sábado, 7 de noviembre de 2015

El puente de los santos entre volcanes, noviembre de 2015

Sábado, 31 de octubre


Esta vez ha sido la casualidad la que nos ha llevado a realizar este viaje. Bicheando en internet encontré un vuelo que se adaptaba a mis necesidades y a mi presupuesto. Desde Málaga hay vuelos a Lanzarote a buen precio y un horario más o menos normal.



Salimos en coche a las cinco de la mañana desde Gójar porque el vuelo lo teníamos a las nueve, pero antes, teníamos que dejar el coche en un parking del aeropuerto. En un principio, pensé en reservar el aparcamiento, pero como no me fiaba sí daría con él, y sabiendo que hay cientos cerca, decidí ir a la aventura y dejarlo en alguno que encontrara con facilidad. La verdad es que la jugada salió bien, y, por veinte euros los cuatro días, encontré uno que cubría mis expectativas. Nos llevaron al aeropuerto en el coche de cortesía, y a las siete ya estábamos en la terminal de salidas.

El vuelo fue magnífico, y las dos horas pasaron sin darnos cuenta, por lo que a las once, una hora menos en Canarias, ya estábamos aterrizando. Acababa de llover, pero la temperatura era muy agradable. Nos pasamos por la oficina de turismo a recoger planos, tomamos café, y a las once nos montamos en el autobús de línea que, por poco más de un euro, nos dejaba la lado del apartamento en Puerto del Carmen. Llegamos muy pronto, pero nuestro alojamiento ya estaba preparado. Nos hospedamos en los Apartamentos las Lilas, un complejo muy coqueto con apartamentos dispuestos alrededor de una piscina y bastante aceptables.



Deshicimos el equipaje y pusimos rumbo a investigar la ciudad, pateándonos el paseo de arriba a abajo. Todo estaba lleno de terrazas y guiris practicando uno de mis deportes preferidos; tomando pintas de cerveza, y a unos precios de escándalo; 1,50€. Así que para no ser menos que ellos, nos sentamos a saborear la merecida pinta mirando al mar. Investigamos un poco más para buscar un buen restaurante donde almorzar y lo hicimos en uno con unas vistas fabulosas, y probamos las papas canarias (allí no le dicen arrugadas) con sus respectivos mojos. Después pedimos entrecot de ternera, y de postre nos pusieron, por cortesía de la casa, un cóctel a base de vino blanco, cava, granadina y un licor que no recuerdo. Buenísimo todo, aunque lo mejor; las vistas.



Tocaba siesta, ya que apenas habíamos dormido nada esa noche. Después del descanso, fuimos a alquilar un coche. Todos los rent a car estaban cerrados porque los fines de semana descansan desde la una. Ya teníamos el primer problema, porque la idea era visitar toda la isla por nuestra cuenta y comprar un bono para entrar en las cuatro atracciones imprescindibles de ella. Pero, a grandes males, grandes remedios. Fuimos al único lugar donde estarían abiertos; el aeropuerto. Otra vez tomamos el autobús de línea, y a las seis, estábamos alquilando el coche. Las dos primeras agencias a las que nos acercamos no disponían de vehículos, así que seguimos preguntando, y en la siguiente, pillamos un Opel Corsa nuevo por 77€ los tres días con todo riesgo incluido; una ganga.



Ya estaba casi oscureciendo cuando salimos del aeropuerto rumbo a nuestro alojamiento pero, antes quería probar el coche, así que hicimos unas cuantos kilómetros. Ya era noche cerrada cuando nos fuimos al apartamento. ¡No había cojones de encontrarlo!, porque cada vez que estábamos cerca, aparecía una dirección prohibida y nos hacía retroceder. Empezamos a preguntar, pero ahí comprobé que no estaba en España; ¡ni Dios hablaba castellano! Después de pasar tres veces por el mismo sitio (ya había una persona que hasta nos decía adiós) dimos con la carretera correcta y respiramos tranquilos al ver la calle donde parábamos.




Aparcamos el coche y ya decidimos no cogerlo más esa noche. Cenamos en el estudio, y nos salimos a tomarnos algo por el paseo. Todo el mundo estaba en la calle, y por todas partes te asaltaban para que entraras en una terraza en particular. Yo iba buscando la Ruta 66, porque había leído comentarios de que era un lugar muy auténtico y con mucho ambiente. Además, los precios estaban muy bien; dos euros la pinta. Efectivamente, el lugar merecía la pena. Nos pedimos unas cervezas y a disfrutar de la música y de la velada. Estaba tan lleno, que una chica irlandesa se sentó en nuestra mesa y empezó a hablar con nosotros en inglés. Yo iba traduciendo, y nos contó su vida en unos minutos. Acababa de llegar ese mismo día y tenía muchas ganas de marcha. Nos dijo que solo había aprendido unas cuantas cosas en español, entre otras que a ella le gustaban los penes grandes. Ante nuestra cara de sorpresa y que empezamos a reírnos, ella nos dijo que sí sabía lo que significaba, y se reía un montón. Vino una amiga suya en su busca para irse a la pista de baile, y antes de despedirse, nos llenó las jarras de cerveza para que brindáramos con ella. Fue un rato muy divertido. No era muy tarde, pero el cansancio del día empezaba a hacer mella, así que nos fuimos a la cama dando un paseo entre comentarios y risas. Antes de acostarnos, nos tomamos un ron en la terraza del apartamento.



