sábado, 7 de noviembre de 2015

El puente de los santos entre volcanes, noviembre de 2015

Sábado, 31 de octubre


Esta vez ha sido la casualidad la que nos ha llevado a realizar este viaje. Bicheando en internet encontré un vuelo que se adaptaba a mis necesidades y a mi presupuesto. Desde Málaga hay vuelos a Lanzarote a buen precio y un horario más o menos normal.



Salimos en coche a las cinco de la mañana desde Gójar porque el vuelo lo teníamos a las nueve, pero antes, teníamos que dejar el coche en un parking del aeropuerto. En un principio, pensé en reservar el aparcamiento, pero como no me fiaba sí daría con él, y sabiendo que hay cientos cerca, decidí ir a la aventura y dejarlo en alguno que encontrara con facilidad. La verdad es que la jugada salió bien, y, por veinte euros los cuatro días, encontré uno que cubría mis expectativas. Nos llevaron al aeropuerto en el coche de cortesía, y a las siete ya estábamos en la terminal de salidas.

El vuelo fue magnífico, y las dos horas pasaron sin darnos cuenta, por lo que a las once, una hora menos en Canarias, ya estábamos aterrizando. Acababa de llover, pero la temperatura era muy agradable. Nos pasamos por la oficina de turismo a recoger planos, tomamos café, y a las once nos montamos en el autobús de línea que, por poco más de un euro, nos dejaba la lado del apartamento en Puerto del Carmen. Llegamos muy pronto, pero nuestro alojamiento ya estaba preparado. Nos hospedamos en los Apartamentos las Lilas, un complejo muy coqueto con apartamentos dispuestos alrededor de una piscina y bastante aceptables.



Deshicimos el equipaje y pusimos rumbo a investigar la ciudad, pateándonos el paseo de arriba a abajo. Todo estaba lleno de terrazas y guiris practicando uno de mis deportes preferidos; tomando pintas de cerveza, y a unos precios de escándalo; 1,50€. Así que para no ser menos que ellos, nos sentamos a saborear la merecida pinta mirando al mar. Investigamos un poco más para buscar un buen restaurante donde almorzar y lo hicimos en uno con unas vistas fabulosas, y probamos las papas canarias (allí no le dicen arrugadas) con sus respectivos mojos. Después pedimos entrecot de ternera, y de postre nos pusieron, por cortesía de la casa, un cóctel a base de vino blanco, cava, granadina y un licor que no recuerdo. Buenísimo todo, aunque lo mejor; las vistas.



Tocaba siesta, ya que apenas habíamos dormido nada esa noche. Después del descanso, fuimos a alquilar un coche. Todos los rent a car estaban cerrados porque los fines de semana descansan desde la una. Ya teníamos el primer problema, porque la idea era visitar toda la isla por nuestra cuenta y comprar un bono para entrar en las cuatro atracciones imprescindibles de ella. Pero, a grandes males, grandes remedios. Fuimos al único lugar donde estarían abiertos; el aeropuerto. Otra vez tomamos el autobús de línea, y a las seis, estábamos alquilando el coche. Las dos primeras agencias a las que nos acercamos no disponían de vehículos, así que seguimos preguntando, y en la siguiente, pillamos un Opel Corsa nuevo por 77€ los tres días con todo riesgo incluido; una ganga.



Ya estaba casi oscureciendo cuando salimos del aeropuerto rumbo a nuestro alojamiento pero, antes quería probar el coche, así que hicimos unas cuantos kilómetros. Ya era noche cerrada cuando nos fuimos al apartamento. ¡No había cojones de encontrarlo!, porque cada vez que estábamos cerca, aparecía una dirección prohibida y nos hacía retroceder. Empezamos a preguntar, pero ahí comprobé que no estaba en España; ¡ni Dios hablaba castellano! Después de pasar tres veces por el mismo sitio (ya había una persona que hasta nos decía adiós) dimos con la carretera correcta y respiramos tranquilos al ver la calle donde parábamos.




