La idea de este viaje surgió cuando vi que en Logitravel planteaban
un viaje de casi una semana para visitar cinco ciudades Patrimonio de la
Humanidad por libre a un precio de cien euros en Semana Santa. No me lo creía,
así que me puse a buscar hoteles que estuvieran bien valorados y que no pasaran de ese presupuesto. Los
encontré, y ya puse en marcha toda la maquinaria para preparar un viaje. Lo hubiera contratado con la agencia, pero el
orden de los destinos no era el más adecuado para hacerlo desde Granada, así
que me lo hice a mi medida.
ALCALÁ DE HENARES
(Sábado, 24 de marzo)
Tras cinco horas en coche, con parada incluida para
descansar y tomar café, llegamos a Alcalá a las doce y media. Montse nos dejó
en la misma puerta del hotel y encontramos aparcamiento al lado. Dejamos las
maletas en la habitación e iniciamos la visita a la ciudad natal de mi buen
amigo Cervantes.
Alcalá de Henares es y ha sido una ciudad muy importante. Desde la época romana, en la que
Alcalá se llamaba Complutum, de ahí que a los alcalaínos se les denomine
complutenses, hasta cuando los árabes la renombraron como Al-Qalat-Nahar; llegaron
a convivir tres culturas distintas en una misma calle; la calle Mayor. El
Cardenal Cisneros fundó en 1499 la Universidad de Alcalá, que vio pasar por sus
aulas a algunos de los más importantes personajes ilustres de la historia. En
esta ciudad, nació el 29 de septiembre de 1547 Miguel de Cervantes, máxima
figura de la literatura española.
Tanto la Universidad como el Recinto Histórico fueron las
piezas claves para incluir a Alcalá de Henares en la lista de ciudades
Patrimonio de la Humanidad.
El hotel estaba junto a la ciudad deportiva de Alcalá, y en
menos de veinte minutos por el Paseo del
Val, te plantabas en la Plaza de Cervantes . Lo primero que hicimos fue
visitar La Capilla del Oidor, que es un espacio dedicado al autor del Quijote y
de su obra, en torno a la pila bautismal de Miguel de Cervantes. Después tocaba
la foto de rigor con la estatua de la plaza y a las cigüeñas de las torres. También
en este lugar se encuentra el Ayuntamiento y el Corral de Comedias, el más
antiguo conservado y magníficamente restaurado.
En una de las esquinas de la plaza está el quiosco de información
turística y fuimos a por un plano y que nos dieran alguna información relevante.
A lo tonto, ya era hora de la cerveza y nos fuimos a la
Calle Mayor a buscar el Indalo, que tantas y buenas recomendaciones tenía en
internet. Estaba justo en frente. A
pesar de que no era muy tarde, nos lo encontramos repleto de gente. En segunda
fila, nos tomamos una primera cerveza, pero se quedó un sitio en la barra y
allí ya nos hicimos fuertes. Las tapas son magníficas de tamaño, elaboración y
calidad, y con dos o tres cervezas ya has almorzado. Cobran 2,80 por la cerveza
y la tapa. Todos los bares de Alcalá
ofrecen una tapa gratuita con cada consumición.
Esa noche no habíamos dormido casi nada, esperando a Víctor,
así que volvimos al hotel a echar una siestecilla, o al menos a estirar el
cuerpo y darnos un duchazo. El pie me dolía cada vez más, así que en vez de
llegar al centro andando, tomamos un autobús que pasaba cerca del hotel. Nos
apeamos en la última parada de la Calle Libreros y seguimos por la calle Mayor,
que es la calle porticada más larga de España.
Justo en el centro de esta calle
se encuentra la Casa Natal de Cervantes, cuya visita es gratuita y además
permite conocer un poco más cómo era la vida en la época de Cervantes. Una
visita muy interesante .
Tras hacernos la foto en el Banco de Sancho y Quijote, que
está frente a la casa y que es la foto más demandada de Alcalá, seguimos por la
misma calle hasta llegar a la Plaza de los Santos Niños. En esta plaza fueron
ejecutados los Santos Niños Justo y Pastor por defender el cristianismo y se
levantó una capilla en su honor para albergar sus restos. En este mismo lugar,
años más tarde, se construyó la actual Catedral-Magistral de los Santos Niños.
El nombre de magistral se debe a que todos sus canónigos eran doctores en
teología: Solo existe otra catedral en el mundo con este nombre y se encuentra
en Lovaina (Bélgica), que al igual que Alcalá es una ciudad universitaria.
Por la misma calle que habíamos venido, pero que ahora se
llama Cardenal Cisneros, seguimos hasta la Puerta de Madrid, que si siguiéramos
en línea recta, a unos treinta kilómetros nos chocaríamos con la Puerta de
Alcalá.
Dimos un paseo por el recinto amurallado y desde fuera vimos el Palacio Arzobispal con su
fachada renacentista de Cobarrubias, y que fue escenario de la primera
entrevista entre Colón e Isabel de Castilla.. Al lado se encuentra el Monasterio
de San Bernardo.
En la plaza de las Bernardas está el Convento de Dominicos
de la Madre de Dios, donde está alojado el Museo Arqueológico Regional. Como
todos los museos arqueológicos, es gratuita su visita. Merece mucho la pena
hacerla porque te explica de una forma muy amena, desde la evolución del
paisaje y la fauna del territorio de la Comunidad de Madrid hasta la aparición
del ser humano, para pasar a los primeros pobladores, las primeras sociedades
productoras, la realidad hispano-romana, el Madrid medieval y el Madrid y la
corte. Fabi se cansó y se sentó en un banco mientras yo recorría las distintas
salas. Necesitarías un día entero para verlo con detenimiento. Es muy didáctico
y yo me acordaba de mis alumnos, y de las buena clases que podría dar aquí.
Aún nos quedaba el plato fuerte del día; teníamos la visita
guiada a la Universidad de Alcalá. Aunque es pagada, dicha visita merece mucho
la pena. Casi llegamos tarde por culpa de lo despacio que tenía que andar
debido al dolor, pero acababa de empezar la explicación y no perdimos
casi nada. La visita comienza en el Colegio Mayor de San Idelfonso y la
magnífica fachada, obra de Rodrigo Gil de Hontañón. Se trata de un derroche de
arte y belleza. Según nos explicó el guía, representa el Camino del Conocimiento.
