Jueves, 31 de mayo
Bonica, nuestra perrilla, estaba nerviosísima cuando nos
levantamos y empezamos a hacer el equipaje, pero le teníamos una sorpresa
preparada; ¡esta vez se venía con nosotros! Como siempre que nos vamos de viaje,
estaba pegada a los pies y cuando abrimos la puerta del coche se metió la
primera. Nada más ponerle el cinturón se relajó, porque ya sabía que nos iba a
acompañar.
A las ocho y cuarto programé a Montse para que nos llevara a
Setenil de las Bodegas; nuestra primera parada. Tardamos unas dos horas y
cuarto en llegar hasta allí, y tras aparcar en lo alto del pueblo (¡a tomar por culo!), iniciamos la visita.
Se trata de un bonito pueblo de la serranía gaditana que
forma parte de la ruta conocida como "Los Pueblos Blancos" . ¡Y vaya
que si lo es!
Está situado en un emplazamiento bellísimo, en el cañón de
río Trejo. Tiene una peculiar diferencia con el resto de los pueblos de esta
ruta, y es que la mayoría de sus viviendas están construidas bajo un saliente
de roca, lo que lo convierte en uno de los pueblos más originales y más bonitos
de España.
Era la hora del café mañanero y nos lo tomamos en uno de los muchos bares de la calle Cuevas
del Sol, que es la más turística de Setenil, y la imagen que sale si pones en
google el nombre del pueblo. Al ser temprano no había muchos turistas, pero
antes de irnos ya se había llenado todo.
Desde aquí nos fuimos a la otra calle famosa, la de Las Cuevas de la Sombra. No, no se calentaron mucho la cabeza para ponerle los
nombres, porque en una da el sol prácticamente todo el día, y en la otra apenas
lo ves. Fotos y más fotos.
Otra vez por Las Cuevas del Sol, y por una escaleras
empinadísimas llegamos hasta la Ermita del Carmen, desde donde hay unas vistas
maravillosas del Torreón del Homenaje y de la Iglesia
de la Encarnación.
Podríamos haber seguido recorriendo calles y miradores,
porque la verdad es que no te cansas de tanta belleza, pero teníamos que seguir
hacia nuestro destino del día; Ronda.
Todavía nos separaban unos cuarenta minutos, que se hicieron
muy entretenidos, hasta Ronda. En Arriate una muchacha se saltó la preferencia
y tuvimos bastantes problemas para
cruzarnos, ya que se puso nerviosa y no andaba ni para adelante ni para
atrás. Tuve que hacer muchas maniobras para poder pasar sin rozarnos. ¡No, si
es que uno no, pero la gente tiene tarea! Después del incidente, llegamos sin
problema a nuestro hotel : " Virgen de los Reyes", que se encontraba
en el mismo centro de la ciudad. Menos mal que el hotel tiene un aparcamiento
para poder dejar el equipaje, porque allí es imposible aparcar. Una vez hecho
el chekin, llevamos el coche al parking público con el que el hotel tiene un
convenio y que costaba doce euros al día. Ya me quedé tranquilo e hicimos la primera incursión por esta bella
ciudad.
Ronda es una de las ciudades más antiguas de España. Sus
orígenes se remontan al Neolítico, pero por lo que es más conocida es por el
enclave fronterizo de vital importancia
que tuvo con el Reino Nazarí de Granada. La conquista por los Reyes Católicos
en 1485 produce muchas transformaciones en el urbanismo de la ciudad, que han
llegado hasta nuestros días. Aunque fue en el siglo XVIII cuando se construyen
los monumentos más emblemáticos de la ciudad: la Plaza de Toros y el Puente
Nuevo. Y por estos, precisamente, fue
por donde empezamos nuestra visita.
Fuimos a recoger un plano a la oficina de turismo, que se
encuentra cerca de la Plaza de Toros e hicimos muchas fotos de esta, aunque no
entramos, ya que llevábamos a Bonica con nosotros y, además, ya la vimos hace
más de treinta años cuando hicimos desde Olvera una visita relámpago.
En vez del Desembarco de Normandía, aquello parecía el de
Corea y Japón, de la cantidad de orientales que estaban visitando ese día la
ciudad. Ronda es el Tajo, así que fuimos a asomarnos a uno de los numerosos
miradores de la localidad. Y el primero fue "El Balcón del Coño", que
se encuentra al final del paseo de Blas Infante junto al Kiosco de la Música.
Es el nombre popular que se le da porque cuando te asomas y ves la caída
vertical de más de cien metros, es lo primero que se te ocurre decir.
Siguiendo a los demás turistas, pasamos junto al Parador de
Turismo , que también tiene unas vistas espectaculares, y ya llegamos al Puente
Nuevo.
