamos hasta el final del trayecto y volvimos a subirnos en el mismo tranvía, ahora sin pesados.




Dimos una última vuelta por la Plaza del Pilar, y para cenar nos fuimos hasta la zona de la Magdalena, que era otra de las recomendadas. Nos tomamos unas cervezas con unas croquetas en un bar, pero para cenar entramos en un restaurante- marisquería que habíamos visto al pasar, y que estaba llenico de gente. Nos pedimos unos vinos y unas raciones de sepia y pulpo a la plancha con pimientos de padrón de guarnición. Por precio y calidad se entendía el que estuviera a rebosar.



Llegando al hotel, y viendo que aún nos quedaban nueve euros del bote común, dije de tomarnos algo, ya que era nuestra última noche. Pero estas estaban muy cansadas y dijeron que nos esperaban en la recepción del hotel. Dimos una vuelta por los alrededores pero no encontramos nada, así que nos alejamos un poco más y vimos un bar lleno de jóvenes tomando copas. Decidimos tomárnosla allí. Era un bar muy curioso, y cuando vimos los precios alucinamos. Se trataba del bar la Gasca, otro de los recomendados en internet y que además estaba incluido en los de la tarjeta Zaragoza Card. Tenía la variedad de bebidas y tapas más grande que hayamos visto nunca, y a unos precios increíbles. Yo me pedí un Bombay Saphire con tónica y Fernando una tónica. Al comprobar que lo que nos cobraron, pedimos una segunda ronda. ¡Qué pena que lo descubriéramos el último día!



Entre pitos y flautas, habíamos estado casi dos horas de charla, y cuando llegamos al hotel estas ya se habían ido a la habitación. Acompañé a Fernando a la suya por si no lo dejaban entrar, pero como su mujer y la mía solo son malas, no hubo ningún problema (Por si no lo sabéis, hay dos tipos de mujeres; malas y peores, y nosotros hemos tenido mucha suerte porque nos han tocado de las malas).


Martes, 1 de noviembre


A las ocho y cuarto ya estábamos con las maletas preparadas y listos para el desayuno. Otra vez estaba el comedor a tope, pero ya teníamos vicio en la organización, y en nada estábamos con la mesa llena de manjares. Subimos a recoger el equipaje, nos despedimos de la recepcionista y nos fuimos a la parada del autobús a gastar el penúltimo billete que nos quedaba en la tarjeta. Llegamos con tiempo suficiente, así que dimos un paseo por la moderna estación de tren.

En apenas cuatro horas estábamos de vuelta en Málaga en un viaje comodísimo y rápido.


Zaragoza es mucho más que la Basílica del Pilar y su plaza. Zaragoza es Goya, es el arte mudéjar, es La seo, la Aljafería. Zaragoza es el Tubo con sus ricos vinos y tapas, Zaragoza es una ciudad moderna y llena de vida, es la fruta aragonesa y los adoquines, son los palacios renacentistas, es la EXPO, Zaragoza es símbolo de la resistencia, Zaragoza son los mañicos; un lugar que bien merece una visita.

Una vez más tengo que agradecer la compañía de Fernando y Encarnuchi, que son unos compañeros ideales de viaje. Si tuviera que resumir la convivencia en pocas palabras, diría que todo ha sido buen rollo, risas y más risas.