lunes, 26 de agosto de 2019

De Sarria a Santiago de Compostela (Agosto de 2019)


Martes, 6 de agosto de 2019

Ya es la quinta vez que hago el camino, y me faltaba por probar con coche de apoyo, en el que la coordinación tiene que ser máxima.

Salimos desde Linares a las diez, previo repostaje, los dos coches. En uno viajábamos Carmen, Jose (al volante) Fabi, las dos perrillas y yo. En el otro Cristina, Luis, Luisillo y Pablo. Parecía que nos mudábamos de la cantidad de cosas que llevábamos y de cómo iban los coches hasta arriba.



Tras una parada a las dos horas y media para ir al servicio y estirar las patas, antes de las dos llegamos a Tordesillas, donde pasaríamos la tarde y la noche con el fin de que el viaje no se hiciera tan pesado. Nos acomodamos y por recomendación, muy acertada por cierto, de la recepcionista fuimos a almorzar al restaurante Los Fogones. Ya el cuerpo se merecía una cerveza, y mientras esperábamos a estar todos y que nos dieran mesa, nos la tomamos en la barra. El menú era muy completo, barato y de calidad, y a mayores (¡tiene cojones la expresión, que significa; además!) había otros platos que yo entendí que solo se servían a los mayores, porque como llevábamos niños…. Dio para reírnos un rato las dichosas palabras. Tras una merecida siesta y estirar el cuerpo un rato, salí con Bonica para explorar un poco la ciudad.

Ya que sabía por dónde se encontraba el centro histórico, quedamos para ir a dar una vuelta. Tordesillas es históricamente muy importante por dos hechos destacados; primero porque aquí se firmó el Tratado de Tordesillas donde se repartieron las zonas de navegación y la conquista del Muevo Mundo entre los Reyes Católicos y el rey de Portugal.



Y en segundo lugar porque aquí fue donde estuvo recluida desde 1509 hasta su muerte en 1555 la reina Juana I de Castilla, conocida como Juana la Loca.



El otro motivo por el que el pueblo es conocido es porque aquí es donde se celebra el famoso y polémico Toro de la Vega, donde los lanceros a caballo luchan contra un toro a campo abierto hasta matarlo o hasta que pasados unos límites se salva y es indultado, utilizándose como monta para la ganadería del pueblo.




El centro se recorre en poco tiempo y decidimos, después de estar un ratillo en un parque, dar un paseo por las orillas del río Duero. Se me vino a la cabeza en cuanto lo hicimos el poema de Gerardo Diego:

Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua…

Tras esta agradable caminata, Fabi, Bonica y yo nos quedamos en la Plaza Mayor tomándonos una cerveza y dándoles tiempo a estos para que se ducharan. Volvimos al hotel para reunirnos con ellos, y otra vez nos dejamos recomendar por la recepcionista, que nos mandó a una de las terrazas de la Plaza Mayor. Fue una velada muy agradable y pronto nos fuimos a la cama.


Miércoles, 7 de agosto


Nos separaban tres horas y media de Sarria, y decidimos hacerlas al tirón, por lo que a las doce ya estábamos dejando el coche en el parking gratuito del hotel, que aunque un poco lejano, hacía que te despreocuparas. Tuvimos que dar varios viajes para llevar el equipaje, y el checkin fue bastante rápido. Mientras estos terminaban de acomodarse hice una primera incursión por la población para encontrar el restaurante que traía apuntado como uno de los más recomendados:” La Pulpería do Luis”.



Se encontraba a unos diez minutos andando y tuve que resguardarme porque empezó a llover. Ya había cola  y aunque pedí mesa, me dijeron que no se podía reservar, que deberíamos apuntarnos en la lista y hacer cola allí mismo. Fui a comunicárselo a estos y a pesar de tener que esperar media hora dentro del local porque la lluvia arreciaba, mereció, y mucho, la pena. Mientras esperábamos, nos tomamos unas cuantas Estrellas de Galicia y comprobamos la maestría en la cocción del pulpo y en cómo lo cortaban. No daban abasto para tanta demanda. Nos colocaron en el salón de abajo y ya sí que empezó a correr la cerveza y el pulpo a feira. De postre te ponían varios tipos de queso y carne de membrillo, que al ver con la voracidad que lo comíamos duró apenas diez minutos en la mesa, ya que podías comer todo lo que quisieras . Ese día la comida fue monotemática y nos salía el pulpo por las orejas; ¡qué rico estaba!