Hubo dos grandes proyectos para la construcción del Puente,
uno en el año 1735 (se terminó en ocho meses) y que resultó un verdadero
fracaso, ya que se derrumbó seis años más tarde ocasionando la muerte de cincuenta
personas. Y otro, en 1751 y que finalizó en 1793, cuarenta años más tarde, obra
del arquitecto José Martín de Aldehuela
(de ahí el nombre de otro de los miradores más famosos de Ronda: el Mirador de Aldehuela).
Esta obra maestra de 98 metros de altura, permitió la
conexión de Barrio Moderno con el Barrio Antiguo y posibilitó la expansión
urbanística de la ciudad.
Ya se echaba encima la hora de la cerveza y, haciendo caso a
la recepcionista, nos fuimos a la calle Virgen de los Remedios, que es donde se
encuentran la mayoría de los bares. Nos sentamos en una terraza de uno que tenía
Estrella de Galicia y nos pedimos unas cañas y unos aperitivos; en total 2,70
la cerveza más la tapa.
Pero la idea era ir
al Lechuguita, que tan buena fama tiene. Preguntamos a unas personas mayores
que tenían pinta de ser rondeños y nos dijeron que estaba al final de la calle.
Pillamos un lugar cerca de la puerta, de manera que Bonica estuviera casi más
fuera que dentro, por si nos decían algo y fui a pedir a la barra. Te dan un papel con todas las
tapas, (más de cuarenta), para que anotes las que quieres, todas a 0,80.
Pedimos dos cervezas y cuatro tapas diciéndole al camarero que me recomendara
él. ¡Qué rico estaba todo! Pedimos más cerveza y otras seis tapas, y para
terminar un vino de la tierra con otras dos. Nos hartamos de comer y a un
precio que daba risa. Así estaba siempre el bar; lleno hasta los topes. Si vais
por Ronda es una parada obligatoria, y lo digo en serio.
Ya nos fuimos a descansar un rato al hotel, algo que
agradeció mucho Bonica, que no le gustan las multitudes.
Para que la perrilla hiciera sus necesidades nos fuimos a La
Alameda del Tajo, que la forman cinco avenidas paralelas repletas de vegetación
y que desembocan en una enorme balconada sobre el Tajo.
Como queríamos tomar café
cruzamos el Puente Nuevo y nos sentamos
en una terraza que hay al lado del Mirador de la Aldehuela; un poquito caro, pero por las vistas, merecía
la pena. Daba pereza levantarse de este lugar tan tranquilo y tan bonito, pero
la tarde la teníamos bastante apretada si queríamos verlo todo.
Tomamos la calle Tenorio, en la que al final se encuentra la
Plaza de María Auxiliadora, que tiene un pequeño jardín, y de la que parten
unas escaleras de tierra y piedra que bajando en zigzag por la llamada Puerta
de Los Molinos te llevan a una explanada desde donde se pueden tomar una de las
mejores fotos del Puente Nuevo. Son unos diez minutos de bajada, pero la subida
se hace un poco penosa y se tarda el doble. Merece la pena el esfuerzo.
Hicimos un breve descanso en la plaza y continuamos el
recorrido hasta llegar a la Plaza Mondragón y su Palacio, aunque solo pude
hacerle una foto al patio de entrada. Si no hubiéramos ido con Bonica
hubiéramos entrado en algunos de los monumentos de Ronda, ya que existe un bono
turístico con el que te ahorras bastante en las entradas, pero esta vez solo
los veríamos desde fuera.
Siguiendo por la calle Manuel Montero nos dimos de bruces
con la Plaza Duquesa de Parcent en la que se encuentra la Iglesia de Santa
María la Mayor (mezquita mayor en época musulmana y que aún conserva algunos
elementos de este arte), el Santuario de María Auxiliadora, el Convento de las Clarisas y el Ayuntamiento de Ronda.
Muy cerca de allí se encuentra la Iglesia del Espíritu Santo
desde donde parte una verada estrecha de tierra que va bordeando las Murallas
de Ronda. Aquí Bonica disfrutó un montón porque la dejamos suelta en un
agradable paseo hasta los Baños Árabes.
Ya habíamos bajado prácticamente a nivel del Río Guadalevín
y nos hicimos algunos fotos en el Puente de San Miguel (llamado también Árabe o Romano), desde el que se ve el
Puente Viejo, al que accedimos por el Arco de Felipe V .
Ya todo era en subida.
Después de las fotos en este puente, nos adentramos en los Jardines de Cuenca
que está dispuesto en terrazas y dedicado a la ciudad de Cuenca (a la que
recuerda bastante), hermanada con la de Ronda. Las vistas desde estas
terrazas son impresionantes.