Aparcamos el coche y ya decidimos no cogerlo más esa noche. Cenamos en el estudio, y nos salimos a tomarnos algo por el paseo. Todo el mundo estaba en la calle, y por todas partes te asaltaban para que entraras en una terraza en particular. Yo iba buscando la Ruta 66, porque había leído comentarios de que era un lugar muy auténtico y con mucho ambiente. Además, los precios estaban muy bien; dos euros la pinta. Efectivamente, el lugar merecía la pena. Nos pedimos unas cervezas y a disfrutar de la música y de la velada. Estaba tan lleno, que una chica irlandesa se sentó en nuestra mesa y empezó a hablar con nosotros en inglés. Yo iba traduciendo, y nos contó su vida en unos minutos. Acababa de llegar ese mismo día y tenía muchas ganas de marcha. Nos dijo que solo había aprendido unas cuantas cosas en español, entre otras que a ella le gustaban los penes grandes. Ante nuestra cara de sorpresa y que empezamos a reírnos, ella nos dijo que sí sabía lo que significaba, y se reía un montón. Vino una amiga suya en su busca para irse a la pista de baile, y antes de despedirse, nos llenó las jarras de cerveza para que brindáramos con ella. Fue un rato muy divertido. No era muy tarde, pero el cansancio del día empezaba a hacer mella, así que nos fuimos a la cama dando un paseo entre comentarios y risas. Antes de acostarnos, nos tomamos un ron en la terraza del apartamento.



Domingo, 1 de noviembre


A las siete de la mañana, las seis en Canarias, ya estaba levantado y duchándome. Hoy íbamos a visitar el Parque Nacional del Timanfaya, y había leído que era mejor llegar pronto, porque a primeras horas se juntaban allí miles de personas. No hubo problema en llegar, ya que las carreteras estaban muy bien señalizadas.



Nada más pasar por Yaiza, entras en un paisaje desértico, desolador, diferente, casi de otro planeta. Solo se ven volcanes de un color rojizo y roca negra volcánica, que junto al azul del cielo y las nubes blancas amenazadoras de lluvia te hacían sentir pequeño, Pasamos por el echadero de los camellos que estaba esperando a los turistas, y a las ocho y media, ya estábamos nosotros allí, media hora antes de que abrieran (¡con un par de cojones!).



Preguntamos a un trabajador del parque y nos dijo que teníamos que esperar hasta las nueve, lo que aprovechamos para pasear y hacer fotos por los alrededores. Compramos el bono de cuatro atracciones, ya que te ahorras un dinero, y recorrimos los dos kilómetros en coche hasta el aparcamiento de las guaguas. Un guarda nos hizo unas demostraciones de la actividad térmica del lugar; hacer arder un matojo seco en un agujero, ponerte trozos de roca ardiendo en la mano y echar agua en unos tubos que producían fumarolas que ascendían bastantes metros produciendo un sonido ensordecedor.



Entramos en el restaurante en el que tienen una parrilla gigantesca, donde solo con el calor que sale de la tierra sirve para asar los alimentos. Nos encaminamos a los autobuses porque estaba llegando una multitud. El recorrido por el parque es muy entretenido. Te van explicando, hasta en tres idiomas, la historia de los volcanes y te paran en los lugares más emblemáticos para que puedas hacer fotos.



En ningún momento te puedes bajar del autobús, y me parece estupendo, porque aquello se mantiene tal y como quedó hace unos trescientos años después de la última erupción. Apenas hay vida, pero ya se empiezan a ver algunos líquenes que serán el primer paso para que en un futuro haya vegetación. El recorrido dura unos cuarenta minutos que se hacen cortísimos. Cuando de nuevo volvimos al aparcamiento, había unas colas enormes , y eso que ya funcionaban cinco guaguas al mismo tiempo.



Pasando por Yaiza, nos dirigimos a la costa suroeste para ver otros puntos de interés de la isla. Llegamos al pueblo de El Golfo para poder admirar el Lago de los Clicos; una laguna de color verde por causa de unas algas, que contrasta con el rojo de la roca y el azul del mar. Por un camino un tanto empinado llegamos hasta el lugar, y disfrutamos de las vistas. Subimos hasta el aparcamiento e hicimos una visita corta al pueblo marinero, dedicado casi exclusivamente a la restauración. Disfrutamos de una café en una terraza y continuamos nuestro camino.