Domingo, 1 de noviembre


A las siete de la mañana, las seis en Canarias, ya estaba levantado y duchándome. Hoy íbamos a visitar el Parque Nacional del Timanfaya, y había leído que era mejor llegar pronto, porque a primeras horas se juntaban allí miles de personas. No hubo problema en llegar, ya que las carreteras estaban muy bien señalizadas.



Nada más pasar por Yaiza, entras en un paisaje desértico, desolador, diferente, casi de otro planeta. Solo se ven volcanes de un color rojizo y roca negra volcánica, que junto al azul del cielo y las nubes blancas amenazadoras de lluvia te hacían sentir pequeño, Pasamos por el echadero de los camellos que estaba esperando a los turistas, y a las ocho y media, ya estábamos nosotros allí, media hora antes de que abrieran (¡con un par de cojones!).



Preguntamos a un trabajador del parque y nos dijo que teníamos que esperar hasta las nueve, lo que aprovechamos para pasear y hacer fotos por los alrededores. Compramos el bono de cuatro atracciones, ya que te ahorras un dinero, y recorrimos los dos kilómetros en coche hasta el aparcamiento de las guaguas. Un guarda nos hizo unas demostraciones de la actividad térmica del lugar; hacer arder un matojo seco en un agujero, ponerte trozos de roca ardiendo en la mano y echar agua en unos tubos que producían fumarolas que ascendían bastantes metros produciendo un sonido ensordecedor.



Entramos en el restaurante en el que tienen una parrilla gigantesca, donde solo con el calor que sale de la tierra sirve para asar los alimentos. Nos encaminamos a los autobuses porque estaba llegando una multitud. El recorrido por el parque es muy entretenido. Te van explicando, hasta en tres idiomas, la historia de los volcanes y te paran en los lugares más emblemáticos para que puedas hacer fotos.



En ningún momento te puedes bajar del autobús, y me parece estupendo, porque aquello se mantiene tal y como quedó hace unos trescientos años después de la última erupción. Apenas hay vida, pero ya se empiezan a ver algunos líquenes que serán el primer paso para que en un futuro haya vegetación. El recorrido dura unos cuarenta minutos que se hacen cortísimos. Cuando de nuevo volvimos al aparcamiento, había unas colas enormes , y eso que ya funcionaban cinco guaguas al mismo tiempo.



Pasando por Yaiza, nos dirigimos a la costa suroeste para ver otros puntos de interés de la isla. Llegamos al pueblo de El Golfo para poder admirar el Lago de los Clicos; una laguna de color verde por causa de unas algas, que contrasta con el rojo de la roca y el azul del mar. Por un camino un tanto empinado llegamos hasta el lugar, y disfrutamos de las vistas. Subimos hasta el aparcamiento e hicimos una visita corta al pueblo marinero, dedicado casi exclusivamente a la restauración. Disfrutamos de una café en una terraza y continuamos nuestro camino.



La siguiente parada fue en Los Hervideros, una zona de acantilados con aperturas en las rocas donde el océano rompe con fuerza y hace subir el agua con un sonido que recuerda a una olla hirviendo. Hay un recorrido muy bien señalizado que te lleva por lugares de película. Aparte de estar muy bien indicados todos los puntos de interés, sabes que están allí por la cantidad de coches aparcados en lugares habilitados para ello.



Desde aquí seguimos hasta las Salinas de Janubio, pero no paramos, ya que desde la carretera hay muchos miradores para poder verlas.



Pusimos rumbo a Yaiza otra vez, y como ya eran las doce y media, paramos en el pueblo para visitarlo y almorzar en el bar Stop, que estaba muy recomendado en internet. Había misa, pero no pudimos ver la iglesia porque la gente no cabía en el templo, así que antes de que todo el mundo saliera, entramos en el bar. Se trata de una taberna que tiene ciento cincuenta años y que se conserva tal y como era desde entonces. Hay una barra muy larga y solo cinco mesas en el interior. A pesar de ser temprano, ya estaba lleno, y ocupamos la última mesa que había libre. Pedimos unas cervezas y dejamos que el camarero nos asesorara con las tapas, diciéndole que queríamos probar los productos locales. Nos trajo unas tapas muy generosas de sancocho (pescado cocinado sin raspas), papas canarias con mojo picón y ropa vieja (cocido canario con garbanzos, verdura y carne). Todo estaba de lujo, y ya no pudimos comer nada más hasta la noche. Por quince euros, almorzamos y nos tomamos cuatro cervezas.



Pasamos por varios pueblos camino de Arrecife, y en todos el denominador común era el blanco resplandeciente y las casa bajas, que contrasta con el negro de la roca. Las carreteras están todas en un estado excepcional y cuenta con algunos kilómetros de autovía. Así que en menos que canta un gallo, estábamos entrando en la capital de la isla. Fue relativamente fácil encontrar aparcamiento, y nos fuimos a dar un paseo por la ciudad. Visitamos el castillo y el paseo marítimo, pasando por el club naútico . Fabi se tomó un helado y yo un café en una terraza muy agradable.