Poco a poco fuimos cogiendo altura entre fotos y descansos
para salir del jardín por la calle de la Virgen de los Remedios, donde se
encuentra el Lechuguita. Vimos que abría a las ocho y cuarto e hicimos una foto
de la carta de tapas.
A lo tonto nos habíamos hartado de andar, así que tocaba
tomarse algo fresquito, y lo hicimos en la Plaza del Socorro. Un poco caros los
cubatas, pero qué le íbamos a hacer; a esta hora no apetecía otra cosa y
estábamos cerca del hotel.
Nos duchamos, nos pusimos guapos y le dimos la cena a Bonica, porque la íbamos a dejar en la habitación. Antes de irnos del todo, volvimos sin
hacer ruido por si estaba ladrando, pero no escuchamos nada. Así que ya nos
fuimos tranquilos.
Si queríamos pillar sitio en la barra y estar a gusto
teníamos que jugar a maricón el último, y a las ocho y veinte estábamos
entrando en el bar. ¡Coño, ya había gente! Pero aún quedaba algún sitio en la
barra. Ahora sí que lo íbamos a hacer bien, pedimos la bebida y una selección
de ocho tapas diferentes para intentar probarlas todas. Más bebida y más tapas, hasta que ya nos hacían cara. Salimos muy satisfechos y pagamos menos de quince
euros por todo.
Había que darse un buen paseo para bajar la comida. Dimos
una vuelta por todo el centro, por el paseo, por los miradores, por las
plazas y después de tomarnos un último vino rondeño (muy bueno por cierto), fuimos
a sacar a Bonica, que nos recibió con muchísima alegría. Hicimos algunas fotos
de Ronda por la noche y nos fuimos a dormir, que el día había sido muy
completo.
Viernes, 1 de junio
Madrugamos bastante, como es habitual, sacamos a Bonica al
parque y fuimos a desayunar en una cafetería muy cerca del hotel que tenía ya
la terraza montada. Cogimos el equipaje y nos fuimos al parking a recoger el
coche. Programé a Montse para que nos llevara al pueblo de Grazalema, y confié
plenamente en ella si preocuparme de las indicaciones.
Por una carretera de montaña muy bonita y tan verde que parecía que
estabas en el norte de España, fuimos cogiendo altura acompañados por un bosque
de alcornoques y salpicado por animales sueltos; cabras y ovejas payoyas
principalmente.
En cuarenta minutos llegamos a una ermita que hay un poco antes
del pueblo y desde la que se pueden hacer fotos muy bonitas del mismo. Fabi sí
fue a ver la ermita, que se encontraba abierta.
Dejamos el coche en el aparcamiento que hay cerca de la
oficina de turismo, recogimos planos de la sierra y del pueblo y subimos hasta
lo más alto; el Mirador de los Peñascos .
Grazalema tiene la típica estructura de un pueblo árabe con
sus calles estrechas y empedradas, fachadas de cal blanca y plazoletas soleadas.
En el siglo XIX fue conocida con el nombre de "Cádiz Chico" por la
importancia económica que tuvo debido sobre todo a la industria de las mantas de Grazalema.
Nos tomamos un café cerca de la plaza, donde se encuentra la
Iglesia de la Aurora y el monumento al Toro de Cuerda, una de las tradiciones
de este pueblo serrrano, y continuamos nuestro camino.
Aunque el destino de hoy era el pueblo del Bosque, que no
estaba a más de media hora de allí, preferimos hacer un recorrido mucho más
largo para visitar otros pueblos emblemáticos de la Sierra. El primero fue Villaluenga
del Rosario, que se trata del pueblo más alto de toda la provincia. Solo
visitamos la Plaza de Toros, que según se dice es la más antigua de Cádiz. Está
construida sobre rocas del lugar y su forma es un tanto peculiar, ya que no es
completamente redonda. Antiguamente no tenía graderíos y por eso se decía que
era la más grande del mundo, ya que miles de personas desde las rocas podían
ver las corridas.
Benaocaz solo lo vimos desde la carretera, en un mirador
donde paramos a hacer algunas fotos, porque ya el tiempo se nos echaba encima y
queríamos visitar Ubrique más a fondo.
En la convergencia de los parques naturales de Grazalema y
los Alcornocales se encuentra Ubrique, declarada Conjunto Histórico. Perdimos
la oportunidad de hacerle una foto desde las alturas pensando que habría algún
mirador donde parar, pero no había forma de dejar en coche en ningún sitio y
nos perdimos esa foto. En el pueblo es muy difícil también aparcar y dimos una
vuelta entera para tener que volver y dejarlo en el aparcamiento del Mercadona.
Ya, tranquilos y sin coche empezamos a recorrer este pueblo
serrano famoso en el mundo entero por la marroquinería (confección de artículos
en piel curtida) y por sus dos toreros; Jesulín y su hermano Víctor Janeiro.
