Este viaje no era para nosotros, sino un encargo de nuestro sobrino Antonio
(Jose, Rogelio, José Antonio, Roger... Es que cada uno lo conoce de una manera)
para irse con su pareja, Raquel. Eran malas fechas, porque el puente de la
Constitución se presentaba largo y esto hace que todo el mundo quiera salir de
viaje y las agencias solo piensen en ponerse las botas. Llevaba una semana
buscando, cuando encontré una oferta irresistible para ir a Escocia. Me
encontré a Raquel en Dílar esa misma mañana, cuando iba a darme un paseo, y se
lo comenté. Le encantó la idea, y por la tarde vino Antonio a que les comprara el viaje. Escocia
es un destino que siempre había tenido en mente, así que, cuando vino, le pregunté si les importaba que
los acompañáramos (ni siquiera se lo había comentado a Fabi), a lo que me
contestó que por ellos, encantados. Dicho y hecho; a preparar el viaje.
Miércoles, 6 de
diciembre
Volábamos desde Málaga, destino Aberdeen a las siete menos
cuarto de la mañana. Así que, a las tres me presenté en su casa a recogerlos
para dejar el coche en el aeropuerto. A las cuatro y media ya estábamos en el
parking SP. Como tenía reserva, el trámite fue rapidísimo y a las cinco menos
cuarto ya estábamos en la terminal. Tomamos un café (para poder fumarme un
cigarro) antes de pasar el control, y sin darnos cuenta ya estábamos montados
en el avión. Otra vez con Ryanair. Fue un vuelo tranquilo, aunque después de
tres horas y media estás hasta los cojones de estrecheces y no sabes cómo vas a
poner ya el culo.
Aterrizamos a las diez y cuarto, pero como allí es una hora
menos y amanece muy tarde, llegamos con las primeras claras de un día nublado
que amenazaba lluvia. Había leído que allí hacía un frío del carajo (ya que
está aún más alto que Moscú), e íbamos preparados como para cazar focas; ese
día casi nos sobró todo. Para ir al centro de la ciudad tomamos el autobús 727,
que aunque pensaba que era un bus directo, se trataba de uno de línea que hacía
mil paradas. Justo cuando nos íbamos a montar, el conductor nos dijo que ya se
marchaba y que nos montáramos en el siguiente que ya estaba llegando (un tío
malafollá). Cuando estaba pensando que todo lo que había leído de la amabilidad
de los escoceses era mentira, el conductor del siguiente autobús me preguntó que
por qué no nos habían dejado montarnos en el anterior. Me dejó un poco
descolocado, ya que yo solo quería comprar los billetes y me sabía lo que tenía
que decir de memoria, pero este tenía ganas de casque. Cuando le pedí los
billetes de ida y vuelta me habló de las distintas modalidades de billetes y me
preguntó que en qué hotel nos alojábamos para que nos bajáramos lo más cerca
posible. Fueron casi cinco minutos de charla antes de que nos vendiera los
billetes. En media hora llegamos al centro, y el conductor dijo la parada en
voz alta para advertirnos que nos bajáramos allí.
Mi primera idea era apearnos
en la estación de autobuses, pero, efectivamente, esta parada estaba aún más
cerca. Yo, hasta que no llego al hotel , dejo las maletas y compruebo que todo
ha salido como tenía previsto, estoy bastante nervioso, así que cuando Antonio
empezó a dar por culo, le dije que podía que lo mandara a la mierda. La idea
era dejar las maletas en recepción hasta las dos, que era cuando se podía hacer
el check in, pero al preguntar que si podíamos dejar el equipaje allí, muy
amablemente, la recepcionista nos dijo que ya las habitaciones estaban
preparadas. Hicimos los trámites y dejamos el equipaje en las habitaciones. Nos
alojamos en el Hotel Mercure Caledonian (Caledonia era como llamaban los
romanos a Escocia), justo en el centro de la ciudad. Se trata un hotel de
cuatro estrellas muy bien valorado, y es muy acogedor. Nos dimos quince minutos
para colocar el equipaje y hacer nuestra
primera incursión por la ciudad para tomar algo, que ya llevábamos muchas horas
levantados.
Aberdeen es la tercera ciudad en importancia de Escocia, tras Glasgow y
Edimburgo. Tiene unos doscientos mil habitantes y se le conoce como la Ciudad
de Granito, ya que todos los edificios emblemáticos están construidos con este
material. Además, es la capital europea del petróleo, ya que aquí se encuentran
las sedes de toda la industria petrolífera de las plataformas del Mar del
Norte, lo que la convierte en una ciudad un tanto cara.