La siguiente parada fue en Los Hervideros, una zona de acantilados con aperturas en las rocas donde el océano rompe con fuerza y hace subir el agua con un sonido que recuerda a una olla hirviendo. Hay un recorrido muy bien señalizado que te lleva por lugares de película. Aparte de estar muy bien indicados todos los puntos de interés, sabes que están allí por la cantidad de coches aparcados en lugares habilitados para ello.



Desde aquí seguimos hasta las Salinas de Janubio, pero no paramos, ya que desde la carretera hay muchos miradores para poder verlas.



Pusimos rumbo a Yaiza otra vez, y como ya eran las doce y media, paramos en el pueblo para visitarlo y almorzar en el bar Stop, que estaba muy recomendado en internet. Había misa, pero no pudimos ver la iglesia porque la gente no cabía en el templo, así que antes de que todo el mundo saliera, entramos en el bar. Se trata de una taberna que tiene ciento cincuenta años y que se conserva tal y como era desde entonces. Hay una barra muy larga y solo cinco mesas en el interior. A pesar de ser temprano, ya estaba lleno, y ocupamos la última mesa que había libre. Pedimos unas cervezas y dejamos que el camarero nos asesorara con las tapas, diciéndole que queríamos probar los productos locales. Nos trajo unas tapas muy generosas de sancocho (pescado cocinado sin raspas), papas canarias con mojo picón y ropa vieja (cocido canario con garbanzos, verdura y carne). Todo estaba de lujo, y ya no pudimos comer nada más hasta la noche. Por quince euros, almorzamos y nos tomamos cuatro cervezas.



Pasamos por varios pueblos camino de Arrecife, y en todos el denominador común era el blanco resplandeciente y las casa bajas, que contrasta con el negro de la roca. Las carreteras están todas en un estado excepcional y cuenta con algunos kilómetros de autovía. Así que en menos que canta un gallo, estábamos entrando en la capital de la isla. Fue relativamente fácil encontrar aparcamiento, y nos fuimos a dar un paseo por la ciudad. Visitamos el castillo y el paseo marítimo, pasando por el club naútico . Fabi se tomó un helado y yo un café en una terraza muy agradable.






De vuelta al Puerto del Carmen, me bañé en la piscina del complejo, y aunque el agua estaba helada, me sirvió para refrescarme y relajarme después de ese día tan intenso. Nos echamos una siestecilla, Después de un largo paseo por la playa, tomamos café en una terraza con vistas al mar y disfrutamos una puesta de sol maravillosa.






Fuimos a comprar al supermercado que hay al lado del apartamento, preparamos la cena y salimos a tomarnos una copa al mismo pub de la noche anterior. Otra vez estaba atestado de gente. Nos fuimos pronto a la cama porque el día siguiente era otra jornada de mucha actividad.

Lunes, 2 de noviembre


Otra vez de punta a las siete, y tras la ducha y el desayuno, de nuevo en carretera con nuestro Corsa. Hoy tocaba recorrer el norte de la isla. A las ocho, ya estábamos camino de Arrecife para tomar el camino que nos llevara hasta la parte más septentrional de la isla. Pasamos por Taiche, donde se encuentra la Fundación César Manrique, personaje ilustre cuyo legado está presente en todas partes y que hizo posible que la isla conserve su idiosincrasia.



La ultima parte del recorrido va paralela a la playa y te quedas embobado de su preciosidad. A las nueve menos cuarto, ya estábamos en los Jameos del Agua, pero al mirar el horario, vimos que no abría hasta las diez. Fuimos a pasear por un sendero cerca del mar, y empezó a caer una lluvia fina muy agradable. Como estábamos a solo diez kilómetros de Órzola, que es desde donde parten los ferries hasta la isla La graciosa, nos llegamos hasta allí. Es un precioso pueblo marinero y nos tomamos un café en el puerto pesquero.




El camino de vuelta se hizo cortísimo, y ya estaban abriendo cuando llegamos. Los jameos son tubos volcánicos, y éste en particular es lo más bonito de todo Lanzarorote. Fue diseñado por César Manrique, y combina un lago natural con una cuidada vegetación y y un museo dedicado a los volcanes. Además cuenta con un auditorio y un restaurante con vistas a la laguna. En ella, vive un cangrejo albino diminuto que es un endemismo. Fue un placer para la vista y creo creo que se trata de uno de los lugares más maravilloso que haya visto jamás; te deja sin palabras tanta belleza.