Un paseo hasta el hotel y a echar una buena siesta. Quedamos a las seis para dar un paseo por el pueblo que, al ser inicio del camino, para los que quieren hacer solo los últimos 112 kilómetros, estaba lleno de peregrinos. Paramos en un parque para que Lisillo y Pablo disfrutaran de los columpios.



Sarria es un pueblo  de Lugo que tiene unos catorce mil habitantes y que se ha hecho famoso por ser el punto de partida de miles de peregrinos, lo que hace que en verano multiplique por dos su población. Hay cientos de albergues, hoteles, hostales y pensiones, así como de restaurantes para satisfacer las necesidades de tanto caminante.




Subimos a la parte alta del pueblo, que es el centro turístico, para visitar alguna de sus cincuenta iglesias y su Fortaleza, y cuando estábamos en la zona más concurrida por los peregrinos, un perro de presa sin collar y sin bozal le mordió a Foxy, lo que creó una fuerte discusión entre Jose y el dueño del perro, con la mirada atenta de toda la gente por los alaridos de dolor de la perrita. A mí se me cortó el cuerpo, y Bonica se puso nerviosísima, por lo que me alejé con ella de allí.



Tras el incidente bajamos de nuevo al centro comercial de Sarria ,y Luis y yo, que ya estábamos duchados, nos tomamos unas cervezas en la zona de terrazas junto al río, quedando allí con el resto de la tribu. Nos habían recomendado una pizzería para cenar, y aunque íbamos avisados del tamaño de las pizzas, pedimos tres para los ocho (el pequeño, Pablo, es un cataollas y comía de todo); sobró una entera de la que Luisillo dio buena cuenta al día siguiente.

Nos fuimos pronto a la cama, ya que el jueves comenzábamos a andar.


Jueves, 8 de agosto




Las previsiones meteorológicas daban lluvia para ese día, así que Cristina, Luis y los niños renunciaron a caminar y se fueron a Portomarín en los dos coches. Cargamos todo el equipaje y Jose, Carmen, Fabi, las dos perrillas y yo, iniciamos el camino en una mañana fría y lluviosa. Como pasaba por la puerta del hostal, lo único que tuvimos que hacer fue seguir las flechas amarillas; iniciábamos el camino. La etapa de hoy era de 24 kilómetros, que nos llevarían hasta Portomarín.



 Nada más salir de Sarria nos salió al paso un abuelillo que vendía bastones, y como Carmen no llevaba les vendió uno, aunque a ella no le gusta caminar con él. ¡Menudo armatoste, que hizo que tuviera que ir atravesado en el coche limitando aún más el espacio! Poco después, Jose se quedó atrás hablando con una pareja mayor de irlandeses, a los que acompañó casi media hora con un ritmo cansino, aunque luego, acelerando, nos alcanzó. El ritmo de caminata era bueno, aunque lento para estos. Íbamos adelantando a todo el mundo, salvo a un coreano que iba como las flechas y con el cual, Jose también estuvo hablando; ¡si es que le gusta!







A la altura de Ferreiros, que cuenta con una preciosa iglesia románica y un cementerio al lado, nos cayó un chapetón importante, del que nos resguardamos durante unos minutos en la marquesina de una parada de autobús. Cuando remitió un poco, decidimos seguir andando bajo la lluvia y por un camino embarrado. Bonica, que es blanca, se volvió negra.




Tras cuatro horas caminando y después de hablar con Luis y Cristina que ya estaban en la casa rural, llegamos a ella a las dos de la tarde. Estos ya habían descargado los coches y estaban esperándonos en la puerta. No fue muy difícil dar con el alojamiento, ya que se encontraba muy cerca del camino, en las inmediaciones de Portomarín. Era una casa de campo con dos apartamentos, uno encima del otro, (nosotros ocupamos el de la planta baja) en una parcela de más de cuatro mil metros. Los comentarios hacían honor a la realidad y el lugar era encantador.



Nos duchamos todos, incluidas las perrillas, nos pusimos ropa seca y en los coches nos fuimos a almorzar a Portomarín. Encontramos el restaurante Pérez, que aunque un poco alejado del centro, goza de la mejor valoración en los comentarios de internet. Mientras esperábamos mesa, nos tomamos unas cervezas en la terraza. La calidad, cantidad y precio de la comida fueron magníficos y nos fuimos muy satisfechos. No sé cómo, pero un bote de pimentón fue a parar al carro de Pablo.