Tomamos la calle Union Terrace buscando algún lugar donde
desayunar o tomar un brunch pero no vimos nada. Aunque nos topamos con la
estatua de Willian Wallace (Braveheart) , el teatro His Mayestic , la
Universidad privada Robert Gordon y la Galería de Arte.
Recordaba haber leído
que la calle Belmont estaba llena de restaurantes, así que bajamos por ella,
pero eran para almorzar. Así que nos dirigimos a la calle principal de
Aberdeen: Union Street, que tiene una milla escocesa (1800m) de largo, aunque
casi estábamos en la mitad. Es una calle muy comercial y en la se encuentran
parte de los monumentos más importantes. Casi estábamos llegando al final, a
Castlegate, cuando decidimos entrar en un pub; que se nos estaba echando la
hora encima.
Eran las doce y ya lo
que apetecía era una cerveza, así que entramos en la cervecería BrewDog Castlelgate y nos
pedimos unas pintas con un par de platos para compartir. Imagino que la cocina
estaría aún cerrada porque tardaron bastante en traer la comida, por lo que
Raquel sacó una bolsa de nueces que nos sirvieron de aperitivo. Nos tomamos las
cervezas y pedimos otras pintas escocesas y ya, sin ningún reparo, estos
sacaron unos bocadillos que traían preparados de España que nos supieron a
gloria. Justo cuando estábamos terminando de comérnoslos, apareció el camarero
con la comida. Se trataba de una ensalada al estilo indú y una fuente de alitas
picantes. ¡Su puta madre cómo picaba todo! Hasta el camarero cuando vino con la
cuenta al vernos la cara nos preguntó que si estaban picantes. Casi nos ponemos
sudando, con el frío que hacía.
Fuimos a buscar el Museo Marítimo, que lo teníamos justo al
lado, pero para darle un poco más de
emoción dimos unas cuantas vueltas. Como todos los museos del Reino
Unido, es gratuito, a pesar de tener una
puntuación de cinco estrellas. Cuenta la
historia de la relación de Aberdeen con el mar, desde la pesca hasta el
comercio de petróleo del Mar del Norte. Merece mucho la pena la visita al museo
y tiene unas vistas magníficas del puerto desde el piso superior. Desde dentro
se puede visitar también una de las viviendas más antiguas de la ciudad.
Nos llegamos hasta el puerto a ver de cerca los barcos y el
mar, y otra vez nos encaminamos a la Union Street, para tomar la calle Broad y
llegarnos hasta el Marischal College, que es uno de los edificios emblemáticos
de la ciudad. Se trata del segundo edificio más grande de granito del mundo,
tras las Casas del Parlamento de Westminster en Londres. No pudimos contemplarlo
en todo su esplendor , ya que en la plaza se había montado el mercadillo
navideño con atracciones de feria y una pista de hielo. En la actualidad este edificio forma parte
del ayuntamiento.
De vuelta a la calle principal, echamos algunas fotos al
Town House (ayuntamiento) con su torre y su magnífico reloj.
Yo no había pegado ojo desde el día anterior, pero sabía que
no podría quedarme dormido hasta que no resolviera el tema de los billetes de
tren que había comprado on line con GoEuro. Así que nos llegamos a la
estación a sacar los billetes para los
días posteriores. En el papel me explicaba que solo tenía que meter mi número
de reserva y la tarjeta de crédito en una de las máquinas de la estación, pero
aprovechando que una de las ventanillas de la oficina estaban sin gente, le di
el papel a una de las empleadas, que sin ningún problema me sacó impresos los
billetes. Nunca había comprado con esta
agencia, pero he de decir que es todo un acierto y consigues los precios más
económicos.
Necesitábamos todos un descanso y decidimos echarnos una
siesta hasta las seis. Eran las tres y media y estaba empezando a oscurecer.
Así que hubo que poner las alarmas del móvil porque éramos capaces de quedarnos
dormidos y no despertar hasta el día siguiente. La habitación tenía la
calefacción a tope y, después del frío, sentaba de maravilla. No sé los demás,
pero yo caí muerto y me levanté nuevo. A las seis y cuarto, nos encontramos en
recepción y ya no sabíamos si tomarnos un café o una cerveza en la cafetería
del hotel. Raquel y Fabi se pidieron café y nosotros unas pintas de Guinness,
acompañadas de frutos secos y galletas.
