Sábado, 10 de octubre
Ya sé que era una época mala para salir de viaje, pero tenía
tantas ganas de que estuviéramos todos juntos de nuevo, que los sentimientos le
ganaron la partida a la responsabilidad. A las siete ya estábamos en marcha recogiendo
a Helena y rumbo a Barcelona.
Había sido una semana difícil de casos de contagio por
coronavirus y por el susto que nos dio David el lunes con la fiebre y el dolor
de garganta, pero, aún así, decidimos continuar con los planes de ir a pasar el
puente del Pilar con Víctor, Aroa y el bichucho de Iria a celebrar su primer
cumpleaños (aunque fuera una semana antes).
El coche no corría, volaba, y en menos de dos horas paramos
a desayunar pasado Manzanares. Como no dejaban entrar a los perros, yo, lo hice
con Bonica en la puerta. Fue un desayuno con sorpresa, ya que mi hijo Víctor
hizo una videollamada y estuve todo el rato hablando con él y viendo a mi niña
por el móvil, como aperitivo a lo que nos encontraríamos en vivo y en
directo unas pocas horas más tarde.
La siguiente parada fue en Castellón. En el área de
servicio, nos tomamos unos bocadillos riquísimos de atún con tomate, que Fabi
había preparado esa misma mañana. Y ya al tirón, sin que David me dejara ni un
minuto al volante, nos presentamos en Martorell, siete horas y media después de
haber salido de Gójar. Sabía que íbamos rápidos, pero no tanto, hasta que
Helena le dijo a David que iba a más de ciento ochenta kilómetros por hora; que
no fuera tan corriendo. ¡La madre que lo parió! Y yo de copiloto, y sin
enterarme de nada. La verdad es que conduce con tanta seguridad, te transmite
tanta confianza al volante, que aunque hubiera visto que nadie nos adelantaba,
jamás pensé que fuéramos a esa velocidad. ¡Claro, que le eché una bronca!
Como aún eran las dos y media, terminamos el almuerzo en el
piso de Víctor y Aroa con unas cuantas cervezas fresquitas y los bocadillos de
jamón ibérico que todavía nos quedaban, pero ya, en compañía de nuestros seres
más queridos.
La protagonista era Iria con su ir y venir, con su cambio de
actividad constante; no para quieta un segundo, y aunque parezca que se ha
entretenido, al momento está buscando algo nuevo. Su primer saludo fue para
Bonica, a la que no paraba de buscar y llamar: “¡Gua gua, gua gua!”, (demasiado
bien se ha portado la perrilla). Aunque, también se ha entretenido mucho con
todos los regalos que le habíamos llevado. Su abuela cogió la manija y se
prestaba a todos sus caprichos, aunque la iba a volver loca. ¡Qué torbellino!
La tarde se pasó volando. Y tanto Víctor como Aroa pudieron
echarle un vistazo al libro de poemas que le llevaba de regalo a Iria por su
primer cumpleaños: ”Mi primer año de vida en verso”, mientras el bicho echaba
su siesta.
Merienda, y ya casi oscureciendo nos fuimos todos al parque
de columpios que hay a la vera del río. Todos detrás del correpasillos, que
Iria conducía como una loca, hasta llegar a la zona recreativa. El plato fuerte
era el mecedor, donde sin ningún miedo se dejaba volar al ritmo de la canción
”mi abuelita está mala”. El frío arreciaba y nos dimos la vuelta, esta vez, correpasillos
en mano.
Una canción de columpio
Mi abuelita está mala…
¿A que así es más divertido?
¿Con qué la curaremos?
Escuchando estos sonidos,
Con palos que le demos.
pues, claro que no es lo mismo.
¿Dónde están los palos?
Mi niña se balancea
La lumbre los ha quemado.
dirección al infinito,
¿Dónde está la lumbre?
donde esperan las estrellas
El agua la ha apagado.
con su camino de hilos.
¿Dónde está, el agua?
Mientras se balancea
Los pollos se la han bebido.
se le ilumina la cara.
¿Dónde están los pollos?