Una vez dentro, nos encontramos ante el Patio Mayor de Escuelas, en cuyo centro
hay un pozo. Había cisnes por todas partes en alusión a su fundador: Cisne-ros.
Continuamos y llegamos al Patio de los
filósofos. Aquí el guía nos estuvo contando muchas historias de los estudiantes
y el tiempo que tardaban en doctorarse (unos veinticinco años) y de anécdotas
de algunos de los personajes más ilustres que han pasado por esta universidad,
especialmente de Quevedo .
El tercer patio es el Trilingüe, que da acceso al Paraninfo.
Su nombre se debe a que en este lugar se estudiaban las lenguas clásicas:
latín, griego y hebreo. El Paraninfo de la Universidad era el aula donde se
hacían los actos más importantes y donde tenía lugar el temido examen de doctor.
desde el año 1977 los Reyes de España entregan el Premio Cervantes de literatura, el más importante en
castellano, en este lugar.
En último lugar visitamos
la Capilla Universitaria de San Ildefonso, que conserva el sepulcro de
mármol de Carrara del cardenal Cisneros, aunque él no esté enterrado aquí.
Tanta cultura da hambre , así que antes de que se llenaran
los bares nos fuimos a cenar. No eran ni las ocho y cuarto y ya estaban todos llenos. Luego dicen que al único que le gusta la cerveza es a mí. Queríamos
probar las tapas del Bar El Hidalgo o la tostas de la Taberna de Rusty, pero ya
no se cabía allí. Otra vez entramos en el Indalo, otra vez pillamos un sitio en
la barra y de nuevo saboreamos sus exquisitas tapas. Para probar algo dulce
entramos en una tetería y nos pedimos
unos tés y unas torrijas.
Ya volvimos a la Plaza Cervantes, dimos una última vuelta
por ella y tomamos el autobús rumbo al hotel. Todos los días tocaba madrugar,
así que antes de las once ya estábamos en la cama.
Hasta hace poco no sabía nada de Alcalá de Henares. Bueno,
que era la ciudad natal de Cervantes y que estaba en Madrid. Pero me he venido
encantado de todo lo que he aprendido, del casco histórico tan bello y limpio
que tiene, de todos los personajes ilustres que han nacido aquí: Fernando de Austria, Catalina de Aragón, el
Arcipreste de Hita, Manuel Azaña, y de los personajes famosos que han pasado
parte de su vida en esta ciudad: Quevedo, Antonio de Nebrija y El Cardenal
Cisneros , que aparte de fundar la universidad fue durante unos años regente de
España, ente otros. Es una ciudad que lo
tiene todo.
SEGOVIA ( 25 de marzo)
A las ocho y media ya estábamos desayunados y con el
equipaje preparado. Programé a Montse y nos fuimos camino de Segovia rodeando
toda Madrid. A la altura de Collado empezaron a caer copos de nieve, y ya nos
acompañaron durante todo el camino. Podríamos haber echado por la sierra, pero
al ver máquinas quitanieves, decidimos echar por la autopista de pago. ¡Que
también tiene cojones que te cobren más
de ocho euros por un trayecto de menos de cincuenta kilómetros!
A las diez ya estábamos en nuestro destino; un hostal, muy
cerca del acueducto, bastante bonito. Dejamos el coche en la zona azul al lado
del hospedaje, ya que era domingo y no había que pagar nada. Dijimos que ya
estábamos allí, pero como la habitación no estaría dispuesta hasta las dos,
dejamos el equipaje en el maletero y comenzamos la visita de la ciudad. El
cielo estaba negro, así que cogimos los paraguas, que no hicieron falta hasta
la tarde. Ya en el hostal nos habían
dado un plano bastante completo de la ciudad, así que aunque lo primero que
hicimos fue ir a ver el acueducto en la Plaza del Azoguejo, no entramos en la
oficina de información turística.
En diciembre de 1985, la UNESCO incluyó en su listado de
Ciudades Patrimonio a la antigua ciudad de Segovia y a su acueducto romano.
Razones no faltan pues la belleza de su enclave, de su entorno, de sus
edificios y calles hacen de esta ciudad un lugar maravilloso.
El Acueducto de Segovia es una de las obras más soberbias
que los romanos dejaron repartidas por su vasto imperio. Fue construido para
conducir hasta Segovia el agua de la Sierra y su construcción, según cuenta la
leyenda, se le atribuye al diablo.
Cuenta la leyenda que el acueducto de Segovia no fue en
realidad la magnífica obra de ingeniería romana del siglo I d.C. tan admirada
por su perfección. Según esta tradición no se trata pues de bellísimo canal de
18 kilómetros que, a lo largo de 958 metros y sobre arcos para salvar
desniveles, partía del río Frío con el propósito de llevar agua a la ciudad de
Segovia. Según la leyenda, la construcción del acueducto debe atribuirse al
diablo mismo. El diablo pretendía ganarse el alma de una muchacha, conocedor de
que ésta estaba harta de ir a buscar agua hasta las fuentes del valle y que,
por tanto, sería capaz de cualquier cosa con tal de terminar con tan enojosa y
cansada tarea. Un buen día, el diablo se ofreció a construir un enorme puente
por el que se canalizara el agua y que le evitara a la chica tener que
acarrearla en cubos. El gesto del diablo, nada altruista como es de imaginar,
suponía que la muchacha debía venderle su alma, lo que ésta aceptó gustosa a
condición de que el trabajo estuviera terminado en tan sólo una noche. Así
pues, el diablo se puso manos a la obra y durante toda la noche, sin parar un
solo instante, colocó enormes sillares de granito de hasta dos toneladas, unos
sobre otros, sin otra sujeción entre ellos que su propio equilibrio y peso. Sin
embargo, para desgracia del diablo, cuando estaba a punto de terminar
aparecieron los primeros rayos del sol, por lo que no consiguió su propósito de
hacerse con el alma de la joven. La obra del diablo, si hacemos caso a la
leyenda, lleva en pie más de dos mil años atravesando la ciudad de Segovia de
este a oeste. Su tramo más bello es el de la Plaza del Azoguejo, ya que allí la
doble arquería llega a alcanzar los veintiocho metros de altura. Hoy en día son
muchas las personas que acuden Segovia a admirar esta prodigiosa y maravillosa
obra arquitectónica en la que, si observamos atentamente, todavía pueden verse
los agujeros en las piedras que, según dicen, podrían ser las huellas de las
uñas del diablo.