De vuelta al Puerto del Carmen, me bañé en la piscina del complejo, y aunque el agua estaba helada, me sirvió para refrescarme y relajarme después de ese día tan intenso. Nos echamos una siestecilla, Después de un largo paseo por la playa, tomamos café en una terraza con vistas al mar y disfrutamos una puesta de sol maravillosa.






Fuimos a comprar al supermercado que hay al lado del apartamento, preparamos la cena y salimos a tomarnos una copa al mismo pub de la noche anterior. Otra vez estaba atestado de gente. Nos fuimos pronto a la cama porque el día siguiente era otra jornada de mucha actividad.

Lunes, 2 de noviembre


Otra vez de punta a las siete, y tras la ducha y el desayuno, de nuevo en carretera con nuestro Corsa. Hoy tocaba recorrer el norte de la isla. A las ocho, ya estábamos camino de Arrecife para tomar el camino que nos llevara hasta la parte más septentrional de la isla. Pasamos por Taiche, donde se encuentra la Fundación César Manrique, personaje ilustre cuyo legado está presente en todas partes y que hizo posible que la isla conserve su idiosincrasia.



La ultima parte del recorrido va paralela a la playa y te quedas embobado de su preciosidad. A las nueve menos cuarto, ya estábamos en los Jameos del Agua, pero al mirar el horario, vimos que no abría hasta las diez. Fuimos a pasear por un sendero cerca del mar, y empezó a caer una lluvia fina muy agradable. Como estábamos a solo diez kilómetros de Órzola, que es desde donde parten los ferries hasta la isla La graciosa, nos llegamos hasta allí. Es un precioso pueblo marinero y nos tomamos un café en el puerto pesquero.




El camino de vuelta se hizo cortísimo, y ya estaban abriendo cuando llegamos. Los jameos son tubos volcánicos, y éste en particular es lo más bonito de todo Lanzarorote. Fue diseñado por César Manrique, y combina un lago natural con una cuidada vegetación y y un museo dedicado a los volcanes. Además cuenta con un auditorio y un restaurante con vistas a la laguna. En ella, vive un cangrejo albino diminuto que es un endemismo. Fue un placer para la vista y creo creo que se trata de uno de los lugares más maravilloso que haya visto jamás; te deja sin palabras tanta belleza.




Mientras duró la visita, no paró de llover, lo que le daba un encanto especial. Cuando dio una tregua el agua, nos dirigimos a la Cueva de los Verdes, que se encuentra a apenas dos kilómetros desde allí, y que es una continuación de los tubos volcánicos. Llegamos con el tiempo justo, porque la visita guiada acababa de comenzar. Nos dimos prisa para no perdernos nada, y empezó la ruta subterránea. Hay que tener mucho cuidado porque te puedes dejar la cabeza contra las rocas. Parte del recorrido hay que hacerlo agachados. El guía no paraba de recordar en todos los idiomas que tuviésemos cuidado con la cabeza (¡pues hubo un gilipollas que se dejó los cuernos en un saliente, y hubo que parar la visita para ver si le había ocurrido algo!) . Es impresionante lo que puede hacer la lava. El tubo llega hasta el cráter del volcán, pero solo hay dos kilómetros visitables. El guía iba haciendo paradas y dando explicaciones interesantísimas en español y en inglés. El final de la visita tiene una sorpresa, pero no se puede contar, porque si no ya dejaría de serlo.



Desde aquí y por una carretera estrecha  con curvas y con un paisaje muy verde (se nota que esta es la parte más húmeda de la isla) nos acercamos hasta el Mirador del Río, otra de las obras de Manrique. La entrada estaba incluida en el bono, aunque no creo que valga la pena pagarla, porque desde otros lugares había mucha gente viendo casi lo mismo sin gastarte ni un duro. Las vistas de la Isla de La Graciosa son admirables, y parece de verdad que es un río el que separa las islas, pero un río de aguas cristalinas turquesa. Hicimos un montón de fotos, disfrutamos del momento y tomamos otra carretera para hacer el camino de vuelta.



Pasamos por Haría y sus palmerales, parecía como si hubiéramos cambiado de isla, porque ahora lo que predominaba era el verde, y por una carretera estrechísima y con curvas de casi 360º subimos hasta el techo de Lanzarote. Las vistas desde este punto eran espectaculares porque se veían todos los volcanes, las blancas poblaciones y el océano a ambos lados, amén de los pequeños campos de cultivo, sembrados sobre arena negra y protegidos de los vientos con roca volcánica. Sobre todo se siembran cebollas, papas y vides (de las cuales sale el exquisito vino malvasía). En el sur de la isla se han dedicado a sembrar otros cultivos mucho más rentables; turistas a miles.



Hicimos una parada en Teguise, antigua capital de Lanzarote, y aunque se trata de un bonito pueblo, se está dedicando también al turismo, especialmente por su famoso mercado del domingo. En un principio pensábamos almorzar allí, pero después de ver los precios y que todo estaba enfocado al turismo, decidimos irnos a Puerto del Carmen y hacerlo allí, en un sitio idílico que habíamos encontrado el día anterior, y que además estaba muy cerca del apartamento, por lo que podríamos comer sin tener que pensar en coger el coche después.