Vuela libre, vuela alta,
El cura se los ha comido.
que no te detenga nada;
¿Dónde está el cura?
hasta que alcances tus sueños,
A decir misa se ha ido.
no esperes hasta mañana.
¿Dónde está la misa?
Y aquí acaba este poema
Al cielo se ha subido.
de mi niña con su barca.
¿Dónde está el cielo?
Metido en un puchero;
Pucherico, pucherón,
que viene el demonio
con el tizón,
y se lleva a mi Iria
del mecedor:
apeón, apeón.
Canciones de los poemas,
canciones de los recuerdos,
canciones alegres, tiernas.
Al calor del hogar, partimos unas tapas y abrimos unas
cervezas fresquitas, mientras mi pequeña empezaba con el espectáculo de la
cena. Da gusto verla sola comer, pero no me podía asomar mucho porque
continuamente me decía hola con las manos.
Como con las tapillas ya casi estábamos cenados, partimos
algo más para acompañar a un pisto con huevos. Más risas , más casque, y en
cuanto el bichucho acabó de cenar, de nuevo vuelta a la calma; ¡por los cojones!
Fabi y Helena estuvieron tiradas un rato en el suelo dirigiendo y dejándose
dirigir por los deseos de Iria. Parecía que le habían puesto pilas nuevas. Ya
era tarde para ella, así que Aroa se la subió para intentar dormirla, mientras
nosotros veíamos juntos el partido de fútbol de España. La madre que la parió,
no se quedó dormida hasta las doce de la noche, en que paró de hablar en voz
alta. A todos nos tocaba descansar después de ese día tan intenso.
Domingo, 11 de
octubre
Fabi y yo estábamos de punta a las siete, y mientras ella
ordenaba y limpiaba sobre limpio el salón y la cocina, yo me fui a darle una
vuelta a Bonica.
La idea era hacer un par de veces el recorrido por la vereda
del río y dejarla suelta un buen rato. Pero a la altura de los columpios,
cuando aún no había amanecido, un perro grande de caza salió de la nada y
Bonica echó a correr con el lebrel detrás de ella, como si de un conejo se
tratara. Yo la llamaba, pero ella estaba ocupada en librarse del perro que la
perseguía. Entonces, yo también eché a correr, pero me triplicaban en
velocidad, y estuve haciéndolo hasta que los perdí de vista. Ahí empezó mi
preocupación y mi mente ya se imaginaba las peores escenas posibles. Con el
corazón en un puño y faltándome el oxígeno fui hasta el portal del bloque, y
allí me la encontré, asustada y con el rabo entre las piernas. Apenas fueron
quince minutos, pero ¡qué mal lo pasamos los dos! Ahora sí, atada y casi
tirando de ella hicimos unos cuantos kilómetros por las calles principales de
la Vila (Villa).
Ya se había levantado el manojo de nervios, y mejor expreso
con un poema cómo es su despertar y sus primeros momentos.
Por los cojones, tranquila
Cuando estás dormida dicen:
¡Qué tranquilica es mi niña!
Nada más abrir tus ojos:
¡Por los cojones, tranquila!
El torbellino despierta
ya con las pilas bien puestas
y saluda al nuevo día
cargadica de energía.
Se mueve, se para, observa,
se entretiene un instante,
vuelve su vista a otro lado,
va de su madre a su padre.
Da una vuelta por la casa
sujetada de una mano,
vuela, mucho más que corre,
y, no le gustan los brazos.
Saluda y ve un juguete,
y se detiene a observarlo.
“Que me apetece jugar,
paro un poco, aprovechadlo”.
Apenas dura un segundo
y cambia de actividad.
Ahora, un libro, te dice
con cara felicidad.
Pues sí, este es el despertar
de una niña tan tranquila
que no te deja parar
ni de noche ni de día.
Mientras terminaba Iria de desayunar y se arreglaban los
padres y la arreglaban a ella, fuimos a comprar la tarta del cumpleaños, a tirar
la basura en sus respectivos contenedores de reciclaje y a tomarnos un
cafelillo: David, Helena y yo. Más tarde se unió Fabi, y los cuatro nos dimos
un paseo hasta el Puente del Diablo y nos hicimos unas fotos en esa agradable y
despejada mañana que había amanecido.