Mientras le contaba la historia a Fabi hicimos fotografías
desde todos los ángulos . No te cansas de admirar este monumento.
Del Azoguejo parte la calle Real, la principal de la ciudad,
la de mayor tránsito y comercio, que te conduce hasta la Plaza Mayor, pasando
por la Casa de los Picos; la decoración de puntas de diamante de ésta tiene un
sentido defensivo y ornamental. Hoy es la Escuela de Arte y cuenta con una sala
de exposiciones.
Desde aquí y siguiendo por la Calle Real, llegamos hasta la
Plaza de Medina del Campo y San Martín, que ofrece un gran conjunto
arquitectónico que recuerda a algunas plazas italianas. En ella se encuentra la
Iglesia de San Martín, del siglo XII, el antiguo Palacio de los Tordesillas, el
Torreón de Lozoya y las casas renacentistas de Solier y de Bornos. En el centro
de la plaza se encuentra la estatua del
comunero Juan Bravo.
Por la misma calle, ya llegamos hasta la Plaza Mayor y su
Catedral, en el corazón de la ciudad. La plaza fue modificada en el año 1523
tras el hundimiento de la Iglesia de San Miguel (donde en el año 1474 fue proclamada Isabel, la
Católica, Reina de Castilla), ya que esta estaba situada en el centro de la
plaza, pero se reedificó en un lateral de la misma. Al ser Domingo de Ramos, se
encontraba abierta y curioseamos un poco por su interior.
Al ser domingo, la visita a la Catedral era gratuita, así
que la recorrimos por completo. La Iglesia Catedral de Nuestra Señora de la
Asunción y San Frutos, conocida como La Dama de las Catedrales por sus
dimensiones y elegancia, es una catedral construida entre los siglos XVI y
XVIII, de estilo gótico y algunos rasgos renacentistas.
Había mucho trajín dentro de la Catedral porque desde allí
salía el Paso de la Borriquilla, que más tarde veríamos.
La siguiente visita era El Alcázar, otro de los emblemas de
la ciudad, pero en este sí que había que pagar por visitarlo. Sacamos las
entradas, y por un euro más, la visita era guiada, así que nos incorporamos al
grupo que estaba listo para salir. La guía, al igual que en Alcalá, era un poco
sería, pero la información que nos dio fue muy amena e interesante.
El Alcázar parece un castillo de cuento en lo alto de una
colina y se asemeja con un buque sobre
el río . Fue fortaleza de los Reyes de Castilla y Real colegio de Artillería.
La guía fue explicándonos las distintas salas, desde las que
se veían unas vistas impresionantes
de La Casa de la Moneda, los Monasterios de San Vicente y de Santa Cruz, y las Iglesias de San Marcos y
La Vera Cruz.
Aprendimos mucho
sobre la historia de España. No subimos a la Torre del Homenaje porque había
que subir muchísimas escaleras y ya el pie me estaba doliendo mucho.
Nos hicimos unas últimas fotos en los patios del Alcázar y
en la entrada.
Ya iba siendo hora de la cerveza, así que nos encaminamos de
nuevo a la Plaza Mayor, pero lo hicimos por la Ronda de Don Juan II, junto a la
muralla. En apenas unos minutos llegamos, ya que Segovia es una ciudad muy
pequeña que se recorre en poco tiempo. Entramos en un bar de la Plaza Mayor y
desde allí vimos la procesión.
Pedimos
unas cervezas y nos deleitaron con una tapilla de arroz. Pero el objetivo era
almorzar en uno de los dos lugares de los que traía muy buenas referencias; El Sitio o San Miguel, ambos sitos en la calle Infanta Isabel, muy cerca de la
plaza. Entramos en este último, y por un buen precio disfrutamos de una comida
magnífica regada con una botella de vino, que al final me la bebí casi toda yo porque Fabi apenas lo probó.
Las calles estaban llenas de gente buscando dónde almorzar,
menos mal que nosotros ya lo habíamos hecho. En pocos minutos llegamos al
hostal y nos dieron una habitación abuhardillada muy colleja y una vistas magníficas. Lo único, para no
dejarse los cuernos en el techo, que había que tener cuidado con la altura.
Descansamos un rato, y salimos pronto para seguir recorriendo la ciudad.
Tuvimos que coger los paraguas porque estaba empezando a
chispear y como vimos que había una banda ensayando cerca, nos acercamos hasta
la Iglesia de los Santos Justo y Pastor, que estaba abierta. Era muy pequeñita,
pero se apreciaba muy bien el arte románico.
Subimos hasta lo alto del acueducto para contemplarlo desde
las alturas y comprobar mejor la espectacular obra de ingeniería que tuvieron
que realizar los romanos. Seguimos un poco el recorrido del acueducto
soterrado, que está indicado con placas de bronce con el anagrama del acueducto
para adentrarnos en el Barrio de las Conanjías, que está considerado como uno
de los más importantes conjuntos de arquitectura civil románica de Europa.
Contaba con tres puertas de acceso, de las cuales aún puede verse una.
El siguiente punto de interés era la casa en la que durante
trece años estuvo viviendo mi buen amigo Antonio Machado, que llegó a Segovia
para ocupar una cátedra en el instituto de bachillerato de la ciudad, y fue
adquirida por la Academia de Historia y Arte de San Circe para convertirla en
recuerdo permanente del poeta.
Todas las calles salen a la Plaza Mayor, así que sin casi
darnos cuenta, ya estábamos de nuevo allí y me hice una foto con Antonio
Machado.