Otra vez nos costó trabajo dar con la calle que nos llevara al alojamiento, y después de unas vueltas, dimos con la dirección adecuada. El restaurante merece la pena solo por las vistas, aunque la comida, aparte de cara no era nada del otro mundo. Disfrutamos del sitio y de la temperatura tan agradable y nos fuimos a echar la siestecilla.




No nos queríamos perder la puesta de sol, así que a las cinco y media estábamos camino de un mirador que teníamos localizado desde la tarde anterior, que por falta de previsión no llegamos a tiempo. Estuvimos sentados casi un cuarto de hora observando como el sol se metía entre un volcán y con la isla de Fuerteventura al fondo.



Tomamos café y una tarta, mientras del cielo se iba el color rojo, en una pastelería que siempre estaba llena porque tenía unas vistas increíbles del océano. Con parsimonia nos fuimos al apartamento a cambiarnos para salir a cenar, ya que era nuestra última noche. No teníamos mucha hambre, después de la tarta, así que buscamos un sitio donde tomar algo ligero. Había una terraza que siempre estaba llena y en la que ningún día habíamos podido sentarnos, pero al pasar, acababa de levantarse una pareja. Antes de que nos la quitaran, nos sentamos, y pedimos unas pintas y unas tostas muy ricas. El éxito del negocio residía en unas camareras muy efectivas y los precios tan competitivos que tenían. Se llama el Kiosco y es muy recomendable para cervecear y picar algo.



Camino del alojamiento entramos en algunas tiendas, aunque no compramos nada. Bueno, sí, un monedero-llavero para mí por tres euros. Ya con un poco de tristeza nos fuimos a nuestro apartamento y nos tomamos el ron que quedaba, en la terraza.


Martes, 3 de noviembre


Nos levantamos un poco más tarde de lo habitual, y después de desayunar, empezamos a preparar el equipaje, porque aunque no salíamos hasta las siete y media de la tarde, teníamos que dejar el apartamento antes de las doce. Metimos las maletas en el coche y nos dirigimos al sur de la isla, a la Playa de los Papagayos, en Playa Blanca.




Hoy tocaba bañarse en una de las calas más bonitas de Lanzarote, dentro de un paraje natural. A las diez y media, tras cinco kilómetros por camino, y después de pagar tres euros, llegamos a nuestro destino. Otra vez fuimos de los primeros en llegar. Hay algunas calas naturales preciosas, pero nosotros decidimos ir a la más popular de todas. Desde el coche hasta la playa habrá un kilómetro andando por camino y una bajada pronunciada. Como no llevábamos sombrilla, nos pusimos al resguardo de unas rocas para no quemarnos. El agua invitaba al baño aunque fueran las diez y media, y ahí que nos metimos. Sorprendentemente el agua no estaba fría. Empezó a llegar gente y apenas quedaba un sitio libre en la playa.



Nos secamos  y fuimos a cambiarnos al coche. La vuelta la hicimos por una carretera distinta cerca de la costa y en media hora estábamos en Yaiza, camino del parque del Timanfaya, para acercarnos al Centro de Visitantes. Esta visita es gratuita y merece mucho la pena para conocer un poco más de la actividad volcánica de la zona. Dimos un pequeño paseo por las inmediaciones y tomamos rumbo a Tinajo, donde pensábamos almorzar. Paramos en la plaza del pueblo y preguntamos por un buen lugar para comer. Una chica nos dijo que nos acercáramos a Tiagua, pero no encontramos el sitio, así que seguimos hasta San Bartolomé.



Viendo que no había mucho donde escoger, decidimos seguir y fuimos a parar a Playa Honda, donde si había mucha oferta gastronómica. Almorzamos en un restaurante muy bonito al lado del mar, y a la postre fue el mejor lugar donde hemos comido. Había un menú gourmet con muy buena pinta, y lo pedimos. Salimos muy satisfechos tanto por la calidad como por el precio. Para bajar la comida, nos fuimos al paseo marítimo y anduvimos un rato, para ir a sentarnos a ver el mar en una cala preciosa.



A las cuatro y media fuimos a buscar el coche y nos dirigimos al aeropuerto. Entregamos el coche, y ni siquiera miraron si habíamos llenado el depósito. Al final solo gastamos veinte euros en combustible, y eso que habíamos recorrido la isla de norte a sur y de este a oeste. Fue todo un acierto alquilar un vehículo en Lanzarote.



Ya todo olía a despedida, y a las cinco y media pasamos el control de la policía. Hicimos algunas compras y nos salimos a una terraza donde se podía fumar. Vimos nuestra última puesta de sol en la isla.




El viaje de vuelta fue rápido y tranquilo, y a las diez y media nos estaban esperando en el aeropuerto para llevarnos a recoger el coche del aparcamiento.


De Lanzarote tengo que destacar que es un destino cercano, económico, con buen clima para todas las épocas del año y un colorido muy especial; el blanco de las casas, el negro y rojo de las rocas volcánicas, el azul del mar , y el anaranjado de las puestas de sol. Es una isla pequeña con oferta de playas, de gastronomía, de turismo interior, de parajes naturales, de muchos contrastes. Se entiende que cada diez minutos llegue un avión de cualquier parte de Europa. Está tomada por los turistas en busca de sol y buena temperatura, pero respetando las tradiciones y forma de ser de los canarios. 









sábado, 17 de octubre de 2015

El puente del Pilar en Cádiz (2015)

Viernes 9 de octubre


A las tres y media ya estábamos almorzados y con el equipaje preparado, cuando me llamó Fernando para ver lo que nos quedaba. Me dijo que nos invitaba a café en su casa, mientras llegaba su hija para prestarle el coche, así que David nos acercó.