Habíamos quedado a las doce para salir, y mientras Fabi subía a ver lo que les faltaba y a recoger algunas cosas, Helena David y yo nos pedimos una Estrella Damn en la terraza del bar de la esquina. Como la dueña es paisana, y se había hecho amiga de Fabi, nos sacó unas tapillas de aceituna con guindilla y pan tumaca con jamón. No, allí no te ponen tapa, fue un detalle de la dueña, y nos cobró al precio del tercio de cerveza, que es, uno cincuenta.
Víctor y Aroa se habían empeñado en invitarnos a comer en un
restaurante muy bueno de marisco, pescado y arroces en Vilanova y la Geltrú.
Pero había que coger los coches y hacer casi cincuenta kilómetros. Después de
algunas vueltas, pudimos aparcar y fuimos dando un paseo hasta el lugar de la
comida. Iria iba saludando a todo el mundo desde su sillita.
Tras una espera de diez minutos, nos dieron paso al comedor;
una terraza exterior para que pudiéramos tener a Bonica con nosotros. Nos
pedimos unas cervezas, y esperamos turno para entrar a la vitrina de los
pescados y mariscos a escoger la comida. Mientras tanto, llegó un compañero de
Víctor con su pareja y unos amigos, y nos saludó a todos, enviándonos una de
las mejores botella de cava, un reserva Llopart brut nature. ¡Pues ya nos gusta
almorzar como los catalanes tomando cava con la comida! Y no al final, como
hacemos en el resto de España. Entraron Víctor, Helena y David y pidieron:
zamburiñas, cigalas, berberechos, un lenguado a la plancha, una ensalada y dos
tipos de arroz (uno negro y otro a la señoret). ¡Todo exquisito!¡ Y qué buena
boca tiene mi nieta! Dio cuenta de un lenguado enorme, y no le puso peros ni a
los berberechos, ni a las zamburiñas ni a las cigalas. Después, entre Fabi y
Helena la estuvieron entreteniendo para que nos dejara almorzar al resto. Tiempo
que ella utilizó para bailar, jugar y saludarme con su forma especial de
decirme hola.
¡Hola!
Ya soy algo para ti,
aunque solo sea tu hola.
Sí, tú me subes al cielo
al decirlo de esta forma.
Te mueves, te paras, miras,
me sonríes, dices hola;
y te respondo riendo:
pues hola, chiquilla, hola.
Apenas dura un segundo
y vuela mi mariposa
en busca de nuevos sueños,
en busca de cualquier cosa.
Te fijas en mí de nuevo,
y tus manos como loca
con movimientos enérgicos
otra vez me dicen hola.
Si supieras tú la gracia,
aunque lo sepas de sobra,
de saludar a tu abuelo;
¡no lo harías de otra forma!
Nos tomamos otra cerveza especial, y al final nos invitaron
a unos chupitos de orujo. Víctor ya se calentó un poco y perdió esa seriedad,
responsabilidad o timidez que le caracteriza y empezó a decir polladas. Ya sí
que empezaron las risas de verdad. Víctor contó el chiste del camarero malafollá
al que el cliente le pide tres cafés: uno para él, uno para el camarero y otro
para su puta madre. Y que por la cara que puso el camarero, rectificó y pidió
solo dos, ya que opinaba que al camarero le sentaba mal el café. Yo me partía
de risa porque tiene mucho arte contando chistes ¡Me recuerda tanto a mí cuando
actúa de esa forma! Dejamos la copa pendiente, que él quería tomarse allí, para
la casa.
Pagó la cuenta, que no fue tan cara como yo esperaba (ya que
tocamos a treinta y cinco euros) y dando un paseo hasta la orilla del mar, nos
acercamos hacia donde teníamos aparcados los coches. David, había bebido, yo
había bebido, Helena había bebido, así que no quedaba otra que Fabi condujera de
vuelta, aunque protestara. David iba de copiloto dándole las instrucciones
precisas y tranquilizándola. En cuarenta minutos ya estábamos dejando el coche
en Martorell.