Mientras duró la visita, no paró de llover, lo que le daba un encanto especial. Cuando dio una tregua el agua, nos dirigimos a la Cueva de los Verdes, que se encuentra a apenas dos kilómetros desde allí, y que es una continuación de los tubos volcánicos. Llegamos con el tiempo justo, porque la visita guiada acababa de comenzar. Nos dimos prisa para no perdernos nada, y empezó la ruta subterránea. Hay que tener mucho cuidado porque te puedes dejar la cabeza contra las rocas. Parte del recorrido hay que hacerlo agachados. El guía no paraba de recordar en todos los idiomas que tuviésemos cuidado con la cabeza (¡pues hubo un gilipollas que se dejó los cuernos en un saliente, y hubo que parar la visita para ver si le había ocurrido algo!) . Es impresionante lo que puede hacer la lava. El tubo llega hasta el cráter del volcán, pero solo hay dos kilómetros visitables. El guía iba haciendo paradas y dando explicaciones interesantísimas en español y en inglés. El final de la visita tiene una sorpresa, pero no se puede contar, porque si no ya dejaría de serlo.



Desde aquí y por una carretera estrecha  con curvas y con un paisaje muy verde (se nota que esta es la parte más húmeda de la isla) nos acercamos hasta el Mirador del Río, otra de las obras de Manrique. La entrada estaba incluida en el bono, aunque no creo que valga la pena pagarla, porque desde otros lugares había mucha gente viendo casi lo mismo sin gastarte ni un duro. Las vistas de la Isla de La Graciosa son admirables, y parece de verdad que es un río el que separa las islas, pero un río de aguas cristalinas turquesa. Hicimos un montón de fotos, disfrutamos del momento y tomamos otra carretera para hacer el camino de vuelta.



Pasamos por Haría y sus palmerales, parecía como si hubiéramos cambiado de isla, porque ahora lo que predominaba era el verde, y por una carretera estrechísima y con curvas de casi 360º subimos hasta el techo de Lanzarote. Las vistas desde este punto eran espectaculares porque se veían todos los volcanes, las blancas poblaciones y el océano a ambos lados, amén de los pequeños campos de cultivo, sembrados sobre arena negra y protegidos de los vientos con roca volcánica. Sobre todo se siembran cebollas, papas y vides (de las cuales sale el exquisito vino malvasía). En el sur de la isla se han dedicado a sembrar otros cultivos mucho más rentables; turistas a miles.



Hicimos una parada en Teguise, antigua capital de Lanzarote, y aunque se trata de un bonito pueblo, se está dedicando también al turismo, especialmente por su famoso mercado del domingo. En un principio pensábamos almorzar allí, pero después de ver los precios y que todo estaba enfocado al turismo, decidimos irnos a Puerto del Carmen y hacerlo allí, en un sitio idílico que habíamos encontrado el día anterior, y que además estaba muy cerca del apartamento, por lo que podríamos comer sin tener que pensar en coger el coche después.




Otra vez nos costó trabajo dar con la calle que nos llevara al alojamiento, y después de unas vueltas, dimos con la dirección adecuada. El restaurante merece la pena solo por las vistas, aunque la comida, aparte de cara no era nada del otro mundo. Disfrutamos del sitio y de la temperatura tan agradable y nos fuimos a echar la siestecilla.




No nos queríamos perder la puesta de sol, así que a las cinco y media estábamos camino de un mirador que teníamos localizado desde la tarde anterior, que por falta de previsión no llegamos a tiempo. Estuvimos sentados casi un cuarto de hora observando como el sol se metía entre un volcán y con la isla de Fuerteventura al fondo.



Tomamos café y una tarta, mientras del cielo se iba el color rojo, en una pastelería que siempre estaba llena porque tenía unas vistas increíbles del océano. Con parsimonia nos fuimos al apartamento a cambiarnos para salir a cenar, ya que era nuestra última noche. No teníamos mucha hambre, después de la tarta, así que buscamos un sitio donde tomar algo ligero. Había una terraza que siempre estaba llena y en la que ningún día habíamos podido sentarnos, pero al pasar, acababa de levantarse una pareja. Antes de que nos la quitaran, nos sentamos, y pedimos unas pintas y unas tostas muy ricas. El éxito del negocio residía en unas camareras muy efectivas y los precios tan competitivos que tenían. Se llama el Kiosco y es muy recomendable para cervecear y picar algo.