Era noche cerrada ( y eso que solo eran las seis y
media). Para espabilar, nos llegamos
hasta el final de Union Street, pero en sentido contrario. No sé cuántas
iglesias y catedrales puede haber en Aberdeen, pero vimos muchísimas. Eso sí,
por fuera porque solo las abren en horario de culto. Algunas de ellas las han
reconvertido en pubs y nos metimos a oler en uno. Era espectacular, pero aún
estaba vacía.
Seguimos nuestro paseo por la arteria de la ciudad y dimos la
vuelta. Todo estaba precioso con el alumbrado de Navidad. Temiendo no encontrar nada donde cenar, ya que
allí a las seis ha cenado todo el mundo, fuimos buscando dónde hacerlo, y a lo
tonto casi llegamos hasta el extremo opuesto de la ciudad. En la plaza del
mercado navideño había muchos puestos de comida y una carpa donde podías pedir la bebida y
sentarte a comer allí.
En la pizarra de los precios, daban a entender que tanto
las pintas como los vinos calientes eran a una libra, pero ese uno era en
realidad un cuatro (¡qué cabrones!). Pedimos tres pintas y un vino caliente
(¡qué malo!), pillamos una mesa y Antonio y yo nos fuimos a comprar unas
salchichas alemanas enormes que casi no fuimos capaces de acabar con ellas. Pasamos
un rato muy agradable entre risas y comentarios. Nuestra mesa daba a la pista
de hielo y veíamos la maestría o torpeza de los patinadores.
De pronto se
levantó un aire huracanado que hacía que se volara todo. Estos días por Escocia
iba a pasar la tormenta Carolina y daban alerta de vientos de hasta noventa
kilómetros por hora. Terminamos la cena y camino del hotel, callejeando por el
interior, vimos un supermercado abierto. Entramos y compramos algo para el
desayuno, unos panecillos para el día siguiente y una botella de whisky escocés
con sus respectivas coca colas (pero esto que no se entere nadie, ya que para
ellos es un sacrilegio mezclarlo con refresco) y nos fuimos al hotel a chupárnosla
(¡la botella!).
Estuvimos en la habitación de ellos, que era un poco más
grande, y entre risas nos tomamos unos cuantos cubatas (¡buenísimo el whisky!).
Empezamos a quitarnos ropa y las botas y por no vestirnos de nuevo y ya que el
suelo estaba todo enmoquetado, Fabi y yo nos bajamos a nuestro cuarto descalzos
y cargados de abrigos.
Jueves, 7 de
diciembre
Yo me desperté a la hora habitual, maldito reloj biológico,
y después de tomarme un café y una ducha, me bajé a fumarme un cigarro a la
puerta. Estaba amaneciendo un día despejado pero hacía viento fuerte, que era
el culpable de haberse llevado las nubes. Subí de nuevo, y ya desayunamos lo
que habíamos comprado el día anterior (¡qué ricas estaban las galletas o lo que
fuera, y qué blanditas!) con unos cafés preparados con el aparato de calentar
agua y todo lo que nos habían dejado en la habitación de sobres de té, leche y
café.
Nos avisamos por wasap, y antes de las nueve ya estábamos
todos en recepción. Tengo que agradecer la puntualidad inglesa de Antonio y
Raquel, ya que me ponen muy nervioso las personas que llegan tarde.
La estación estaba a apenas cinco minutos del hotel, y
descubrimos que por dentro de un centro comercial se llegaba antes, lo que
venía muy bien para no pasar frío o protegerte de la lluvia. Comprobamos el
andén del que partía nuestro tren y nos tomamos un café expreso en una de las
innumerables cafeterías del centro comercial más grande de Aberdeen "
Union Square Shopping Centre", que se encuentra junto a la estación.
El destino de hoy era Stonehaven, y más concretamente el
Castillo de Dunnottar , uno de los más emblemáticos, de los más de tres mil
castillos que se pueden visitar en Escocia. El viaje en tren fue muy cómodo y
rápido entre unos paisajes de ensueño. Por un lado se veía el verde de los
prados, salpicados de ovejas y vacas pastando, y por el otro, el azul del mar.
La estación de Stonehaven se encuentra a unos quince minutos andando del centro
de la localidad, pero daba gusto pasear entre las típicas casas escocesa. Como era navidad, estaban adornadas con
muchos motivos y luces navideñas.