Recorrimos de nuevo la Calle Real hasta el Acueducto y de
vuelta por la calle Infanta Isabel, cuando vi que ya había movimiento en el Bar
Restaurante el Sitio y , aunque era bastante pronto, no iba a consentir
quedarme si sitio en el Sito. Nos acomodamos en la barra y nos pedimos unas
cañas acompañadas de unas ricas y abundantes tapillas. Llenamos varias veces y
yo cambié a vino. Nos hartamos de comer y a un precio de chiste. La consumición
más aperitivo no pasaba de uno cincuenta. Así se entendía que estuviera siempre
lleno.
Camino de vuelta nos encontramos con una banda, que como no
había podido salir la procesión por la lluvia, estaban dando un concierto y no
de música de Semana Santa precisamente.
Hicimos unas últimas fotos del acueducto de noche, y antes
de irnos al hostal nos tomamos unos vinos en un restaurante muy moderno,
cerca del alojamiento, con los que te
ponían dos tapas de diseño por cabeza.
Nos fuimos pronto a la cama porque había que madrugar al día
siguiente. A las ocho ya estábamos en la sala del desayuno con las maletas
dentro del coche.
Me he quedado con más ganas de Segovia, es una ciudad
pequeña, pero que enamora en todos los sentidos. Si en Alcalá te ponían una
buena tapa, esta ciudad no se queda atrás y es bastante más barata. Segovia es mucho más que el
Acueducto o el cochinillo. En esta ciudad se respira historia. Segovia es preciosa y puede ofrecer
mucho si se visita.
SALAMANCA (26 de marzo)
Tras dos horas de conducción por carreteras nacionales y
autovía, llegamos a Salamanca sobre las diez y media . Había una calle cortada
por obras cerca del hotel y la pobre Montse se iba a volver loca. Dejamos el
coche en el aparcamiento del hotel porque era todo zona azul y no había ni un
aparcamiento libre. Dijimos que ya estábamos allí y dejamos el equipaje en el
coche. Hasta la Plaza Mayor habría unos diez minutos andando, y hacia allí que
nos dirigimos para tomarnos el café en una terraza de la plaza, ya que el día,
aunque frío, estaba bastante despejado.
Aunque Salamanca la conocía bastante bien, ya que hace
algunos años estuve tres días con un guía de excepción,( mi amigo salmantino,
Alfonso) fuimos a la oficina de turismo a coger un plano y empezar la visita
expres de un día, que aunque quede un poco corta porque Salamanca tiene mucho
que ver, da suficiente para conocerla.
Salamanca es una
ciudad que yo incluiría en cualquier viaje por España si viniera del
extranjero a conocer el país. Lo pienso y yo y lo piensa mucha gente; por algo
es Patrimonio de la Humanidad desde 1988. Su historia, sus personajes ilustres,
su gastronomía y la belleza de su casco antiguo la hacen merecedora de los
mayores elogios.
Tras ese descanso reparador del café disfrutando de la
Plaza, por la Rúa Mayor nos dirigimos hacia la Casa de las Conchas, un palacio
construido en 1517 en estilo gótico con elementos platerescos y mudéjares. Es
uno de de los edificios más singulares de la ciudad. La decoración de la
fachada con más de trescientas conchas, que según cuenta la leyenda esconden un
tesoro en una de ellas, es su elemento más característico y da nombre al
edificio. Visitamos también el interior,
(gratuito) que alberga una biblioteca y un claustro precioso, desde el que se
puede fotografiar la torre de la Iglesia de la Clerecía.
Siguiendo por la misma calle que habíamos dejado, llegamos a
la Catedral Nueva y la Catedral Vieja. Una ciudad no puede tener más que una
catedral, en esta ciudad cohexisten dos, compartiendo uno de sus muros, aunque
tienen entradas independientes. La Catedral Nueva, edificada entre 1513 y 1773,
debía sustituir a La Vieja, construida entre los siglos XII y XIV, pero
finalmente las dos convivieron.
La Nueva, más visible
desde la Plaza Anaya, está construida en los estilos gótico tardío y
barroco. Siempre hay un montón de
turistas buscando el famoso astronauta en la Puerta de Ramos que, aunque muy
integrado corresponde a una reconstrucción relativamente reciente de la
catedral.
En la Catedral Vieja, de estilos románico y gótico, destacan
la Torre del Gallo, el retablo mayor y las capillas. No entramos en ninguna de
las dos por dos motivos: por el precio y porque ya las vimos en nuestra
anterior visita a Salamanca.
Bajamos por la Calle Tentenecio, (nombre que viene de la
leyenda en la que San Juan de Sahagún, patrón de la ciudad, se encontró con un
toro y poniéndole la mano en la cabeza lo detuvo cuando lo iba a envestir,
diciéndole: " Tente necio". A lo que el toro obedeció.) hasta el Río
Tormes . Allí nos hicimos una foto con El Lazarillo de Tormes y el Ciego, y otra con el verraco de piedra que fue
objeto de la venganza de Lazarillo con el Ciego después de unas de las palizas
que este le había propinado. Cruzamos el Puente Romano para tomar una de las
fotos panorámicas más bonitas de la ciudad.
Tras cruzar el puente de nuevo, nos dirigimos por el paseo
del Rector Esperebé hacia la Cueva de Salamanca, que es un enclave legendario
de la ciudad donde, según la tradición popular, impartía clases el mismísimo
Diablo. Dicha cueva se corresponde con lo que fue la cripta de la ahora
inexistente Iglesia de San Cebrián. La tradición se trasladó a Hispanoamérica y
en algunos países se denomina salamancas a los antros en los que las brujas y
demonios celebran sus aquelarres.
Subiendo por la Cuesta de Carvajal, fuimos buscando el
pequeño jardín de Calixto y Melibea, que fue el escenario que Fernando de Rojas
habría escogido para recrear su famosa obra" La Celestina" y que
tiene otra de las vistas más preciosas de la ciudad desde sus barandillas. Por
un lado se ve el Tormes, las catedrales y la muralla medieval. Me fumé un
cigarro en uno de sus bancos para descansar y respirar un cierto aire
romántico.
Camino de las catedrales fotografiamos la Casa Lis, bello
palacete modernista que en su interior
acoge el Museo de Artnouveau y Art Déco.