Y a las cuatro, ya estábamos montados en el coche, que aunque un poco más pequeño que el suyo, muy nuevo y confortable. El viaje transcurrió entre risas y charlas, y a las dos horas paramos en una venta de Algodonales para tomar café e ir al servicio, aunque Encarnuchi, prefería parar en cualquier descampado. No lo hizo porque le juré que le haría una foto y la pondría en el diario

No había mucho tráfico, pero pillamos algunos camiones que nos entorpecieron la marcha, y a las siete y media, tras recorrer la ruta de los pueblos blancos, estábamos entrando en la playa de Valdelagrana, en el Puerto de Santa María.



Minutos antes, nos había llamado el propietario del apartamento, un señor alemán con un acento que costaba trabajo entender. Como no dábamos con la situación exacta del piso, tuvo que venir a nuestro encuentro. Lo seguimos, y en dos minutos estábamos dejando el coche en el aparcamiento privado de la urbanización. Nos acompañó hasta nuestro alojamiento, pagamos y nos despedimos de él hasta el lunes.



El apartamento tenía tres dormitorios, salón, dos cuartos de baño, cocina totalmente equipada y una terraza, que, a la postre, fue lo que más hemos disfrutado. Todo estaba muy limpio y no faltaba ningún detalle. Repartimos los dormitorios por sorteo, deshicimos el equipaje y fuimos al encuentro de Germán, que acababa de llegar y estaba buscándonos. Un poco más, y hubiéramos hablado a voces con él en vez de por teléfono, porque estaba a veinte metros de nosotros cuando lo encontramos. Fuimos al supermercado más cercano para comprar agua, ginebra, tónica y alguna otra chuchería. Y después de dejarlas en la casa, ya sí que salimos a buscar algún sitio donde cenar. Íbamos por el paseo haciendo comentarios del puente nuevo de Cádiz cuando se paró una señora y nos dio todo tipo de explicaciones sin pedírselo (estos gaditanos, tan amables como siempre). Ya sí que le preguntamos por algún sitio bueno para cenar y nos recomendó dos, y lo que teníamos que pedir allí, invitándonos a que fuéramos a su tienda al día siguiente, que nos iba a ofrecer unas copas de fino gratis. Entramos en el primer lugar que nos había recomendado y pedimos unas cervezas y unas tostas de gulas y otra, de queso con cebolla caramelizada. Estaban ricas, pero el precio era quizás un poco excesivo. Después fuimos al otro, y al verlo vacío, desistimos de entrar, y fuimos a probar los productos de la tierra, más bien del mar, en uno de los famosos de lugar. Entre risas y manzanillas, nos dieron las once, y en vista de que Germán no se quería quedar a dormir en el apartamento, nos despedimos hasta la mañana siguiente, y nosotros nos fuimos a la terraza del piso a tomarnos las copas allí mientras veíamos la Bahía y escuchábamos el mar. La temperatura era muy agradable, así que dormimos al arrullo de las olas, porque dejamos la ventana abierta.



Sábado, 10 de octubre

Habíamos quedado con nuestro guía a las nueve, así que a las siete y media ya se escuchaba el ruido del agua de las duchas. A las ocho y cuarto fuimos a desayunar a la cafetería recomendada por el propietario; todo un acierto. Nos sentamos en la terraza y pedimos café y un mollete con aceite, tomate y jamón. Todo buenísimo, y si no, que se lo pregunten a los gorriones que venían a que les diéramos trozos de pan. Fabi se lo ponía en la mano, y se posaban en ella para comer. Eran la atracción del desayuno.



Puntual como un Longines, nos encontramos a Germán en el paseo esperándonos con el coche. Nos montamos y nos fuimos al embarcadero desde donde parte el catamarán que hace la travesía entre el Puerto de Santa María y Cádiz.



Compró él los billetes porque salían más baratos con la tarjeta de transportes, y además, puedes dejar el coche en el aparcamiento gratis. A las diez, ya estábamos rumbo a Cádiz. Nada más partir se ve el Vaporcito, que era la embarcación que hacía este recorrido antes de que se hundiera, se encuentra varado al lado del río.



El trayecto apenas dura treinta minutos, que se hacen muy agradables porque vas viendo cómo se va acercando la ciudad, y las vistas de esta desde el mar, son preciosas. Desembarcamos en todo el casco antiguo, cerca de Puerta de Tierra, y al lado del ayuntamiento.



Había dos cruceros en el puerto, que junto con los autobuses que no paraban de llegar y la gente que había venido a pasar el puente a la ciudad, hacía que las calles estuvieran repletas de gente.



A mí me gusta preparar mucho los viajes antes de hacerlos, es una de las cosas que más me encanta, aparte de viajar, pero esta vez me dejé llevar por ese guía tan experimentado que teníamos, y disfrutar sin tener que mirar en mapas o buscar calles. Hicimos cola para coger un mapa turístico de la ciudad para mi colección, aunque esta vez me pidieron un euro por él, cuando ni siquiera lo utilizamos, y empezamos a patearla. (Hay pintadas líneas de colores en el suelo, que simplemente con seguirlas, haces una visita completa, pero nosotros nos dejábamos llevar por Germán.)



