sábado, 22 de abril de 2017

Escapada al Parque Nacional de Doñana y los Lugares Colombinos

Sábado 8 de abril


Tenía ganas ya de viajar de nuevo con Víctor y Aroa; que han sido nuestros compañeros de viaje hasta que se fueron a Uruguay. A partir de su marcha, decidí empezar este diario porque se habían perdido de mi memoria muchos de los recuerdos que teníamos de todos los que habíamos organizado juntos: Camino de Santiago, Asturias y Cantabria, Londres, Frankfurt, Milán, Malta.

Encontré una oferta irrechazable en; Busco un chollo.com , no solo por el destino (que no lo conocía) y por el precio, sino porque el hotel donde íbamos admitían mascotas. Fue comentárselo a Victor y al saber que podían llevar a Nala y nosotros a Bonica, no lo dudó ni un momento. Pero mascota, significa un animal de menos de ocho kilos y por lo visto lo suyo es un caballo. Fue un jarro de agua fría, pero como ya estaba pagado el alojamiento, seguimos con el viaje para adelante, dejando a las perrillas .

A las ocho de la mañana ya estábamos esperándolos en la puerta de su piso con mi coche nuevo. Cargamos su equipaje y decidí conducir yo hasta la parada del desayuno. En menos de dos horas ya estábamos en el Mesón de los Cazadores, a unos cuarenta kilómetros de Sevilla. Nos pedimos unos cafés con unos molletes de zurrapa y otros de jamón ibérico. Con la barriga ya llena, Víctor cogió el coche y no me devolvió las llaves hasta llegar de nuevo a Granada.



Nuestra primera parada fue en la Aldea del Rocío, un pueblo, que pertenece al municipio de Almonte, que es famoso por la peregrinación a su ermita. Te cobran un euro solo por dejar el coche en unas calles que ni siquiera están asfaltadas. Aunque no era época de peregrinación, estaba lleno de gente, de caballos, carrozas y de puestos de souvenirs. Entramos en la ermita y aunque no estaba permitido hacer fotos, yo hice algunas. Dimos una vuelta por la plaza y nos hicimos la típica foto con el Charco de la Boca o Marisma Madre de fondo.





Nuestro alojamiento estaba en Matalascañas, pero para aprovechar bien el viaje, hoy pararíamos para hacer nuestras primeras dos visitas antes de soltar las maletas. A escasos metros de la salida del Rocío, se encuentra el Centro de Visitantes de La Rocina, uno de los cuatro senderos que íbamos a realizar para conocer el Parque Nacional de Doñana;



Doñana es un complejo mosaico donde se mezclan las lagunas, las dunas, las marismas, los pinares, los cotos, los caños... Un laberinto de agua y de tierra, paraíso de muchas especies de flora y de fauna, especialmente aves.



El sendero del Charco de la Boca comienza en el patio delantero del centro de visitantes La Rocina, y aunque hay bastantes indicaciones, no estaría de más que te dieran un folleto allí. (Por eso he puesto el enlace.) Tiene una longitud de unos 3,5 km. y se desarrolla en varios trazados contiguos que permite realizarlo en función de tus intereses o tiempo del que dispongas.



Empezamos el recorrido visitando la choza rociera, donde pudimos contemplar sus características constructivas, que utilizaban como materiales los recursos que el medio disponía: troncos de eucaliptos, sabinas o pinos y castañuela de la marisma.



El recorrido se dirige hacia el arroyo (sobre una tarima de madera) a través de un pinar donde abunda el pino piñonero, hasta el primer observatorio que es el último tramo del arroyo, en el que el cauce se vuelve ancho. Hay muchas aves que pueblan estas aguas y que hacen de este sitio su lugar de cría; calamones, garcetas y garza real, entre otras.



A continuación el sendero se adentra en la Algaida del Carrizal a través del afluente del arroyo, que lo cubre con una abundante vegetación.

Seguimos el recorrido hasta acceder al segundo observatorio sobre el arroyo y tras este aparece la Algaida del Meloncillo, otro caño que lleva agua hasta el arroyo. En ambas orillas el suelo se ha cubierto de un denso helechal que cubre el cauce.