Ya el cansancio iba haciendo mella, pero aún nos
quedaba visitar la Universidad de Salamanca,
epicentro de la historia y vida cultural de la ciudad. Fue fundada en el 1 de
enero de 1218, lo que la convierte en la más antigua de España y la cuarta de
Europa. Ha tenido rectores, profesores y alumnos tan ilustres como Unamuno, Fray
Luis de León ("Como decíamos ayer..." Frase célebre dicha después de
pasar unos años en la cárcel), Fernando de Rojas, San Juan de la Cruz, Góngora
o Calderón de la Barca.
Como cualquier turista, nos lanzamos a la tradición de
buscar la famosa rana (que es un sapo) en su preciosa fachada plateresca. La encontramos pronto
encima de la calavera, pero es divertido ver a la gente dejándose los ojos
cuando no sabes dónde está. Tiene varios significados, según quién lo cuente.
En uno, se dice que da buena suerte a quien la encuentra, de ahí que los
estudiantes que llegan por primera vez a Salamanca tienen que encontrarla sin
ayuda de nadie. Otro cuenta que era un recordatorio para los estudiantes de que
tenían que centrarse en los estudios y no prodigarse en fiestas de alcohol,
lujuria y desenfreno.
Si quieres, puedes echar un par de horas descubriendo cosas en la cargada fachada. Pero nosotros nos fuimos a visitar las Escuelas Menores,
que era donde se impartían los estudios de bachiller o enseñanzas menores, y su
magnífico claustro. En el interior de una de las aulas del patio se conserva actualmente el llamado Cielo
de Salamanca, una pintura mural atribuida a Fernando Gallego que alude a temas
astronómicos y astrológicos.
Ya sí que el mono de la cerveza estaba dando tarascadas y el hambre picaba, y
en esa misma calle vimos unos menús con buena pinta y mejor precio, así que
hicimos un alto en el camino y saboreamos los buenos caldos y productos de la
tierra, que no todo iba a ser cultura.
Desandando el camino, aunque nos equivocamos en una calle y
tuvimos que preguntar por el Hospital de la Santísima Trinidad, ya que cerca
estaba nuestro hotel, llegamos y subimos el equipaje. Nos duchamos y nos
echamos una pequeña siesta.
Para tomar café elegimos el Café Novelty, situado en la
Plaza Mayor y el más antiguo de la ciudad. Desde sus orígenes, en el año 1905,
ha sido enclave fundamental en la vida cultural, social y política de
Salamanca. En una de sus mesas te puede hacer una foto con la estatua de
Gonzalo Torrente Ballester.
Ahora tocaba disfrutar de la plaza y recorrerla despacio sin
perder detalle de nada. La Plaza Mayor es el centro social de la ciudad, y no
es un decir. En los porches de esta plaza, con forma de cuadrilátero, hay
numerosos cafés y restaurantes donde se reúnen tanto los lugareños como
turistas, y el amplio centro está abarrotado de estudiantes y de gente a todas horas. Es de estilo
barroco y su diseñador fue el arquitecto Alberto Churriguera. Dicen que es la
plaza mayor más bonita de España, y razón no les falta.
Para la tarde habíamos dejado las calles Toro y Zamora, que
son dos de las arterias principales del comercio en la ciudad, y además son
peatonales. En uno de los diarios que había consultado había leído que merecía
la pena entrar en el Zara de la calle Toro, y a decir verdad; sí que lo merece.
Se encuentra dentro de la iglesia del
antiguo convento de San Antonio el Real.
Ya que estábamos allí y que a mí se me había escapado un "peíllo"
un tanto líquido, me compré unos pantalones vaqueros a buen precio y problema
arreglado.
Llegamos hasta el final de la calle, muy animada y llena de
tiendas, y por la avenida del Mirat fuimos hasta la Iglesia de San Marcos, un
edificio de estilo románico, singular por su planta redonda y su pequeño
tamaño. Tuvimos la suerte de verla por dentro, ya que estaban diciendo misa.
Ahora tocaba bajar por la calle Zamora, que está asentada
sobre la Vía de la Plata y fue durante siglos la principal entrada a la ciudad
de Salamanca. En ella edificaron sus casas señoriales muchos de los nobles
salmantinos. Y de nuevo en la Plaza Mayor. ¡Coño, que ya apetecía tomar algo!
Nos pedimos unas cervezas en una de las terrazas y nos clavaron seis euros por
ellas, sin una mala tapa. Así que pasamos al plan B; comernos un bocadillo de
jamón ibérico de Guijuelo sentados frente a la Casa de la Conchas e ir de
cerveceo por la zona de los estudiantes.
Otra vez la calle Zamora para pasar al Paseo del Doctor
Diego Torres de Villaroel, y de ahí a la calle Van Dick. Entramos en el Asador
de Van Dick porque desde la calle podías ver las tapas y los precios, y estaba
muy concurrido. Todo un acierto; la cerveza más una tapa bastante generosa de
una carta de más de treinta, por solo dos euros. Nos tomamos unas cuantas y
probamos el Farinato de Ciudad Rodrigo. De vuelta vimos que todos los bares, y
mira que hay, estaban llenos de gente. No me extraña porque por esos precios y
esas tapas era para estarlos.
En vez de irnos por la Plaza Mayor al hotel, vimos en el
mapa que por el Paseo Carmelitas lo teníamos mucho más cerca, así que en diez
minutos ya estábamos allí y a dormir, que el día había sido muy intenso y
mañana tocaba otro destino.
Madrugamos bastante, desayunamos en el hotel y cogimos el
coche camino de Ávila.
Salamanca es estudiantil, está viva y tiene ese color tan
especial que le da la piedra de Villamayor, que según inciden los rayos del sol
sobre ella puede ser amarillo pálido, e incluso rosáceo por la presencia de
hierro que se oxida con el tiempo.
ÁVILA (27 de marzo)
Como todo el camino fue por autovía, sin darnos cuenta
estábamos en Ávila antes de las diez. Montse nos llevó hasta la misma puerta
del hotel, pero como era zona azul, dimos unas vueltas hasta encontrar algún
aparcamiento, casi cerca de la estación del tren. Fuimos dando una paseo con
las maletas y nos permitieron dejarlas en recepción. La chica, muy amable, nos
dio un plano e información de la ciudad. Cuando le pregunté que si sabía el
horario gratuito para subir a la muralla, puso cara de asombro ya que no sabía
que había algún día que lo fuera. Le dije que sí, que era los martes de dos a
cuatro y lo anotó para decírselo a otros clientes.