El casco histórico se asienta en la parte alta, así que
tocaba darse una buena caminata para poder ver el entramado de calles y llegar
hasta la Iglesia de San Antonio que es lo que más llama la atención desde la
distancia.
Hicimos una parada previa en la Plaza del Ayuntamiento, donde
se encuentra éste y la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la O, así como
una fachada de azulejos que recordaba a las fachadas de Oporto.
Nos perdimos por las callejuelas intentando llegar hasta la
espadaña, (campanario de una sola pared con el hueco para colocar las campanas) que es uno de los símbolos de la ciudad, y cuando llegamos arriba nos
encontramos la ermita cerrada. Aunque las vistas del pueblo desde allí merecían
la pena.
Ya bajamos y nos fuimos a recoger el coche, previa compra de
un paquete de salchichinas para poder sacar el coche del aparcamiento. Daba vergüenza
solo comprar eso, pero es que si no, no nos daban el tique.
Después de tantas curvas, la carretera hasta El Bosque fue
una delicia, y en apenas quince minutos estábamos entrando en el pueblo.
Pasamos por el hotel en el que nos íbamos a hospedar y encontramos aparcamiento muy cerca de él.
Cogimos el equipaje del coche y fuimos a dejar las maletas. Nos dijeron que la habitación
aún no estaba preparada, pero que no tardaría mucho. Así que nos sentamos en la
terraza a tomarnos una cerveza con un aperitivo.
No habíamos terminado aún,
cuando salió el dueño a decirnos que cuando quisiéramos. Fui a pagar y me dijo
que estábamos invitados por la espera. Entiendo el porqué tiene una puntuación
tan alta este hotel; Mesón el Tabanco. Por dentro, el patio central es de película y a las
habitaciones no les falta detalle. Uno de los sitios más encantadores en los
que hayamos estado, por no hablar de la amabilidad de sus empleados.
El Bosque está situado en plena Sierra de Albarracín, junto
al Río Majaceite, que fue el motivo de elegir este pueblo para alojarnos, ya
que todo el mundo hablaba maravillas del sendero que va desde El Bosque a
Benamahoma por el río. Y además, por su Jardín Botánico. Queríamos dedicar este día a la
naturaleza y conocer un poco del Parque Natural de la Sierra de Grazalema.
La oficina de información turística se encuentra en la Plaza
de Toros, muy cerca de la Fuente del Rodezno y del Centro de Recepción de
Visitantes, a la entrada del pueblo. Estuvimos visitando el Centro de
Visitantes y nos llevamos una visión bastante global de la Sierra de Grazalema.
Es una visita muy didáctica.
Preguntamos por el horario del Jardín Botánico y nos dijeron
que hoy entraba el de verano, así que solo se podía visitar de 9 a 3 de la
tarde. También le preguntamos que dónde empezaba el sendero del Río Majaceite. Como estaba bastante cerca, queríamos soltar
a Bonica y el sendero comunicaba con el del Jardín, hacia allí que nos fuimos.
Era una pista asfaltada y con tráfico, así que nos llevamos una decepción. Tras
media hora de caminata, ya sí que encontramos el sendero al lado del río.
Tuvimos que decidir si lo hacíamos o íbamos a ver el jardín, porque ambos
estaban señalizados desde allí. Yo quería hacer el del río y almorzar en el
otro pueblo, pero Fabi me convenció porque podríamos tardar más de la cuenta y
hacía bastante calor. Menos mal, porque efectivamente se tardaban casi dos
horas en hacerlo, y ya era la una y media. Tras veinte minutos de subida
intensa, en la que faltaba hasta el aire, llegamos al Jardín Botánico.
Es una maravilla de jardín, pero tuvimos que hacer solo
parte del recorrido por miedo a que cerraran y nos pillara allí dentro. Todo
está muy bien indicado por senderos, y están puestos los nombres de todas las plantas. Disfrutamos y aprendimos un montón.
Muchas las conocíamos, pero otras, aunque las habíamos visto, no sabíamos cómo
se llamaban.
Está dividido en
nueve sectores: el acebuchal, la dehesa, el encinar, el quejigar, la
vegetación rupícola, la vegetación rupícola y de cumbres, el pinsapar y la
vegetación serpentinícola. Solo pudimos visitar seis. Así que dejamos para la
mañana siguiente , la zona del pinsapo, que era uno de los objetivos del viaje.
Ya se nos había echado encima la hora del almuerzo, así que
no nos calentamos mucho la cabeza y nos fuimos al restaurante del hotel.