Fabi vio algunos espárragos y nos dedicamos a buscar más. Aunque no los cogimos, porque estaba prohibido, podríamos habernos llevado un buen manojo. Entre risas volvimos hasta el centro de visitantes.



Continuando por la misma carretera por la que habíamos llegado hasta allí, a unos siete kilómetros se encuentra el Palacio del Acebrón, desde donde parte el segundo sendero que íbamos a realizar: El Charco del Acebrón.



La historia del palacio es al menos curiosa, así como encontrar en la nada este edificio neoclásico que fue el sueño y la ruina de su promotor; Luis Espínola Fondevilla. Se ubica en la finca de la Rocina y su construcción data de mediados del siglo XX. Él quería que su casa le hiciera famoso. Sin embargo, la diabetes hizo que pasara sus últimos días en un cuartillo pequeño en la aldea del Rocío, propiedad de su guarda, Jarilla, que le acogió. Después de estar abandonado, se ha convertido en un centro de visitantes y una visita obligada porque realmente es hermoso.



Paseamos por todas sus salas y subimos hasta la terraza, donde al ir a hacerme una foto con la estatua del vigilante casi me la cargo y nos caemos los dos. Víctor se meaba de risa mientras me la hacía.



Tras visitar el palacio, nos adentramos en un recorrido de kilómetro y medio con una frondosa vegetación en la predomina el bosque de rivera. Cerca del agua, grandes fresnos flanquean el camino hasta llegar a la primera de las pasarelas y hay un mirador precioso sobre el Charco del Acebrón .



Ya el hambre empezaba a picar y el mono de la cerveza a pegar tarascadas en la espalda, así que nos montamos en el coche y nos dirigimos al hotel, deshaciendo el camino y tomando la carretera que va dirección a Matalascañas. Aunque llevábamos GPS, me sabía de memoria dónde se encontraba el alojamiento, en la cuarta rotonda justo enfrente de las vallas que separan el parque del pueblo. Aparcamos en la calle, muy cerca del hotel, y descargamos el equipaje. Nada más llegar, y mientras nos daban las habitaciones, nos ofrecieron una copa de cava de bienvenida, con la que brindamos por nosotros.



El Hotel El Cortijo es un un establecimiento de cuatro estrellas que asemeja a un cortijo andaluz. Es un lugar tranquilo y muy bonito con todo tipo de servicios. El alojamiento es como una pequeña casita, montada con muy buen gusto. Soltamos las maletas y nos fuimos directos al comedor ( teníamos pensión completa). La comida era en plan bufé, muy variada y con platos calientes que te preparaban sobre la marcha. Nos hicimos una buena ensalada, nos pedimos unas cervezas, agua y de plato fuerte probamos un poco de todo. De postre también había mucha variedad, y Fabi, con lo golosa que es, se echó de todo. Estábamos en la tierra de las fresas, así que nos servimos unos buenos platos de ellas acompañadas de caramelo y chocolate.



Fuimos a deshacer el equipaje, pero como hoy jugaba el Real Madrid con el Atlético, Víctor y yo nos dirigimos a la cafetería a verlo. Nos pedimos unos gintónics, y a disfrutar o sufrir del partido, ya que cada uno somos de un equipo. Los cubatas eran un pelín caros, seis euros, así que aprovechando el hielo que había en la copa, y que yo me había traído una botella de Larios 12 y tónicas, me fui a la habitación a rellenarlo. Víctor se reía de que fuera capaz de hacer eso. Durante el partido, Aroa se echó una siestecilla y Fabi se acercó a ver la playa, que se encontraba a unos diez minutos andando. Llegó en la segunda parte, se sentó en un sofá y dio una cabezadilla con las gafas puestas.



Al final hubo empate, así que todos contentos, o al menos yo. Esta tarde tocaba hacer un recorrido por dunas. Bajamos a la playa  pero el recorrido comenzaba al final de esta, y estábamos a casi media hora del punto de partida. Subimos a por el coche y nos acercamos al hotel El Gran Coto en él, no sin dar un montón de vueltas por las dichosas direcciones prohibidas.