Comenzamos la visita por el Barrio del Pópulo, que aunque era un barrio muy pobre,( el más antiguo de la ciudad, que va desde el ayuntamiento hasta la catedral), ahora se encuentra muy cuidado y es muy turístico.



Subimos para ver el teatro romano, pero solo pudimos verlo desde fuera porque estaba cerrado, pero a cambio, pudimos observar el otro lado de Cádíz, con la Playa de La Victoria al fondo, la Catedral Vieja y hacer las primeras fotos de La Catedral.



Bajamos hasta la Catedral, pero no entramos, porque había que pagar, y no pensábamos gastar en curas lo que nos podíamos tomar en vinos y viandas. En uno de los laterales se observaban perfectamente las rocas con las que hicieron muchos de los monumentos de la ciudad; la roca ostionera, que no ostiones, que procede de sedimentos marinos.



Desde aquí, nos fuimos a la Plaza de las Flores y empezó a chispear, aunque no impedía seguir paseando y disfrutar de la ciudad y su bullicio.



Fuimos al mercado central para protegernos de la lluvia y sentir cómo late la vida de Cádiz. Había una mezcla de colores, de sabores, de olores, de sonidos que te envolvían. Los precios de los mariscos eran bastante aceptables, y era una pena no haber traído una nevera para llevarnos de todo un poco y probarlos.



Fernando se despistaba a cada momento en busca de alguna foto mágica, y fuimos a buscarlo porque había una chica repartiendo unas tortitas muy ricas. Siempre aparecía, porque él sí que nos tenía controlados a nosotros.



Del mercado nos dirigimos al Barrio de La Viña, el más carnavalero de Cádiz, y desde aquí a la Caleta pasando por la Calle de la Palma.



Como aún era pronto, por el malecón, nos acercamos hasta el Castillo de San Sebastián y al faro, que tan bien veíamos desde el apartamento por la noche. Desde el castillo hicimos muchas fotos de la playa de la Caleta y del Balneario de La Palma (donde se rodó una de las escenas de la película de James Bond: " Muere otro día").



Desde aquí, y rodeando la ciudad, pasamos por el castillo de Santa Catalina, el Parador del Atlántico y el Parque Genovés, para adentrarnos otra vez hacia la Plaza del Mentidero, ya con el mono de la cerveza arañándonos en la espalda. Ya habíamos pasado por todos los lugares que aparecen en "Las Habaneras de Cádiz" de Antonio Burgos, e interpretada por María Dolores Pradera, y Carlos Cano entre otros. Yo me pasé todo el viaje tarareándola y cantándola.



La idea era comer en La Esquina, en la Plaza de Mina, pero el local en el que entramos estaba totalmente reformado y según estos, ya no era lo que antaño. De todas formas nos tomamos una cerveza y le echamos una ojeada a la carta. Nos dimos prisa porque ya se acercaba la hora del almuerzo y se decidió hacerlo en la Plaza de las Flores en la marisquería que lleva su mismo nombre.



Todas las mesas estaban ya ocupadas, así que pedimos turno de mesa mientras nos tomábamos una cerveza dentro con unas quisquillas y un salpicón de mariscos. Al momento nos avisaron de que ya teníamos la mesa preparada. Pagamos lo de la barra y nos fuimos a la terraza para ocupar nuestro sitio, pero hubo una equivocación y esa mesa no nos correspondía a nosotros, sino a otros clientes que llevaban esperando un rato. ¡Cualquiera nos quitaba ya la mesa! El fallo lo habían cometido los camareros, así que ellos tuvieron que solucionar el entuerto. Pedimos bienmesabe (cazón en adobo), choco frito , unas tortillitas de camarones, gambones fritos y unas botellas de manzanilla, y disfrutamos de una comida exquisita.



Terminando de comer se presentó un personaje curiosísimo con una guitarra, y sobre la marcha improvisó una canción. No sabía tocar, pero cantaba de maravilla y cuando le dimos algo de dinero nos dijo que nos lo devolvía si le contábamos los dedos del pie y tenía cinco dedos. ¡Qué cabrón, tenía seis!



Mientras acabábamos la segunda botella de vino, Encarnuchi y Fabi se fueron a la cafetería de enfrente a tomarse un café y algo de dulce. Las acompañamos más tarde nosotros, pero era una cafetería moderna de estas de self-service, así que estuvimos poco rato.



Todavía nos quedaban algunos monumentos por visitar, y así de paso bajábamos la comida. Por la Calle Sacramento, la más larga de Cádiz, pasamos por La Torre Tavira, para acercarnos después al Gran Teatro Falla, y desde aquí callejeando hasta la Alameda Apodaca y  la Plaza de España, con el Monumento a las Cortes.





Ya casi eran las cinco de la tarde y pensábamos coger el catamarán de las seis. Como aún era pronto nos dirigimos a Las Puertas de Tierra para hacernos unas fotos. Subimos a la torre por ver una de las mejores vistas de la ciudad, y ya sí que bajamos hasta el puerto para tomar el barco.