Fuimos a dar un paseo por el pueblo. Portomarín fue un pueblo que estaba situado junto a un puente romano sobre el río Miño, pero en 1962, se construyó el Embalse de Belesar y fue trasladado a un monte cercano llamado Monte do Cristo. Allí se reconstruyeron parte de los edificios más importantes, tanto civiles como religiosos, destacando la iglesia románica de San Nicolás, cuyas piedras fueron numeradas y ensambladas en su nuevo emplazamiento.



En un supermercado Covirán hicimos acopio de víveres y sobre todo de cervezas, que un poco más y lo dejamos sin existencias. Nos fuimos a la casa a soltar a las perrillas, que disfrutaron de lo lindo persiguiendo a un conejo que campaba por allí a sus anchas y nos echamos una merecida siesta. Como a Fabi se le habían acabado las pastillas para el ardor, nos llegamos de nuevo al pueblo, esta vez andando, Fabi, Bonica y yo. Nos tomamos un café y dimos una vuelta por el pueblo, que está dedicado por completo al turismo del camino, y regresamos.





En ese momento llegaron los inquilinos de la planta alta: un padre con su hija adolescente, el amigo del padre y una perrilla, que ya habíamos visto por el camino. Estuvimos hablando un rato con ellos en el patio de la casa. Ya Luisillo y Pablo se habían hecho al lugar y estaban jugando por allí.



Decidimos cenar al fresco, pero este se convirtió en frío y se puso a llover, así que nos trasladamos al salón. Después de la cena, nos fuimos a un cobertizo a tomarnos las cervezas y nos dieron las tantas entre risas y casque.


Viernes, 9 de agosto




Hoy tocaba la etapa más larga, desde Portomarín hasta Palas de Rey, de unos 26 km. Fabi y yo nos levantamos muy temprano y nos fuimos con los dos coches hasta Palas, donde dejamos uno y volvimos los dos en el otro. Estaba más lejos de lo que pensaba y tardamos una hora y media en la operación. Cuando llegamos ya casi estaban preparados. Ese día yo iría de coche de apoyo hasta la mitad del camino, haciendo una parada previa por si alguien se encontraba muy cansado. Les dije que pararía en Gonzar, y hacia allí me dirigí para esperarlos. Me tomé un café y haciendo el camino a la contra pensé en encontrarme con ellos y hacer algunos kilómetros juntos. Me acompañaba Bonica, y después de tres kilómetros caminando en sentido Portomarín, me di cuenta de  que estos o se habían equivocado de sendero o ya habían pasado, cosa que era harto difícil. Como no había cobertura y no podía ponerme en contacto con nadie, decidí desandar el camino y cuando pude llamar, ya habían pasado. Así que me fui directo al segundo punto de encuentro, en Ventas de Narón, y cuando estaba tomando café, aparecieron todos. Ahí, Luis y Cristina, junto a sus dos hijos cogieron el coche y yo hice los trece kilómetros que faltaban junto a Fabi y Bonica, ya que Carmen y Jose iban a un ritmo más rápido. Como todas las etapas desde Sarria a Santiago fue muy agradable, ya que vas por bosques de robles en galería , lo que hace que no se pase nada de  calor, aunque casi que se agradecía porque el tiempo seguía siendo invernal.



Antes de las dos ya estábamos en Palas de Rey, y estos habían encontrado una terraza muy agradable para almorzar, ya que con las perrillas no podíamos entrar dentro. Nos pedimos unas raciones de productos de la tierra: empanada, pulpo, tortilla, pimientos de padrón regadas con unas cuantas cervezas. Nos repartimos en los coches y volvimos a la casa de Portomarín. Siesta, y a disfrutar del entorno de la casa. Esa tarde el tiempo acompañaba y estuvimos en el patio hasta las nueve; lo que se aprovechó para hacer la colada y secado de la ropa en las máquinas, de las que previo pago de tres euros, disponía la casa.

Esa tarde llegaron los nuevos inquilinos, con los que apenas intercambiamos palabras. Tras la cena tan rica que teníamos preparada  a base de ensaladas, quesos y otros embutidos, nos fuimos otra vez al cobertizo a tomarnos las cervezas de la velada.