El sendero Dunar tiene una longitud que se extiende a lo largo de 25 km. pero nosotros íbamos a recorrer solo un kilómetro y medio, que es el que parte de los jardines del hotel. En él se pueden apreciar varios subsistemas; desde las zonas de dunas embrionarias, que son las que empiezan a formarse en la playa cuando los vientos arrastran a las arenas y las acumulan en cualquier obstáculo del relieve, hasta el primer corral en el que aparecen ya árboles de gran porte. La primera parte está salpicada de enebros y sabinas. Los primeros corrales próximos a la playa están cubiertos por varias especies de hierbas y arbustos, mientras que en los corrales interiores crecen bosquetes de pinos que sirven de refugio a la fauna.



Nos sentamos en un mirador desde donde se contemplaban unas vistas preciosas y que merecían un momento ZEN. ¡Pollas, y esto va para la Chari!



Volvimos por el mismo camino y fuimos a probar el agua del océano y a sentarnos en la arena. Aroa y Fabi metieron los pies en las heladas aguas. Había algún valiente bañándose, pero la gran mayoría del personal estaba tomando el sol o disfrutando de los juegos en la arena.





Ya era tarde y nos fuimos al hotel para cenar. Menos mal que fuimos pronto, porque el hotel se había llenado por completo. Ya no había aparcamiento. Al llegar nos dijeron que durante este fin de semana era gratuito pero tuvimos que dejar el coche bastante lejos. El comedor estaba casi lleno, nada más entrar se formó una cola enorme en la puerta del mismo, ya que hasta que no se levantaba una mesa no podías entrar, y mira que era grande. Cenamos más de la cuenta, es lo que tiene que la comida esté tan rica, y fuimos a ducharnos. Preguntamos en recepción que dónde podíamos tomarnos una copa, ya que el pueblo es residencial y no habíamos visto nada. Amablemente nos dieron un mapa del lugar y nos señalaron la zona de copas y restaurantes. Aparcamos el coche en pleno mogollón y fuimos a buscar algún lugar donde tomar algo. Había uno muy animado con música en vivo, pero Víctor no quiso entrar allí por si lo sacaban a bailar, así que entramos en otro donde la amenización corría a cargo de un DJ. Nos pedimos unas cervezas artesanas (es que somos alérgicos a la puta Cruzcampo) y disfrutamos de una velada de música y de risas. Estábamos muy cansados y nos fuimos a mi habitación a tomarnos un cubata antes de acostarnos, quedando para bajar a desayunar a las ocho.


Domingo, 9 de abril



Casi estábamos preparados cuando Víctor llamó a la puerta metiendo bulla (¡me encantan las personas puntuales, y mi hijo lo es el que más!) Tomamos un buen desayuno, y antes de las nueve ya estábamos preparados y montándonos en el coche para afrontar otra jornada completísima. Hoy tocaba visitar los Lugares Colombinos. El viaje apenas duró cuarenta minutos, pero a mí se me hicieron mucho más cortos porque les estuve leyendo, mientras duraba, toda la información que llevaba sobre dichos lugares. Víctor como buen alumno mío, mandó callar y todos estuvieron muy atentos a la lectura y a las explicaciones que daba. Nuestra primera parada fue en el Monasterio de La Rábida, emplazado en un lugar maravilloso desde se podía contemplar toda la desembocadura de la unión de los ríos Tinto y Odiel. Hicimos fotos al monumento a los descubridores y nos fuimos directos a la taquilla para ser los primeros en entrar, tanto, que aún permanecía cerrada.



Como era Domingo de Ramos, accedimos a la iglesia del monasterio, donde un cura, con una voz aburrida, estaba dando la misa. Decidimos hacer cambio de planes e ir a los muelles de La Reina y al de las Carabelas mientras abrían, que están a apenas cinco minutos del monasterio.