La ciudad amurallada estaba a unos diez minutos del
alojamiento y muy fácil de llegar. Antes de entrar por la Puerta del Alcázar,
vimos una cafetería muy bonita y nos tomamos un café admirando la muralla.
Ávila está bañada por el Río Adaja y se sitúa a 1131 metros
de altitud, siendo la capital de provincia más alta de España. Está declarada
Patrimonio de la Humanidad desde el año 1985 por su casco histórico y por su
imponente muralla medieval, sin duda el estandarte de esta ciudad. Con un
perímetro de 2516 metros y forma casi rectangular, es de las pocas en el mundo
que está completa.
Y aquí empezaba nuestra aventura en Ávila, dar una vuelta
entera sin perdernos ni un detalle ni del exterior ni del interior. Según la
versión más conocida, la muralla se construyó a finales del siglo XI, aunque
otros estudios dicen que Ávila tuvo una muralla anterior más pequeña.
La muralla tiene 9
puertas, 2 postigos (que son puertas más pequeñas) y 87 torres. Se divide en
cuatro lienzos; es decir, cuatro lados, que están relacionados con los puntos
cardinales. El lienzo este es el más antiguo y el más alto porque los campos
que había en esta parte eran llanos y más difíciles de defender. Por este lado
la muralla tiene tres puertas, y por una de ellas era por la que íbamos a
empezar nuestra visita: la Puerta del Alcázar.
La Puerta del Alcázar era la más cercana al antiguo castillo
y es la más importante de todas. Tiene dos torres con almenas y un puente que
las une. En la parte de arriba tiene una tronera por la que los habitantes de
Ávila tiraban líquidos calientes o piedras contra los enemigos. Desde esta
puerta se puede subir al adarve, camino sobre la muralla, pero esto lo haríamos
por la tarde.
Esta puerta está frente a la Plaza de Santa Teresa, que
también se llama Plaza Grande, y en ella se celebran fiestas y mercados. En un
extremo está la Iglesia de San Pedro.
Hechas las fotos de rigor, pasamos por la puerta y
comenzamos el recorrido dejándonos guiar por el instinto, y este nos hizo
dirigirnos hasta la Catedral. De estilo gótico
y construida con sillares de granito, es de color gris, que nada tenía
que ver con las de Salamanca.
La Catedral se encuentra pegada a la muralla y sus muros son
parte de la fortificación. En un principio iba a tener dos torres, pero ni el
Vaticano ni la UNESCO se ponen de acuerdo en a quién pertenece; si a la muralla
o a la Iglesia, así que sigue teniendo una sola torre.
Desde aquí nos fuimos a ver la Puerta del Peso de la Harina
o Puerta de los Leales. Esta puerta fue antes el Postigo del Obispo porque
permitía el paso desde la catedral al barrio de los curas. Este se cerró y
posteriormente se volvió a abrir y se hizo más grande. Está entre dos torres y
hay dos grandes entradas; una es la entrada a la ciudad y la otra a la Casa de
las Carnicerías, que hoy es la oficina de turismo y desde donde se puede subir
a la muralla. Comprobamos que era cierto lo de la gratuidad los martes de dos a
cuatro.
De nuevo dentro de la ciudad callejeamos hacia el lienzo sur
de la muralla, donde la altura de la misma es más irregular debido a que el
terreno está lleno de piedras. Sin querer, dimos con la Puerta de la Santa, que
debe su nombre a Santa Teresa de Jesús. En la plaza hay un convento de monjes
carmelitas, de las que ella fundó la orden de las carmelitas descalzas, y en
ese mismo sitio estuvo la casa donde nació Santa Teresa. La entrada al convento es gratuita y estuvimos visitando
la iglesia barroca, que tiene varias capillas dedicadas a la Santa.
Fue muy interesante
la visita y recordé lo estudiado en literatura de los máximos representantes
del misticismo español: San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, ambos
abulenses y muy íntimamente ligados.
Empezamos a bajar calles hasta encontrarnos con la Puerta
del Puente. En los barrios fuera de la muralla cruzando esta puerta, vivían los
artesanos. Muchos de ellos eran judíos que hacían ropa y objetos de cuero. Hoy
quedan los restos de las antiguas tenerías.
Pero el objetivo de
salir por esta puerta era llegar hasta los Cuatro Postes, cruzando el río
Adaja. Son unos veinte minutos de subida, pero mereció la pena, a pesar del
dolor de pie que llevaba, solo por ver la mejor vista de la muralla y de la
ciudad.
Se trata de un monumento de cuatro pilares y una cruz en el centro.
Tiene más de quinientos años y es sin
duda el mejor lugar para contemplar la estupenda panorámica de la ciudad y las
murallas. Me quedé sin batería en la cámara de fotos y hubo que hacerlas con el
móvil.
Por un sendero muy
bien señalado, bajamos de nuevo y
bordeando la muralla llegamos hasta otra de las puertas más emblemáticas: la
del Carmen, que le debe su nombre a un antiguo convento de Carmelitas Calzados.
De ese convento solo queda la espadaña, campanario con una sola pared y los
huecos para las campanas. Aquí se encuentra ahora el Archivo Provincial de
Ávila.
El tiempo apremiaba porque
teníamos que subir a la muralla después de almorzar. Miramos algunos
sitios que tenían la carta en la puerta, y como había leído muy buenas críticas
de la Bodeguita de San Segundo, nos sentamos en la terraza a tomarnos una
merecida cerveza. Con ella nos pusieron la tapa típica de Ávila; las patatas
revolconas. No ofrecían menú del día y
los precios eran más caros que los que teníamos localizados en otros
restaurantes, así que nos fuimos a la Plaza del Mercado Chico y nos sentamos en
una mesa de la terraza del restaurante del Buen Yantar a tomarnos unas judías
del Barco y un chuletón de Ávila, que casi reventamos y no pudimos terminar.