Sábado, 10 de agosto





Madrugamos algo más de lo habitual porque había que cargar los coches con el equipaje y pusimos rumbo a Palas de Rey, donde Carmen y Jose nos dejaron para ir a soltarlos en Melide. Como la etapa la había dividido en dos de quince kilómetros y hacer al día siguiente, Melide -Arzúa, y viendo lo bien que caminaba Luisillo ( que solo tiene siete años), decidimos hacerla sin coche de apoyo y que estos que iban más deprisa que nosotros, hicieran el camino inverso hasta encontrarnos por el camino.



¡Era para ver cómo iba Luis de deprisa empujando el carro! La gente se quedaba alucinada y algunos peregrinos pensaban que llevaba un motor. Algunos ratos yo me pegaba a él y nos llevaba a Bonica y a mí con la lengua fuera.



A los siete kilómetros, de una etapa preciosa, paramos a tomarnos algo en uno de los muchos chiringuitos que te encuentras por el camino. Ya no era hora de café, así que Luis y yo nos metimos un cervezón en el cuerpo con unos pinchos generosos de tortilla. Les dimos la ubicación ( ¡qué invento más bueno!) a Carmen y Jose y en pocos minutos estuvieron allí.



 Ya sí, todo ese grupo tan heterogéneo, comenzamos los ocho kilómetros restantes, aunque cada uno iba a su ritmo. Nosotros esperamos a Cristina y a Luisillo, que iban parando en todos los lugares donde se podían poner sellos, ya que la madre les había preparado a sus hijos un libro muy chulo para ir rellenando como recuerdo del camino.



La segunda parte de la etapa siguió por bosques y atravesando algunas pequeñas aldeas. Casi sin querer nos plantamos en Melide antes de la una y media. En el restaurante que me habían recomendado no admitían perros, así que en uno cercano pedimos permiso y nos dijeron que si no hacían ruido ni molestaban a los otros clientes, no había ningún problema. Melide es la cuna del pulpo a Feira, así que fue de nuevo el plato principal del almuerzo, aunque siempre pedíamos otras especialidades de la casa. La comida fue de diez, como todas las que hemos hecho en todo el viaje. Al final Foxy empezó a ladrar dentro del restaurante, menos mal que ya casi habíamos terminado de comer.



Llamamos a la dueña de la siguiente casa para decirle que a las tres y media estaríamos en Arzúa. Allí estaba esperándonos, y tras la bronca que me echó por haberla engañado con el número de personas (yo le había dicho que íbamos siete, porque cada vez que ponía seis adultos y dos niños, no me dejaba reservar) me dijo que no nos iba a dejar tirados, por lo que dimos los datos de todos menos el de Jose, que si se moría no tendría derecho a nada.




El piso estaba en la primera planta y nos dejó a todos perplejos; no le faltaba ningún detalle y estaba todo nuevo y muy limpio, pero la sorpresa era la terraza de más de cien metros; todo muy cuidado y con césped artificial. ¡Una pasada de piso! No me extraña la puntuación tan alta que tiene. Había juegos para los niños, y hasta una wii que hizo que Luisillo estuviera encantado.



Repartimos los dormitorios y nos echamos una merecida siesta. Mientras se levantaban todos, me fui a dar una vuelta por el pueblo con Bonica. Arzúa, tierra del queso, es un pueblo de unos seis mil habitantes, que se extiende en un par de calles a lo largo del camino. Toda la localidad de más de un kilómetro de largo, vive del queso y de los negocios montados para abastecer a los miles de peregrinos que día a día hacen tarde-noche aquí. Es el último pueblo importante antes de llegar a Santiago.

La recorrí de parte a parte y cuando volví, organizamos el tema de las compras, que ya nos estábamos quedando si nada. Después de una agradable tarde en la terraza, decidimos salir a cenar fuera en un bar tienda que tenía unas ofertas muy buenas de tablas de quesos y embutidos ibéricos. Otra vez sobró comida, y eso que Pablo ayudaba, y mucho, con su “más”. ¡Qué cabrón, qué buena boca tiene con solo veinte meses!

La velada la hicimos en la terraza acompañada de cientos de cervezas; ¡ uno no, pero qué saque tienen los dos hermanos! Antes de acostarnos estuvimos viendo las previsiones para el día siguiente y seguían dando lluvia abundante durante todo el día. Luis decidió que él no se arriesgaba con los niños a hacer la etapa.