Camino del centro nos encontramos con una
pareja de jóvenes gaditanos (el muchacho había venido en el mismo vuelo que
nosotros para ver a su novia que está estudiando allí) y nos estuvieron dando
algunas recomendaciones sobre qué ver , qué comprar y dónde comer. Llegados a
la oficina de turismo, nos separamos de
ellos, aunque el motivo de su visita era el mismo que el nuestro; necesitaban
estar solos. Volvimos a verlos a lo lejos cuando ya nos íbamos del castillo.
El recorrido hasta el castillo está muy bien señalizado;
solo hay que seguir las indicaciones que te encuentras en cada esquina. Son
unos cuatro kilómetros que parten desde el ayuntamiento y te van llevando por
rincones impresionantes.
La primera parte te acerca hasta el puerto por un
paseo marítimo no muy ancho, pero precioso. A partir de aquí viene una subida
de unos diez minutos que te deja sin aire por lo empinado y por las vistas (hay
algunos bancos para sentarse, descansar y hacer fotos de toda la bahía).
Después, por una vereda asfaltada , muy cómoda, atraviesas prados y campos de
cebada, que desviándote un poco te
llevan a un monumento en lo más alto de la colina. Se trata de un Memorial de
Guerra, de los muchos que hay en estos lares.
Ya el frío y el viento arreciaban
e íbamos tapados hasta los ojos. Por no volver por el mismo camino, a Antonio
se le ocurrió recortar, y tras pasar por un alambre de espino iniciamos un
descenso que daba miedo(" pa" habernos matado).
La última parte del
recorrido es la más espectacular. Se va entre acantilados, y al fondo ya se ve
el castillo encaramado en uno de ellos.
Por causa del mal tiempo se encontraba
cerrado, pero el espectáculo que ofrece cuando estás allí es algo que merece
mucho la pena. Hicimos miles de fotos, y
aunque el viento y el frío molestaban,
nos tiramos un buen rato allí disfrutando del espectáculo.
No queríamos volver por el mismo camino, así que nos bajamos
a la playa para intentar subir por un camino que se veía a lo lejos al final de
un acantilado. Primero tuvimos que sortear las rocas y después atravesar una
playa llena de piedras (cantos rodados) con un tamaño enorme, eso sí que era
una playa de piedras y no la de Calahonda.
La subida fue asfixiante; con todo
el viento que corría, y nos faltaba el aire. Pero una vez que remontamos el
paseo fue muy agradable de vuelta al pueblo.
No bajamos al puerto y seguimos
por otro camino y, como las cosas siempre pasan por algo, nos dimos de bruces
con una freiduría de pescado que estaba llena de gente. Entramos a oler, y los
pescados tenían una pinta magnífica. Encargamos dos raciones de fish (abadejo)
fritos con dos rebozados diferentes y una ración de la especialidad de la casa
que ese día estaba de oferta.
Antonio dijo que a él no le gustaban las chips y
nos quedamos sin probarlas. Por lo tanto de las fish and chips, solo hubo fish. Teníamos que esperar quince minutos, así que
pagamos y les dijimos a Fabi y a Raquel que esperaran ellas el pedido mientras
nosotros nos llegábamos a un supermercado a comprar bebidas. Nos trajimos unas
cuantas cervezas, y sin querer encontré
una de las recomendaciones que había que comer si ibas a la comarca de
Aberdeen; los butteries o rowies. Son como las tortas de chicharrones de
Granada, pero en porciones individuales (¡riquísimas!) Nos sentamos en un banco
del paseo con vistas al mar y allí nos dimos el festín. Ese día nos salió
baratísimo el almuerzo y creo que fue el mejor.
Tomamos café cerca del ayuntamiento y estaba comenzando a
llover. Aunque el billete de vuelta lo teníamos para las cinco de la tarde
(bueno, noche)nos fuimos a la estación por si podíamos coger otro. A las tres,
pasaba uno y nos montamos en él, acordando que nos haríamos los tontos si nos
pedían los billetes. No hubo ningún problema.
Había una madre joven con su hijo pequeño y tenía que
recoger su equipaje. El niño miró a Antonio y este le dijo cuatro polladas, por
lo que el niño sonrió y le echó los brazos para que se fuera con él. La madre
se lo cedió agradecida y lo entretuvieron durante un ratillo. La imagen era tan
tierna que no me quedó más remedio que hacerles una foto a los tres mientras la
madre estaba de espaldas.