Eran las cinco y media y todos los billetes estaban vendidos, y el siguiente salía a las ocho y media. Barajamos la posibilidad de irnos en tren, pero al tener el coche en el aparcamiento, desistimos y compramos los billetes para esa hora. Fue un fallo mío fiarme de los horarios que había visto en internet y no comprobarlos in situ. Pero como no hay mal que por bien no venga, esto nos dio la oportunidad de tomar los famosos churros de Cádiz, que tanto empeño tenía yo en probarlos. Otra vez nos dirigimos a la Plaza de las Flores, a la cafetería la Marina, y nada más sentarnos en una mesa de la terraza comenzó a llover. Pillamos una mesa dentro y allí pudimos probar los churros (exquisitos y mucho más finos que los de Granada), y hacer hora para el barco.



Aún chispeaba, pero no hubo necesidad de comprar ningún paraguas. Ya estaba casi oscureciendo cuando llegamos a la estación marítima y esperar, no fuera a ser que perdiéramos el barco. El viaje de vuelta fue rápido y pudimos observar Cádiz de noche.



Recogimos el coche y nos fuimos a Valdelagrana a cenar. La noche anterior habíamos visto una pulpería que estaba a rebosar de gente, así que haciéndole caso al refrán de: ¿Dónde va Vicente?...Nos metimos a probar suerte. ¡Un acierto total! Pulpo a la gallega, patatas bravas y una tabla de quesos a un precio normal.

Germán se fue a su casa y nosotros a nuestro apartamento a tomarnos unas copas en la terraza y ver en el ordenador las fotos que habíamos hecho ese día.


Domingo, 11 de octubre

Habíamos quedado a las nueve y media con Germán. Después de desayunar en la misma cafetería del día anterior, fuimos a su encuentro y llegamos al mismo tiempo. Nuestra primera visita del día era Sanlúcar de Barrameda. En cuarenta minutos ya estábamos aparcando el coche en el Barrio Bajo de Guía, en la desembocadura de Río Guadalquivir, y con el Parque Nacional de Doñana enfrente. Dimos un paseo por este barrio marinero, dedicado hoy por completo al turismo, y que cuenta con muy buenos restaurantes, entre ellos Casa Bigote, el más famoso de todos. Como era domingo, en su pequeña iglesia estaban diciendo misa, y era muy curioso ver publicidad de vino en unos toneles al lado de la puerta.




En un cartel informativo, Germán me estuvo explicando el recorrido que íbamos a hacer. También nos estuvo explicando la importancia histórica de este municipio, del que partió el tercer viaje de Colón a las américas y la vuelta al mundo de Magallanes y Elcano.



En coche nos acercamos al centro del pueblo, aparcamos e hicimos una visita del mismo. Se trata de una ciudad muy monumental y llena de bodegas de vino manzanilla. Empezamos subiendo hasta el Barrio Alto, donde se encuentran el Palacio de Orleáns Borbón, la Iglesia de Nuestra Señora  de la O, el Palacio de Medina Sidonia y el Castillo de Santiago, donde estuvieron alojados los Reyes Católicos, entre otros.



Justo enfrente del castillo se encuentran las Bodegas Barbadillo y el  Museo de la Manzanilla, donde entramos para aprender algo de este exquisito caldo.



Como ya era hora del aperitivo, bajamos hasta la Plaza del Cabildo, pero antes de almorzar estuvimos tomando unas copas y tapas en alguno de sus bares más famosos: El despacho de vinos de las Palomas, donde degustamos unas papas aliñás, y un señor muy amable nos invitó a ver el patio de su casa.



En Barbiana, donde probamos las huevas de choco y los chicharrones.



Y en el más famoso de todos: Casa Balbino, donde con mucha suerte pudimos pillar una mesa libre. Este restaurante es el más curioso de la zona, ya que tienes que ir a la barra a pedir la bebida y la comida en la extensa carta que tienen en unas pizarras de la pared. Una vez que has pedido, te llevas la bebida, y la comida, te la van trayendo ellos conforme sale. Tomamos tortillitas de camarones,(que según Ferrán Adriá, son las mejores que se puedan probar) ortigillas de mar, huevas de choco, cazuela de arroz, salpicón de marisco y vino manzanilla Solear. Todo estaba riquísimo, y la verdad es que me sorprendieron los precios. Sin duda ha sido la mejor comida de todo el viaje, y mira que hemos probado cosas ricas.



Al lado de la plaza había una pastelería y entraron las mujeres a comprar dulces para llevar y para acompañar el café que nos tomamos. Fernando se llevó el plato del café, que le había gustado mucho, y así, junto al catavinos que había cogido el día anterior, se llevaba un par de recuerdos de Cádiz. ¡La madre que lo parió!



En un agradable paseo nos fuimos en busca del coche. Nuestro siguiente destino era Rota. Es un pueblo más pequeño, pero no exento de encanto. Nos acercamos hasta una bonita playa que está justo enfrente de la Base de Rota, visitamos el castillo , la iglesia, que también era Nuestra señora de la O, y el puerto marítimo.



Germán llamó a un compañero y amigo, que ese día estaba de guardia en La Base Naval de Rota, para que nos pudiera enseñar algunos de los aviones que se encuentran allí. Eran casi las cinco, así que nos dirigimos a la Base. Germán trabaja allí como subteniente de la armada, por eso no tuvimos ningún inconveniente en que nos dejaran entrar. Nos estuvo explicando que es una base americano-española, las personas que hay allí, y que es como una ciudad con todos sus servicios, aunque hay partes que controlan los americanos y otras que lo hacen los españoles.