Desde el Muelle de la Reina admiramos unas bellas vistas del encuentro de los ríos Tinto y Odiel antes de desembocar en el Océano Atlántico. La marea estaba baja y las barcas se encontraban varadas en la arena. En dicho embarcadero se encuentra el Ícaro sobre el monolito al Plus Ultra, el aeroplano que realizó el primer vuelo entre España y América.



La idea era visitar el Muelle de las Carabelas. Se trata de un museo en el que se ha recreado cómo era el puerto desde el que Cristobal Colón y los Hermanos Pinzón partieron un tres de agosto de 1492 con unos noventa hombres con las carabelas La Pinta y La Niña, y la nao Santa María. Las réplicas de las carabelas fueron realizadas para la celebración del V Centenario del descubrimiento de América en 1992. Desgraciadamente estaba cerrado por obras de restauración, así que tuvimos que conformarnos con hacer fotos desde fuera del recinto.



Cruzamos el puente sobre los ríos para acercarnos al Monumento a la Fe Descubridora, o monumento a Colón como popularmente se le conoce. Se trata de una monumental estatua de 37 metros de alto que fue donada por Los Estados Unidos como expresión de amistad a la Nación cuya generosidad y clara visión hicieron posible el descubrimiento de Cristobal Colón.



Deshicimos el camino y llegamos de nuevo al Monasterio, que ya sí que estaba recién abierto. En la taquilla, una muchacha muy simpática nos vendió las entradas junto a una audioguía gratuita que nos acompañaría durante todo el recorrido y te iba contando la importancia que tuvo ese lugar para el descubrimiento.



Corría el año 1485 cuando Colón llegó por primera vez a este monasterio franciscano. Estando hospedado, encontró un importante apoyo especialmente por fray Juan Pérez y fray Antonio Marchena, ayuda tanto científica como espiritual, y que además le pusieron en contacto con la corona y marinería de la zona. Ellos mismos sirvieron de enlace para ponerlo en contacto con Martín Alonso Pinzón, un rico armador que le proporcionó ayuda económica y reclutó los hombres necesarios para emprender el camino; una nueva ruta hacia la India.



Del edificio destacan la iglesia, la sala capitular y los frescos cubistas del patio junto a la entrada, entre otros, pero lo que más nos gustó fue el claustro mudéjar. Los arcos de ladrillo decorados con macetas de coloridas flores aportan gran belleza a los restos de los frescos mudéjares originales que decoran los pasillos del claustro.




Después de recorrer cada una de las zonas en las que se divide el monasterio y, gracias a las explicaciones de la audioguía, empaparnos de la historia colombina e imaginarnos a sus protagonistas recorriendo esos mismos pasillos en los que nosotros estábamos, salimos en busca de nuestro siguiente destino.




Moguer, el pueblo natal de mi buen amigo Juan Ramón Jiménez, es una población pequeña de apenas veinte mil habitantes dedicados casi en su totalidad al cultivo de la fresa y que alberga en su patrimonio relevantes rincones que merecen la pena conocer. 




En apenas diez minutos pasamos de un lugar relevante en el descubrimiento de América a otro que está declarado como Bien de Interés Cultural de los Lugares Colombinos.

Nada más llegar a la Plaza del Cabildo, donde se encuentra la estatua de Juan Ramón Jiménez y la de Platero, empecé a maldecir, y estos se acojonaron. Había un niño subido en Platero, el mismo niño que me había puesto de los nervios en la visita al Monasterio, ya que no paró de dar por culo y toquetearlo todo sin que sus padres ni sus abuelos le dijeran nada. Esperamos a que se hicieran las fotos, y por fin nos tocó a nosotros. Mientras me la hacía empecé a recitar el principio de Platero y Yo. Creían que lo estaba leyendo, pero lo decía de memoria.




Desde aquí empezamos la visita al pueblo paseando por las calles más emblemáticas. En las esquinas había fragmentos de poemas del escritor y no me salté ni una. 




Paseamos por el Monasterio de Santa Clara, donde Colón y la tripulación, que quedó, pasaron la noche rezando tras el viaje a América, por la Casa del Almirante, el Convento de San Francisco y la Iglesia de Nuestra Señora de Granada, en la que entramos ya que había terminado la misa del Domingo de Ramos y aún estaban bendiciendo las palmas.