Con la barriga llena, fuimos a la oficina de turismo para
acceder al adarve. Primero hicimos el recorrido largo, unos mil metros, que con
la vuelta fueron dos kilómetros. Hay muchos miradores e hicimos cientos de
fotos. Había que estar antes de las cuatro en la otra parte de la muralla que
se puede recorrer y a toda prisa llegamos. Esta tiene unos trescientos metros y
se ve la Catedral desde las alturas.
Ya estábamos muy cansados y, aún muy cerca del hotel, queríamos ver la salida de una procesión; la de la Estrella, que nos había
recomendado la recepcionista. Tuvimos que subirnos a lo alto de un montículo
para verla. La Semana Santa Abulense está declarada de Interés Turístico
Internacional. Yo ya estaba cansado a los quince minutos y en cuanto salió nos
fuimos al hotel a descansar un rato y a ducharnos.
Tomamos café con unas Yemas de Santa Teresa en la Plaza del
Mercado Grande, mientras veíamos todos los preparativos para la procesión que
esa noche saldría de la Catedral, y deambulamos por dentro de la muralla, para
ir a salir por la Puerta de San Vicente y hacer unas fotos a la Basílica que le
da nombre a la misma.
Hicimos otra incursión por dentro y visitamos el Palacio de
los Verdugo y como ya era hora de la procesión de Medinaceli, que salía desde
la Catedral, nos mezclamos con la multitud para ver su salida.
En uno de nuestros paseos habíamos visto los precios del Palacio
de Sofraga, que es uno de los cuatro palacios de la nobleza abulense que se
construyeron en el siglo XVI junto a las puertas de acceso a la ciudad. Nos
sentamos en la terraza del jardín a comprobar si eran ciertos los precios, y no
solo eran reales sino que disfrutamos de unas tapas riquísimas y abundantes de diseño con cada consumición. Con tres consumiciones
salimos cenados. Esto fue un descubrimiento y tengo que recomendarlo.
Dimos una vuelta más por dentro y por fuera de las murallas
y ya nos fuimos al alojamiento a descansar para afrontar nuestro último día de
viaje.
Ávila es una ciudad que ha crecido en torno a su muralla,
que es el símbolo de la ciudad, y al ser el lugar de nacimiento de Santa Teresa
de Jesús, ha dejado en toda la ciudad un gran número de edificios religiosos
vinculados a ella (hasta un postre riquísimo). Es pequeña, por lo que es
abarcable en un día y destaca por su gastronomía. No se puede ir uno de allí
sin probar las judías del Barco ni los chuletones de Ávila.
TOLEDO (28 de marzo)
Por la nacional 403, una carretera de montaña, muy
entretenida y tras dos horas de
conducción de la buena, llegamos a Toledo. En esta ciudad es imposible aparcar,
así que programé a Montse para que me llevara directamente al aparcamiento
gratuito que hay frente a la estación de autobuses. Desde ahí al hotel apenas
había diez minutos, eso sí, subiendo una empinada cuesta. Justo al lado de la
Puerta Bisagra hicimos un descanso para tomar café, y mientras desayunamos nos
dimos cuenta que el hostal se encontraba justo al lado. Soltamos el equipaje en recepción, y nos
fuimos a visitar la ciudad.
Toledo, conocida como la Ciudad de las Tres Culturas,(musulmanes,
judíos y cristianos convivieron en armonía durante siglos) es una mezcla de
tiempos y pobladores, de culturas y religiones; todos los estilos están en sus monumentos.
Abrazada por el meandro del Tajo, el hombre siempre encontró aquí un lugar de
privilegio estratégico para asentarse. En alto y rodeada por el foso natural
del río no deja dudas de su emplazamiento defensivo y de vigilancia. Por ello,
algunos de sus monumentos importantes están relacionados con su estructura
militar: el Alcázar, las murallas o el Castillo de San Servando. Está declarada
Ciudad Patrimonio de la Humanidad desde
el año 1986.
Por la calle Real empezamos a subir hacia el centro de la
ciudad. Nos hicimos fotos en la Puerta del Sol y en la Puerta Cristo de la Luz,
ambas mudéjares.
Un esfuerzo más, y ya llegamos a la Plaza Zocodover. Cuando
íbamos a entrar en la oficina de turismo nos abordó una guía intentando
vendernos el autobús turístico más una visita guiada por la ciudad. La oferta
era interesante, pero el precio caro. Seguí con la primera idea que era
comprarnos la pulsera turística, que te daba derecho a la visita de siete
monumentos por diez euros. Justo cuando iba al kiosco a comprarla, Carmen, una
guía con un paraguas azul, de Enjoy Toledo, se ofreció a hacernos una visita en
la que solo pagaríamos lo que estimáramos según nuestra satisfacción. Me gustó la viveza que tenía y aceptamos.
Éramos un grupo de ocho personas y en cinco minutos empezó
la gira. Por la calle Miguel de Cervantes nos llevó hasta el Museo de Santa Cruz,
para evitar el follón que había en la plaza y allí empezó a contarnos la
historia de Toledo de una forma muy amena. Era rápida hablando, clara y no
paraba de contar anécdotas de su ciudad. Nos hablo del papel en la guerra civil
del edificio que alberga el museo y el Alcázar; un bando tenían los hombres y
otro las armas.
Desde aquí fuimos al
Alcázar, que hoy aloja el Mueso del Ejército, y subimos hasta la última planta,
donde se encuentra la Biblioteca Regional y una de las mejores vistas de la ciudad.
Carmen no paraba de contarnos cosas y yo me pegué a ella como una lapa.
No explicó lo que eran los trampantojos, una técnica pictórica que intenta engañar a la
vista y el motivo de que nos encontremos tantos en la ciudad.
Fuimos
callejeando por otras vías menos turísticas de Toledo, pero no por ello menos
importantes, contándonos historias y leyendas de ellas. Por ejemplo la del
Callejón de los Niños Hermosos, que narra que por la zona de San Justo vivía
una mujer muy bella que enviudó. Tenía dos hijos gemelos y apenas dinero para
alimentarlos. Un hombre importante de la ciudad le hizo propuestas deshonestas,
y ante su negativa, secuestró a los niños. La mujer consiguió que el rey
Fernando III, el Santo, la recibiese y
aquellos hermosos niños fueron devueltos a su madre y decapitado el
secuestrador.