 Domingo, 11 de agosto


Cuando saqué a Bonica al pis de la mañana no se veía ni tres en un burro a causa de la niebla; no llovía, pero te ponías chorreando sin notarlo. Estuve a punto de decirle a estos de suspender la etapa, pero como Luis se quedaba con un coche allí, decidimos hacerla y llamarlo si se ponía feo el tema. A las nueve estábamos dejando el coche en Melide. Hoy tocaba hacer los otros quince kilómetros hasta Arzúa. Seguía la niebla, pero no llovía, así que comenzamos a andar Carmen, Jose, Fabi, las dos perrillas y yo. Desde el principio les dije que ellos tiraran, que Fabi y yo iríamos a nuestro ritmo y pensábamos hacer una parada para el café; ya no los vimos en todo el camino.



La niebla se fue despejando, pero el camino estaba embarrado, por lo que Bonica iba otra vez negra y mojada. Cada vez estaba peor el día, así que fuimos dilatando la parada, que al final no hicimos. Aún siendo una de las etapas más largas del camino, si se hace en un día (30 km), es de las más bonitas. Daba gusto caminar entre la espesa arboleda.



Llegamos a las doce, media hora después que estos, que ya habían ido a por el coche, y a los cinco minutos empezó a llover de forme torrencial, cosa que estuvo haciendo casi todo el día. ¡Nos libramos por muy poco! Y fue un acierto no hacer la parada de descanso.

Cristina, la dueña de la casa, nos había recomendado un restaurante en las afueras y fiándonos de ella, le hicimos caso. Aunque nos costó trabajo dar con el sitio, la comida fue espectacular. El menú era un poco más caro de lo habitual (15 euros), pero de primero tenías zamburiñas y langostinos, que tenían ambos una pinta y un sabor soberbio. Menos mal que llegamos pronto, porque el comedor se llenó a los cinco minutos y la espera de los demás comensales, incluida Cristina, fue mayor. Otra vez nos hartamos de comer y de beber.





 La vuelta fue rapidísima, en apenas tres minutos estábamos en el piso para echar la siesta. No paró de llover en toda la tarde, lo que aprovechamos para disfrutar de la terraza. Hoy parte de la cena la preparé yo y quedó una mesa muy mona con todo lo dispusimos en ella. Lusillo estaba encantado con los juegos, y Pablo, que cada vez que despertaba parecía que le hubieran dado cuerda ( un hijo puta con toda la cuerda “da”) corría de un sitio para otro y nos tenía entretenidos a todos, menos a las perrillas, que aunque empezaba a acariciarlas con mucho mimo, en cuanto se despistaban les daba una patada; le temían ya como a una vara verde.



Antes de la velada de las cervezas, dejamos casi preparado el equipaje y nos fuimos a la cama con pena de dejar esa casa tan encantadora con nombre vasco: “Tximeleta Bidean”, mariposa en el camino.


Lunes, 12 de agosto


Hoy nos tocó a Luis y a mí llevar los dos coches hasta el final de la etapa y volver con uno. La etapa era Arzúa a Pedrouzo, de unos veinte kilómetros. Para quitarle unos cinco kilómetros de andadura a Luisillo, se vino con nosotros. Dejamos un coche en la entrada del pueblo y volvimos con el otro para unirnos al grupo y volver después a por él.



El camino estaba bastante alejado de la carretera, así que mientras buscamos un sitio por donde pasara y dejar el coche con ciertas garantías, hizo que nos perdiéramos y echáramos por carreteras que eran para cabras. Por fin dimos con un bar con aparcamiento, y que estaba al lado del camino. Nada más pedir el café, llegó el resto de la tropa. Hoy había sido Jose el que había llevado el carro de Pablo, aunque eso no le impidió ir echando hostias y ser el primero en llegar al punto de encuentro. Los quince kilómetros restantes, ya sí que los hicimos todos juntos.



Bueno, es un decir, porque Jose y Carmen se adelantaron para volver ellos a por el coche, y Luis iba como si llevara un bólido con el carro. Cristina, Luisillo, Fabi, Bonica y yo, hicimos casi todo el recorrido juntos. Otra etapa preciosa y nada exigente.