Pensábamos dejar a Bonica en la habitación, pero nos dijeron que no había
problema en que nos acompañara. Almorzamos en el precioso jardín central del
mesón. Pedimos un plato con quesos y chacinas de la tierra y un revuelto de
setas. Por no dejar nada en los platos dimos cuenta de todo, pero íbamos a
reventar. Me dejé recomendar en el vino y nos pusieron un tinto de Puerto
Serrano muy rico. De precio, estuvo genial; no llegamos a los treinta euros .
Subimos a descansar un rato, para hacer la digestión, pero a
la hora ya estábamos preparados para hacer el sendero que tanta fama tiene en esta Sierra.
Esta vez ya no tuvimos que bajar y perder esa media hora.
Nos fuimos por la calle Ronda dirección El Castillejo (Jardín Botánico) hasta
el puente del río, que era desde donde partía el recorrido.
Este sendero es uno de los más conocidos del parque natural,
y aunque oficialmente parte de Benamahoma hasta El Bosque, nosotros lo haríamos
al revés puesto que aunque sea fácil, siempre es mejor subir, que es cuando uno
está más fresco, para luego bajar.
El río Majaceite nos acompañó durante todo el recorrido e
íbamos acompañados de un bosque de galería, así llamado porque al crecer vegetación en
ambas orillas y elevarse sobre el cauce forma un túnel vegetal de gran belleza
y frescura. Bonica se lo pasó de maravilla, y cada vez que sentía calor se
metía en el río a beber agua y refrescarse.
No es tan cómodo como parece, porque había momentos que se
convertía en un rompepiernas con tantas subidas y bajadas, aunque te podías apoyar
en las barandillas de madera.
Tras casi una hora y media llegamos al pueblo. Bueno a un
merendero muy bonito. No sabíamos si parar o no a descansar un rato, pero
decidimos subir a lo alto de la población que aún estaba a un kilómetro, el cual, se
hizo un poco pesado.
Benamahoma viene del árabe hijos de Mahoma. Es una
pedanía perteneciente a Grazalema, de un paisaje espectacular, al pie de la
Sierra del Pinar, y se puede considerar una de las zonas más hermosas del
Parque Natural de la Sierra de Grazalema.
Es conocida por su Fuente del Nacimiento, y por ser la
entrada del Pinsapar, además de por sus fiestas de Moros y Cristianos y del
Toro de Cuerda.
Subimos hasta la Capilla de San Antonio de Padua, que es el
patrón de la localidad, y aunque pensábamos tomarnos un café por allí, no encontramos nada abierto.
Así que nos bajamos hasta el merendero donde empieza el
recorrido de vuelta. Realmente estábamos cansados y preguntamos que si había
algún autobús que bajara hasta El Bosque, ya que vimos una parada allí mismo.
Pero nos dijeron que no había ninguno , pero que podríamos llamar al taxi.
Nos tomamos un refresco porque no había café (bueno, yo me
tomé un pacharán) y estuvimos decidiendo si llamábamos al taxi. Al final hicimos
el camino de vuelta andando, no es lo mismo bajar que subir y a la altura del primer puente, salía un camino
que te llevaba al Jardín Botánico y recortabas bastante. Lo tomamos, y en una
hora nos pusimos en el pueblo.
Habíamos visto un puesto de bolsos de corcho por la mañana
cerca del Centro de Visitantes y por miedo a que cerraran nos llegamos y
compramos algunos recuerdos.
Camino del Mesón, estaba la iglesia abierta y entramos a
curiosear, mientras una monja se quedó con Bonica en la puerta. Ya con las compras hechas sí que fuimos a
ducharnos y dejamos a la perrilla en la habitación.
Hoy queríamos cenar de tapas, y fuimos a la zona de bares
que hay cerca de donde habíamos dejado el coche. En casi todos ofrecían de tapa
caracoles y, por no ser menos que nadie, nos pedimos un vaso cada uno. Estaban
muy ricos.
Fuimos a la plaza del ayuntamiento a otro bar que tenía
cerveza Alhambra y nos fijamos en las tapas de una mesa de al lado nuestro; no
eran caras y se veían bastante generosas y bien presentadas, así que nos
pedimos unos serranitos, que iban acompañados de ensalada y patatas fritas. Con
eso ya estábamos satisfechos. Mientras Fabi iba a sacar a Bonica a hacer un
último pis, yo me pedí un gintónic en el
bar del hotel, que estaba llenísimo de gente, y ya sí que nos fuimos a la cama.
Sábado, 2 de junio
El desayuno era de nueva a once y estábamos despiertos antes
de las ocho. No nos lo pensamos dos veces, nos vestimos y fuimos a tomarnos un
café camino del Jardín Botánico. Aunque eran la nueve menos veinte cuando
llegamos , ya estaba abierto, así que hoy sí que lo íbamos a disfrutar, y además
hacía un fresquito muy bueno.