Nos servimos esas copas y nos preparamos para celebrar la fiesta de cumpleaños de Iria. Hubo tarta, hubo vela, hubo risas y hasta sorpresas. Hubo fiesta familiar.
Cogí el libro de poemas y empecé a recitar el
último… pero entre las risas y que nos pusimos a cantar cumpleaños feliz en
inglés, en catalán, en euskera, en gallego, en italiano y en alemán, se nos fue
un buen rato de cachondeo y no pude leerlo entero. Así que, dejo aquí
constancia de lo que le quería recitar.
Tu primer año de vida en verso
¡Quién lo diría, Iria chica,
ya ha pasado todo un año,
doce meses de tu vida!
Por eso yo te lo canto:
¡Cumpleaños feliz,
cumpleaños feliz,
te deséamos Iria,
cumpleaños feliz!
Y ahora en inglés:
happy Birthday to you,
happy Birthday, dear Iria,
happy Birthday to you!
¡Qué pronto se pasa el tiempo,
ay cómo vuela, pequeña,
que parece que fue ayer
cuando vio la luz, mi nena!
No sabía qué regalarle
al lucero, a mi princesa.
Pues haré su vida en verso,
como regalo a esa estrella.
Que fue en Granada, mi niña,
en una tarde otoñal,
cuando tú llegaste al mundo,
después de tanto esperar.
¡Ay qué guapa eras, Iria,
ay qué salero al llorar,
ay qué chica era mi niña;
yo la quiero contemplar!
Nerviosilla, sí que eras,
no lo vamos a negar,
pero es que no va a ser todo:
comer, dormir y callar.
Observar cada detalle
que tú pudieras cambiar,
preocuparse por tus llantos,
por tu forma de llorar.
Ay qué pronto pasa el tiempo,
pasa rápido de más,
ya cambiaste tu destino
por el de otra ciudad.
Más solicos que la una,
se tuvieron que enfrentar
a cuidar de su pequeña,
a tenerte que educar.
¡Así es muy fácil, no vale!
Iban los dos a la par,
turnándose en tus cuidados
enseñándote a soñar.
Aprendías día a día,
casi diría de más;
para que quede constancia
no te dejan de grabar.
Cada día algo nuevo,
y te vemos progresar
en carácter y hermosura,
en cómo nos sabes ganar.
Con una pandemia mala
te has tenido que enfrentar,
no hay mal que por bien no venga;
buena vida familiar.
Ya empezaron mis poemas,
rimando te quise hablar,
mostrarte mis sentimientos,
versos dichos al azar.
Me estaba perdiendo algo
y había que recuperar
cada momento tuyo
y sentirlo de verdad.
Desde entonces y hasta ahora,
no he dejado de soñar,
de expresarte lo que siento,
de esta forma de rimar.
Ya es el segundo libro
que te voy a regalar,
y aunque algo conocieras,
es un libro singular.
Son mis recuerdos, pequeña,
de ver tu vida pasar,
de sentimientos sinceros,
palabras dichas al mar.
Hay canciones, acertijos,
y cuentos para jugar.
Hay nostalgia, hay deseos
de volverte a ti abrazar.
Este, Iria, es el regalo,
que te voy a hacer llegar,
puede que hoy no lo entiendas,
pero ya lo entenderás.
Está escrito con el alma,
con palabras de coral,
narrado para una niña,
que ya ha empezado a soñar
Hoy es tu primer cumpleaños;
vámonos a disfrutar
del paseo por las estrellas,
por las arenas del mar.
Que este día sea el preludio
de mucha felicidad,
que te colme de alegría,
y ¡que cumplas muchos más!
Iria estaba nerviosa, agitada, se sentía protagonista, estaba feliz. Pero
las horas de sueño hay que respetarlas, así que, Aroa se la llevó a dormir. ¡No
es lo mismo la casa sin ella! Cenamos de picoteo, recogimos lo que quedaba, y
todos nos fuimos a la cama.