Jose y Carmen llegaron casi media hora antes, y Luis, nos esperaba a la entrada del pueblo desde hacía quince minutos. Nos fuimos al bar que había cerca de la gasolinera y mientras esperábamos los coches, nos tomamos una cerveza acompañada con una tapa de lentejas buenísima.

Desde aquí nos fuimos al último hospedaje del camino; una casa  a unos cuatro kilómetros de Santiago. La casa pintaba muy bien en internet, y las opiniones de la misma eran muy buenas, pero con tanta lluvia, había bastante humedad, lo que le restó encanto. Bueno, para dos noches no estaba mal, aunque no pudimos disfrutar de la terraza superior, que era de lo más bonito. El dueño nos recomendó un restaurante que se encontraba a cinco kilómetros, pero nada más salir con el coche vimos un restaurante con muchos coches aparcados, así que paramos a probar suerte, que ya eran más de las tres. Daban comida casera de bastante calidad y a un precio normal; aunque por la hora, ya no quedaban algunos de los platos del menú.



Pablo y Luisillo disfrutaron un rato del parque infantil que había al lado de la casa mientras llevábamos todo el equipaje y lo colocábamos en la casa. Siesta merecida y excursión por los alrededores con Bonica para mirar los horarios de los autobuses a Santiago y encontrar un supermercado Gadis enorme.

Otra vez llenamos la nevera de cervezas y algo de picoteo, y pusimos rumbo a la parada del autobús. Aparcar en Santiago en harto difícil y dejas el coche muy alejado del centro. Había leído que si comprábamos un bono de veinte viajes, salía a sesenta céntimos el trayecto. El conductor era un malafollá de cuidado, pero a base de insistir con las preguntas, se volvió amable conmigo y hasta me dijo lo que no debíamos perdernos en la ciudad. Seguí tentando la suerte y le pregunté que si podíamos meter a las perrillas en el autobús, a lo que me contestó que solo si iban en transportín. Como le dije que no lo habíamos podido traer me dijo que podíamos meterlas en unas cajas de cartón. Nos reímos mucho con la ocurrencia. Nos avisó de la parada mejor para ir a la catedral y le di las gracias. Estábamos al lado, así que nos llegamos a la Plaza del Obradoiro, que estaba a reventar de gente. Nos hicimos algunas fotos con la catedral de fondo y fuimos a la busca de algún lugar donde cenar, de la amplia oferta que hay en los alrededores. Nos apartamos un poco del centro y dimos con un restaurante bastante acogedor. Otra vez a saborear los productos de la tierra regados con Estrella de Galicia.



A las diez y media tomamos el bus de vuelta a la casa y las perrillas se pusieron contentísimas cuando llegamos. Velada de música y cervezas en el patio interior, y después de mucho pensar cómo haríamos la última etapa, Luis dijo de suspenderla porque la idea de los taxis que nos acercaran hasta Pedrouzo era bastante complicada por los niños y las perrillas. Aunque yo me opuse en un principio, la almohada me ayudó a tomar la decisión.


Martes, 13 de agosto




Nada más despertar le comuniqué a Fabi el cambio de planes, y no lo vio mal, así que nos levantamos y nos fuimos mientras estos daban señales de vida a dar una vuelta por la urbanización. Descubrimos que el camino pasaba por ella y que solo faltaban cuatro kilómetros para llegar. Cuando volvimos ya había movimiento en la casa y les dije a todos que haríamos solo esos kilómetros que faltaban desde allí. Ya nos tomamos las cosas con más tranquilidad.



Subiendo desde la casa, comenzamos el camino todos juntos desde ese mojón, y siguiendo las flechas amarillas nos presentamos en Santiago en menos de una hora. Fuimos, como es costumbre a la Plaza del Obradoiro y estos hicieron cola para entrar en la catedral quedándome yo fuera con las dos perrillas. Está en obras y no lucía como otras veces en todo su esplendor; así que tampoco me perdí nada.





Luis había leído la noche anterior que había dos restaurantes en el mercado central en los que si tú llevabas el marisco, ellos te lo preparaban por un módico precio. Ya era tarde cuando llegamos al mercado y comprobamos que era cierto. Hicimos cola para reservar en el que está dentro y no nos daban mesa hasta las cuatro, así que fuimos al de fuera, y nos dijeron que en la terraza nos podíamos sentar siempre que fuera antes de la una. Teníamos solo media hora para comprar, pero nos sobraron diez minutos.