Pronto oscurecería y
no era cuestión de irse al hotel. Así que cambiando los planes, decidimos
llegarnos hasta la universidad caminando. Está del centro a unos cuarenta
minutos pero el recorrido merece la pena porque va por la parte vieja de la
ciudad. Empezó a caer aguanieve e hicimos como los lugareños, ponernos el gorro
y seguir andando. Allí los paraguas no sirven para nada a causa del viento;
creo que no vimos ni uno.
King's College es una de las universidades más antiguas de
Reino Unido (1495). Se trata de una universidad centrada en la investigación
con más de quince mil estudiantes, la mayoría en su campus principal: King's
College de Old Aberdeen. Cuando llegamos, ya había oscurecido del todo, así que
no pudimos apreciar con nitidez una de sus joyas; La Capilla y su Torre.
Atravesamos todo el campus y ya sí que nos dirigimos a uno
de los motivos por los que habíamos ido allí; ¡a beber cerveza barata al pub
que nos había recomendado la pareja de gaditanos: The Bobbin! Aunque no era muy
tarde, ya estaba casi lleno. Pillamos una mesa y nos pedimos tres pintas y una
sidra riquísima de frutas (para Fabi).
Hasta entonces no habíamos pagado menos
de cuatro libras por las pintas, y aquí estaban a dos y media. Así que nos
hartamos. Raquel sacó frutos secos y tapas de salchichón, chorizo y lomo. La
gente nos miraba raros, pero creo que era de envidia. También nos pedimos una
ración de chips, que nos sirvieron en un jarrilo de porcelana. ¡Coño, no nos
íbamos a ir de Escocia sin probarlas! Ya nos salía la cerveza por las orejas y
el cabrón de Antonio me dijo que no teníamos cojones de hacer botellón allí
dentro. Fue un reto, y lo acepté. Salimos a un Tesco Express que había justo al
lado en una gasolinera y compramos una botella de Whisky de medio litro, que
cabía en los bolsillos de la chaqueta. De nuevo en el pub, pedimos coca cola,
que te servían en unos vasos enormes y con mucho hielo. Le dábamos un trago y
rellenábamos con Whisky, así hasta que cayó el medio litro. Ya sí que me
atrevía a hablar en inglés y traducía lo que ellos decían. No sé las veces que
fuimos a mear. Cogimos un punto muy bonico y no parábamos de reír. Ya el pub
estaba llenísimo de estudiantes.
Habíamos pensado tomar el autobús para regresar al centro,
pero para poder despejarnos un poco empezamos a caminar y llegamos en media
hora, que se pasó volando entre polladas y risas. Nos llegamos al mismo
supermercado de la noche anterior, compramos más galletas, buterries y patatas
fritas. Y nos fuimos al hotel a tomarnos un último trago, esta vez a mi
habitación. Nos fuimos a la cama pronto porque al día siguiente había que
madrugar bastante.
Viernes, 8 de
noviembre
Bajé a fumarme el primer cigarrillo y no podía creérmelo,
estaba nevando y todo estaba precioso. Subí a decírselo a estos, pero en
seguida me acojoné por si suspendían los
viajes en tren. Hoy teníamos los billetes comprados para ir a Edimburgo y el
día anterior ya habían cancelado algunos trayectos. Mientras bajaban fuimos a hacer algunas fotos
y temí por mi integridad, ya que el suelo estaba muy resbaladizo.
Quedamos a las ocho menos cuarto para ir a sacar dinero en
algún cajero camino de la estación y comprobar que salía el tren. Respiramos
tranquilos al ver que nuestro tren ya se encontraba en el andén. Mientras
esperábamos, nos tomamos un café. ¡Cuidado con la manía de tomar café en esos
vasos enormes de plástico!
La primera parte del recorrido fue espectacular entre los
paisajes nevados. Es curioso contemplar la nieve a nivel del mar. Pero conforme
nos acercábamos al sur, iba desapareciendo y se estaba quedando un día
totalmente despejado.
Son unas dos horas y media de viaje, ya que va parando en
todas las estaciones, pero pasaron en nada y antes de las once ya estábamos
llegando a la estación principal de Edimburgo (Waverley) en el mismo corazón
del casco antiguo, aunque para poder llegar a la Royal Mile, tuvimos que subir
una pronunciada cuesta.
Nos acercamos al punto de encuentro de la visita guiada
por si podíamos acoplarnos al grupo de las once, pero acababa de partir, así
que continuamos con el programa previsto y haríamos el tour de la una, que era
para el que teníamos la reserva. Para entrar un poco en calor (hacía un frío
del carajo) entramos en una cafetería.