Vimos una bar que se llamaba El patio de los Leones, y como nos recordó a nuestra Granada y además tenían cerveza Alhambra, pues allí que nos sentamos a tomarnos el aperitivo. Le dije al camarero que si me dejaba hacer una foto al grifo de la cerveza y le conté de dónde veníamos y la sorpresa de que allí no vendieran Cruzcampo. Se enrolló muy bien y nos puso una tapa de habas "enzapatás", que era el aperitivo típico de allí.




El camino de vuelta a Matalascañas duró un suspiro, y como toda la zona de bares, y restaurantes estaba a la entrada del pueblo paramos a tomarnos una cervecilla. Los aparcamientos estaban atiborrados y conseguimos uno de un coche que acababa de salir. El motivo no era otro que la playa de la Torre de la Higuera estaba allí al lado y es de las pocas que cuenta con aparcamientos. No bajamos porque las mejores vistas se tenían desde arriba.



Buscamos un bar, y no dejaron de abordarnos el personal de los restaurantes ofreciéndonos su locales y manjares. Los precios eran bastante económicos, pero al tener pensión completa. iríamos al hotel a almorzar. No hubo manera de encontrar ninguno con cerveza que no fuera Cruzcampo, pero como nos estábamos meando, decidimos entrar en uno cualquiera.



Aunque era tarde, en el comedor no faltaba de nada. Volvimos a hartarnos de comer y les pedí un tiempo de siesta. Aroa pensaba bañarse en la piscina y tomar el sol un rato, pero se quedaron ellos también dormidos y esta vez me tocó a mí despertarlos. 

Aún nos quedaba una última entrada al Parque de Doñana. A unos cuatro kilómetros de Matalascañas camino del Rocío, se encuentra el Centro de Visitantes del Acebuche. 



No pedimos información porque sabíamos que nos dirían que todo estaba señalizado, pero sí que preguntamos por la hora del cierre, que era a las ocho. Teníamos dos horas para hacer el recorrido de unos seis kilómetros.




En las inmediaciones del centro se encuentran los itinerarios señalizados que se conocen en su conjunto como Senderos de la Laguna del Acebuche. Se trata de dos senderos, aunque en realidad es uno continuación del otro. Caminando por la tarima de madera, tomamos el desvío a la derecha que nos acercaba a las lagunas del Huerto y de las Pajas con sus cinco observatorios acondicionados desde los que se divisan las aves que habitan estos humedales: cigüeñas, garzas, garcetas, calamón, ánades...




Volviendo sobre nuestros pasos iniciamos el otro recorrido, el de la Laguna del Acebuche. Este es mucho más seco y la vegetación diferente. Nos acercamos a los distintos observatorios, y ya viendo que la hora se nos echaba encima nos dimos prisa para salir antes de las ocho.




Llegando a la cafetería del centro de visitantes, Aroa empezó a maldecir en todos los idiomas, ya que la entrevista de trabajo que tenía en Madrid se la habían aplazado y ya tenía comprados los billetes de tren sin derecho a devolución. Los invité a tomar algo mientras intentaba restarle importancia al hecho contando alguna pollada. Un poco más tranquilos abandonamos el parque y fuimos directos a ducharnos. Otra cena entre risas.



Para bajar la comida, les propuse ir a la zona de bares andando, y aunque a ninguno le hacía gracia, logré convencerlos; total, estaba a solo veinticinco minutos. En el pub de la noche anterior, donde había baile, hoy había un dúo cantando copla española y un ambiente muy bueno, así que decidimos entrar, aunque avisando Víctor, que él bajo ningún concepto bailaría. Nos pedimos unos cubatas y disfrutamos viendo el arte de la gente bailando, así como escuchando lo bien que lo hacían los músicos; una pareja ya un poco mayor, pero con  un estilo excepcional. Hoy no había apenas turistas, solo lugareños que se conocían entre todos. Ya casi que me estaba animando a salir a la pista, terminó el concierto. La vuelta se hizo más rápida, aunque dijimos a Fabi que nos indicara ella el camino, y no sabía ni dónde estaba.