Aunque no perdimos detalle de la cantidad de
plantas, árboles y arbustos, hoy queríamos centrarnos en el pinsapar. El
pinsapo se encuentra en peligro de extinción, de ahí que haya que pedir un
permiso especial para recorrer el pinsapar, pero aquí han hecho un minibosque para que
todo el mundo lo pueda disfrutar.
El pinsapo un tipo de
abeto mediterráneo que solo vive en las Sierra de Grazalema, la Sierra de las
Nieves, y Sierra Bermeja. La vegetación que lo acompaña no es muy abundante. Puede llegar a medir
treinta metros y las hojas son gruesas, rígidas y punzantes. Los ejemplares que
se encuentran en este jardín son numerosos, pero aún pequeños. Nos hicimos
muchas fotos con ellos.
Una vez cumplido el objetivo de ver los pinsapos, nos fuimos a desayunar al hotel, ya que lo teníamos incluido en el
precio. Bonica nos acompañó en el desayuno, que consistía en un café y un
mollete enorme, recién tostado, con un plato de jamón, tomate y aceite; vamos,
que nos pusimos como el Kiko.
Mientras Fabi preparaba las maletas, yo me llegué a comprar
queso payoyo en una tienda gourmet, que había cerca. Aunque me pareció bastante
caro, ya que el kilo salía a veinticuatro euros, el dependiente me convenció de
que me estaba llevando una cuña de uno de los mejores quesos de oveja del
mundo. Hemos podido comprobar que es cierto en estos días.
Ya nos fuimos a recoger el coche, después de despedirnos de
los empleados y pagar el hotel, en el que no nos cobraron nada por Bonica.
Prometí hacer un comentario fantástico en las opiniones de Booking, como así ha
sido.
Por una carretera muy llana y en perfecto estado, en media
hora apareció Arcos de La Frontera encaramada en lo alto de la colina ante
nuestros ojos. Montse nos dejó en la misma puerta del hotel; La Fonda del
Califa, uno de los hoteles mejor valorados en esta ciudad y uno de los más antiguos. Nos
atendió Ruth, una gaditana muy amable, que nada más llegar nos ofreció un té
moruno y nos comunicó que nos iban a dar una habitación superior por el mismo
precio. Dejamos el equipaje en recepción y fuimos a llevar el coche al
aparcamiento público, muy cercano, con el que el hotel tiene un convenio.
Tomamos un café antes de subir a la oficina de información
turística, sita en la Cuesta de Belén ,y así hacíamos tiempo para que la
habitación estuviera preparada. Recogimos el plano, muy completo, pero la
empleada apenas nos dio información.
Ya de vuelta al hotel, Ruth nos pidió el plano para
detallarnos en él todo lo que teníamos que ver, lo que no nos teníamos que
perder y dónde teníamos que ir a comer o a cervecear. Parecía que había comido
lengua, aunque con una conversación muy amena. Al ir a cobrarnos se puso un
poco triste porque le había encantado Bonica y no le quedaba otro remedio que
cobrar diez euros por ella. Le dije que no pasaba nada, pero ella dijo al final
que se haría la tonta, que le habíamos caído muy bien y que no iba a
cobrar nada por ella.
Nos acompañó hasta la habitación, haciendo una parada en la
primera planta para enseñarnos el pasillo que era de lo más bonito del hotel.
Pareciera que estabas en un riad marroquí. Nuestro alojamiento estaba en una
segunda planta sin ascensor, pero no importaba, porque había una puerta de
incendios al lado que daba a la misma calle y nos dio una llave. La habitación
disponía de un pequeño salón y una decoración de ensueño. Me recordó a la
habitación del hotel en Túnez. Ya nos despedimos de ella dándole una propina
para que se tomara una cerveza, que avergonzada admitió.
Dejamos el equipaje, hicimos fotos de la habitación y nos
fuimos a subir a lo alto de la ciudad. Arcos es el municipio más poblado de la
serranía de Cádiz y también el más extenso. Tiene un pasado muy rico, al haber
sido Taifa de Arcos en la época musulmana y capital del Ducado de Arcos desde
1493. El apellido de la Frontera le viene porque era la frontera del Reino de
Granada.
Situado a 160 metros sobre el río Guadalete es uno de los
pueblos más bonitos de Andalucía y puerta de los denominados Pueblos Blancos.
Es la monumentalidad la que le ha valido para que su Casco Antiguo sea
declarado Conjunto Monumental Histórico y Artístico. La civilización musulmana
supo disfrutar de este lugar y de hecho fueron los árabes los que le dieron la
actual configuración urbana a la ciudad, y una de sus principales
características; sus patios.