En dos puestos distintos hicimos la compra: zamburiñas, percebes, navajas, almejas, mejillones, langostinos, camarones, un buey de mar, una lubina y un kilo de ternera. Llevábamos más de diez kilos de marisco. Entramos en el restaurante, entregamos la comida y nos acomodamos en la terraza. Hoy sí que apetecía la sombra, porque salió un sol resplandeciente, como dándonos la bienvenida al destino final del camino. Tuvimos que pedir varias veces las cervezas, porque pensaban que las querríamos con la comida. Lo que no sabía la muchacha era que nos íbamos a beber unas cuantas cajas.



Empezó a salir el marisco, con un orden preestablecido, y ya fue un no para de comer y beber; ¡qué burros somos, nos iba a salir el marisco por las orejas, y la muchacha no daba abasto trayendo cervezas, como si se fuera a acabar el mundo!



Fueron unas tres horas de almuerzo y al final nos tuvieron que meter en un tapper parte de la comida; era imposible terminar con ella. Para poder digerir aquello Luis y yo nos pedimos un gintónic y Jose otra cerveza. Las mujeres querían comprar regalillos y nos fuimos a la zona turística, pero como ya se nos había calentado el labio, nosotros nos sentamos en una terraza a seguir bebiendo cerveza; esta vez reserva 1906. Nos tomamos unas cuantas acompañadas de unas tapas de tortilla que quitaban el sentido.



Bajamos hasta la Plaza de Galicia, que estaba llena de gente y seguimos con la cerveza en una de sus múltiples terrazas, y a las ocho de la tarde decidimos marcharnos. Como llevábamos a las perrillas, Carmen, Jose , Fabi y yo iríamos andando, mientras Luis, Cristina, Pablo y Luisillo lo harían en autobús. Me di cuente de que yo tenía el bono y me subí a pagar y a que me devolvieran los tres euros por devolver la tarjeta, y sin querer me quedé allí dentro. Fabi desde me fuera me dijo por señas que tenía los cojones cuadrados. Prácticamente llegamos al mismo tiempo, así que le dieron a las patas  de lo lindo y, aunque yo esperaba un buen rapapolvos, me lo perdonaron; sobre todo Bonica que se tiró para mí como si hiciera siglos que no me veía.

Una vez que se traspasa la línea, no hay quien nos pare y decidimos acabar con todo lo que teníamos en la nevera, incluidas veinte cervezas y una botella de vino de Ribeiro; nos dieron más de las dos de la mañana en el patio entre música, casque y risas. ¡AJÚ, QUÉ PANZADA DE BEBER!


Miércoles, 14 de agosto


Con un resacón de cuidado, me desperté a las nueve, y viendo que esto iba para rato, saqué a Bonica a darle un buen paseo. Entre unas cosas y otras cargamos los coches a las doce del mediodía y justo cuando íbamos a salir Jose se dio cuenta de que no estaban sus gafas de sol. Ya habíamos cerrado la casa y dejado las llaves dentro, así que hubo que esperar a que vinieran a abrirnos. Luisillo y Pablo lo aprovecharon para darse una última vuelta en los columpios del parque. Nos separaban más de cinco horas hasta Venta de Baños, muy cerca de Palencia.

Decidimos parar a almorzar en Puebla de Sanabria, pueblo bonito donde los haya, pero estaban de fiestas y no hubo cojones de aparcar, así que retrocedimos unos kilómetros y lo hicimos en una venta-fábrica de embutidos que habíamos visto llenica de coches. Almorzamos en la terraza y nos pusimos hasta el culo de cecina, callos, jamón, ibéricos… Estos dos, que tenían que conducir, tomaron agua, y nosotros unas cervezas.

Ya eran las tres y aún nos quedaban dos horas y media de conducción que se hicieron eternas, tanto, que hubo que parar a tomar algo porque nos estábamos quedando todos dormidos. A las seis y media llegamos a la casa rural, donde nos esperaba el dueño, que vive allí también junto a sus perrillos. Por fuera la casa estaba de lujo, con jardines bastante cuidados y una piscina maravillosa, pero por dentro era una ruina. Ocho dormitorios repartidos en dos plantas que parecía que se iban a caer en pedazos. No estaba limpio y todo necesitaba una buena mano de pintura. Ni siquiera las puertas cerraban bien, y en una ducha se salía el agua por el lavabo; ¡vamos, un desastre!