No paró de contarnos historias, que hacían que ni te
enteraras de las subidas y bajadas.
Encontramos el Callejón del Diablo y el del Infierno, que según reza otra
leyenda, si no los encuentras te lleva, y visitamos un patio toledano.
El recorrido terminó en la Catedral Primada (que significa
que para la iglesia católica es el templo más importante) hablándonos de sus
construcción y la historia de la Campana Gorda.
Fueron dos horas apasionantes, que se pasaron volando, y le
agradecimos su buen hacer con una generosa propina.
Desde la Plaza del Ayuntamiento, y viendo que ya iba siendo
hora del aperitivo, paramos en un bar muy llamativo a tomarnos una cerveza a buen
precio y con tapa. Por la calle Comercio accedimos a de nuevo a la plaza
Zocodover y desandando el camino, pero ahora en bajada, nos llegamos hasta el
restaurante el Tirador que era donde teníamos previsto almorzar. Había leído
comentarios muy positivos en cuanto a la cerveza artesana y a la comida que
ofrecían, y tengo que dar las gracias de nuevo a las personas que dan esa
información tan práctica. Nos tomamos unas cervezas, con tapa incluida y
almorzamos carcamusas (plato típico toledano), revuelto de setas, pimientos del
piquillo rellenos de bacalao y un codillo por un precio magnífico.
Además el restaurante estaba muy cerca del hostal, así que
fuimos a estirar las piernas un rato antes de seguir conociendo la ciudad.
Tras el breve descanso, de apenas media hora, volvimos a
subir, aunque esta vez utilizando las escaleras mecánicas, al centro de la
ciudad. A partir de las cuatro, y hasta las seis y cuarto, el Museo de Santa
Cruz es gratuito los miércoles, así que hacia allí que nos dirigimos. El museo
se encuentra en un Hospital fundado por el Cardenal Mendoza y contiene
importantes colecciones de bellas artes,
arqueología, artes industriales y una colección de cerámica de Carranza.
Destacan sus muestras de pintura toledana de los siglos XVI y XVII con cuadros
de El Greco, y Tristán entre otros.
Ya llevábamos más de una hora de arte y empezaba a cansar,
así que tocaba pasear un rato hasta la Judería,
aunque antes de llegar, en la Plaza del Salvador, nos sentamos en una terraza a
saborear un café. Llevábamos el plano en la mano, pero no hacía falta, ya que
en los callejones te ponía las indicaciones, bien en el suelo o en las paredes, con unos azulejos muy pequeños con inscripciones hebreas.
Era solo cuestión de
perderse por allí. Pero no lo consigues. Llegamos al museo del Greco, pasando
antes por la iglesia de Santo Tomé, que es donde se encuentra el famoso cuadro
del Entierro del Conde de Orgaz, y de ahí a la Sinagoga del Tránsito, donde se
encuentra el museo Sefardí. Las vistas del río desde aquí son preciosas.
Entramos en los jardines de la sinagoga de Santa María La
Blanca y desde aquí hasta el monasterio de San Juan de los Reyes, mandado construir
por la reina Isabel la Católica.
Tras una pronunciada bajada llegamos hasta uno de los dos puentes
más famosos de Toledo; el de San Martín,
que data de siglo XVI y se asienta sobre cinco arcos y defendido por dos
puertas. Lo cruzamos y podríamos haber subido a la Ermita del Valle (desde
donde se obtienen las mejores vistas de la ciudad) y haber bajado por la otra
parte hasta el Puente de Alcántara, pero seguía doliéndome mucho el pie.
Ahora, tirando de plano, visitamos por fuera el Real Colegio
de Doncellas Nobles, el convento de Santo Domingo y entramos en la Iglesia de
San Ildefonso (de los Jesuitas) cuya torre compite en altura con la de la Catedral.
Tocaba descanso para reponer energías, y nos tomamos un gin-tónic
y un refresco en una de las terrazas de
la Plaza Zocodover que estaba llena como a cualquier hora del día.
Si habíamos visto un puente, no nos íbamos a quedar si ver
el de Alcántara, así que por la calle Miguel de Cervantes y a continuación por
la Bajada de Alcántara llegamos hasta él Puente, de origen romano y
reconstruido más tarde en la época hispano-musulmana y cristiana. Lo cruzamos e
hicimos algunas fotos. Al fondo se observaba el Castillo de San Servando,
utilizado hoy en día como albergue juvenil.
¡Hala, pues a subir de nuevo! Pegados a la muralla por las
Escalerillas del Miradero, hasta el mirador, o Miradero como le llaman, para
ver una puesta de sol de película. Disfrutamos de las vistas y de un descanso y
de nuevo al centro, pero tomando las escaleras mecánicas.
Ya solo nos quedaba ver Toledo de noche y cenar algo. Una
última vuelta por la Calle Comercio hasta la Catedral. De paso vimos una tienda
de jamón que tenía una pinta maravillosa y que olía desde la puerta. ¡Como para
resistirse! Y de regalo te daban una lata de cerveza de medio litro. Pregunté
si se podía beber en la calle y me dijeron que no había problema. Así que nos
fuimos con nuestros dos bocatas de jamón ibérico a un banco frente a la catedral
y dimos buena cuenta de ellos.
Despacio, disfrutando de la ciudad, fuimos bajando hasta el
hostal, echando unas últimas fotos a la Puerta Bisagra. Y ya, a la cama, que
llevábamos cinco días maratonianos.
Toledo es conocida como" la Ciudad Imperial" por
haber sido la sede principal de la corte de Carlos I, también "Ciudad de
las Tres Culturas", capital del reino visigodo, y de España hasta que Felipe
II, decidió trasladar la corte a Madrid en 1561. Es una ciudad perfecta para
perderse por sus calles y callejuelas porque es como viajar hacia atrás en el
tiempo. Creo que es inabarcable para conocerla en un solo día como hicimos
nosotros, así que queda pendientes muchas cosas por hacer y ver allí.
Después de un buen desayuno en el hostal, ahora tocaba bajar
hasta el aparcamiento y empezar el camino de vuelta hacia Granada. En cuatro horas y media, tras una parada para
repostar y tomar un café, llegamos sin novedad a Gójar antes del almuerzo.
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