Por la calle Corredera, que más adelante se convierte en la
Cuesta de Belén, empezamos el recorrido. Paramos en el Hospital- Iglesia San
Juan de Dios, que conserva la imagen más antigua de Arcos: el Cristo de la
Veracruz (1545), cerca de la oficina de turismo.
Un poca más arriba, y aunque aún era pronto vimos una
terraza muy típica que ya tenía bastante clientela. Al ver el nombre echando
una foto, me di cuenta que era una de las recomendaciones de Ruth para tomarse
una cerveza: Los Jóvenes Flamencos. Pillamos una mesa y pedimos una cerveza y
una ración de lo que era la recomendación de la casa;
Ajo Colorao, que es un plato típico de Arcos. Son como unas migas con
pimentón de la vera con tropezones y fuerte sabor a ajo. Nos encantaron, y a
Bonica también. Además había un músico extranjero ensayando con su guitarra lo
que acompañó el aperitivo. El único problema es que hay tráfico por toda la
parte turística de la ciudad y los coches te pasaban rozando.
Después de la cerveza, seguimos por la calle, que ahora se
llama Deán Espinosa hasta la Basílica Menor de Santa María de la Asunción, que
es la Iglesia Mayor y la más antigua y principal de Arcos, ubicada sobre una
mezquita árabe. Nos hicimos una foto en el círculo de mosaicos que hay en el
suelo porque, según Ruth, se trata del punto más alto de la ciudad y aparte de
dar suerte sirve para cargarte de energía positiva y soltar la negativa. La
entrada de la Basílica la tiene por la Plaza del Cabildo, y aunque estaba
abierta porque había una boda, no nos permitieron la entrada.
En esta Plaza se encuentra el ayuntamiento y el Castillo
Ducal, que es un alcázar militar de época musulmana, aunque su aspecto actual
responde a reformas realizadas en los siglos XIV y XV.
También aquí se encuentra uno de los mejores miradores de la
ciudad sobre el Río Guadalete y la vega.
Ahora por la Calle Escribanos, llegamos al Convento de las
Mercedarias Descalzas, que es el único que queda en Arcos, y al Templo
inconcluso de los Jesuitas, que se quedó sin terminar debido a la expulsión de
los jesuitas de España.
Junto a él hay dos o tres restaurantes con terraza, y nos
dieron algunos menús para que les echáramos un vistazo. La verdad es que si eran
ciertos, no estaba nada mal. Por diez euros te ofrecían una ración de quesos de
la tierra, dos platos, de una extensas variedad de primeros y segundos, pan,
botella de vino y agua y postre. Lo guardamos por si no veíamos nada mejor.
Continuamos por la calle (más bien callejuela, y que si venía
algún coche te tenías que meter en los portales de las casa), que otra vez
cambiaba de nombre hasta el Palacio del Mayorazgo y su Jardín Nazarí, y como
allí no había nadie que te pidiera nada, entramos con Bonica a admirar los
hermosos patios columnados y el jardín.
Ya todo era un puro monumento: la Iglesia de San Pedro, la Capilla de la Misericordia, el Convento de los Jesuitas y varios palacios...
Tanto arte da mucha hambre, y decidimos comer en el
restaurante que nos había dado la publicidad, que la guardé por si pasaba algo.
Pedimos mesa al camarero y le pedimos la oferta del folletín que tenía en las manos; todo era
cierto y nos hartamos de comer y de beber.
Menos mal que ahora todo era cuesta abajo hasta el hotel.
Además, entramos por la puerta de incendios y no hubo que subir ninguna
escalera. Nos echamos una buena siesta en esa cama tan enorme y tan cómoda.
La tarde se la teníamos reservada a Bonica, porque nos
habían recomendado hacer uno de los senderos que van junto al río Guadalete y
ver la ciudad desde abajo. En una bajada, que tomamos muy cerca del hotel, de
las que hay que ir frenando porque te matas de la inclinación, bajamos hasta el
río. Bonica iba suelta y disfrutando. Es verdad que las vistas de la ciudad desde
aquí es muy diferente, y el paseo junto al río muy refrescante.
Llegamos hasta el
Puente de San Miguel y lo cruzamos para ver la otra parte de la ciudad, y
empezamos la subida; ¡y qué subida, la madre que la parió! Por la calle Calvario, que iba cambiando de nombre conforme subías, vimos algunos palacios,
pero solo desde fuera, pero que servían para hacer algún breve descanso, hasta
llegar a la Puerta Matrera, que fue clave en la defensa de la ciudad por la
parte oriental. Estaba flanqueada por dos torreones, del que solo queda el de
la izquierda.
Un poco más arriba está el Mirador de San Agustín, que te da
una perspectiva de la otra parte del río, que rodea a la ciudad a modo de foso.
Cualquier excusa era buena para descansar.