Aprovechamos para darnos un baño en la piscina, que tenía el agua helada, y viendo que era muy tarde, decidimos no ir a visitar Palencia, que había sido el motivo de escoger aquella casa y desviarnos más de sesenta kilómetros del recorrido, y nos fuimos a la cervecería del pueblo que nos recomendó el dueño, teniendo que coger los coches. Al menos la recomendación fue buena y tenían cerveza Alhambra y unas raciones muy ricas de productos locales.



Compramos algunas cervezas del expositor para tomárnoslas en el jardín de la casa y nos fuimos a la casa fantasma a descansar. Hoy apenas sí estuvimos una hora de velada, que fue bastante agradable, y a dormir, que aún nos quedaban otros quinientos kilómetros para llegar a Linares.


Jueves, 15 de agosto


Hoy sí que fuimos todos puntuales, y a las nueve menos cuarto estábamos con los coches cargados y dispuestos a hacer el viaje de vuelta. A los diez kilómetros, Jose se percató de que su hermano no venía detrás, así que mano al móvil a ver lo que ocurría. Luis se había dejado la cartera en la mesita de noche y volvía a recuperarla. Nos dijo que nosotros siguiéramos, que ya nos pillaría por el camino. Pero si íbamos juntos, no lo dejaríamos ahora, así que paramos en un área de servicio a esperarlos. Llamamos al dueño de la casa, pero no dio señales de vida. Menos mal que todo estaba abierto, porque después nos enteramos de que se le habían escapado los perros y estaba buscándolos. Luis recuperó la cartera y cuando estaba a nuestra altura nos dijo que continuásemos. Al momento ya estábamos los dos coches juntos de nuevo.

Paramos en la Mancha para estirar las patas (mear es que suena feo) y tomarnos algo, y a las tres menos cuarto estábamos aparcando en Linares, en la casa de Paula ( hermana de Fabi y madre de estos). Nos tenía la comida preparada, y aunque éramos multitud , trece personas incluyendo a la Chari, lo hicimos en buena armonía. Nosotros: Fabi, Bonica y yo tiramos para Gójar y echarme la siesta allí.


Galicia en verano es el paraíso, y más después de saber que en Andalucía había habido un ola de calor durante esta semana. Es el paraíso por ese clima tan benévolo que después del asfixiante verano que estábamos teniendo vino de maravilla, no hemos pasado de los veinte grados ni un día ; por las comidas tan ricas (pulpo, ternera, el pan, la empanada, los mariscos…); por tener una de las mejores cervezas de España; por sus paisajes tan maravillosos; por ese olor a pueblo que recibías por cada aldea que pasábamos, por disponer de caminos que te hacen sentir la naturaleza en todo su esplendor; por la de personas de todo el mundo que conoces; por todo.

Al final hemos hecho unos cien kilómetros andando, atravesando Galicia de este a oeste, y a pesar de la lluvia, hemos podido caminar todos los días. Este tramo, que va desde Sarria a Santiago está perfectamente preparado para que toda persona pueda hacerlo en cualquiera de las situaciones: con mochila, sin ella, en albergue privado o público, en casas, pensiones, hostales, con perros … Hay multitud de empresas que trabajan para que todo el mundo pueda hacer el camino: autobuses que te llevan y te recogen, empresas que te trasladan el equipaje, taxis para el que no se sienta bien en una etapa, masajistas, restaurantes, ventas y chiringuitos para hacer una parada de descanso o bien almorzar, supermercados; todo está pensado para los caminantes y es su fuente de ingresos más importante. Si bien es cierto que hay momentos en que aquello parece la Gran Vía, de los miles de peregrinos que te encuentras por todos lados.

La convivencia ha sido magnífica; cosa que no es
tan fácil cuando ocho personas tienen que compartir durante nueve días absolutamente todo. Tanto los niños como las perrillas han sido nuestro entretenimiento. Luisillo es un magnífico caminante, a pesar de sus siete años. Hubiera hecho todas las etapas completas sin ningún problema. Y el sinvergüenza de Pablo nos tenía a todos en jaque con sus travesuras y su simpatía; ¡vaya personaje!

Carmen, Jose, Cristina, Luis; ha sido un placer viajar y hacer el camino con vosotros.