Como conocía de antemano el recorrido que nos harían
después, nos fuimos directos al castillo, que lo teníamos a cinco minutos
escasos desde allí. De paso vimos el Scotch Whisky Experience y entramos a ver
los horarios. Estaba abierto hasta las cinco, así que lo dejaríamos para la
tarde.
Nos fuimos a visitar el castillo, o al menos la parte que es
gratuita. No podíamos perder la mañana, ya que una visita más o menos completa
dura unas cuatro horas. Nos hicimos las fotos de rigor y contemplamos las
vistas que ofrece de la ciudad desde lo alto de la colina.
Bajamos por una empinada cuesta para visitar El Mueso
Nacional de Escocia, y cuando creía que me había perdido pregunté por la
dirección a un transeúnte; estábamos al lado. No disponíamos de mucho tiempo
para la visita, así que nos separamos, ya que es enorme y quedamos en la puerta
una hora después, para cada uno poder visitar lo que le interesara. Es un museo distinto al Británico, pero no
por ello deja de ser interesante. Hay miles de salas repartidas por sus cinco
plantas y hubiéramos necesitado una mañana entera para su visita, gratuita como
todos los museos del Reino Unido. Al final nos encontramos los cuatro en una de
ellas e hicimos parte del recorrido juntos.
Merece muchísimo la
pena, pero habíamos quedado a la una menos cuarto en el lugar de encuentro del
tour (Sandeman) y tuvimos que darnos prisa por llegar, puntuales como siempre.
Confirmamos la reserva y esperamos a que llegara el resto de la gente. El frío
arreciaba y teníamos que estar moviéndonos para entrar en calor. Entramos en
algunas tiendas de souvenir mientras tanto.
Una vez hechos los grupos nos metimos en uno de los
callejones y se presentó la guía, Carla,
una madrileña de veinticuatro años con la carrera de periodismo, que
aparentemente parecía poca cosa. ¡La madre que la parió, qué buena
comunicadora, qué voz, qué velocidad y qué amena! Nos llevaba a jopo para
entrar un poco en calor y las explicaciones te dejaban embobado.
Nos contó toda
historia de Escocia como si de una película se tratase; nos habló de las
verdades y mentiras sobre lo que habíamos escuchado de ella, y nos hizo un
recorrido por los lugares más emblemáticos
de la ciudad: la catedral de St Giles´, la Royal Mile, Mercat Cross, el
cementerio Greyfriars, la escuela original de Hogwarts, Grassmarket...
Después de hora y media de frenética y heladora actividad,
que hasta Carla misma reconocía que estábamos pasando por el día de más frío
del año, nos llevó a una ONG, que hacía las veces de oficina para ellos, a
tomar algo a unos precios más bajos de lo normal para Edimburgo. Ni lo dudamos;
nos pedimos una sopa caliente que nos sirvió para calentarnos las manos y calentarnos por dentro.
En quince minutos reanudamos la marcha y siguió
deleitándonos la visita con sus conocimientos y dándonos consejos sobre la
ciudad, terminando en el Museo de los Escritores. Si tuviera que escribir todo
lo que nos contó, tendría para escribir casi un libro. Se despidió de nosotros
y le dimos una generosa propina. Ya sé que siempre digo lo mismo, pero esta vez
lo voy a poner con mayúsculas porque realmente se lo merece; ¡MAGNÍFICA CARLA
Y LA VISITA!
Siguiendo las recomendaciones de la guía bajamos a
Grassmarket de nuevo, y en un restaurante de la esquina entramos a almorzar
aunque, por la hora, se trataba ya de la cena. Pedimos la comida típica
escocesa:" Los Haggis" y unas pintas de cerveza, que llevábamos todo
el día sin probarlas. Ahora sí que entramos en calor. El haggis es un plato
escocés muy condimentado hecho a base de asadura de cordero u oveja con cebolla
picada, harina de avena, hierbas y especias que va embutido en una tripa del
estómago del animal. En un principio puede echar para atrás, pero tiene un
sabor muy intenso y está muy rico. Raquel se pidió una ensalada con una pinta
espectacular.
Para el viaje de
vuelta queríamos entrar en el Oink y llevarnos cerdo asado para tomárnoslo en
el tren, pero cuando llegamos al local donde los venden, en Victoria St, nos lo
encontramos cerrado, ya que en cuanto venden todo el cerdo que han preparado
ese día, se van. ¡Una pena porque es otra de las recomendaciones de Edimburgo.