Visitamos el puerto donde habían atracadas algunas fragatas y un barco enorme, especie de portaaviones, que no pudimos visitar por haber maniobras en la zona.



La base es enorme, unos setenta kilómetros cuadrados, así que cogimos el coche para ir a nuestro siguiente destino: tomar café. Como estaba cerrada nos fuimos en busca del amigo de Germán, Raúl, a que nos enseñara los hangares donde se reparan los aviones y helicópteros. Había movimiento en la zona porque se encontraba un grupo de americanos haciendo maniobras con los Harrier (vimos aterrizar a cuatro, y despegar un avión de carga, enorme).



Dentro de los hangares, Raúl nos enseñó los Harrier, los aviones de pasajeros, los helicópteros y nos estuvo explicando cosas de cómo funcionan y el cometido de cada uno de ellos. Fue una visita muy instructiva.



Atravesamos toda la base para salir por una puerta distinta, que estaba más cerca del Puerto de Santa María. Vimos las viviendas de los americanos, el instituto, las instalaciones deportivas, el campo de golf, los restaurantes, los parques... Todo muy cuidado y resplandeciente.



Nos desviamos por una carretera que iba a una de las urbanizaciones más lujosas del Puerto, Vistahermosa, con unos chales impresionantes y todo lleno de arboleda y flores para ir a una cala preciosa. Paseamos por la playa y saltando entre las rocas llegamos al baluarte que hay cerca de Puerto Sherry, para desde aquí coger una vereda carril-bici que nos acercara al coche de nuevo.



Por la noche llegaban el hijo y la mujer de Germán, así que nos acercó a nuestro apartamento y nos despedimos de él dándole las gracias por habernos servido de guía y por su grata compañía. Subimos al piso, no antes de que Fernando mirara el coche (lo hacía por la mañana y por la noche por ver si le habían dejado alguna nota, ya que lo teníamos aparcado en un número distinto al que ponía en las llaves para que lo viéramos desde la terraza, o por si se lo había dejado abierto).



Bajamos a cenar, y como justo al lado había un 100 Montaditos, que hoy tenían una oferta especial, entramos a tomarnos una cerveza; tampoco era nada del otro mundo. Pensábamos cenar en la Pulpería del Sapo, de nuevo, pero empezó a llover con mala leche, y después de esperar un rato por ver si paraba, decidimos entrar en el Romerijo, una marisquería en la que había un cocedero de mariscos que te acercabas a él y pedías al peso lo que desearas y  te sentabas en una mesa donde te servían la bebida. Pedimos un cartucho de langostinos tigre, uno de cañaíllas y otro de camarones, y nos dimos un festín, acompañado de una botella de manzanilla. No paraba de llover, así que nos subimos al apartamento, que lo teníamos a veinte metros.



Esta noche no pudimos abrir la ventana de la terraza porque entraba el agua de la lluvia, pero era una sensación agradable estar viendo llover y escuchar la lluvia golpeando los cristales. Nos tomamos unas copas y pasamos todas las fotos al ordenador para verlas y comentarlas. Otra velada muy entretenida.

Lunes, 12 de octubre

Por la mañana despertamos a la hora de siempre, y después de ducharnos, empezamos a recogerlo todo. También colocamos el sofá que habíamos puesto en la terraza, donde estaba, y fuimos a desayunar una vez metido todo el equipaje en el coche. Hoy el desayuno nos lo tomamos dentro de la cafetería porque seguía lloviendo. Llamamos al propietario del piso, y vino a recoger la llave su señora. Nos despedimos de Vadelagrana y de nuestro piso en primera línea de playa.

Para la vuelta no llevaba indicaciones, y como tampoco teníamos GPS, nos despistamos un poco y aparecimos en Jerez. Llenamos el coche de gasolina y preguntamos por la salida hacia Granada. Rodeando toda la ciudad salimos sin problema, aunque perdimos más de media hora. Hasta salir de la provincia de Cádiz, no paró de llover, pero con Fernando, que es un conductor muy experimentado, íbamos muy tranquilos. Ya eran casi la una cuando paramos para ir al servicio. Lo hicimos en Riofrío, y ya que estábamos allí, decidimos almorzar allí. Estos unas truchas y yo secreto, con un aperitivo de surtido de embutidos; delicioso todo. Y las tres y media estábamos de vuelta en casa.


De este viaje-escapada me gustaría destacar la convivencia tan perfecta que ha habido entre los cuatro, aunque ya habíamos estado de viaje juntos y sabía que entre nosotros todo iba a ser compañerismo y buen rollo. Pero sobre todo quiero agradecerle a Germán su amabilidad, su entrega, ser tan buen anfitrión y sus conocimientos de la zona, que han hecho que esta salida haya sido tan interesante, intensa y entretenida, aunque para ello haya tenido que cambiar sus turnos para estar con nosotros. Gracias, tío. Con estos compañeros de viaje da gusto viajar. De Cádiz, decir que me ha impresionado más de lo que esperaba; sus gentes, su gastronomía, sus vinos, su alegría y esos lugares tan maravillosos que hemos disfrutado.