Nos tomamos la penúltima copa en mi habitación y quedamos para desayunar a las nueve con el equipaje ya preparado.




Lunes, 10 de abril


Casi  a las diez menos cuarto salimos camino de Sevilla, que también tiene cojones que tengas que pasar por la ciudad cuando tú no quieres ir allí. Nos chupamos muchos semáforos, y por fin vimos la autovía que llevaba a Carmona; nuestro próximo destino. Había barajado varias posibilidades, ya que no teníamos ninguna prisa, por haber quedado anulada la entrevista, así que después de buscar información, decidimos hacer una visita a este pueblo de la Campiña Sevillana.




Aparcamos el coche cerca de la Puerta de Sevilla y cogimos un plano en la Oficina de Información Turística, dejando para el final la visita al Alcázar, que hoy era gratuita. Fuimos callejeando por los lugares históricos de la ciudad hasta llegar a la Puerta de Córdoba, en el otro extremo de la población. Carmona está cargada de historia y todos los pobladores desde la prehistoria han pasado y se han establecido en ella: tartesos, cartagineses, romanos, musulmanes y posteriormente los cristianos.




Durante el reinado de Pedro I se construyó el Alcázar de Arriba ( Parador Nacional de Carmona) y se restauraron los dos existentes, y es cuando la población adquiere muchos de los rasgos de su fisonomía actual. En la época moderna se edifican los conventos, los palacios y el resto de edificios de arquitectura civil. Bajamos hacia la Puerta de Marchena, de la que apenas queda nada,  y callejeando nos topamos de nuevo con el Alcázar de la Puerta de Sevilla. Después de subir hasta la parte más alta y echar unas cuantas fotos, fuimos en busca del coche y partimos hacia Paradas para almorzar allí.




Llegando al Palomar, un diseminado de cortijos y mi primer destino como maestro, pude comprobar que ya la escuela unitaria no existe, pero no me dio tiempo a comentar nada, porque llamaron a Aroa de otra empresa para interesarse por su currículum. La señal del móvil se iba, así que tuvimos que parar en mitad de la campiña en un lugar donde sí había cobertura. 



Ya en Paradas, busqué la casa donde vivíamos, pero no recordaba el lugar exacto, solo la calle. Entramos en el Bar Montero y pedí unos serranitos, que era mi tapa preferida de aquel pueblo, pero el hijo del dueño me dijo que ya no la hacían. Al contarle que había estado allí trabajando hacía treinta y dos años, salió el padre; un hombre ya mayor, y dijo que como algo excepcional nos los podrían preparar. Pedimos unas raciones de bacalao, otra de revuelto de setas y un lomo riquísimo. 




Preguntamos por mi compañero, amigo y mentor Cobano, y nos dijeron que ya estaba jubilado, pero que su hijo era el alcalde del pueblo y muy querido por todos lo vecinos. Buscamos su casa para saludarlo pero estaba cerrada y no se veían señales de vida. Un transeúnte, al vernos por allí, nos dijo que pasaba muchas temporadas fuera. Le dejé una nota en el buzón y reanudamos el camino.




Llegamos sobre las seis a Granada y dejamos a Víctor y a Aroa en su piso. Por fin pude recuperar las llaves de mi coche.


Voy a terminar como empecé; tenía ganas ya de viajar de nuevo con Víctor y Aroa. Es tan fácil la convivencia con ellos. No hacen falta palabras para entendernos. Son la pareja ideal para ir de viaje y nos lo pasamos tan bien, nos reímos tanto...

En cuanto al destino, me han sorprendido mucho las posibilidades que ofrece un lugar que yo había tenido siempre como lugar de veraneo y playa, que también lo es. El enclave es ideal para visitar el Parque Nacional de Doñana y los Lugares Colombinos. Tenía muchas ganas de pasear por las mismas calles que me conocía de memoria de la lectura de Platero y Yo, de conocer el pueblo natal de uno de mis escritores preferidos. Ha sido una escapada corta, pero muy intensa, cargada de cultura y de naturaleza.