A Antonio, esto de los monumentos no es que le guste mucho;
él es más de mercados y de oler en los bares y pubs. Así que nos fuimos a la
atracción donde te enseñan cómo se elabora el whisky escocés. No es que sea una
actividad barata, ya que cuesta quince libras la entrada, pero merece mucho la
pena. Te montan en un tonel, como si de una atracción de feria se tratara y te
dan una audioguía. Te van parando en distintas estaciones y te explican todo el
proceso de la elaboración de una manera muy amena. Hasta juegan con el sentido
del olfato, ya que hueles las maderas, los vapores... Tras esto, te llevan a
una sala con una pantalla curva enorme y te hacen un recorrido por todas las
zonas donde hay destilerías en Escocia. Parece que estés volando y te agarrabas
al asiento en algunos momentos. Por último entras en el museo más grande de
botellas de whisky del mundo para hacer una cata. Antes de escoger uno te dan
un mapa impregnado de olores según la zona, que si lo rascas aprecias hasta el
último matiz, y ya con la copa (que te la regalan) en la mano, te sirven el que
tú elijas. Muy interesante lo que se aprende allí. Aquí en España de vinos
entenderemos, pero yo de este licor me parece que no tenía ni idea.
Ya era noche cerrada cuando salimos de allí, y parecía como
si hubieran dado el toque de queda; no había ni un cristo por las calles, y
mira que había turistas en Edimburgo ese día. ¡Claro, todos se habían ido al
mercado navideño! Y como somos de muchos refranes y hay uno que dice: "
¿Dónde va Vicente? Donde va la gente". Pues allí que nos presentamos
también nosotros. Bajamos hasta Princes Street Gardens, y aquello parecía la
feria de Sevilla pero en invierno. Cientos de calles llenas de puestos de
comida, de bebida, de adornos, de figuras... y una explanada enorme de
atracciones de feria. ¡Que con el frío que hacía había que tener cojones para
montarse en los columpios!
Recorrimos varias calles mirando por si nos interesaba algo
de comida para cenar en el tren , pero toda era caliente y se enfriaría. Seguía
haciendo muchísimo frío y la estación estaba al lado. Nos metimos dentro y como
allí también había supermercados, tiendas, bares y puestos de comida estuvimos
echando un vistazo. Es una estación enorme, así que para no perder el tren
hicimos una excursión por ella hasta dominarla. Entramos en un pub a tomarnos
una pinta tranquilos. Bueno, Fabi ya siempre se pedía una sidra con sabor a
fruta, que estaban muy ricas. Desde nuestra mesa se veía una pantalla con los
trenes y los andenes, así que cuando vimos el nuestro fuimos a comprarnos unos
bocadillos y unas patatillas. El andén estaba muy cerca de allí, así que me
salí a la calle a fumarme un cigarro antes de que partiera. Cuando volví, Antonio
no estaba y me preocupé. Se había ido a comprar cervezas por si podíamos
tomárnoslas en el tren.
Buscamos nuestro vagón,
como íbamos los cuatro compartiendo una mesa y vimos que todo el mundo
comía y bebía, pues eso mismo que hicimos nosotros. El viaje fue rápido entre
cervezas y risas. A las once en punto estábamos en Aberdeen de nuevo.
Se notaba que era fin de semana porque las calles estaban
abarrotadas de gente, sobre todo estudiantes, y ya iban con algunas copas de
más. Nosotros estábamos muy cansados y nos fuimos a la habitación de
Raquel y Antonio a tomarnos unos cubatas
y rematar la botella de whisky.
Sábado, 9 de
diciembre.
Más que alegrarme, me asusté del nevazo que estaba cayendo.
Hoy teníamos el vuelo de regreso a España a las seis de la tarde y aquello no
pintaba bien. ¡Qué bonito estaba todo, coño!
Subí a decírselo a
Fabi y ella también se preocupó por si no podíamos volar. Mientras estos
bajaban, fuimos a darnos una vuelta y hacer algunas fotos. Cuando regresamos,
ya estaban ellos abajo esperándonos. Hoy habíamos decidido hacer un desayuno
típico escocés. Habíamos visto buenas ofertas en el centro comercial de la
estación y hacia allí que nos dirigimos. Pero antes nos paramos a escuchar a un
gaitero con el traje típico escocés que daba algo de color y calor al día.
Todos tapados hasta los ojos y su polla tocando en la calle como si nada.