Camino del alojamiento entramos en algunas tiendas, aunque no compramos nada. Bueno, sí, un monedero-llavero para mí por tres euros. Ya con un poco de tristeza nos fuimos a nuestro apartamento y nos tomamos el ron que quedaba, en la terraza.


Martes, 3 de noviembre


Nos levantamos un poco más tarde de lo habitual, y después de desayunar, empezamos a preparar el equipaje, porque aunque no salíamos hasta las siete y media de la tarde, teníamos que dejar el apartamento antes de las doce. Metimos las maletas en el coche y nos dirigimos al sur de la isla, a la Playa de los Papagayos, en Playa Blanca.




Hoy tocaba bañarse en una de las calas más bonitas de Lanzarote, dentro de un paraje natural. A las diez y media, tras cinco kilómetros por camino, y después de pagar tres euros, llegamos a nuestro destino. Otra vez fuimos de los primeros en llegar. Hay algunas calas naturales preciosas, pero nosotros decidimos ir a la más popular de todas. Desde el coche hasta la playa habrá un kilómetro andando por camino y una bajada pronunciada. Como no llevábamos sombrilla, nos pusimos al resguardo de unas rocas para no quemarnos. El agua invitaba al baño aunque fueran las diez y media, y ahí que nos metimos. Sorprendentemente el agua no estaba fría. Empezó a llegar gente y apenas quedaba un sitio libre en la playa.



Nos secamos  y fuimos a cambiarnos al coche. La vuelta la hicimos por una carretera distinta cerca de la costa y en media hora estábamos en Yaiza, camino del parque del Timanfaya, para acercarnos al Centro de Visitantes. Esta visita es gratuita y merece mucho la pena para conocer un poco más de la actividad volcánica de la zona. Dimos un pequeño paseo por las inmediaciones y tomamos rumbo a Tinajo, donde pensábamos almorzar. Paramos en la plaza del pueblo y preguntamos por un buen lugar para comer. Una chica nos dijo que nos acercáramos a Tiagua, pero no encontramos el sitio, así que seguimos hasta San Bartolomé.



Viendo que no había mucho donde escoger, decidimos seguir y fuimos a parar a Playa Honda, donde si había mucha oferta gastronómica. Almorzamos en un restaurante muy bonito al lado del mar, y a la postre fue el mejor lugar donde hemos comido. Había un menú gourmet con muy buena pinta, y lo pedimos. Salimos muy satisfechos tanto por la calidad como por el precio. Para bajar la comida, nos fuimos al paseo marítimo y anduvimos un rato, para ir a sentarnos a ver el mar en una cala preciosa.



A las cuatro y media fuimos a buscar el coche y nos dirigimos al aeropuerto. Entregamos el coche, y ni siquiera miraron si habíamos llenado el depósito. Al final solo gastamos veinte euros en combustible, y eso que habíamos recorrido la isla de norte a sur y de este a oeste. Fue todo un acierto alquilar un vehículo en Lanzarote.



Ya todo olía a despedida, y a las cinco y media pasamos el control de la policía. Hicimos algunas compras y nos salimos a una terraza donde se podía fumar. Vimos nuestra última puesta de sol en la isla.




El viaje de vuelta fue rápido y tranquilo, y a las diez y media nos estaban esperando en el aeropuerto para llevarnos a recoger el coche del aparcamiento.


De Lanzarote tengo que destacar que es un destino cercano, económico, con buen clima para todas las épocas del año y un colorido muy especial; el blanco de las casas, el negro y rojo de las rocas volcánicas, el azul del mar , y el anaranjado de las puestas de sol. Es una isla pequeña con oferta de playas, de gastronomía, de turismo interior, de parajes naturales, de muchos contrastes. Se entiende que cada diez minutos llegue un avión de cualquier parte de Europa. Está tomada por los turistas en busca de sol y buena temperatura, pero respetando las tradiciones y forma de ser de los canarios. 









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