Y ya por fin cerramos el círculo y
llegamos hasta la parte alta de la ciudad. Fue un palizón y necesitábamos un
cafelillo para reponer fuerzas. Nos lo tomamos en Alcaraván, una taberna un
tanto peculiar, ya que se ubica en las antiguas caballerizas del alcázar. No me
salieron bien las fotos que hice por falta de luz, pero es algo auténtico.
Dimos una última vuelta por el casco antiguo y ya bajamos al
hotel a ducharnos y a ponernos guapos para la cena. Mientras lo hacíamos, escuchamos tambores y música. Se trataba de una manifestación del orgullo Gay,
que le daba a las calles un colorido muy especial.
Dejamos a Bonica en la habitación y fuimos en dirección a
donde se escuchaba la música y se celebraba el acto, pero lo vimos desde lejos.
Buscamos algún lugar donde cenar y como ninguno nos llamaba la tención, al
final entramos en una pizzería muy cerca del hotel y nos pedimos unas tostas
riquísimas y enormes.
Sacamos un momento a Bonica, y ya a dormir, que había sido
otro día maratoniano.
Domingo, 2 de junio
Nos despertamos pronto y bajamos a Bonica al parque para
hiciera sus necesidades y buscamos algún bar abierto para desayunar. Había dos
cerca del hotel, pero en uno anunciaban churros y chocolate. Y por seis euros
nos hartamos, incluida Bonica, de churros y un chocolate muy rico. Pasamos por
el hotel para recoger el equipaje y soltar las llaves y tomamos rumbo a Zahara
de la Sierra, que era la última parada del viaje.
Por no hacerle caso a Montse, ya que estaba viendo el desvío
a Zahara y no me había dicho nada, nos metimos de lleno en Algodonales, y para
salir de allí dimos dos o tres vueltas al pueblo, porque Montse se había vuelto
loca. Eso me pasa por no confiar en ella. Perdimos más de veinte minutos, pero
al final dio con la dirección correcta .
Paramos en el embalse para hacer fotos de este precioso pueblo desde lejos. Y poco antes de llegar,
desde un mirador en alto. Zahara es un pueblo de origen musulmán, del que
toidavía se conservan el típico trazado urbano andalusí, el Castillo del siglo
XIII, la Torre del Homenaje y restos de la villa medieval con tramos de murallas.
Hoy era el domingo del Corpus Christi, pero nosotros no
sabíamos que era la fiesta grande del pueblo, por eso costó mucho trabajo dejar el coche en
el aparcamiento público. Es un pueblo en alto y para acceder a la plaza
principal nos tocó subir un montón por unas empinadas calles.
De pronto llegamos a la plaza y aquello era un espectáculo
de color. Todas las calles y la misma plaza estaban adornadas de vegetación y altares. Tanto el suelo como
las paredes. Imagino que todos los habitantes del pueblo habrían estado toda la
noche trabajando para conseguir esto. Más tarde me enteraría que el Corpus
Christi de Zahara está declarado Fiesta de Interés Turístico Nacional. Así estaban los
bares, que para tomarme un café tuve que hacerlo de pie con la taza en la mano
al estilo inglés.
Visitamos la Iglesia de Santa María de la Mesa y la Capilla,
que estaba en el otro extremos de la plaza, de San Juan de Letrán. Estábamos
callejeando un poco cuando una riada de gente estaba llegando. Bonica se puso
nerviosa ante tanta gente y decidimos dejar la visita para otro momento. Nos
queda pendiente la visita a la Torre del Homenaje, a la Villa Medieval, las
murallas y el Jardín de los Pinsapos. Ya volveremos.
Se nos había hecho tarde, así que no paramos en Olvera, y nos
conformamos con hacer una foto desde la carretera. Aunque en este otro pueblo
precioso de la ruta de los Pueblos Blancos estuvimos viviendo un curso entero hace treinta y
dos años cuando estuve destinado como maestro allí.
A la una y media, y coincidiendo con la hora de la cervecilla y del almuerzo,
llegamos a Gójar sin novedad.
Ha sido un puente muy
bien aprovechado y eso que fue una decisión de última hora y no lo había
preparado como otras veces. Mezcla de
cultura y de naturaleza, visitando pueblos y ciudades que pertenecieron al
Reino de Granada, que precisamente estoy dando con mis alumnos en clase. Es un
viaje para hacerlo en coche, sin prisas y parando en todos los pueblos.
Andalucía ofrece mucho más de lo que creemos, y este sería un buen ejemplo.
Había estado casi en todos los lugares de este viaje, pero no disfrutándolos de
esta manera. Hemos venido encantados, y ya sabemos que nos podemos llevar a Bonica a
cualquier viaje que hagamos en coche, porque se ha portado de maravilla.