Lunes, 12 de octubre
Si es que no hay manera. Llevaba desde antes de las seis dando vueltas en
la cama, y ya no pude más, y me levanté para darle un buen paseo a Bonica, pero
hoy atada. Nos amaneció a la altura de los columpios con un vientecillo que
helaba. Como había que comprar pan, me llegué a la única tiendecilla que sabía
que iba a estar abierta tan temprano. Pedí dos barras y el dependiente, muy
amable, me explicó que hasta las ocho y media no salía la primera hornada. Pero
que si quería, me regalaba dos del día anterior. Eran para hacer tostadas, así
que las cogí dándole las gracias.
Al llegar al piso me encontré a Fabi en la cocina, y a Aroa leyendo el libro
de poemas, pero esa tranquilidad se rompió al momento. Ya bajaba el torbellino
en brazos de Víctor con sus saludos, su sonrisa y, cómo no, llamando al guagua.
Pasó de mano en mano para saciar su inquietud y energía, y por fin me tocó a mí.
Me metí en el parque con ella y cumplí uno de mis sueños, contarle un cuento.
Ahora su libro preferido es el de Juan y se lo conté; vaya que si se lo conté. Se
tiró todo el rato entero muy atenta acompañándome en la narración con sus
bailes, sus manos y sus palabras. Fueron unos minutos de esos que sabes que
jamás se van a olvidar.
Te cuento un cuento en el parque
Por fin he cumplido un sueño;
ya he estado en tu parque rojo,
y ya te he contado un cuento,
pero mirando a tus ojos.
Bueno, más bien te lo canto,
y tú acompañas con bailes,
si te gusta, mis compases
pero por muy poco rato.
¡“Uan”! Sí pequeña, es Juan,
y el osito Manolito,
conejito saltarín
y Pérez el ratoncito.
Reloj, reloj,
la una y las dos.
Estando el cocodrilo
y el orangután…
Pasas la página rápido,
no te gusta este animal.
Y viene el rinoceronte,
que ni tiene rima
ni tiene norte.
Pero si un gato colgando,
parece ese murciélago.
No lo mires tú, mi niña,
pasa la página rápido.
¡Ahora sí, en esta sí,
aparece el caracol!:
Caracol, col, col,
saca los cuernos al sol,
que padre y tu madre
también los sacó.
Y también está la luna:
Luna, lunera,
cascabelera,
debajo de la cama
tienes la cena.
No me importan las ovejas,
yo prefiero las estrellas:
Estrellita brilla ya,
nunca dejes de brillar.
¡”Pe”! Sí, Iria, es el pez:
Los pececitos que van por el agua,
nadan, nadan, nadan, nadan, nadan.
A descansar se va Juan
junto a sus tres amiguitos,
pero aún falta una canción;
falta la del ratoncito.
Ratoncito Pérez,
Se cayó en la olla,
y su madrecita,
llora que te llora.
Ratoncito Pérez,
se cayó en la olla,
su madre le dice:
¡tócate la polla!
¡Sh, Iria, que se han dormido!
Déjalos ahora tranquilos;
pronto muy pronto,
todos soñarán.
¡Qué atenta me has escuchado!
Iria Chica, ya se va el abuelo.
Pues aquí ya he terminado
de contarte a ti este cuento.
Anda, di que te ha gustado.
Ya era hora de decir adiós, ya llegó el silencio, e Iria en
la puerta, como pensando que volveríamos enseguida, diciendo adiós con las
manos y “adeu” con la boca. Víctor nos acompañó hasta el aparcamiento y antes
de que me fuera, fue a su coche para regalarme unas gafas que sabía que me
gustaban y que me había prometido alguna vez. Estaba la policía local por allí,
así que nos dimos besos con mascarilla, y un fuerte abrazo.
El viaje de vuelta fue casi en silencio. Paramos en
Minglanilla a almorzar, un restaurante un pelín apartado de la autovía, pero
con sabor a bar de carretera; con unas cervezas buenísimas, unas raciones y
tapas muy sabrosas y un precio casi ridículo. Al rato de continuar, David me
dijo que se encontraba cansado y que no se concentrada y me pidió que condujera
yo. Ya lo traje hasta la casa.