Después de meternos entre pecho y espalda dos huevos fritos,
bacon, patatas, champiñones, tostadas, un cuenco de judías pintas y un tazón de
café, comprendimos que al mediodía solo tomen para almorzar una sopa del día y
un sandwich los escoceses. ¡Íbamos a reventar!
Tomamos Market Street porque queríamos ver el mercado del
pescado, pero nos lo encontramos cerrado; no sé si sería a causa de la nieve.
Seguimos por el margen izquierdo del río Dee y ahora no había que tener tanto
cuidado con los resbalones porque la nieve que pisábamos era virgen. ¡Estaba
todo tan bonito!
Preguntamos cómo
llegar a Duthie Park; sabía que estaba cerca pero ya llevábamos casi treinta
minutos andando y no veíamos ninguna señal que lo indicara. Estábamos justo al
lado. Otra de las atracciones de esta ciudad es su jardín de invierno y sus
parques, que hoy tenían un encanto especial. Familias enteras estaban
disfrutando de la nieve tirándose con los trineos.
Atravesamos el parque y nos
dirigimos a Winter Gardens. Se trata de
un jardín botánico bastante interesante. Al entrar parece pequeño, pero al
recorrerlo te encuentras con un área muy amplia con distintas variedades y una
bonita decoración. Sobraba casi toda la ropa que llevábamos debido al calor. Después
de recorrerlo entero nos tomamos un café en la acogedora cafetería que tiene
dentro. Ya la gente estaba empezando a almorzar.
Para volver al centro de la ciudad lo hicimos por otro
recorrido. Esta debía ser la parte residencial cara porque había verdaderas
mansiones. Ya estaba bastante bien orientado así que casi no hizo falta mirar
el mapa.
Eran cerca de las dos y después de la caminata ya empezaba a apetecer
una buena pinta. Intentamos entrar en algunos pubs, pero todos estaban a rebosar;
se notaba que era sábado. Al final nos metimos en uno de la calle Belmont y nos
hicimos fuertes en una mesa que compartimos con una pareja. Para no dar más
vueltas decidimos almorzar allí, y cuando ya teníamos decidido lo que íbamos a
comer, la camarera nos dijo que había una espera de una hora para almorzar, así
que decidimos ir a otro sitio.
The Old School House, que como su nombre indica se
trata de una antigua escuela. En este ponía que había que esperar cuarenta y
cinco minutos para almorzar. Pedimos mesa , una pintas y la comida, y empezamos
a disfrutar del ambiente y de las risas. Había pasado una hora y cuarto e
íbamos por la tercera pinta cuando Antonio se levantó y fue a pedir
explicaciones. (En los estudios no sería bueno, pero en competencias hubiera
sacado matrícula de honor) No sé como se entendió con la camarera, pero vino a
disculparse a la mesa y nos dijo que había sido un error de la cocina y que nos
invitaban a lo que quisiéramos. Comimos como los pavos porque ya no se nos
había hecho tarde.
A todo correr fuimos
a recoger el equipaje a la recepción del hotel, y de ahí a la estación de
autobuses en busca del bus del aeropuerto. Tardamos más de la cuenta en llegar
al aeropuerto y empecé a ponerme nervioso; ya perdimos una vez un avión y la
cara de gilipollas que se te queda... Pude respirar tranquilo solo cuando
estábamos en la puerta de embarque. Mientras esperábamos en la cola fuimos
turnándonos para ir al servicio y comprar algo para cenar. ¡Ajú qué pollas de
estrés!
El viaje de vuelta a Málaga fue tranquilo de nuevo y en tres
horas y media estábamos aterrizando. Ya solo nos quedaba llegar a Granada en el
coche.
Aunque estén en la
misma isla, Escocia no tiene nada que ver con Inglaterra; la amabilidad de su
gente, sus castillos, el whiski, su historia, la cultura, los paisajes... no
dejan indiferente a nadie. Ha sido un viaje corto, pero intenso. Un aperitivo
para pasar unas vacaciones en verano más largas y con coche, y poder disfrutar de todos los lugares que no hemos
podido visitar. Escocia enamora, como le pasó a esa pareja de barceloneses que
se fueron a vivir allí y la consideran
su segunda casa . De su blog,
masedimburgo, es del que me he alimentado
para preparar este viaje. En cuanto a nuestros acompañantes; Raquel y Antonio,
decir que son una pareja maravillosa, de esas que no te arrepentirías de ir con
ellos ni al mismo infierno. ¡Qué buen rollo, qué saber estar, qué risas, qué cojonudos
los dos! ¡Seguro que repetiremos otro viaje juntos!